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"Riéndonos de La sombra del viento"
A propósito de un vídeo de crítica literaria
“La comedia –escribió Lichtenberg– no mejora las cosas de inmediato, tal vez tampoco la sátira; quiero decir que no eliminan el vicio que ridiculizan, sin embargo amplían nuestro horizonte, multiplican los puntos cardinales con los que nos podemos orientar deprisa en todos los sucesos de la vida”1.
Las buenas sátiras y las buenas críticas humorísticas son como atajos que nos ahorran tiempo y trabajo inútil y nos sirven, a veces, de espejo para detectar los propios defectos. La lúcida elocuencia de algunos críticos nos ayuda a ver sin máscara a ciertos farsantes y estafadores, o a ver los puntos débiles de aquellos a quienes admiramos, o los nuestros. El satírico ha de ser más inteligente que sus víctimas, si es que quiere abrirles también a ellos los ojos, y para eso conviene que sea un poco artista. Recordemos todo el humor cruel que hay en el Quijote, o el gusto que tenía el teatro isabelino por el arte del insulto por el insulto mismo.
En el documental Fellini: Soy un gran mentiroso (Damian Pettigrew, 2002), el director italiano sentencia: “Psicológicamente el artista es un transgresor, es alguien que tiene la necesidad infantil (“bambinesca”) de transgredir. Y para transgredir hacen falta padres, un presidente, el cura, la policía, etc.”
Hemos de atrevernos a hacer críticas despiadadas, transgresoras, aunque no tengamos vocación de artista, y sin olvidar nunca que el enemigo público número uno es uno mismo, y cada uno ha que procurar ser su primer crítico inmisericorde. Para satirizar también hay que tener algo de moralista. Sospecho que algunos no se atreven a emitir públicamente juicios de valor sobre los demás por miedo a que, como por venganza, los juzguen a ellos después. Lichtenberg aduce que el origen lógico de la sátira es la venganza personal:
“Sin duda la primera sátira fue hecha por venganza. Utilizarla para el mejoramiento del prójimo, contra los vicios y no contra los viciosos, es ya un pensamiento domesticado, enfriado, deglutido.”
El que se huya a veces de los nombres concretos se debe, entre otros motivos, a la voluntad de no hacer pensar que los defectos que se denuncian son sólo de tal o cual autor, de hacer la sátira más perdurable y universal. Pero hay que reconocer que algunos personajes sintetizan demasiado bien ciertas idioteces típicas de su época, son ejemplos paradigmáticos de defectos que, sin duda, comparten con otros muchos, pero que ellos representan muy bien, como “hechos a propósito”, como por alegoría. “El arte se conforma con un presente que se sabe superior a la eternidad.” (Karl Kraus).
Vayamos al ejemplo que me gustaría que vieran. Se trata de un tipo de crítica jocosa que se habrá practicado desde siempre en la intimidad pero que, como sucede con tantas otras cosas, las nuevas tecnologías han contribuido a sacar a la luz pública, y en este caso, creo, conservando mucha de su frescura. El título del vídeo no se anda con disimulos: Riéndonos de La sombra del viento, del plasta de Zafón.
¡Qué sencillo y qué elocuente! Animamos a los lectores hartos de las imposiciones del mercado a inaugurar un vídeoblog que tome como ejemplo esta lectura de los amigos del proyecto Seléucida2.
Este año, en Barcelona, algunos tuvieron incluso ganas de comerse con patatas, dentro del ciclo titulado (¡no se lo pierdan!) “Los imprescindibles del Palau de la Música”, una suite sinfónica titulada La sombra del viento (claro), también del polifacético Zafón. Porque los malos artistas superventas no serían nada sin su público, que los apoya y alienta. Compartirán la vergüenza con que cargará su época.
Las víctimas de una sátira o burla inteligentes deberían ser los primeros agradecidos, porque está bien que alguien los desengañe cuando todavía pueden enmendarse y no pasar a la posteridad haciendo un ridículo eterno. Es bueno que vean claro por qué se ríe de ellos la gente a sus espaldas. Estos escritores desilusionados por ciertas críticas despiadadas encontrarían también consuelo y buen ejemplo en Lichtenberg:
“A lo largo de mi vida me han otorgado tantos honores inmerecidos que bien podría permitirme alguna crítica inmerecida.”
Se nos reprochará quizá que somos injustos con estos artistas, que somos nosotros los que no ponemos el oído adecuado a la calidad y la intención de esas obras; que esa novela y su música están hechas a medida del poco gusto de su público, y que no se debe escuchar música disco, por ejemplo, con la misma atención tensa con que un oído preparado escucharía una sinfonía de Beethoven. Sí, pero no podemos dejar de sentir que no se trata sólo de mal gusto. Se puede demostrar por qué un libro es malo, está mal escrito, mal pensado. Se trata de estupidez, de pedantería, de mentira, de crimen organizado. Se está engañando y embruteciendo a la gente.
Florecen las universidades privadas mientras dejan que se marchite la pública. Siguiendo el ejemplo norteamericano, algunas universidades europeas ya empiezan a invitar a autores cuyo principal (y quizá único) mérito es el de haber vendido millones de ejemplares de sus obras. Nos quieren hacer creer que el que gana más dinero tiene más razón, en todos los demás aspectos de la vida. Nos quieren imponer esa realidad mediante la amenaza de los números, porque, como decía mi maestro, los números acojonan mucho, y mucha gente todavía se cree aquel eslogan que decía: “Millones de bocas no pueden estar equivocadas”. Pues sí, lo están, y por desgracia demasiado a menudo.
1. Georg Christoph Lichtenberg (1742-1799): Aforismos, México, FCE, 2012. Traducción de Juan Villoro.
2. Quien quiera profundizar en por qué la de Zafón es una mala novela puede leer este excelente artículo que publicó en su blog el autor del vídeo: “Qué es una mala novela y por qué”.
Imágenes: La burla del tiempo, caricatura-collage de Félix Pérez-Hita y fotogramas del vídeo Riéndonos de La sombra del viento, del plasta de Zafón
"Riéndonos de La sombra del viento"
“La comedia –escribió Lichtenberg– no mejora las cosas de inmediato, tal vez tampoco la sátira; quiero decir que no eliminan el vicio que ridiculizan, sin embargo amplían nuestro horizonte, multiplican los puntos cardinales con los que nos podemos orientar deprisa en todos los sucesos de la vida”1.
Las buenas sátiras y las buenas críticas humorísticas son como atajos que nos ahorran tiempo y trabajo inútil y nos sirven, a veces, de espejo para detectar los propios defectos. La lúcida elocuencia de algunos críticos nos ayuda a ver sin máscara a ciertos farsantes y estafadores, o a ver los puntos débiles de aquellos a quienes admiramos, o los nuestros. El satírico ha de ser más inteligente que sus víctimas, si es que quiere abrirles también a ellos los ojos, y para eso conviene que sea un poco artista. Recordemos todo el humor cruel que hay en el Quijote, o el gusto que tenía el teatro isabelino por el arte del insulto por el insulto mismo.
En el documental Fellini: Soy un gran mentiroso (Damian Pettigrew, 2002), el director italiano sentencia: “Psicológicamente el artista es un transgresor, es alguien que tiene la necesidad infantil (“bambinesca”) de transgredir. Y para transgredir hacen falta padres, un presidente, el cura, la policía, etc.”
Hemos de atrevernos a hacer críticas despiadadas, transgresoras, aunque no tengamos vocación de artista, y sin olvidar nunca que el enemigo público número uno es uno mismo, y cada uno ha que procurar ser su primer crítico inmisericorde. Para satirizar también hay que tener algo de moralista. Sospecho que algunos no se atreven a emitir públicamente juicios de valor sobre los demás por miedo a que, como por venganza, los juzguen a ellos después. Lichtenberg aduce que el origen lógico de la sátira es la venganza personal:
“Sin duda la primera sátira fue hecha por venganza. Utilizarla para el mejoramiento del prójimo, contra los vicios y no contra los viciosos, es ya un pensamiento domesticado, enfriado, deglutido.”
El que se huya a veces de los nombres concretos se debe, entre otros motivos, a la voluntad de no hacer pensar que los defectos que se denuncian son sólo de tal o cual autor, de hacer la sátira más perdurable y universal. Pero hay que reconocer que algunos personajes sintetizan demasiado bien ciertas idioteces típicas de su época, son ejemplos paradigmáticos de defectos que, sin duda, comparten con otros muchos, pero que ellos representan muy bien, como “hechos a propósito”, como por alegoría. “El arte se conforma con un presente que se sabe superior a la eternidad.” (Karl Kraus).
Vayamos al ejemplo que me gustaría que vieran. Se trata de un tipo de crítica jocosa que se habrá practicado desde siempre en la intimidad pero que, como sucede con tantas otras cosas, las nuevas tecnologías han contribuido a sacar a la luz pública, y en este caso, creo, conservando mucha de su frescura. El título del vídeo no se anda con disimulos: Riéndonos de La sombra del viento, del plasta de Zafón.
¡Qué sencillo y qué elocuente! Animamos a los lectores hartos de las imposiciones del mercado a inaugurar un vídeoblog que tome como ejemplo esta lectura de los amigos del proyecto Seléucida2.
Este año, en Barcelona, algunos tuvieron incluso ganas de comerse con patatas, dentro del ciclo titulado (¡no se lo pierdan!) “Los imprescindibles del Palau de la Música”, una suite sinfónica titulada La sombra del viento (claro), también del polifacético Zafón. Porque los malos artistas superventas no serían nada sin su público, que los apoya y alienta. Compartirán la vergüenza con que cargará su época.
Las víctimas de una sátira o burla inteligentes deberían ser los primeros agradecidos, porque está bien que alguien los desengañe cuando todavía pueden enmendarse y no pasar a la posteridad haciendo un ridículo eterno. Es bueno que vean claro por qué se ríe de ellos la gente a sus espaldas. Estos escritores desilusionados por ciertas críticas despiadadas encontrarían también consuelo y buen ejemplo en Lichtenberg:
“A lo largo de mi vida me han otorgado tantos honores inmerecidos que bien podría permitirme alguna crítica inmerecida.”
Se nos reprochará quizá que somos injustos con estos artistas, que somos nosotros los que no ponemos el oído adecuado a la calidad y la intención de esas obras; que esa novela y su música están hechas a medida del poco gusto de su público, y que no se debe escuchar música disco, por ejemplo, con la misma atención tensa con que un oído preparado escucharía una sinfonía de Beethoven. Sí, pero no podemos dejar de sentir que no se trata sólo de mal gusto. Se puede demostrar por qué un libro es malo, está mal escrito, mal pensado. Se trata de estupidez, de pedantería, de mentira, de crimen organizado. Se está engañando y embruteciendo a la gente.
Florecen las universidades privadas mientras dejan que se marchite la pública. Siguiendo el ejemplo norteamericano, algunas universidades europeas ya empiezan a invitar a autores cuyo principal (y quizá único) mérito es el de haber vendido millones de ejemplares de sus obras. Nos quieren hacer creer que el que gana más dinero tiene más razón, en todos los demás aspectos de la vida. Nos quieren imponer esa realidad mediante la amenaza de los números, porque, como decía mi maestro, los números acojonan mucho, y mucha gente todavía se cree aquel eslogan que decía: “Millones de bocas no pueden estar equivocadas”. Pues sí, lo están, y por desgracia demasiado a menudo.
1. Georg Christoph Lichtenberg (1742-1799): Aforismos, México, FCE, 2012. Traducción de Juan Villoro.
2. Quien quiera profundizar en por qué la de Zafón es una mala novela puede leer este excelente artículo que publicó en su blog el autor del vídeo: “Qué es una mala novela y por qué”.
Imágenes: La burla del tiempo, caricatura-collage de Félix Pérez-Hita y fotogramas del vídeo Riéndonos de La sombra del viento, del plasta de Zafón