Contenido
El sentido de una marcha
La política de gestos es un instrumento básico de la acción política en el mundo de las visualidades contemporáneas. La dirección de Podemos, en una decisión controvertida, convocó hace unos meses a militantes y simpatizantes a realizar hoy en Madrid un gesto colectivo de presencia en las calles. En este caso, dado que ocurre en los momentos iniciales de la construcción de un partido con características peculiares, la controversia se sitúa en un espacio de razones que va desde la legitimidad en sí hasta la oportunidad y eficacia del gesto.
El argumento más importante contra la legitimidad de la convocatoria es que un partido como Podemos no puede convocar, como tal partido, a la gente en la calle sin ocupar un espacio que debería corresponder únicamente a los movimientos populares. Se puede contraponer así a esta marcha la de aquéllas que ocuparon años anteriores las calles y plazas de Madrid y otras ciudades creando una zona de resistencia a las políticas que han regido la actual crisis. Parecería así que el gesto de marchar por las calles de Madrid impone con su presencia una desocupación simbólica del poder directo de los distintos colectivos, mareas y movimientos que han cuestionado las formas democráticas existentes. El 15M y otras movilizaciones han adquirido ya un sentido originario e instituyente que, se cree, estaría en peligro si alguien se apropiase de los suelos pisados por tantas multitudes.
No se habla aquí de un derecho, pues la manifestación, es decir, la presencia colectiva en el espacio público (espacio y tiempo físicos) es un derecho de cualquier colectivo. Parecería, pues, que lo que se cuestiona es otra cosa que pertenece al orden simbólico. Se aduce que la iniciativa particular de un grupo significaría sustituir el lugar vacío que en la democracia ocupa el pueblo, como entidad no determinable, por este o aquel partido que convoca a todos sin tener derecho a re-presentar en las calles lo que fue una primera e insustituible presentación de los movimientos populares. Pero me parece que es una sobreinterpretación del gesto que se propone, e incluso que es una malinterpretación. El que el pueblo tenga un lugar simbólico en la democracia, que no puede ser ocupado por formas partidarias, y el hecho de que la democracia deba asentarse en formas radicales participativas, que emerjan en los vínculos diarios de la gente organizada en colectivos, no excluye, ni puede hacerlo, la posibilidad de presencias particulares en el espacio público.
La representación del “No nos representan” y la expresión de Podemos
En la vida política de la democracia los gestos tienen sentidos diversos. A veces son gestos de representación, es cierto. Así, cuando las mareas ocuparon las plazas y calles, representaban todo el malestar y la resistencia de quienes sufrían y sufren las políticas de expropiación de lo público que se han dado en llamar recortes. Lo mismo podríamos decir del 15M, como representación de los deseos de otra democracia. El “No nos representan” que exigía un cambio radical en la forma política, usaba un “nos” que refería a la forma simbólica del demos constituido como sujeto indignado. Y aquí sí podríamos decir que el gesto de la ocupación del espacio y el tiempo públicos tenía un sentido de representación.
Pero no toda manifestación tiene necesariamente ese sentido. A veces, como ocurre en la marcha convocada por Podemos, el gesto tiene un sentido de expresión. No pretende representar sino expresar. ¿Qué? En primer lugar, su propia existencia como formación. El hecho de que está constituyéndose y que hasta el momento ha existido solamente en un mundo virtual, en parte en redes sociales, en parte en las pantallas y medios de comunicación, pero que el tiempo actual exige una performatividad que sólo da la presencia activa en la realidad social. Hay un momento en el que la presencia física de los cuerpos en la calle no es sustituible por las imágenes más o menos distorsionadas del espacio virtual en el que discurre una parte de la existencia. Es un gesto que tiene una connotación ritual de reunir lo que hasta ahora habían sido pequeños grupos, cenáculos y conspiraciones en una manifestación física de un colectivo que necesita que sus miembros se vean físicamente las caras y se escuchen las voces.
En segundo lugar, es también una expresión de resistencia ante la convergencia de formas excesivas de acoso mediático a quienes representan con más visibilidad la formación política. Para una gran parte de la población, Podemos es algo así como un fantasma de las mil pantallas creado por los reality shows de las tertulias. Sin embargo, para quienes han dedicado tanto tiempo y trabajo a hacer posible el movimiento, para quienes no tienen esa existencia mediática, y saben que la realidad está hecha de esfuerzo y aguante, se trata de una nueva modalidad insólita de red, incluso de comunidad, que no tiene solo una realidad virtual sino también afectiva y de relación social que no es inmune a los daños que instaura el poder mediático. La sociedad del espectáculo tiene sus propias dinámicas, pero la vida real también tiene las suyas. La presencia física en la calle puede ser necesaria cuando los señores del aire están amenazando a quienes se han atrevido a levantar la voz. Muchos no aceptarán esta necesidad, de hecho se escuchan numerosos comentarios que parecen aconsejar una suerte de ataraxia e imperturbabilidad ante el acoso. El problema no es que sea injusto pedir a nadie que soporte lo insoportable, sino lo peligroso de la idea de que esa apatheia pueda ser una virtud política exigible a los dirigentes.
El efecto saludable y la vulnerable originalidad de Podemos
Podemos es una iniciativa original, novedosa, de vocación amplia, llena de contradicciones, con una heterogénea naturaleza y con la pretensión de transformar la realidad política y no solamente cambiar el cupo de poder. En un año de existencia ha logrado algo insólito, el que todas las formaciones políticas y sindicales se sometan a una suerte de autoexamen y a una revisión de sus modelos. Lo harán con más o menos efectividad, transparencia u honestidad, pero al menos anuncian que lo están haciendo. En algunas formaciones muchas tensiones subterráneas han aflorado al verse reflejadas en el espejo oscuro de la iniciativa. Ese efecto terapéutico está produciendo consecuencias saludables, pero también resentimientos que se devuelven en forma de rencores y formas de agresión insólitas incluso en un espacio discursivo tan deprecatorio como el español.
Se añade que esta misma originalidad confiere a Podemos una vulnerabilidad que no afecta a otras formaciones más tradicionales. Expone y sobre-expone el proceso de constitución a tensiones donde se entremezclan las presiones de los intereses externos con las expectativas e imaginarios internos de muchas personas que se han adherido a la iniciativa. La esperanza se mezcla con una abundante colección de críticas en direcciones contrarias que hacen difícil ver en la niebla de los exabruptos cuáles son las exigencias del momento y cuáles las deficiencias que hay que corregir. Para muchas personas, la necesidad práctica de dotarse en medio de la vorágine de los tiempos políticos de una estructura funcional genera desconfianzas, como si se hubiese anclado la convicción de que la transparencia y la democracia interna están irremediablemente condenadas en los procesos de presentación política a las elecciones. Ningún destino está escrito, pero el problema de Podemos en un acelerado proceso de constitución es visiblemente el contrario, el de sobrevivir a sus propias heterogeneidades.
Mayorías, minorías y toma de decisiones
Las estructuras democráticas deliberativas están sometidas a tensiones porque quieren ser fieles a valores y modos de organizarse que son ellos mismos tensos. Está, en primer lugar, la transparencia y la democracia, que tiene entre sus exigencias la regla de la mayoría. Pero está también la necesidad del pluralismo y la obligación de no excluir voces y críticas sin las que la mayoría perdería todo su poder de convicción. En tercer lugar está la urgencia de que las decisiones se tomen en el tiempo oportuno y bajo las condiciones de consistencia que las hagan inteligibles. En otro caso, la formación quedará anclada en ser una red de voces dispersas pero no una propuesta que se ofrezca al conjunto de la población en un discurso sobre el que se pueda decidir y opinar. No hay buen arreglo para este triángulo de objetivos sin crear tensiones y controversias. El único modo que en la democracia radical resulta aceptable es acoger tales tensiones como una condición constitutiva y hacer, como dice Rancière, que lo diverso y conflictivo se convierta en acción.
Las críticas y debates, hay que contar con ello, no van a decrecer. Si lo hacen es porque las expectativas habrán dado la espalda a Podemos y con ello a muchas de las ansiedades por no perder el tren para tanta gente que se mueve en los círculos de la formación. Pero lo previsible es que se desgrane, cada vez con más velocidad, un rosario de declaraciones de decepción, de acusaciones de traición a los orígenes, de irrealismo, de personalismo, de inconsistencia, y tantas otras que no son posibles evitar en tanto que la posibilidad de ruptura del bipartidismo sea un horizonte cada vez más cercano. Es necesario garantizar que este continuo conflicto se traduzca en lecciones y constricciones que garanticen el equilibrio entre los valores centrales de la democracia.
A la calle...
Pero ninguna de estas consideraciones argumenta contra la oportunidad de la convocatoria. Al contrario. Es el momento de que la manifestación y presencia contrapese el ruido de la existencia mediática y virtual. Cuando escribo estas líneas no se ha celebrado aún la manifestación. Diría que no importa tanto como parece lo que vaya a ocurrir o haya ocurrido. En cierta forma es previsible. Como ya ha sucedido desde el comienzo de la iniciativa, la imagen mediática y la realidad de los cuerpos y las mentes implicados en ella irán por derroteros diferentes. No citaré los versos de Celaya, tan epocales y generacionales. No hace falta, todo el mundo puede tatarearlos. Pero a veces, es verdad, es necesario pasearnos a cuerpo.
Imágenes:
Portada y última: Il quarto stato 2.0, Andrea Mancini, 2014.
Intermedia: Quarto stato spalle, sin autor reconocido.
El sentido de una marcha
La política de gestos es un instrumento básico de la acción política en el mundo de las visualidades contemporáneas. La dirección de Podemos, en una decisión controvertida, convocó hace unos meses a militantes y simpatizantes a realizar hoy en Madrid un gesto colectivo de presencia en las calles. En este caso, dado que ocurre en los momentos iniciales de la construcción de un partido con características peculiares, la controversia se sitúa en un espacio de razones que va desde la legitimidad en sí hasta la oportunidad y eficacia del gesto.
El argumento más importante contra la legitimidad de la convocatoria es que un partido como Podemos no puede convocar, como tal partido, a la gente en la calle sin ocupar un espacio que debería corresponder únicamente a los movimientos populares. Se puede contraponer así a esta marcha la de aquéllas que ocuparon años anteriores las calles y plazas de Madrid y otras ciudades creando una zona de resistencia a las políticas que han regido la actual crisis. Parecería así que el gesto de marchar por las calles de Madrid impone con su presencia una desocupación simbólica del poder directo de los distintos colectivos, mareas y movimientos que han cuestionado las formas democráticas existentes. El 15M y otras movilizaciones han adquirido ya un sentido originario e instituyente que, se cree, estaría en peligro si alguien se apropiase de los suelos pisados por tantas multitudes.
No se habla aquí de un derecho, pues la manifestación, es decir, la presencia colectiva en el espacio público (espacio y tiempo físicos) es un derecho de cualquier colectivo. Parecería, pues, que lo que se cuestiona es otra cosa que pertenece al orden simbólico. Se aduce que la iniciativa particular de un grupo significaría sustituir el lugar vacío que en la democracia ocupa el pueblo, como entidad no determinable, por este o aquel partido que convoca a todos sin tener derecho a re-presentar en las calles lo que fue una primera e insustituible presentación de los movimientos populares. Pero me parece que es una sobreinterpretación del gesto que se propone, e incluso que es una malinterpretación. El que el pueblo tenga un lugar simbólico en la democracia, que no puede ser ocupado por formas partidarias, y el hecho de que la democracia deba asentarse en formas radicales participativas, que emerjan en los vínculos diarios de la gente organizada en colectivos, no excluye, ni puede hacerlo, la posibilidad de presencias particulares en el espacio público.
La representación del “No nos representan” y la expresión de Podemos
En la vida política de la democracia los gestos tienen sentidos diversos. A veces son gestos de representación, es cierto. Así, cuando las mareas ocuparon las plazas y calles, representaban todo el malestar y la resistencia de quienes sufrían y sufren las políticas de expropiación de lo público que se han dado en llamar recortes. Lo mismo podríamos decir del 15M, como representación de los deseos de otra democracia. El “No nos representan” que exigía un cambio radical en la forma política, usaba un “nos” que refería a la forma simbólica del demos constituido como sujeto indignado. Y aquí sí podríamos decir que el gesto de la ocupación del espacio y el tiempo públicos tenía un sentido de representación.
Pero no toda manifestación tiene necesariamente ese sentido. A veces, como ocurre en la marcha convocada por Podemos, el gesto tiene un sentido de expresión. No pretende representar sino expresar. ¿Qué? En primer lugar, su propia existencia como formación. El hecho de que está constituyéndose y que hasta el momento ha existido solamente en un mundo virtual, en parte en redes sociales, en parte en las pantallas y medios de comunicación, pero que el tiempo actual exige una performatividad que sólo da la presencia activa en la realidad social. Hay un momento en el que la presencia física de los cuerpos en la calle no es sustituible por las imágenes más o menos distorsionadas del espacio virtual en el que discurre una parte de la existencia. Es un gesto que tiene una connotación ritual de reunir lo que hasta ahora habían sido pequeños grupos, cenáculos y conspiraciones en una manifestación física de un colectivo que necesita que sus miembros se vean físicamente las caras y se escuchen las voces.
En segundo lugar, es también una expresión de resistencia ante la convergencia de formas excesivas de acoso mediático a quienes representan con más visibilidad la formación política. Para una gran parte de la población, Podemos es algo así como un fantasma de las mil pantallas creado por los reality shows de las tertulias. Sin embargo, para quienes han dedicado tanto tiempo y trabajo a hacer posible el movimiento, para quienes no tienen esa existencia mediática, y saben que la realidad está hecha de esfuerzo y aguante, se trata de una nueva modalidad insólita de red, incluso de comunidad, que no tiene solo una realidad virtual sino también afectiva y de relación social que no es inmune a los daños que instaura el poder mediático. La sociedad del espectáculo tiene sus propias dinámicas, pero la vida real también tiene las suyas. La presencia física en la calle puede ser necesaria cuando los señores del aire están amenazando a quienes se han atrevido a levantar la voz. Muchos no aceptarán esta necesidad, de hecho se escuchan numerosos comentarios que parecen aconsejar una suerte de ataraxia e imperturbabilidad ante el acoso. El problema no es que sea injusto pedir a nadie que soporte lo insoportable, sino lo peligroso de la idea de que esa apatheia pueda ser una virtud política exigible a los dirigentes.
El efecto saludable y la vulnerable originalidad de Podemos
Podemos es una iniciativa original, novedosa, de vocación amplia, llena de contradicciones, con una heterogénea naturaleza y con la pretensión de transformar la realidad política y no solamente cambiar el cupo de poder. En un año de existencia ha logrado algo insólito, el que todas las formaciones políticas y sindicales se sometan a una suerte de autoexamen y a una revisión de sus modelos. Lo harán con más o menos efectividad, transparencia u honestidad, pero al menos anuncian que lo están haciendo. En algunas formaciones muchas tensiones subterráneas han aflorado al verse reflejadas en el espejo oscuro de la iniciativa. Ese efecto terapéutico está produciendo consecuencias saludables, pero también resentimientos que se devuelven en forma de rencores y formas de agresión insólitas incluso en un espacio discursivo tan deprecatorio como el español.
Se añade que esta misma originalidad confiere a Podemos una vulnerabilidad que no afecta a otras formaciones más tradicionales. Expone y sobre-expone el proceso de constitución a tensiones donde se entremezclan las presiones de los intereses externos con las expectativas e imaginarios internos de muchas personas que se han adherido a la iniciativa. La esperanza se mezcla con una abundante colección de críticas en direcciones contrarias que hacen difícil ver en la niebla de los exabruptos cuáles son las exigencias del momento y cuáles las deficiencias que hay que corregir. Para muchas personas, la necesidad práctica de dotarse en medio de la vorágine de los tiempos políticos de una estructura funcional genera desconfianzas, como si se hubiese anclado la convicción de que la transparencia y la democracia interna están irremediablemente condenadas en los procesos de presentación política a las elecciones. Ningún destino está escrito, pero el problema de Podemos en un acelerado proceso de constitución es visiblemente el contrario, el de sobrevivir a sus propias heterogeneidades.
Mayorías, minorías y toma de decisiones
Las estructuras democráticas deliberativas están sometidas a tensiones porque quieren ser fieles a valores y modos de organizarse que son ellos mismos tensos. Está, en primer lugar, la transparencia y la democracia, que tiene entre sus exigencias la regla de la mayoría. Pero está también la necesidad del pluralismo y la obligación de no excluir voces y críticas sin las que la mayoría perdería todo su poder de convicción. En tercer lugar está la urgencia de que las decisiones se tomen en el tiempo oportuno y bajo las condiciones de consistencia que las hagan inteligibles. En otro caso, la formación quedará anclada en ser una red de voces dispersas pero no una propuesta que se ofrezca al conjunto de la población en un discurso sobre el que se pueda decidir y opinar. No hay buen arreglo para este triángulo de objetivos sin crear tensiones y controversias. El único modo que en la democracia radical resulta aceptable es acoger tales tensiones como una condición constitutiva y hacer, como dice Rancière, que lo diverso y conflictivo se convierta en acción.
Las críticas y debates, hay que contar con ello, no van a decrecer. Si lo hacen es porque las expectativas habrán dado la espalda a Podemos y con ello a muchas de las ansiedades por no perder el tren para tanta gente que se mueve en los círculos de la formación. Pero lo previsible es que se desgrane, cada vez con más velocidad, un rosario de declaraciones de decepción, de acusaciones de traición a los orígenes, de irrealismo, de personalismo, de inconsistencia, y tantas otras que no son posibles evitar en tanto que la posibilidad de ruptura del bipartidismo sea un horizonte cada vez más cercano. Es necesario garantizar que este continuo conflicto se traduzca en lecciones y constricciones que garanticen el equilibrio entre los valores centrales de la democracia.
A la calle...
Pero ninguna de estas consideraciones argumenta contra la oportunidad de la convocatoria. Al contrario. Es el momento de que la manifestación y presencia contrapese el ruido de la existencia mediática y virtual. Cuando escribo estas líneas no se ha celebrado aún la manifestación. Diría que no importa tanto como parece lo que vaya a ocurrir o haya ocurrido. En cierta forma es previsible. Como ya ha sucedido desde el comienzo de la iniciativa, la imagen mediática y la realidad de los cuerpos y las mentes implicados en ella irán por derroteros diferentes. No citaré los versos de Celaya, tan epocales y generacionales. No hace falta, todo el mundo puede tatarearlos. Pero a veces, es verdad, es necesario pasearnos a cuerpo.
Imágenes:
Portada y última: Il quarto stato 2.0, Andrea Mancini, 2014.
Intermedia: Quarto stato spalle, sin autor reconocido.