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Teoría del gorrión incansable
El gorrión de corona blanca es una variedad que emigra desde México a Alaska cada año. Durante las dos semanas que dura su viaje, permanece despierto día y noche. Por la noche viaja, por el día busca alimento. Está dotado de un mecanismo de atención que los científicos estudian para descubrir si tuviese alguna aplicación en los humanos.
Jonathan Crary, en su libro 24/7 se hace eco de los planes de DARPA –la sección de investigación de armamento del ejército norteamericano– de encontrar un medio de suprimir los ritmos circadianos y el sistema endocrino de control para aplicarlos en potenciales comandos que permanezcan en la acción tanto tiempo como los gorriones incansables. Crary opone a estos malditos proyectos el sueño como condición perfecta de resistencia, donde la subjetividad no puede someterse. Un territorio inmune a las fuerzas de la sociedad de consumo y a la técnica insomne, horizontes del nuevo capitalismo que ordena las vidas 24 horas al día y 7 días a la semana en una continua actividad productiva y reproductiva.
El soñador contra el insomne
Una oculta corriente fluye en la cultura debatiendo los perjuicios posibles del sueño: la tradición popular: “camarón que se duerme, se lo lleva la corriente”; el viejo Shakespeare, que parece encontrar el punto trágico que Calderón no había hallado en La vida es sueño:
Dormir... tal vez soñar! –¡Ay! allí hay algo
que detiene al mejor. Cuando del mundo
no percibamos ni un rumor, ¡qué sueños
vendrán en ese sueño de la muerte!
Eso es, eso es lo que hace el infortunio
planta de larga vida. ¿Quién querría
sufrir del tiempo el implacable azote,
del fuerte la injusticia, del soberbio
el áspero desdén, las amarguras
del amor despreciado, las demoras
de la ley, del empleado la insolencia,
la hostilidad que los mezquinos juran
al mérito pacífico, pudiendo
de tanto mal librarse él mismo, alzando
una punta de acero? ¿Quién querría
seguir cargando en la cansada vida
su fardo abrumador?...
Calderón había asimilado el sueño a la vida y Shakespeare y el pueblo lo asimilan a la muerte, como si el poder de resistencia del que habla Crary solamente pudiera darse en ese último bastión que es el no estar radical, el irse o bajarse del mundo.
El marxismo cazurro siempre ha sido muy del pueblo, y ya Marx despotricaba contra los soñadores utópicos que creen resolver en la imaginación las contradicciones que no pueden resolverse en la realidad, como si la acción de soñar fuese una renuncia a la vida que sería, por el contrario, una continua transformación en la senda de la historia. Pero esto es lo que parecen haber puesto en cuestión críticos del activismo como Boltansky y Chiapello, quienes, en su El nuevo espíritu del capitalismo, sostienen que el activismo creador habría sido la gran incorporación a la nueva estrategia de dominación, convirtiendo a los trabajadores en creadores y a los creadores en trabajadores. Parecen decir los dueños del sistema: “Cuanto más hagas por cambiarlo, más nos estabilizas”. Como si el sueño se hubiese vuelto productor y sostén de las estructuras de dominación, como si el 24/7 insomne incorporase una fase soñadora, como si el sueño se hubiese vuelto productivo.
La vida lenta
Últimamente se han difundido múltiples variantes de otras formas de resistencia que no se agrupan bajo la figura del sueño. Una de ellas es la propuesta de una vida lenta. La vida lenta tiene su punto, como exploró J.M. Coetzee en Hombre lento: es la metáfora de la vejez, de manera que la resistencia que proponen sus defensores equivaldría a situar el espacio de resistencia en el tiempo de la vejez, cuando uno se transforma en un ser parsimonioso, lleno de rutinas y abundante en reclamos de desaceleraciones de la vida. En la red hay innumerables variantes del movimiento slow, desde la cocina y el sexo a la religión y la ciencia. Nos proponen un envejecimiento prematuro como tensión contrahegemónica a la Teoría de la jovencita, sobre la que nos ilustraban los tan misteriosos como aforísticos miembros de Tiqqun (pues Tiqqun elabora la juvenilización como forma actual del biopoder. Jovencita, sostienen, puede ser tanto un intelectual jubilado parisino como una enfermera adicta a las carreras de campo a través). “Subir como un viejo para llegar como un niño”, se dice entre los montañeros. Comer despacio, trabajar despacio, leer despacio, follar despacio… y así ir tirando frente a tanta prisa y atracción de la atención. Cuando uno va despacio –mantiene la secta de los caracoles– uno se distrae. Y ser distraído es la más potente de las políticas de resistencia.
Comparto el diagnóstico sobre el mundo que nos rodea y comparto también las intuiciones que guían cada una de las dos anteriores figuras de la oposición a nuestro destino de gorriones emigrantes. Sin embargo, me atrevo a creer que se sitúan en un lugar demasiado distante aún de nuestra experiencia cotidiana. Esforzarse en soñar o masticar despacio está bien, pero no estoy seguro que sean llamamientos que nos agrupen a todas las gentes hartas del 24/7.
Por la infantilización de la existencia
En su trabajo fin de máster, mi alumna Claudia Cordero, propone una relectura re-significante de una vieja acusación a la cultura contemporánea: frente a la vieja idea de que la industria cultural nos infantiliza, ella sostiene lo contrario. La infantilización de la vida, la peterpanización de la existencia, sería la más extendida forma de resistencia contemporánea. El nerd, el geek, el freak y otras figuras de la estigmatización contemporánea serían las verdaderas estrategias de la astucia de la razón para resistir la dominación. Lo nuevo de esta lectura es que el distraído no lo hace desatendiendo, sino lo contrario, atendiendo intensamente a aquello que se le propone como anzuelo para pescar su servidumbre. A más cultura de masas, más atención. Una atención desbordante, que desbanca los propósitos mercantilizadores de la industria cultural y la convierte en una forma distraída de existencia.
Walter Benjamin, que sabía del asunto más que su discípulo Adorno, encontró en el coleccionista una forma particular de friki en la que se sentía seguro frente a las fuerzas oscuras de la historia. Benjamin fue sin duda uno de los primeros peterpanistas que encontraron en la intensa dedicación y atención la mejor forma de combatir el control de la atención 24/7. Y, sin despreciar a los soñadores y desaceleradores, creo que tiene bastante razón. Donde está el mal allí está la solución.
Teoría del gorrión incansable
El gorrión de corona blanca es una variedad que emigra desde México a Alaska cada año. Durante las dos semanas que dura su viaje, permanece despierto día y noche. Por la noche viaja, por el día busca alimento. Está dotado de un mecanismo de atención que los científicos estudian para descubrir si tuviese alguna aplicación en los humanos.
Jonathan Crary, en su libro 24/7 se hace eco de los planes de DARPA –la sección de investigación de armamento del ejército norteamericano– de encontrar un medio de suprimir los ritmos circadianos y el sistema endocrino de control para aplicarlos en potenciales comandos que permanezcan en la acción tanto tiempo como los gorriones incansables. Crary opone a estos malditos proyectos el sueño como condición perfecta de resistencia, donde la subjetividad no puede someterse. Un territorio inmune a las fuerzas de la sociedad de consumo y a la técnica insomne, horizontes del nuevo capitalismo que ordena las vidas 24 horas al día y 7 días a la semana en una continua actividad productiva y reproductiva.
El soñador contra el insomne
Una oculta corriente fluye en la cultura debatiendo los perjuicios posibles del sueño: la tradición popular: “camarón que se duerme, se lo lleva la corriente”; el viejo Shakespeare, que parece encontrar el punto trágico que Calderón no había hallado en La vida es sueño:
Dormir... tal vez soñar! –¡Ay! allí hay algo
que detiene al mejor. Cuando del mundo
no percibamos ni un rumor, ¡qué sueños
vendrán en ese sueño de la muerte!
Eso es, eso es lo que hace el infortunio
planta de larga vida. ¿Quién querría
sufrir del tiempo el implacable azote,
del fuerte la injusticia, del soberbio
el áspero desdén, las amarguras
del amor despreciado, las demoras
de la ley, del empleado la insolencia,
la hostilidad que los mezquinos juran
al mérito pacífico, pudiendo
de tanto mal librarse él mismo, alzando
una punta de acero? ¿Quién querría
seguir cargando en la cansada vida
su fardo abrumador?...
Calderón había asimilado el sueño a la vida y Shakespeare y el pueblo lo asimilan a la muerte, como si el poder de resistencia del que habla Crary solamente pudiera darse en ese último bastión que es el no estar radical, el irse o bajarse del mundo.
El marxismo cazurro siempre ha sido muy del pueblo, y ya Marx despotricaba contra los soñadores utópicos que creen resolver en la imaginación las contradicciones que no pueden resolverse en la realidad, como si la acción de soñar fuese una renuncia a la vida que sería, por el contrario, una continua transformación en la senda de la historia. Pero esto es lo que parecen haber puesto en cuestión críticos del activismo como Boltansky y Chiapello, quienes, en su El nuevo espíritu del capitalismo, sostienen que el activismo creador habría sido la gran incorporación a la nueva estrategia de dominación, convirtiendo a los trabajadores en creadores y a los creadores en trabajadores. Parecen decir los dueños del sistema: “Cuanto más hagas por cambiarlo, más nos estabilizas”. Como si el sueño se hubiese vuelto productor y sostén de las estructuras de dominación, como si el 24/7 insomne incorporase una fase soñadora, como si el sueño se hubiese vuelto productivo.
La vida lenta
Últimamente se han difundido múltiples variantes de otras formas de resistencia que no se agrupan bajo la figura del sueño. Una de ellas es la propuesta de una vida lenta. La vida lenta tiene su punto, como exploró J.M. Coetzee en Hombre lento: es la metáfora de la vejez, de manera que la resistencia que proponen sus defensores equivaldría a situar el espacio de resistencia en el tiempo de la vejez, cuando uno se transforma en un ser parsimonioso, lleno de rutinas y abundante en reclamos de desaceleraciones de la vida. En la red hay innumerables variantes del movimiento slow, desde la cocina y el sexo a la religión y la ciencia. Nos proponen un envejecimiento prematuro como tensión contrahegemónica a la Teoría de la jovencita, sobre la que nos ilustraban los tan misteriosos como aforísticos miembros de Tiqqun (pues Tiqqun elabora la juvenilización como forma actual del biopoder. Jovencita, sostienen, puede ser tanto un intelectual jubilado parisino como una enfermera adicta a las carreras de campo a través). “Subir como un viejo para llegar como un niño”, se dice entre los montañeros. Comer despacio, trabajar despacio, leer despacio, follar despacio… y así ir tirando frente a tanta prisa y atracción de la atención. Cuando uno va despacio –mantiene la secta de los caracoles– uno se distrae. Y ser distraído es la más potente de las políticas de resistencia.
Comparto el diagnóstico sobre el mundo que nos rodea y comparto también las intuiciones que guían cada una de las dos anteriores figuras de la oposición a nuestro destino de gorriones emigrantes. Sin embargo, me atrevo a creer que se sitúan en un lugar demasiado distante aún de nuestra experiencia cotidiana. Esforzarse en soñar o masticar despacio está bien, pero no estoy seguro que sean llamamientos que nos agrupen a todas las gentes hartas del 24/7.
Por la infantilización de la existencia
En su trabajo fin de máster, mi alumna Claudia Cordero, propone una relectura re-significante de una vieja acusación a la cultura contemporánea: frente a la vieja idea de que la industria cultural nos infantiliza, ella sostiene lo contrario. La infantilización de la vida, la peterpanización de la existencia, sería la más extendida forma de resistencia contemporánea. El nerd, el geek, el freak y otras figuras de la estigmatización contemporánea serían las verdaderas estrategias de la astucia de la razón para resistir la dominación. Lo nuevo de esta lectura es que el distraído no lo hace desatendiendo, sino lo contrario, atendiendo intensamente a aquello que se le propone como anzuelo para pescar su servidumbre. A más cultura de masas, más atención. Una atención desbordante, que desbanca los propósitos mercantilizadores de la industria cultural y la convierte en una forma distraída de existencia.
Walter Benjamin, que sabía del asunto más que su discípulo Adorno, encontró en el coleccionista una forma particular de friki en la que se sentía seguro frente a las fuerzas oscuras de la historia. Benjamin fue sin duda uno de los primeros peterpanistas que encontraron en la intensa dedicación y atención la mejor forma de combatir el control de la atención 24/7. Y, sin despreciar a los soñadores y desaceleradores, creo que tiene bastante razón. Donde está el mal allí está la solución.