Contenido

Las madres escondidas

Sobre el retrato fotográfico y la mirada - o el ojo - como objeto

Mi primera reacción al ver estas fotos fue pensar que se trataba de mujeres musulmanas que no querían ser retratadas. Me vino a la cabeza la película de Harun Farocki Bilder der Welt und Inschrift des Krieges (Imágenes del mundo y epitafios de guerra, 1989), en que se comentan las primeras fotografías sin velo hechas a unas mujeres argelinas musulmanas y bereberes. 

Modo lectura

Mientras vemos una mano pasando la hojas del catálogo de fotos, la voz dice: “¿Cómo ponerse delante de una cámara? El horror de ser fotografiado por primera vez. En 1960, en Argelia se fotografía a las mujeres por primera vez. Les han de dar un carnet de identidad. Caras que hasta entonces habían llevado un velo. Sólo los más íntimos habían visto a estas mujeres sin el velo, los familiares y los de casa. Cuando se mira la cara de una persona cercana, uno también aporta algo del pasado compartido. La fotografía captura ese momento que representa un corte entre el pasado y el futuro. (...) El velo cubre la boca, la nariz y las mejillas y deja al descubierto los ojos. Los ojos deben estar acostumbrados a las miradas extrañas, pero la boca no puede acostumbrarse a ser mirada”. En diez días Marc Garanger, un soldado francés de 25 años, hizo unos 2.000 retratos a mujeres que no tenían otra elección, cuya única manera de protestar era la expresión de su cara. 

En estos tiempos de renovadas idolatrías e iconoclastias, de impudicias enfermizas y secretos revelados, es lógico que estas imágenes de mujeres escondidas evoquen en el espectador incauto ciertos asuntos: no querer retratarse, el derecho a no ser retratado, no querer que te pueda ver cualquiera, que cualquiera se haga, necesariamente, una falsa imagen de ti. Pero por poco que uno se fije, en seguida ve cosas que no cuadran con esa primera impresión: la ropa, el atrezzo y, sobre todo, ¿a santo de qué estarían delante del objetivo (aunque escondidas) si no querían salir en la foto? 

En realidad estas imágenes tan misteriosas son retratos de estudio de niños de la época victoriana y pertenecen a la colección de la artista Linda Fregni Nagler, que las expuso en un cuidado montaje en la 55 Bienal de Venecia. El largo tiempo de exposición que exigía la fotografía a mediados del siglo XIX obligaba al modelo a quedarse inmóvil durante unos 30 segundos y, como a un niño pequeño es muy difícil tenerlo completamente quieto durante tanto rato, se pedía a las madres (o amas de cría) que se escondieran cerca de ellos para tranquilizarlos. En aquellos tiempos la de fotógrafo se convirtió en una de las pocas profesiones consideradas respetables para las mujeres de clase media que querían o necesitaban trabajar. Había fotógrafos especializados en retratos de niños y viejos; estos también resultaban a veces complicados de fotografiar por sus posibles temblores o mal humor. Algunos estudios usaban animalillos para distraer a los niños, o incluso pequeñas dosis de opio para tenerlos adormecidos durante la sesión y conseguir así los segundos de inmovilidad que exigía la toma. Aunque ahora ese tiempo de exposición nos parezca una eternidad, en aquella época estar 30 segundos quieto debía de parecer casi nada comparado con las horas, los días de posado necesarios para que un pintor le hiciera a uno un retrato decente, además de la gran diferencia de precio. Es gracioso pensar que en el posado para un cuadro, mientras el retratado debe mantenerse todo lo quieto que le sea posible, el pintor despliega una actividad frenética; por momentos es la viva imagen de la inquietud. Como dice Paul Valéry, “el rostro del que crea trabaja singularmente”.

(Con los retratos en 3D vuelve a suceder que el modelo ha de estar, al menos unos segundos, absolutamente quieto. Al parecer Obama ha sido el primer presidente escaneado oficialmente en tres dimensiones. Las mascarillas funerarias, técnica conocida en el Egipto de los faraones y en la antigua Roma, ya eran una copia exacta, un retrato en 3D a tamaño natural, aunque con los ojos cerrados.)

Así, una mera exigencia técnica produjo estas fotos tan misteriosas de madres o criadas escondidas que, dentro de su uniformidad temática, ofrecen variados matices que van de lo siniestro a lo cómico. Algunos las han visto, lógicamente, como representaciones involuntarias del ninguneo que han sufrido las mujeres durante todos estos siglos. Recordemos también que estos eran niños burgueses cuya vida tenía poco que ver con la de los niños trabajadores de la revolución industrial que construyeron desde dentro el Imperio Británico.

Cuando Sacha Guitry fue a visitar con su cámara de cine a Auguste Rodin a su estudio del Hotel Biron, el escultor creía que se trataba de una cámara de fotos y, en la película, Rodin se planta de vez en cuando mirando a cámara para que Guitry le pueda hacer los retratos que cree que ha venido a hacerle. La abuela de un amigo mío aparecía siempre quieta ante la cámara en sus películas familiares de súper 8 de los años setenta, por el mismo motivo, por confundir el cine con la fotografía. Raúl Alaejos guarda en algún disco duro su proyecto de decenas de retratos en vídeo hechos a gentes que creían que les iba a hacer una fotografía. Los vídeos terminan cuando el retratado pierde la paciencia o descubre que hay algo de broma en la invitación de Alaejos. La serie es un estupendo estudio sobre la expresión con que a la gente le gusta aparecer en las fotos y, al mismo tiempo, sobre la paciencia. Experimentos como los de Guitry y Alaejos se pueden hacer sólo en ciertos momentos de transición técnica, cuando no todo el mundo está enterado de determinada innovación.

Puede verse en YouTube el reportaje frívolo de la British Pathé titulado Girls With Sexy Eyes - 1958 Holiday Camp Contest!, de la misma época que las fotos de mujeres argelinas que comenta Farocki. Unas chicas inglesas se presentan a un concurso en que se elige la mirada más bella. Para que el jurado no pueda sentirse influido en su decisión por otras partes atractivas de las muchachas concursantes, éstas llevan un velo que les tapa boca y nariz y se asoman, como caballos en un establo, por unos teatrillos que impiden verles el resto del cuerpo y la figura. Se trata del famoso troceamiento del cuerpo de la mujer, acompañado hoy por la extrema fragmentación de los discursos y las imágenes que nos venden. Quizá ya sea esa la única manera como sabemos pensar. (Hay vídeos en internet sobre cómo se fabrican a medida los ojos de cristal. También me acuerdo del conseller Puig —arrancaojos lo llamaban— como si fuera un personaje de cuento de terror. Y ahí sigue, de consejero de un Poder de lo más siniestro). En un momento dado el locutor suelta: “Quizá es por el velo que las mujeres orientales son tan... misteriosas”. 

La vista es una de nuestras ventanas al mundo, para muchos la principal, pero la mirada también es espejo del alma, una ventana hacia el interior. Los ojos son la parte del cuerpo que más matices puede comunicar en silencio, más que la boca callada (boca por la que hablamos, bebemos, comemos, o con la que besamos, chupamos, mordemos... que no es poco). Por la boca se produce nuestro primer contacto íntimo con el mundo exterior; los bebés se lo llevan todo a la boca. Con el tiempo ésta va siendo reprimida y ganan importancia los ojos, la mirada, la vista. Se dice que se puede adivinar por la mirada de alguien si miente o no. “Dímelo mirándome a los ojos”, dice la amante a su amado cuando sospecha que le está mintiendo. Cuanto más se conoce a alguien, mejor se sabe interpretar su mirada. (Me hablaba un especialista en 3D de la dificultad de recrear los ojos de forma hiperrealista, de que expresen todo lo que la mirada natural expresa, y de la importancia clave de la mirada para la impresión de realismo de cualquier figura virtual). 

Sócrates dice en el Alcibíades que un ojo que quiere verse a sí mismo debe mirarse en otro ojo, precisamente en esa parte del ojo (la pupila) donde reside toda su virtud, la vista. A finales del siglo XVIII empezaron a hacerse en Inglaterra unos broches con pinturas en miniatura de ojos de amantes, normalmente acuarelas pintadas sobre marfil, a menudo enmarcadas con perlas. Esta moda, con sus artistas y mercaderes, se extendió por toda Europa a mediados del siguiente siglo. En aquellos tiempos se pintaba el ojo por razones de intimidad (para verse en el ojo del otro) y, en algunos casos, para preservar el anonimato del amante. Irónicamente, el escaneo del ojo (o de la retina) se utiliza hoy como sofisticada prueba de identificación.

Bitter Lake, el último trabajo del realizador británico Adam Curtis, recoge las imágenes de un soldado occidental escaneando la retina de un hombre afgano. Es la moderna manera que tiene el Estado de fichar a la población sobre la que impone sus apisonadoras técnicas y culturales. Acercarse así a la mirada del otro o, mejor dicho, a su ojo como objeto tiene sin duda algo de pornográfico, como si fuera el contraplano de los exagerados acercamientos a los genitales del cine porno. El mercado ya ofrece teléfonos móviles con tecnología capaz de escanear la retina, juguetes para hacerse un selfie del ojo. Quizá en eso se basen las claves de acceso a los aparatos del futuro. Por cierto, se insiste mucho en el mito de que la mayoría de los avances tecnológicos vienen del mundo militar, empezando por internet, como si se los debiéramos directa o indirectamente a ellos, como si les tuviéramos que estar agradecidos. Y como si las cosas no hubieran podido irnos mejor si el acicate para el conocimiento tecnológico hubiera sido otro que el de matar, torturar o espiar cada vez más eficientemente. Hoy en día la industria del entretenimiento tiene tantos puntos de contacto con la militar como la del crimen organizado. Se trata siempre de juguetes de guerra... Habría que darles de comer aparte.

Quizá estamos en una época de regresión intelectual que nos llevará de vuelta a un estado simiesco (con el perdón de los monos), pero esta vez acompañado por todos los aparatos idiotas y destructivos que hemos ido inventando en estas últimas décadas, incluida la televisión. Aunque en algunas cosas concretas sí se progresa, a ratos. El papel de la madre fotógrafo, sobre todo de sus hijos, ha aparecido hace relativamente poco tiempo, con la llamada democratización tecnológica. Antes, cuando yo era niño, las cámaras de fotos y de súper 8 eran cosa claramente masculina, en concreto de mi tío Joaquín, que no dejaba que nadie de la familia, y mucho menos una mujer, tocara sus cámaras y proyectores. ¿Es eso un gran progreso? Al menos ahora ha podido florecer cierta mirada femenina sobre el mundo que antes simplemente no existía. Eso ha de afectar sin duda la visión general de la realidad.

Ya es habitual señalar que muchas de las imágenes más emblemáticas de las últimas guerras y catástrofes no han sido tomadas por periodistas profesionales. Algunas de ellas han sido encontradas o robadas. Es el caso de unas fotos recuperadas en Kandahar por Thomas Dworzak, fotógrafo de la Magnum que trabajó en Afganistán entre 2001 y 2002. Cierta interpretación del Corán prohíbe la representación de todo bicho viviente, especialmente del bípedo implume. A partir de mediados de los años noventa, en las zonas controladas por los afganos toda fotografía estaba prohibida, a excepción de las de algunos estudios locales que las hacían para documentos gubernamentales y pasaportes. En esas fotos, recogidas por Dworzak del estudio de un afgano llamado Said Kamal que hizo y retocó algunas de las fotos, se ve a los talibanes antes de ir al frente (hoy quizá estén todos muertos) posando en un alegre decorado, con armas y flores, a veces en actitudes cariñosas. Nada que ver con la imagen que se nos ha dado en Occidente de los terroristas más temidos durante años. 

Porque en la llamada sociedad de la imagen, quien no tiene imagen no existe... o apenas, y eso pesa mucho, también sobre la gente que no quiere saber nada de imágenes, que desconfía de ellas, incluida la propia. Como si no haciéndonos un retrato nos perdiéramos algo muy bueno. Sabemos que también hay imágenes que lo pueden perseguir a uno toda la vida, retratos que uno desearía no haberse dejado hacer nunca, los de Abu Ghraib serían un buen ejemplo. Se dice a menudo que “una imagen vale más que mil palabras”, pero no hay imagen que diga esto tan simple de manera tan sencilla... y aquello de lo que no se habla tampoco existe. No hace mucho, Adam Curtis llamaba la atención sobre el silenciado papel de los kurdos en la actual guerra de Siria. Explicaba que los kurdos quieren crear una sociedad basada en las ideas de Murray Bookchin, un pensador revolucionario americano hoy olvidado. Teorías sociales recuperadas por Abdullah Ocalan, líder del grupo revolucionario PKK, actualmente en prisión, que preconizan un mundo sin jerarquías, sin sistemas que ejerzan el poder y el control sobre los individuos. Los kurdos de Kobane, asediados por las tropas del llamado Estado Islámico, quieren construir un prototipo de esa sociedad y son la única alternativa respetuosa con todas las religiones y laica de la zona. Curtis escribía en su blog: “Los kurdos siempre lo han pasado muy mal. Fueron reprimidos por el imperio otomano. Más tarde, al final de la primera guerra mundial, se les prometió un territorio, pero el nuevo estado turco se negó a darles tierra. Mientras tanto, los británicos creaban el nuevo estado de Irak y enviaban la aviación para someter a los kurdos a base de bombas. Winston Churchill −que era el secretario de guerra en ese momento− declaró que debían ser gaseados. Dijo: “Estoy muy a favor de utilizar gas venenoso contra las tribus no civilizadas”. Pero el gobierno británico pensó que no era una buena idea. Los kurdos tendrían que esperar a Saddam Hussein —que también estaba a favor de utilizar gas venenoso—. Eso decía el mismo Churchill que citan como lectura preferida muchos políticos y periodistas españoles de derechas. Perdónalos, señor, porque no saben lo que hacen

Félix Pérez-Hita

Félix Pérez-Hita (1967) es licenciado en Historia del Arte. Realizador, guionista y editor de vídeo. Actualmente dirige con Andrés Hispano el proyecto  Pantallas CCCB, continuación en Internet del programa Soy Cámara (CCCB-TVE2). Ejerce de crítico cultural cuando y donde le dejan.