Contenido

POR Fernando Broncano

23 Abril 2015

Hay que ver la que se monta en Madrid con “La noche de los libros”. Como soy diurno al modo de las aves, tardé mucho en entender lo que significaba. Creía, en un mood benjaminiano, que era una iniciativa de resistencia contra el futuro, como si el personal sanitario organizase una jornada en “la noche de la sanidad pública” contra su desaparición. Porque, claro, cuando empezó la cosa de los nubarrones del texto digital (mira que llamarlo “libro electrónico”, que ni es libro ni es electrónico, que electrónico es el cacharro que lo acoge), parecía el signo de la cercanía del apocalipsis del libro. Pero, mira, han pasado unos añitos y ahí sigue. Por mucho tiempo: ¡Cent’anni!. Y muchos siglos más. Como conozco gente que te saca enseguida eso de “¡tengo un iPad con cinco mil libros!” (“y tú que los leas, gilipollas, que has debido leer cincuenta y ocho en toda tu vida y eso contando los de la carrera”, pienso, pero no lo digo), y a renglón seguido te sueltan lo de “eso de los libros ya está obsoleto, te lo digo yo, es que no tiene sentido, con lo que ocupan, y con lo que cuestan, cuando puedes tener miles y miles en un iPad”, creo que voy a

POR Paul B. Preciado

20 Marzo 2016

Ver la serie completa:Cambiar de Voz

Los despertares de los últimos meses son instantes de Gregor Samsa. La vuelta a la conciencia suscita la duda sobre las relaciones estables entre el adentro y el afuera. ¿Dónde? ¿Con qué cuerpo? Ambas preguntas son kafkianas porque vienen acompañadas de la certeza de que el dónde no es simplemente un contexto exterior, del mismo modo que el cuerpo no puede ser reducido al espacio que la piel recubre. La cama, como aquella que diseñó el arquitecto y fotógrafo Carlo Mollino para su estudio secreto de Turín en forma de barco que transporta las almas para cruzar el Hades, se convierte entonces en una plataforma metafísica en la que el paso de la vigilia al sueño activa un proceso de viaje del que el durmiente resurge potencialmente transformado. Calculo revisando mis cuadernos que durante los seis últimos meses no he dormido más de diez días seguidos en ninguna cama. He viajado en no menos de treinta y tres plataformas mutacionales. Ha habido camas urbanas y rurales, camas de hospital con colchones recubiertos de plástico y motores eléctricos que levantan los pies o la cabeza, camas de hotel impecablemente hechas y camas de airbnb con almohadas blandas y

POR Paul B. Preciado

15 Noviembre 2015

Ver la serie completa:Cambiar de Voz

Estarán de acuerdo conmigo en que la vida sexual de un ciudadano de occidente consiste (independientemente de su orientación sexual) en un 90 por cierto de material discursivo (imágenes o relatos, ya tengan estos entidad física o simplemente mental) y (con suerte) un 10 por cierto de eventos (dejando al margen la calidad de estos). Además, como el nada feminista Guy Debord anticipó, en la sociedad del espectáculo este material discursivo crece exponencialmente y desplaza de forma progresiva al cada vez más huidizo evento. Luchar por la “liberación sexual” implica, por tanto, un doble trabajo no sólo de emancipación práctica sino también discursiva. Una revolución sexual es siempre una transformación del imaginario, de las imágenes y de los relatos que movilizan el deseo. De ahí que las batallas sexopolíticas del último siglo se hayan librado sobre todo en el ámbito de la redefinición de nuestra cacharrería (o, si prefieren, del dispositivo, en la jerga postestructuralista) sexo-discursiva. Los cambios de lenguaje, de la representación y de la pornografía han transformado nuestras modos de desear y amar. Aunque el feminismo y los movimientos de

POR Fernando Castro Flórez

31 Octubre 2015

Con un palo (además extensible) se resuelve, en tiempos propicios para la “mentalidad torrija” la cuestión de la identidad sustantiva: eres, sin más complicaciones, el que posa con sonrisita estúpida frente a tu teléfono móvil. Cada instantánea ingresa en el vértigo viral de la red, que es otra forma de llamar al modo saturado del olvido que nos corresponde. No hace mucho tiempo se podía pensar, valga la reiteración, en la temporalidad paralizante de la fotografía como algo que tenía que ver con el falo, el sentimiento anonado de la presencia de la madre o, en un delirio mítico, en la Gorgona petrificante. Ahora cualquier referencia al apóstrofe suena, descaradamente (excelente palabra para la pulsión “rostrera”), anacrónica. Pero tampoco podemos tener miedo a sonar viejunos cuando citamos a Susan Sontag, aunque sea con la perversa intención de mostrar cómo hemos cambiado: “Una fotografía —apunta en su canónico libro de 1975— es a la vez una pseudopresencia y un signo de ausencia. Como el fuego del hogar, las fotografías —especialmente de las personas, de paisajes distantes y de ciudades remotas, de un pasado irrecuperable— incitan a la
  • Hostia un podcast
    El Último Moyano
    Elisabeth Falomir | Pedro Toro | Alberto Haj-Saleh
  • Colorín colorado
    Michael Seidman
    Ernesto Castro
  • Teatro de la Unidad
    Salvador Allende: sesión en el tribunal de la Historia [1978]
    Jaime Jaimes
  • Diccionarios
    Vocabulario (nor)coreano
    Bruno Galindo
  • Post-traveller sessions
    Lost Traveller's Dream/Torrijos Session/Poet Post Mortem
    Kim Warsén
Ver toda la programación semanal
Crónica
Un forastero llega a Vic
Antonio Mérida
Artes
Yo filmé conmigo
Samuel Alarcón
Artes
El mundo es una ficción pendiente de lectura
Eduardo Lago
Crónica
Bajo Cero
Bajo cero en Río
Javier Montes
Artes
Retrato de un artista del sonido
Ken Vandermark
Artes
¿Qué fue del jacksonismo?
Peio Aguirre