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El rey está en el dinero

¿Está el dinero en el rey?
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En los diez años que vivo en España, la frase más inquietante que he escuchado acerca del exrey Juan Carlos de Borbón salió de boca de un argentino. A finales de 2011 Miguel Roig publicó Las dudas de Hamlet. Letizia Ortiz y la transformación de la monarquía española y, unos meses después, cuando se destapó el llamado Caso Urdangarin, lo llamé para conocer sus impresiones.

Aunque el libro de Roig se centraba en el potencial icónico de la actual reina, lo que más me interesaba del ensayista argentino eran sus curiosas conjeturas acerca de la periferia: cómo la incorporación de la experiodista a la Familia Real había repercutido sobre el valor simbólico de cada uno de los integrantes de la élite monárquica.

Letizia Ortiz era la bola blanca del billar. ¿A cuál de las troneras había ido a parar la bola 8 representada por el rey?

En ese juego de significados atribuibles a los miembros de la Corona, recuerdo que con Roig hablé largo sobre la imagen pública de Juan Carlos I de España, que acababa sufrir por primera vez una magulladura de consideración debido a la comparecencia judicial de su yerno Iñaki Urdangarin por acusaciones de malversación de fondos públicos, prevaricación, falsedad documental, fraude y delito contra Hacienda.

Ahora que el rey no es más el rey y su lugar en el retrato oficial ha sido ocupado por su discreto hijo Felipe VI, todo esto nos puede saber a poco. Pero situémonos en el momento: hasta entonces, el duque Urdangarin era el primer miembro en la historia de la monarquía española que se había sentado en el banquillo de los acusados —hoy comparte esa histórica condición con su mujer, la infanta Cristina— y, si la justicia no tuviese ojos, anteojos, binoculares y largavistas, cabía la posibilidad de que acabara en la cárcel. De ahí que el espectáculo de la comparecencia del duque ante un juez fuera el inicio del declive de la imagen de su suegro.

Todo lo que vino después no sería más que una colección de antimedallas colgadas en el pecho del rey por parte de la misma opinión pública que antes agradecía sus artes de lobbysta oficial y celebraba por lo bajo sus andanzas de monarca travieso y campechano. Al Caso Urdangarin siguió la noticia de que se había roto la cadera cazando elefantes en África en plena recesión económica. Casi en paralelo empezaron a crecer las sospechas de que su hija Cristina podía ser más que una simple testigo inocente/inconsciente de las actividades de su marido. Y a continuación apareció un hombre reclamando ser hijo “ilegítimo” del rey y, más recientemente, otra hija ídem, que Juan Carlos de Borbón ha insistido en negar como suyos.

Lo mejor que han hecho siempre los monarcas frente el riesgo de una caída libre ha sido saltar. El 17 de junio del año pasado, concidiendo con el 83 aniversario de la plaza de toros de Las Ventas, Juan Carlos I de España anunció su abdicación.

Pese a todo, Miguel Roig me dijo aquella vez que, en su opinión, el problema de imagen que enfrentaba el rey no se debía tanto al escándalo provocado por su yerno “en un país con un mapa de corrupción cada vez más extendido como España”, sino que el Caso Urdangarin ponía a la gente a mirar hacia un lugar al que hasta entonces no había mirado o había mirado muy poco o simplemente no había querido mirar: las finanzas de la Corona y, en particular, las finanzas del rey.

—¿Sabes por qué nadie habla del dinero de la Familia Real? ­—me preguntó Roig por teléfono—. Si te fijas, una de las razones por la que cuesta materializar el dinero del rey es porque el rey es el dinero. Lo era en las monedas de 50 y 100 pesetas, y lo sigue siendo ahora en las monedas de uno y dos euros. Cuando se mira un euro, puede que se vea al rey, pero cuando el rey aparece públicamente, nadie ve el dinero.

Todo esto me viene a la memoria tras leer la larga entrevista con Diego Torres —socio de Iñaki Urdangarin y de la infanta Cristina en el Instituto Nóos— que Lourdes Garzón y Eva Lamarca acaban de publicar en el último número de Vanity Fair. En ella Torres repite proposiciones tan poco creíbles como que es inocente y reivindica la transparencia de sus negocios por los que se enfrenta hoy a más de 16 años de cárcel. Pero lo más llamativo es que, como lo ha venido haciendo a lo largo del juicio, deja caer acusaciones a cuentagotas con la intención de salpicar al exrey, a su hija Cristina y a Carlos García Revenga, secretario de ésta y de sus hermanas en la Casa Real.

En un momento, las periodistas le preguntan:

—Así que, según usted, ¿la relación con la Casa Real era totalmente irrelevante?

Y Torres responde:

—Iñaki era un paquete: los conocimientos deportivos, los contactos… ¿Cómo puedes valorar qué parte viene del mundo del deporte y qué parte viene porque es de la Casa Real? Es muy difícil…

—Quizá por eso —insisten ellas— se pide a los miembros de la Familia Real que no tengan negocios privados.

—¡Pues que le hubieran dicho que no podía trabajar! ¡Y al pobre Iñaki le hubieran hecho un gran favor! ¡Pero es que le dijeron que sí, nos lo supervisaron, nos dijeron que estaba todo perfecto! Y ahora, ¿nos lavamos las manos?

Torres insiste en que la Casa Real no sólo inspeccionaba los negocios del Instituto Nóos, sino que el propio rey Juan Carlos sabía de ellos y participaba de algunas de sus gestiones:

—Sí hay correos directos al rey Juan Carlos sobre el Valencia Summit. Aunque de la mayoría de las cosas se informaba verbalmente. Iñaki, la infanta y García Revenga informaban al rey, aunque yo no estoy en esas comunicaciones. Yo me reunía cada poco tiempo con Iñaki y Carlos García Revenga y le contábamos proyectos como el Valencia Summit o Illes Balears Fòrum, con el dinero que nos iban a dar, todo… Y él daba su opinión y decidía. A veces esas reuniones eran con la infanta. Sé que de vez en cuando, no conozco la frecuencia, tenían reuniones con el rey. Y, tal y como he demostrado con algunos correos, el rey hacía gestiones para conseguir patrocinios o para que viniera una personalidad al Valencia Summit […]

Según él, el ejemplo más detallado de la colaboración del rey con los negocios de Nóos es un email fechado el 12 de octubre de 2007, tras el desfile militar. Urdangarin le escribe a Torres cerca de la medianoche: “Diego, a ver si hablamos mañana porque es importante. SM [Su Majestad] me ha comentado un posible patrocinador importante y al irme el domingo quiero dejarlo en tus manos bien atado. Sé que es sábado, pero será sólo un minuto”. De acuerdo con el texto que apostilla la entrevista, el patrocinador en cuestión era el rey de Arabia Saudí, Abdalá bin Abdelaziz, amigo del rey. El monto pactado, 110 millones de euros. Y el proyecto que al que se iba a destinar ese dinero (que finalmente no se concretó), llamado Ayre, era un nuevo equipo de vela para la Copa América.

Torres se lo cuenta así a Garzón y Lamarca:

—Ayre es un magnífico ejemplo de cómo la Familia Real conocía y apoyaba proyectos en los que estaba involucrado Iñaki Urdangarin. El entonces príncipe Felipe presidía el proyecto, la infanta Cristina asesoraba en un área y la infanta Elena en otra. Revenga estaba involucrado en el tema y el rey Juan Carlos hacía gestiones para conseguir 110 millones de euros. Nunca hablamos de retribuciones económicas […]

No sigo. Lean el último número de Vanity Fair y saquen sus conclusiones de la entrevista firmada por Lourdes Garzón y Eva Lamarca (por cierto, la primera es la directora de la revista, y la segunda, coautora de otro reportaje memorable sobre la Familia Real publicado en marzo de 2010: Cita en Palacio… con los príncipes de Asturias, actuales reyes de España). Para los fans de Christopher Hitchens —de quien se acaban de cumplir tres años de su muerte— es también una forma de rendirle un homenaje, puesto que VF es la cabecera en la que firmó sus más turbadores trabajos periodísticos.

En fin, no sigo (bis). La entrevista con Torres, al margen de que deba ser leída con suspicacia, como un/otro intento de chantaje a la Casa Real con la intención de negociar una rebaja en su condena, no deja de ser una muestra más de que allí donde está el exrey Juan Carlos parece estar también el dinero —como una pista que hay que seguir, enseñanza aprendida desde Watergate—. Tal vez, como dice Miguel Roig, porque él es y ha sido siempre el dinero: el que llevamos en los bolsillos y, ay, el que pagamos todos en forma de impuestos. Por eso a lo mejor ya va siendo hora de refutar al ensayista argentino y de que exijamos que las finanzas del funcionario público mejor pagado de España estén tan claras como las de todo el mundo.