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Yo ya les he retirado la palabra

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Sé de muchos famosos de los que preferiría no saber nada: políticos, deportistos, artistos, cocineros, escritores, cantantes, modelos, meros guapos o ricos, etc. De la misma manera, me suenan las caras y las voces de los locutores que se ganan la vida informándonos puntualmente de sus vidas y milagros. Es decir, por culpa de los medios de comunión de masas1  se hace muy difícil no toparse a cada paso con tipas y personajones de esos, y casi imposible mirar para otro lado. Tampoco puedo hacer gran cosa para que, una vez “conocidos”, en la inmensa mayoría de los casos me parezca detestable el trabajo que hacen y lo que representan. Porque toda esa gente a la que conozco sin querer, que se me impone por los medios, parece dar por sentadas (¡y hasta por buenas!) cosas que a mí me resultan descaradamente malas, por ejemplo: la cultura del trabajo, el deporte y la competición, la prepotencia de lo joven y de lo que ellos llaman Belleza, la importancia de los políticos y la necesidad de mantenerse informados de lo que dicen y hacen. Muchas veces, esos famosos simplemente tienen una actitud y una manera de hablar que, de entrada, me echa patrás. Preferiría que su presencia no poblara mi cabeza de fantasmas, gritos y guarrerías... pero poco puedo hacer.

“En vez de multiplicar la presencia en el mundo de los que lo apestan y están llevándolo a la ruina, lo que quizá convendría es procurar ignorarlos despiadadamente, hacer y vivir como si no existieran”

A Andrés Rábago (más conocido como El Roto, persona y artista a quien respeto y quiero) le preguntaron una vez por qué no dibujaba y criticaba a personajes concretos de la política, el arte o la televisión, a lo que él contestó algo así como que no quería pasar unas horas de su vida dibujando la cara de alguien que le repugnaba (no recuerdo si utilizó ese verbo o si dijo “que me produce rechazo”, o “que me da asco”). Además, criticar a personajes conocidos, dijo, es  multiplicar su imagen en el mundo, contribuyendo a distraer de lo fundamental, porque nuestra lucha ha de ser contra las ideas, no contra las personas concretas. Nuestro trabajo debe denunciar una Realidad que está creada por los medios cada día, que es ideal, pero que nos venden como la única posible, como si fuera algo natural.

En vez de multiplicar la presencia en el mundo de los que lo apestan y están llevándolo a la ruina, lo que quizá convendría es procurar ignorarlos despiadadamente, hacer y vivir como si no existieran. Pero ya hemos dicho que todas esas caras y voces se nos imponen como la Realidad, al menos a los que todavía queremos estar en cierto contacto con los demás. Se nos obliga a esa Realidad como a una locura de la que no podemos salir, una locura que nos arrastra, con la masa de nuestros familiares, amigos y conocidos.

En la sesión del día 4 de abril de 2007 de la tertulia del Ateneo de Madrid, se intentaba ver “hasta qué punto es evidente la condición de loco, trastornado, esquizofrénico y paranoico que podemos con alguna buena razón atribuirle al Mundo normal”, y se jugaba entre todos  a comparar las “diferentes formas de locura que la Medicina y la Sociedad tienen organizadas, más o menos dudosamente, con los trastornos del Mundo, la locura de la Realidad”, en aquella memorable sesión, Agustín García Calvo decía:

“Una cosa muy típica de las manías, paranoias más o menos esquizofrénicas, es que el enfermo, delante de la televisión sobre todo, se cree que le están hablando a él, que los que salen en la televisión le están hablando a él, se dirigen a él personalmente, le comunican mensajes, en ocasiones le comunican amenaza de fusilamiento a la mañana siguiente, o cualquier cosa por el estilo -casos con los cuales me encontré también una y otra vez. [...] Y esto se les deja, se les atribuye a los enfermos reconocidos, pero vamos, no hace falta mucho para darse cuenta de qué se trata, para fijarse un poco en los televidentes normales, los corrientes, su atención a aquello. Están viendo el Mundo, están viendo la Realidad. Pero un loco ve la Realidad siempre, el loco está en principio convencido de que lo que él está viendo es todo ello real, […] igual que los televidentes normales.”2

Así es, el mundo que llaman normal está loco perdido, es demencial.

Y volviendo a los famosos del principio, ya habrán adivinado que yo no les pediría precisamente un autógrafo si me cruzara con alguno de ellos por la calle. Tampoco les insultaría. Esta carta abierta es para que sepan que yo, al menos, ya les he retirado el saludo y la palabra mucho antes de conocerlos en persona. Y confío en que otros muchos hayan hecho lo mismo, asqueados de la imbecilidad general y ñoña de la Realidad que se nos quiere hacer creer por todos los medios que es el mundo y la vida.

Imagen: Fotografía de Andrea Pérez-Hita

 

[1] Medios de COMUNIÓN de masas. No es una errata. Tomo prestada la expresión de Luis Andrés Bredlow. En cierto sentido, los telediarios y la televisión cumplen las funciones de la misa de los pueblos de antes de la televisión.

[2] Debemos la amable transcripción de esas tertulias a Teresa Rodríguez Vázquez y a Javier Hebrero Delgado. En el Baúl de Trompetillas, mantenido por Javier Sanmartín, encontrarán gratis esas transcripciones y otras muchas cosas de valor: http://bauldetrompetillas.es