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El atraco como forma de ensayo

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“Para Arlt el dinero es una máquina de producir ficciones, o mejor, es la ficción misma porque siempre desrealiza el mundo: primero, porque para poder tenerlo hay que inventar, falsificar, estafar, hacer ficción y a la vez porque enriquecerse es siempre la ilusión que se construye en todo lo que se podrá tener (...)”                                                   Arlt: La ficción del dinero, R. Piglia.

 

-¿Estás lista?

Es sábado. Son las siete y media de la tarde y me dejo guiar por las estancias de una vieja casa, réplica suburbana de la arquitectura neomudéjar. Recuerdo un patio y varios arcos, las paredes y el suelo gastados, algunas franjas con azulejos, alfombras, muebles y libros pesados, también una chimenea, pero hay tantos rincones que no llegaré a hacerme una idea exacta del espacio. La casa no es de Fernando. Es de una amiga pero él conserva un juego de llaves porque ahí vivió varias temporadas y más de una fiesta. Tras atravesar un pequeño pasadizo que alumbro con mi móvil, entramos en una sala y allá en la penumbra, sobre un piano, me fijo en un cuadro rectangular, no muy grande. Lo ilumina una luz tenue que viene de un foco.

–Ahora ponte aquí– me dice Fernando, cogiéndome por los hombros y atento a mi reacción– Y ahora aquí.

–El cuadro se mueve– digo, y él se ríe– ¡Joder! Se mueve mucho...

Me froto los ojos. Me acerco y me alejo. Es una calle con varias ventanas. Los colores son pálidos como la piedra o el cemento, pero hay una puerta que es roja. Según desde donde la mire, esa puerta se abre. Todo cambia. “¿Dónde está el truco?” pregunto y él deja que lo encuentre al acercarme mucho y forzar mi ángulo de visión. A partir de una distancia, la ilusión se desvanece pero queda la anécdota. El cuadro se llama Pasaje 1950 y lo pintó Fernando Araujo en San Isidro, que es una zona residencial situada al norte de Buenos Aires, a ocho paradas en tren de la estación principal. En ese mismo barrio, que es donde nació, Fernando Araujo y otros seis tipos atracaron una sucursal del Banco Río.

Sucedió a pleno día, un 13 de enero de hace diez años. Tras entrar en el banco y tomar a 23 rehenes, vaciaron 147 cajas de seguridad y se dieron a la fuga con 19 millones de dólares y 80 kilos de joyas, burlando a las fuerzas de élite y sin una sola baja. En la calle aún se recuerda el atraco. La prensa lo bautizó como “el robo del siglo” pero yo le debo la historia a algo que mencionó Fabián Casas. “La virtud que se sabe virtud se anula.” Esta frase aparece en Sin armas ni rencores, donde el periodista Rodolfo Palacios reconstruye y documenta el antes, durante y después del golpe, además de identificar a su principal cerebro: Fernando Araujo.

Debo confesar que lo que me llevó a encontrarme con Araujo fue un efecto o una “deformación” de otras lecturas, quizás no tan accesibles para el gran público,  además de la idea de que este golpe se concibiera desde el principio como un ensayo. O una síntesis de distintos saberes: de la física a las artes marciales, la cultura cannábica y la música punk rock (Calamaro, The Clash, etc.), sólo que en vez de escribirse, se llevó a cabo. Con esto en mente, empecé la entrevista.  

Fernando, para robar un banco imagino que lo primero es saber hacerse la buena pregunta.

Sin duda. Eso es lo más importante. Mucho más que lanzarse a buscar soluciones.

¿Y cuál fue tuya? ¿Dónde?

No, mi pregunta básica fue cuándo. Sólo hay dos opciones: o lo robas cuando está abierto o cuando está cerrado. Con esa disyuntiva empecé a investigar. Cuando está abierto hay que entrar con armas, llegar a la bóveda, que es lo que interesa porque en las cajas de atención al público no es donde está el dinero, sino en las de seguridad y no hay modo de abrirlas en poco tiempo. Necesitás al menos dos horas. Aunque reduzcas e identifiques a los policías, la probabilidad de que en ese rato alguien de a un pulsador oculto y rodeen el banco es altísima.

Lo explicas tal y como sucede en las películas. No me digas que ésa fue tu fuente de información.

No, aunque vi muchas.  Lo que sí te diré es que no podía haber armado este golpe hace veinte años. Hoy no hay nada que no esté en internet. En los mismos comunicados del Banco Central de la República Argentina, que es quien establece los protocolos y las normas mínimas de seguridad, tenés muchos datos. Se describen el grosor de las paredes de la bóveda, el sistema de cerradura y otros detalles. También hay que aclarar que la idea no surgió así como así. La concebí en un estado determinado. Venía de pasar un tiempo encerrado con mi plantación de cannabis y eso influyó seguro.   

¿Es la misma época que la del cuadro?

Sí. Entonces salía con una artista y empezó a interesarme la pintura. Ahí es cuando leí a André Breton y me fascinó esta idea de la fluidez y hacer sin inhibiciones. Se me ocurrió esta técnica en 3D, acrílico y cartón, el Reverstime, aunque no hace mucho descubrí que Patrick Hugues, un artista pop, ya la había desarrollado y encima con un nombre parecido. Ahora voy a perfeccionarla. Entonces la idea del robo se llevó toda mi energía.

¿Y qué pasó con la primera opción?

La descarté porque como te dije la vi complicada. Entonces me puse a investigar en cómo sería atracarlo de noche. Explicado muy resumidamente, esto pasa por hacer un túnel para llegar hasta el banco y, una vez dentro, esquivar la tecnología. Lo primero son los sensores de movimiento o PIR. En casa me instalé uno para ver cómo funcionaba. Lo desmonté y estudié a fondo.

¿Todo esto lo hiciste solo?

Sí. Me llamó la atención que si lanzaba una pelota no saltaba la alarma. El sensor lleva una lente que detecta el movimiento por los cambios de temperatura, así que enfundándome en un saco de dormir podía esquivarlo. Sólo que en los bancos, los PIR son más sofisticados. Combinan tres tecnologías: la infrarrojos que ya tenía resuelta, la microondas y el ultrasonido. Si te tengo que explicar todo el proceso no acabaremos nunca pero concluí que al saco de dormir había que añadirle algo que hiciera de colchón y rodearme con una malla de alambre... “en plan gallinero”.

Así que para burlar los sistemas de seguridad no valen chalecos ajustados y calzado aerodinámico. El truco es disfrazarse a lo Bob Esponja. ¿Me tomas el pelo?

Yo digo en serio. Cuando cuento esta historia me permito pocas licencias y una de ellas es ésa (aquí señala hacia la calle, donde hay una moto roja y se ríe). De todos modos, cuando conseguí pasar el PIR me encontré con el problema de la bóveda que es donde están todas las cajas de seguridad. Es imposible hacerle un agujero sin que lo noten los sensores sísmicos o de temperatura. Así que después de la emoción llegó la debacle.

¿Cuándo fue exactamente?

Esto nace en septiembre de 2004 y casi a fin de año estaba donde te cuento ahora, derrotado. Ni veía claro hacerlo de día, porque una vez entrás por la puerta tenés tres minutos antes de que te rodee la policía; ni con el banco cerrado porque es imposible hacer un boquete a la bóveda sin disparar la alarma. Revisé a fondo las dos opciones hasta que se me ocurrió una tercera.

Debió ser un momento especial.

Lo recuerdo perfectamente. Se explica en el libro de Rodolfo. Debían ser las doce.  Yo estaba en mi atelier, salí al patio y de la emoción me puse a llorar.

¿Tan seguro estabas de que iba a funcionar?

Sí. Vi clarísimo que la solución era combinar las dos opciones: el asalto exprés y el robo por boquete, porque no existe ningún sistema de seguridad en el caso de que ambos robos se den simultáneamente. Al simular un atraco exprés, me ahorraba los PIR y los sensores sísmicos, porque en horario bancario está todo abierto. Del robo por boquete, usaríamos el túnel pero para salir, no para entrar. Supongo que si en algo fue novedoso este asalto es que tuve que lidiar con todo lo técnico y también lo psicológico, porque a partir de acá el reto era hacer creíble que el asalto había salido mal y abrir todas las cajas de la bóveda mientras arriba se negociaba una rendición.

¿De cuánto tiempo estamos hablando?

Lo hicimos en tres horas.

Más que el ingenio, yo reconozco la belleza de tu hazaña. Hasta las armas eran de mentira. En el fondo todo se basa en una ilusión: hay un asalto ficticio que reemplaza a otro real y le hace de pantalla. Lo que me recuerda a lo que me dijo un amigo mago sobre su profesión. Para él sólo hay un truco y es saber desviar la atención.

Yo no sé si haría un análisis tan profundo (risas) pero sí me parece que tiene un elemento estético, un misterio. Creo que toda gran obra lo tiene. En cuanto a las armas, para qué voy a agarrar algo que no voy a usar. En mi pasado he hecho cosas pero nunca mataría nadie. Yo no sé lo que es la muerte por eso la vida me da tanto respeto. Una sola gota de sangre lo hubiera estropeado todo. También debo reconocer que al practicar artes marciales sabía que si alguien se me rechifla, lo neutralizo rápido.  Ahora algunos me dicen: ¿Y si llega a haber un policía incauto o a algún rehén le sale hacer alguna locura? Hay que actuar con esas probabilidades, en la vida todo los son, si no te inmovilizas. No usamos armas porque además teníamos el túnel. Ni se me pasó por la cabeza enfrentarme con las fuerzas de élite. ¡Te hablo de más de doscientos hombres explícitamente entrenados para estos casos!

De hecho, ellos sí podían haber entrado en el banco.

Lo pensé pero en seguida me dije que era poco probable por el incidente de Ramallo. Fue un golpe de hace varios años. Tras doce horas acorralados los ladrones intentaron escaparse en un auto. Los mataron en la huida, pero con ellos estaban el gerente, el contador, su mujer... Los acribillaron a balazos. Fue un desastre. Disolvieron esa unidad. Luego, cuando empecé a estudiar el protocolo de toma de rehenes me di cuenta que lo que se busca siempre es negociar, a no ser que seas un psicópata que esté matando a gente dentro. Si no es así, la clave es negociar y hacer que al ladrón con las horas se le bajen los ánimos hasta que se rinda. Tanto dentro como fuera del banco queríamos lo mismo: ganar tiempo.  Así que ¿cuál era el problema?

¿Hubo algún momento en el que sucedió algo cómico en el atraco?

Cómico no, pero íbamos tan disfrazados que uno de los míos me confundió con uno de los rehenes. ¡Yo no podía creerlo! Se ve en las cámaras de seguridad pero esta imagen captura otro momento.

Aquí me enseña uno de los frames en el que se le ve de espaldas, caminando con otro rehén. Él llama a ese momento la operación Cucú: para hacer creíble que era un asalto fallido salió afuera usando a uno de los rehenes como escudo humano. Dio unos cuantos pasos hacia delante, como si quisiera escapar, y luego volvió a dar marcha atrás, como si se lo hubiera pensado mejor y ya estuviera listo para negociar. Lo tenía todo ensayado.

Por lo que veo estudiaste hasta le último detalle: cuál era la hora idónea, la composición del suelo para hacer el túnel, la jerga que usa la policía cuando habla en su frecuencia, etc. ¿Disfrutaste más planeando el golpe o llevándolo a cabo?

(Se lo piensa un momento) Pensarlo fue un disfrute. Lo otro, pura adrenalina.

Conozco a gente que cuando al fin estrena su obra o publica algo en lo que se ha pasado varios años trabajando tiene una crisis.

Yo también la tuve. Es inevitable. Después de dos años... Recuerdo que hace un tiempo Gastón Gaudio, un tenista que ganó el Roland Garros, me preguntó cómo llevaba el bajón de adrenalina.  Son cosas que forman parte y para las que uno nunca está preparado. Voy luchándolas como vienen. Hago muchos deportes de riesgo y sobre todo artes marciales. Otros alicientes son escribir, preparar ahora una adaptación al cine, pintar... Aunque soy consciente que lo que hice es irrepetible, aunque se me ocurren dos versiones (se ríe de nuevo): la Bis y la Pro.

Al final os delató la ex amante de uno de tus compañeros. ¿Tenías alguna intuición de lo que iba a suceder? Lo menciono porque antes del atraco ibas con esta idea de que “la vida te devuelve lo que le das, para bien o para mal”.

Esa frase es retrillada, de sentido común, ¿no? Yo era muy consciente de que el robo daría de qué hablar y que se iba a abrir una gran investigación. El secreto perfecto es cuando lo sabe uno solo y en este caso éramos siete, más mi analista, ocho. Pensá entonces lo que puede pasar en un año o al cabo de un tiempo. ¿O de verdad crees que todos pueden lidiar con semejante peso y no largárselo a la amante, al primo...? Yo sabía que se iría deshilachando, lo que no esperaba es que fuera tan rápido. Caímos a los dos meses.

Si lo tenías tan presente, tendrías un plan B para escapar.

¿Mi plan B? De todos los grandes robos que analicé, al final, ninguno se salió con la suya así que sería muy soberbio de mi parte pensar que conmigo iba a ser diferente. El plan B lo tenía desde el principio y si quieres está en la frase retrillada porque al haber hecho las cosas como las hice, con cierta empatía, la cosa no fue tan grave. Elegí un banco en la zona Norte, donde va la gente de apellido, me aseguré por la hora que no hubiera niños, dejé que los rehenes hicieran sus llamadas, no es que los tuviera amordazados, no usamos armas reales... Vale, no te voy a vender ahora que fue un acto de caridad, pero disminuí al máximo el impacto. La fiscalía pido diecinueve años. Me condenaron a catorce, pero estuve en cana dos. Siempre he creído que si haces las cosas con buena leche, muy mal no te va ir. De alguna forma es la garantía de cubrirse de algunas cosas.

Pensar así implica cierta confianza en la justicia. ¿No crees?

No te hablo de la divina porque no creo que exista pero sí pienso que las cosas tienden a equilibrarse, que todo vuelve. O dicho de otro modo: para mí lo bueno y lo malo son parte de la misma entidad, no son entidades diferenciadas. Es la misma y donde vos pasás la línea, de un lado va a estar bien y de otro, mal. Ya lo decían los griegos: del remedio al veneno, la diferencia está en la dosis. El tema es cuando te movés muy cerca de esa línea y, por ejemplo, robas un banco, que es algo que está mal, pero lo haces sin armas, que es algo que está bien. Siempre me interesó experimentar con esos límites o zonas donde todo es algo confuso.

¿Y tus compañeros de asalto lo ven igual?

Con ellos no encontré esta clase de diálogos. Eran de otro tipo. (Aquí vuelve a reírse, su risa es muy contagiosa, tiene algo de niño grande y bonachón aunque no dudo que a su nariz le haya caído más de un golpe.) 

Imagina por un momento que al final sí te sales con la tuya.

En parte hubiera sido un tormento, no poder ni hablarlo con mi hijo ni con nadie. Quizás me saqué un peso de encima, aunque luego uno corre el riesgo de sonar vanidoso, como en esta entrevista.

¿Planeas el robo de siglo y te preocupa la vanidad?

Es mejor ir por la vida sin saber lo bueno que se es en algo. Recién ahí estás en un estado de humildad y pureza que es muy operativo. Sin distracciones. No hace mucho rescaté unas cintas viejas en las que se me ve en un torneo de karate. Yo era cinturón verde y nos tocaba competir con clubs de cinturón negro. Los ganaba a todos con una técnica que se me ocurrió entonces: la cáscara de banana.

Ya estás con tus nombres... Reversetime, operación cucú y ahora ¡cáscara de banana!

Era algo así, fingía resbalar (aquí me reproduce su técnica con los dedos) En ese torneo estaba en el aquí y ahora de verdad. Eso significa que ni estaba al tanto del pasado, que es el marcador, ni del futuro porque son cosas que te vuelven lento. Interfieren en lo que estás haciendo. El Aquí y Ahora es un estado que se parece mucho a estos momentos de agilidad mental donde algo se quiebra y de repente lo ves muy claro, porque estás focalizado.

¿Cómo te fue en cárcel?

No tuve ningún problema. Aquí el escalafón más alto es robar y si es un banco, todos los pibes quieren saber cómo lo hiciste. En cana, el asesino no tiene los mismos derechos que un ladrón, es el más débil, está casi a la altura de los violadores, que ya son la peste.

Siempre pensé que iría al revés.

¡No! En las cárceles de Argentina mandan los ladrones, en Colombia los narcos. No sé en España. La ley se impone con los que son mayoría, no va tanto en función de la gravedad de los cargos. Piensa que es como la sociedad pero concentrada en una cuadra, así que vas a ver lo mismo pero muy de cerca: la miseria y maldad humana, pero también la nobleza y el altruismo. Está todo mezclado. Es como un cine negro con mucho contraste. Es oscuridad y luz. Yo lo recuerdo como un sueño.

¿No una pesadilla?

Yo ya había estado. Ya sabía a lo que me enfrentaba. Además, en un momento dado pensé en enseñar arte marciales que es algo que no se ha dado nunca, porque en la cárcel igual hacen rugby o boxeo, pero las artes marciales son artes de guerra. No es un deporte. ¿Entendés? Es el arte de matar. Así que siempre que presentaba el proyecto, me mandaban a la mierda y me castigaban cada vez más al sur. Llegué a estar a 500km. Yo les decía: es como no enseñar a escribir por miedo de que al salir alguno coja la birome y se largue a falsificar cheques... Había que darles alguna motivación a esos chicos, una profesión. Al final, con mi abogado pedí un traslado y en la unidad 9 de La Plata me encontré con un penitenciario, Pablo Álvarez, que sí accedió. En un año, mis compañeros aprendieron lo que en tres aquí fuera y ¡cómo disminuyó la violencia! Llegaban tan cansados a sus pabellones que sólo pensaban en darse una ducha e irse a la cama. Fue una experiencia increíble para mí.

Ahora que lo pienso, no hemos hablado del dinero.

Andreíta, no vas a venir de España y pretender que conteste a lo que se han preguntado siete jueces, cinco fiscales y una decena de policías.

Vale pues al menos dime qué relación tienes, así en abstracto, y hasta qué punto fue lo que motivó todo.

(Se queda pensando) A ver, yo fui a por plata, desde ya. No fue un gesto romántico ni lo hice por amor a la cultura cannábica. Por otro lado, el humano es el único animal que trabaja y no quiero justificarme pero si hubiera nacido en otro contexto o época, igual no lo hubiera hecho. Uno es lo que hace con lo que hicieron de uno. Creo que lo dijo Sartre y frente a esto puedes tener una actitud pasiva o sublevarte.

Ya puestos, ¿por qué no hacerte pasar por un tiburón de las financias si tienes la capacidad?

¿Te refieres a estafar a lo Madoff? No me gusta ese mundo ni no me parece nada admirable hacerles el verso a tus conocidos y luego hundirlos. No. Acá hay un cierre de pensamiento y un estilo de vida. También una forma de expresión porque, como dices, no lo hice sólo por eso.

¿Dirías que hay elemento de venganza o protesta política?

No, no. A mí el corralito no me quitó nada y no me interesan ni el fútbol ni la política, aunque aquí parece que todos somos directores técnicos y expertos en la materia. En la militancia no me verás nunca porque el fanatismo en general, sea del tipo que sea, es algo que no entiendo. Mi detonante es algo más íntimo, algo que tiene que ver con mi visión del mundo. Como te dije antes, si hubiera vivido en otro entorno... pero en Argentina la clase política está hasta el cuello de corrupción, se gobierna para chorear y a la gente que labura ni le alcanza para vivir dignamente. Y no estoy diciendo que a mí me faltara nada, porque vengo de clase media, jamás pasé hambre, pero lo de buscar dinero trabajando 28 horas por día o a sangre y fuego nunca me pareció una buena historia.

Al rescuchar esto en la transcripción vuelvo a pensar en Piglia y en el texto que cito al principio sobre Roberto Arlt. En un momento dado menciona, siempre en el contexto de su obra, la inutilidad de escribir sobre el trabajo “porque el trabajo sólo produce miseria, es decir, miseria de signos narrativos. Los hombres que viven de su sueldo son mudos, se aburren, no tienen nada que contar salvo el dinero que ganan”. Para Arlt, añade Piglia, la riqueza es la gran aventura y su adquisición siempre tiene que ver con el delito y la transgresión. Es lo que modifica el mundo, por eso el que ahorra es el más necio porque detiene su circulación, es decir, detiene la historia. ¿Y qué sucede cuando escasea? Entre finales del XX y principios del siglo XXI, el peso en Argentina se equipara al dólar hasta que todo estalla. Alejandra Laera observa que en novelas como Varamo de Aira, Wasabi de Alan Pauls, La experiencia sensible de Fogwill o El aire de Chejfec, el dinero vuelve a estar en el centro de la narración pero como fuente de malentendido, mutación o parálisis. Es por esa época que Ricardo Piglia es acusado de ganar un premio Planeta amañado aunque nadie discute la calidad de su novela en la que reconstruye un caso real. Ese caso, yo lo interpreto como el negativo del atraco que ideó Araujo porque en Plata Quemada todo sale mal. Es una especie de huida hacia delante, cuya carga poética está en la no rendición y, en la imagen final, la de los billetes ardiendo. Su acto se desvanece como el dinero y la juventud. En el aire solo quedan las cenizas y el recuerdo de un montón de voces. Sin ser fan de Piglia, releí esta narración sónica al hablar con Araujo. Digamos que lo que hizo uno me llevó pensar en lo que escribió el otro, pero fuera de su zona de confort, la de la academia y las referencias. Creo que es ahí donde lo disfruto, en el escarpado terreno de la vida, donde no hace falta haber leído a Bajtín para distinguir lo que hay de poético en ciertos actos, como el simular un robo para cometer otro que es todavía mayor.

Con esta idea, os emplazo al siguiente capítulo.  

 

En portada, ilustración de Luis Paadin.

De arriba abajo, Pasaje 1950, cuadro de Fernando Araujo; croquis del golpe; mensaje dejado por los ladrones en el techo de la cámara de seguridad asaltada.

Con la colaboración de