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¿Quién no conoce a Abude Alkarmi?

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Si te gusta el cine y vives en Madrid, probablemente hayas charlado con Abude Alkarmi alguna vez. Si además eres buen conversador, de ésos que no sólo se escuchan a sí mismos, y tienes cierta sensibilidad por las buenas personas y las buenas historias, es casi seguro que no haga falta que te lo presenten. Es el caso, por ejemplo, de los nuevos reyes de España, Letizia y Felipe VI, para quienes Alkarmi es simplemente Abude, ese amigo sirio, políglota, muy enterado de todo lo que pasa en el mundo, al que suelen visitar cada vez que van al cine y se dan un paseo por su barrio. Es decir, el barrio donde vive y trabaja Alkarmi, pues, que se sepa, los reyes carecen de barrio.

Abude Alkarmi es el dueño-tendero del Pim Pam Pum, una tienda de dulces y alimentos sirios ubicada justo enfrente de los cines Golem, a dos portales de la librería 8 y ½ y a pocos metros de los Renoir-Plaza de España. Hasta hace tres años, la tienda se llamaba Caprichos Damasquinos. Él dice que el cambio de nombre se debió no tanto a las dificultades que empezó a tener para importar los baklawa, kounafa, ballouriah, assyeh, aush o los tuppers de halaua al tahini tras el estallido de la guerra civil en su país, sino a los líos en que lo envolvía su viejo socio. Pragmático y osado como es, alquiló el local por su cuenta, añadió coca-colas, snacks y latas de cerveza a su oferta para que le cuadraran las cuentas a fin de mes, y colgó un cartel de madera con el nuevo nombre pintado a mano.

—Pim Pam Pum es un homenaje a un colega con el que trabajé en el Ebla —dice Alkarmi refiriéndose al bar de comida árabe situado en la misma calle, donde primero fue cocinero, luego camarero y hoy proveedor de dulces—, quien cada vez que salía a fumar decía: “¿Nos echamos un piti, pim pam pum?”.

"Como en una versión madrileña de Las mil y una noches, cada pequeña historia que cuenta Alkarmi puede ser el inicio de otra"

Como en una versión madrileña de Las mil y una noches, cada pequeña historia que cuenta Alkarmi puede ser el inicio de otra, y ésta el inicio de otra más, y así hasta que le toque cerrar su tienda y la charla deba continuar en el Ebla, bar en el que no sólo se siente como en casa, sino que literalmente es su casa, pues vive en un piso del mismo edificio. Esta noche, sin embargo, Alkarmi no está para largas veladas. Lo cual da pie para contar otras dos historias.

La primera es que en unos días viajará a Upsala para celebrar su boda. Su novia, una guapa y risueña colombiana de Cúcuta a la que conoció viendo un partido de fútbol en otro bar de la calle, ha añadido también su toque personal al Pim Pam Pum. En la pared del fondo, detrás de un dispensador de Chupa Chups, ha colgado unos vistosos bolsos de colores tejidos a mano. Los hace su madre, es decir, la futura suegra de Alkarmi, aunque la boda que la pareja celebrará en Suecia no será en sentido estricto la celebración de un matrimonio.

—Ni religioso ni civil —explica él—. No somos religiosos; tampoco necesitamos que un juez o un alcalde nos digan lo que ya sabemos, que nos queremos como marido y mujer. El matrimonio lo celebramos el día en que nos fuimos a vivir juntos. Esto será una fiesta, un día para pasarlo bien, para hacer una barbacoa y compartir con la familia y los amigos.

—¿Por qué en Upsala?

—Porque allí vive uno de mis hermanos.

Abude Alkarmi es el antepenúltimo de trece hermanos. Todos viven fuera de Siria. Algunos en Suecia, otros en Alemania, uno en Marruecos y el menor a punto de entrar en España a través de Melilla.

—Hace cinco años que no vuelvo a Siria —dice—. Vivir allí se ha vuelto muy difícil. La escasez de alimentos, veinte horas sin luz, la incomunicación… ¡Llevo siete meses sin poder hablar con mi padre! Ésta es la guerra que quieren los señores de la guerra, y nosotros nada podemos hacer allí.

—Imagino que has seguido las elecciones, la entrega de armas químicas, el nuevo plan de EE UU para equipar militarmente a los rebeldes…

—Estoy informado de todo y lo que veo es un juego muy sucio. La crisis económica mundial es tan gorda que, para salir de ella, se necesita una guerra muy gorda. Los señores de la guerra necesitan hacer negocios, vender sus armas, y esta vez le ha tocado a Siria. No les importa que la gente muera, que millones se hayan tenido que ir de allí perdiendo sus casas, sus familias, sus vidas. El que murió murió y ya está. Ni Dios ni Alá: ellos sólo le rezan al dólar y al euro.

—¿Echas de menos tu vida allí?

—No. Tampoco pienso regresar. Echo de menos Damasco, al menos tal y como yo la recuerdo. Siendo de Al-Qamishli, una ciudad al norte del país, en la frontera con Turquía y cerca de Irak, siempre decía que Damasco era mi novia. Ahora digo que tengo dos novias: Damasco y Madrid.

—¿Tanto te gusta Madrid?

—Me encanta. En los ocho años que llevo aquí nunca me he sentido, ni me han hecho sentir, como un extranjero. Los españoles en general son gente abierta, mucho más que los europeos del norte. Quizá son un poco desconfiados, pero si te ganas su confianza, es una confianza absoluta para toda la vida.

Antes de instalarse en España, Alkarmi vivió cinco años en Irak trabajando para una misión de intercambio de petróleo de la ONU, y también en Bulgaria. Habla perfectamente cuatro idiomas: kurdo, árabe, español e inglés; sabe un poco de búlgaro y turco, y entiende el arameo, “la lengua de Jesucristo”. Además, fue futbolista en la liga profesional de su país y desde los trece años es un hincha sufridor del Real Madrid, de los que lloran cuando el equipo pierde, sobre todo ante el Barça.

En Madrid, cuando trabajaba como camarero en el Ebla, conoció a Letizia y Felipe, los entonces príncipes de Asturias. Desde aquellos años, cada vez que los actuales reyes se caen por el barrio para ver una película en los Golem o los Renoir y a tomarse luego unas cañas y unas tapas árabes en el bar, Alkarmi es uno de los amigos con los que pueden pasarse horas charlando.

—La primera vez fue así. Me preguntaron: ¿Tú eres de Siria? Y entonces venga y venga a hablar, venga a preguntarme por la situación de mi país. Sobre todo ella, por ser periodista. Y como yo lo que quería era practicar mi español y aprender a tratar con el público y conocer la cultura española, pues también les daba la charla y les preguntaba por sus cosas. Y ya no cuento más porque son cosas privadas de las que no debo hablar.

Otra celebrity que de tanto en tanto aparece por el Pim Pam Pum es Pedro Almodóvar. A él, como a tantos, Alkarmi los reconoce, pero no tiene un trato de confianza con ellos. Lo que va conociendo son sus gustos, como que al director de cine le flipan los albaricoques caramelizados rellenos de pistachos.

Y así llegamos a la segunda historia que tiene que contar, una historia literalmente de cine que esta noche lo convierte en objeto de las bromas cariñosas de su novia. En marzo de 2015 se estrenará la película Perdiendo el norte que recrea la historia de miles de emigrantes españoles que actualmente buscan trabajo en Alemania ofreciéndose como camareros en bares y restaurantes —incluidos los de comida turca y siria—, y en ella Alkarmi aparecerá como extra al lado de algunos famosos del cine español como Javier Cámara, Blanca Suárez o José Sacristán.

—Yo fui con mi negocio de catering de cocina, y estoy ahí, ocupado con mis cosas, cuando el director de cámara se me acerca y me pregunta si no quiero trabajar también como figurante. Yo dije lo que siempre digo: “Bueno”, y aquí me tienes —muestra unas fotos de su móvil—, actuando como cocinero. Fueron dos semanas increíbles en las que también hacía de asesor culinario, para que el cordero asado, el tabule y todos los platos estuviesen servidos correctamente a la manera siria o turca.