Collagedrama
Hay algo en Osvaldo Lamborghini que roza el delirio, así que algunas teníamos ciertas reservas de verlo expuesto, sobre todo cuando sabemos lo depredador que es el Arte, pero en esta exposición ni se intelectualiza la imagen pornográfica (que por defecto es banal) ni se museifica al escritor. A los curiosos: no veréis sus pantuflas, ni la última botella de coñac.
Sí hay un retrato, pero está medio escondido tras una pared. En él vemos a Lamborghini en una cama, su último escenario, rodeado de papeles y libros. Junto a La izquierda y la Constitución, un número de Penthouse. La foto la hizo su compañera, Hanna Muck, cuando vivían en Barcelona, en un piso con las paredes ahumadas por el tabaco y cada vez menos espacio. Se lo iban comiendo los libros, libretas y papeles.
“Starfacce creía que la actividad plástica de Osvaldo era un divertimento entre escrituras, pero eso es porque nunca vio el volumen de su producción”, dice Valentín Roma, comisario de la exposición. En este caso se exhiben un proyecto gráfico concreto (Teatro proletario de cámara), varios collages —todos restaurados e inéditos—, una serie de cuadernos artesanales y otra de libros tuneados. Quienes estén familiarizados con el personaje quizás sientan una ligera decepción con el montaje porque ni es minimalista (como suele ser un museo) ni barroco (como lo era Lamborghini). Se trata de una sala de tamaño medio en la que apenas hay esquinas, el suelo es de moqueta y no faltan bancos. El espacio no te expulsa, más bien te acoge como lo haría ¿un útero? Servido en bandeja, lo que Lamborghini tiene de excesivo se atenúa pero también permite centrarse en los detalles y esto es importante. Disfrutar de los cambios de puntuación, juegos de palabras, el borrado y re-contorneado de imágenes e incluso pausas (espacios en blanco) que figuran insertadas en cada página.
Valentín Roma nos remite a los miniaturistas medievales, lo que de entrada sorprende. Es más, como artista plástico él considera que Lamborghini no encaja en ningún sitio, ni siquiera en la historiografía de los ochenta, que fue cuando el arte empezó a articularse en torno al binomio comercial-antimercado. Descartadas ambas etiquetas, quizás demos con alguna pista en la que fue su biblioteca, ya que como decía en La causa justa: “No leía jamás, pero sus subrayados eran perfectos”. Entre sus libros más gastados figuran dos guiones de Fassbinder en alemán (idioma que no entendía), Escupir a Hegel, una chuchería de William Hogarth, un ensayo de José María Valverde sobre el barroco y dos catálogos de La Caixa sobre la transvanguardia italiana y la nueva pintura alemana (Clemente, Chia, Baselitz, Richter, Blinky Palermo). Sabemos que sus referencias fueron mucho más amplias pero las que ordenó en su estantería bajo el epígrafe ARTE, quedan visiblemente incorporadas en su trazo.
Por otro lado, Lamborghini anticipa cosas que, según Roma, hoy se dan por asimiladas, como esa idea de que la literatura va más allá de la palabra escrita, se expande y vuelve gráfica. El ejemplo más claro sería Teatro proletario de cámara, cuyos originales ocupan gran parte de la muestra. En este libro-objeto hecho de imágenes pornográficas, que corta, redibuja y a las que añade textos, está la huella de esa Barcelona que empezaba a sacar pecho ante las Olimpiadas. Al ver este material hay algo que salta a la vista respecto a los libros, donde la violencia lo empaña todo, y es el sentido del humor. Frente a nosotros, vemos a una suerte de cronista que lo mismo lanza guiños sarcásticos al establishment de entonces (Jordi Pujol, Rubert de Ventós…) como se regocija en el topicazo del catalán rata y escatológico. La frase “La historia no se confiesa ante nadie” hace de Lamborghini un bufón, el problema es que nunca perteneció a la corte. Como dice Roma, como “sudaca” sin papeles y lumpen-escritor se peleó con unos e ignoró a otros.
Además de incorporar la técnica del cómic (¡Marc!) con bastante naturalidad, su obra bebió lo suyo de la cultura del fanzine y la autoedición. Al ver su colección de libretas artesanales es imposible no recordar otra de sus frases insolentes. La que dice “Primero publicar, luego escribir”. Hay una de temática femenina (Agenda de la Mujer) arrasada por sus anotaciones, otras hechas con cartuchos de Camel o forradas a lo carpeta teen. Más excitante es ver su intervención en libros ajenos sobre aviación, novela romántica…, cuyo texto redondeaba seleccionando determinadas sílabas o palabras para formar otras. De hecho, este diálogo entre la palabra ya escrita y la que está por descifrar, nos remite a aquello que le comentó a Aira en una carta sobre la dificultad de escribir: “Grande es la diferencia entre fabricar un crucigrama y resolverlo”. Aquí hay más de un ejemplo.
Por supuesto, su predilección por los residuos culturales incluía las imágenes pornográficas. En este caso, las sacaba de revistas antiguas que su pareja compraba a peso en el mercado de Sant Antoni. Lo que le interesaba, según Roma, era lo anacrónico de la imagen no su contenido excitante. En el notable catálogo que acompaña a la exposición (El sexo que habla), junto a las intervenciones de César Aira, Alan Pauls, Antonio Jiménez Morato y el propio Roma, hay un texto de Paul B. Preciado sobre los pornógrafos encamados con claves muy interesantes al respecto. En sus novelas, sin embargo, lo pornográfico nos remite a una escritura que se consume y despedaza a sí misma, para volver a empezar, sin llegar a asentarse. Como nota final, me hubiera gustado oír a la que fue su compañera. Después de todo, lo que se expone en el MACBA es lo que ella pisaba para ir al baño…, pero otra vez nos quedamos sin saberlo. En su obra Lamborghini incluyó esa provocación: la del género(s) silenciado(s), lo que me lleva a creer que fue lo suficientemente poeta como para entender que la valentía no tiene nada que ver con la testosterona. De ahí que yo entienda todo esto como la expresión de una consciente y desgarradora debilidad. No busquen la paradoja. No la hay.
Andrea Valdés
Andrea Valdés (Barcelona, 1979) es autora de una obra de teatro (Astronaut, Theatre O). Colabora con frecuencia en exposiciones y proyectos de artista y ha publicado en La Vanguardia, Cinemanía y Les Inrockuptibles.