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Out of Focus: L.A.
Un recorrido por la ciudad californiana desde la (des)memoria
La ciudad de Los Ángeles es como un cuerpo deformado por la cirugía plástica. Que pretende ser bonita, pero se nota. Y está recorrida por venas autopistas. Autopistas que la dividen en islas y separan a las personas, a los peatones, en clases sociales, en lugares de procedencia, en colores. Y por las venas viaja la sangre y las hormonas y el colesterol. Las hormonas son los automóviles, que pretenden ser maravillas sobre ruedas. “Aquí el coche es igual de importante que la ropa, es tu tarjeta de presentación”. El colesterol, sin duda, las camionetas de venta callejera de comida mexicana: enchiladas, tacos y burritos.
La (des)memoria, nuestra memoria, creada por la industria de Hollywood, la superestructura de la globalización, nos acerca imágenes de Los Ángeles en las que predominan los cuerpos perfectos de hombres y mujeres luciéndose en las orillas del Pacífico. Perfectos hollywoodienses, quiero decir. Tipos robóticos, de película. Parecen de ficción, pero son reales. Las mujeres tratan de llegar al éxito a través de unos pechos de proporciones magnéticas, de unos labios operados y de una piel bronceada por el sol de Santa Mónica y Long Beach. Los hombres buscan en la masculinidad el éxito, una masculinidad basada en unos abdominales diseñados con escuadra y cartabón, ojos azules, piernas y torsos depilados y una piel bronceada por los rayos de Venice o Malibú.
El éxito en Los Ángeles es sobrevivir. Permanecer allí. El éxito de la mera permanencia, de estar cerca. Y tener dinero para un buen vehículo y un apartamento en Hollywood, West Hollywood, las playas, Pasadena, Los Feliz... El éxito es parecer que lo tienes. La apariencia del éxito, la similitud con las imágenes que nos trae la (des)memoria de la ciudad. Cuerpos perfectos y coches perfectos. Los coches perfectos son aquellos que la industria ha conseguido crear en nuestra (des)memoria. En la memoria colectiva, quiero decir. La (des)memoria que está archivada en discos duros, en films, en fotografías reveladas en habitaciones negras y en las que se revelan bajo nuestros dedos índices en la pantalla del iPhone. Las películas de Hollywood, de la industria del cine, en horas bajas, pero que goza de una divertida historia. Filmada.
Las películas de Hollywood han enfocado el éxito. Los que permanecen, los que están cerca. Y el éxito ha viajado por todo el mundo. Y se ha proyectado en todos los continentes, en los cines de verano de los pueblos de Castilla, en los sofisticados centros comerciales de Qatar. Y se han contado historias maravillosas. Guiones perfectos. Y la Humanidad ha asimilado el éxito. Y todos queremos estar cerca, permanecer. Apariencias que nos hacen olvidar otras memorias, y confundir los sueños del celuloide con los propios. La (des)memoria. De Hollywood, de las campañas publicitarias. Spots y técnicas cinematográficas, el éxito que han obtenido películas que también eran anuncios de publicidad. La alfombra roja.
La ciudad de Los Ángeles, como tal, es una ciudad con más de dos siglos de historia. Y bajo las puertas de algunos de los edificios más antiguos, a modo de alfombrilla de bienvenida, están grabados los nombres de las personas que regentaban los diferentes negocios que allí se han ido sucediendo. Desde una barbería a una tienda de batidos ecológicos. La memoria de la ciudad tan cuidada por los habitantes. Y tan descuidada por el mayor negocio de la ciudad. “La (des)memoria de Los Ángeles: dícese de aquella industria cultural que pretende crear memoria ficticia en todo el mundo, y borrar todo lo anterior, empezando por la propia ciudad”. En Olvera Street está situado el edificio más antiguo de la ciudad, también una Virgen de Guadalupe, porque aquello fue México.
¿Recuerdan Independence Day, la de la 20th Century Fox? La escena en la que Bill Pullman, encarnando al presidente de los Estados Unidos, dialoga por telepatía con uno de los extraterrestres, un alienígena cautivo en un laboratorio de investigación secreto. Tras una breve discusión concluye algo así como: “o acabamos con ellos o ellos acabarán con nosotros”. ¿Se imaginan que los extraterrestres hubieran llegado a la tierra con ganas de compartir y de vivir en comunidad? No, los extraterrestres son malos. Por lo menos los que la industria ha inyectado en nuestra (des)memoria. E.T. era bueno, siempre quería regresar a su casa y dejar a los humanos aquí, en la tierra del éxito, sin molestarles.
“La ciudad de Los Ángeles está llena de pacientes de sanidad privada que se dejan una gran cantidad de dinero en pastillas para dormir, en tranquilizantes y en antidepresivos”. El precio de mantenerse cerca, del éxito. Hay angelinos que guardan latas de atún y de pasta precocinada bajo la cama. ¿Por qué? “Por si hay una catástrofe y no puedo salir de la habitación”. ¿Qué catástrofe? “Cualquier cosa, una catástrofe natural, un ataque terrorista, una invasión extraterrestre”. Yo lo he visto. La ciudad de Los Ángeles está poblada por gente que viene de fuera, de todos los lugares imaginables, como los extraterrestres. La (des)memoria les convierte en seres peligrosos. La memoria, no. Todo el mundo tiene sus orígenes lejos, a pesar de que se tenga en propiedad la ciudadanía americana. Muchas memorias en una ciudad (des)memorizada. La ciudad de Los Ángeles son colinas, coronadas por preciosas palmeras, separadas por autovías. Y en las colinas escalan las casas, las construcciones espontáneas, sin urbanizar. ¿Sabes que en Los Ángeles casi nadie anda? A veces, cuando andas, te tienes que dar la vuelta, porque no llegas a ninguna parte. Hay un muro, de hormigón, bajo una autopista.
En la ciudad de Los Ángeles, en Downtown, en el Art District, al este de Main Street, entre la Tercera y la Séptima Avenida está Skid Row. Allí se encuentra una gran aglomeración de los que no han tenido éxito. Negros y latinos. Jóvenes y viejos. Un mar de tiendas de campaña. La ciudad bajo los fálicos rascacielos del Bank of America y del Wells Fargo, a ver quién la tiene más grande. Fuman crack, hablan solos porque han dejado de tomarse la medicación, porque han dejado de acudir a la sanidad privada. Algunos de estos, de los que no han tenido éxito, se acercan a los peatones blancos que por allí caminan, algunos sí que caminan, pero pocos. Y les advierten de que es un sitio peligroso. Todos los que se acercan a los peatones blancos les advierten de que es un sitio peligroso. Debe de ser peligroso porque hay gente que se acerca a avisarte de que es un sitio peligroso. ¡Peligro homeless! Zombies. Para una nueva película, de esas que producen los que tienen éxito, (des)memoria. ¡Peligro, zombies peligrosos que advierten del peligro de otros zombies!
Los homeless caminan por toda la ciudad, no sólo en Skid Row, y arrastran carritos de supermercado. De supermercados ecológicos. Los supermercados ecológicos venden comida ecológica cubierta en plásticos, envases ecológicos. Los homeless arrastran por la ciudad sus pertenencias, su memoria. Caracoles zombies. Y sonríen cuando se encuentran a un peatón. Y no pueden cruzar la autopista. Quizás llegaron para encontrar el éxito hace años. Pero no. Quizás no se parecen a los personajes que surgen en nuestra memoria (des)memorizada por Hollywood. Algo falló, en la ciudad donde todo es posible, donde el éxito. La feliz (des)memoria.
King Kong sigue vivo. Yo lo he visto. Y me he enfrentado a él en los Universal Studios. No murió junto al Empire State, en Manhattan, como sucedió en nuestra memoria. Sigue vivo. Está encarcelado. Y en el enorme parque de atracciones puedes enfrentarte a él. Y entrar en contacto con los efectos especiales de algunas de las películas más taquilleras de la historia, canales de (des)memoria. Un ardiente beso con la industria. La magia. La ilusión. La apariencia. Esa que convierte al homeless y al yonki en zombie, esa que convierte al de fuera en enemigo. ¡Peligro, extraterrestres!
La ciudad de Los Ángeles está llena de vida, de memoria, como todas las ciudades. La cámara sólo tiene que (des)enfocarla. El encanto de contemplar el atardecer desde una de sus colinas, beber vino a escondidas en uno de sus parques, contemplar las siluetas de las altas palmeras que desaparecen durante la noche, como los dispensarios de marihuana. Las conversaciones con extraños en el precario transporte público. La ciudad y la memoria. Desenfocada. Out of focus. No se la pierdan. Próximamente, en los cines independientes. En los mejores cines.
Out of Focus: L.A.
La ciudad de Los Ángeles es como un cuerpo deformado por la cirugía plástica. Que pretende ser bonita, pero se nota. Y está recorrida por venas autopistas. Autopistas que la dividen en islas y separan a las personas, a los peatones, en clases sociales, en lugares de procedencia, en colores. Y por las venas viaja la sangre y las hormonas y el colesterol. Las hormonas son los automóviles, que pretenden ser maravillas sobre ruedas. “Aquí el coche es igual de importante que la ropa, es tu tarjeta de presentación”. El colesterol, sin duda, las camionetas de venta callejera de comida mexicana: enchiladas, tacos y burritos.
La (des)memoria, nuestra memoria, creada por la industria de Hollywood, la superestructura de la globalización, nos acerca imágenes de Los Ángeles en las que predominan los cuerpos perfectos de hombres y mujeres luciéndose en las orillas del Pacífico. Perfectos hollywoodienses, quiero decir. Tipos robóticos, de película. Parecen de ficción, pero son reales. Las mujeres tratan de llegar al éxito a través de unos pechos de proporciones magnéticas, de unos labios operados y de una piel bronceada por el sol de Santa Mónica y Long Beach. Los hombres buscan en la masculinidad el éxito, una masculinidad basada en unos abdominales diseñados con escuadra y cartabón, ojos azules, piernas y torsos depilados y una piel bronceada por los rayos de Venice o Malibú.
El éxito en Los Ángeles es sobrevivir. Permanecer allí. El éxito de la mera permanencia, de estar cerca. Y tener dinero para un buen vehículo y un apartamento en Hollywood, West Hollywood, las playas, Pasadena, Los Feliz... El éxito es parecer que lo tienes. La apariencia del éxito, la similitud con las imágenes que nos trae la (des)memoria de la ciudad. Cuerpos perfectos y coches perfectos. Los coches perfectos son aquellos que la industria ha conseguido crear en nuestra (des)memoria. En la memoria colectiva, quiero decir. La (des)memoria que está archivada en discos duros, en films, en fotografías reveladas en habitaciones negras y en las que se revelan bajo nuestros dedos índices en la pantalla del iPhone. Las películas de Hollywood, de la industria del cine, en horas bajas, pero que goza de una divertida historia. Filmada.
Las películas de Hollywood han enfocado el éxito. Los que permanecen, los que están cerca. Y el éxito ha viajado por todo el mundo. Y se ha proyectado en todos los continentes, en los cines de verano de los pueblos de Castilla, en los sofisticados centros comerciales de Qatar. Y se han contado historias maravillosas. Guiones perfectos. Y la Humanidad ha asimilado el éxito. Y todos queremos estar cerca, permanecer. Apariencias que nos hacen olvidar otras memorias, y confundir los sueños del celuloide con los propios. La (des)memoria. De Hollywood, de las campañas publicitarias. Spots y técnicas cinematográficas, el éxito que han obtenido películas que también eran anuncios de publicidad. La alfombra roja.
La ciudad de Los Ángeles, como tal, es una ciudad con más de dos siglos de historia. Y bajo las puertas de algunos de los edificios más antiguos, a modo de alfombrilla de bienvenida, están grabados los nombres de las personas que regentaban los diferentes negocios que allí se han ido sucediendo. Desde una barbería a una tienda de batidos ecológicos. La memoria de la ciudad tan cuidada por los habitantes. Y tan descuidada por el mayor negocio de la ciudad. “La (des)memoria de Los Ángeles: dícese de aquella industria cultural que pretende crear memoria ficticia en todo el mundo, y borrar todo lo anterior, empezando por la propia ciudad”. En Olvera Street está situado el edificio más antiguo de la ciudad, también una Virgen de Guadalupe, porque aquello fue México.
¿Recuerdan Independence Day, la de la 20th Century Fox? La escena en la que Bill Pullman, encarnando al presidente de los Estados Unidos, dialoga por telepatía con uno de los extraterrestres, un alienígena cautivo en un laboratorio de investigación secreto. Tras una breve discusión concluye algo así como: “o acabamos con ellos o ellos acabarán con nosotros”. ¿Se imaginan que los extraterrestres hubieran llegado a la tierra con ganas de compartir y de vivir en comunidad? No, los extraterrestres son malos. Por lo menos los que la industria ha inyectado en nuestra (des)memoria. E.T. era bueno, siempre quería regresar a su casa y dejar a los humanos aquí, en la tierra del éxito, sin molestarles.
“La ciudad de Los Ángeles está llena de pacientes de sanidad privada que se dejan una gran cantidad de dinero en pastillas para dormir, en tranquilizantes y en antidepresivos”. El precio de mantenerse cerca, del éxito. Hay angelinos que guardan latas de atún y de pasta precocinada bajo la cama. ¿Por qué? “Por si hay una catástrofe y no puedo salir de la habitación”. ¿Qué catástrofe? “Cualquier cosa, una catástrofe natural, un ataque terrorista, una invasión extraterrestre”. Yo lo he visto. La ciudad de Los Ángeles está poblada por gente que viene de fuera, de todos los lugares imaginables, como los extraterrestres. La (des)memoria les convierte en seres peligrosos. La memoria, no. Todo el mundo tiene sus orígenes lejos, a pesar de que se tenga en propiedad la ciudadanía americana. Muchas memorias en una ciudad (des)memorizada. La ciudad de Los Ángeles son colinas, coronadas por preciosas palmeras, separadas por autovías. Y en las colinas escalan las casas, las construcciones espontáneas, sin urbanizar. ¿Sabes que en Los Ángeles casi nadie anda? A veces, cuando andas, te tienes que dar la vuelta, porque no llegas a ninguna parte. Hay un muro, de hormigón, bajo una autopista.
En la ciudad de Los Ángeles, en Downtown, en el Art District, al este de Main Street, entre la Tercera y la Séptima Avenida está Skid Row. Allí se encuentra una gran aglomeración de los que no han tenido éxito. Negros y latinos. Jóvenes y viejos. Un mar de tiendas de campaña. La ciudad bajo los fálicos rascacielos del Bank of America y del Wells Fargo, a ver quién la tiene más grande. Fuman crack, hablan solos porque han dejado de tomarse la medicación, porque han dejado de acudir a la sanidad privada. Algunos de estos, de los que no han tenido éxito, se acercan a los peatones blancos que por allí caminan, algunos sí que caminan, pero pocos. Y les advierten de que es un sitio peligroso. Todos los que se acercan a los peatones blancos les advierten de que es un sitio peligroso. Debe de ser peligroso porque hay gente que se acerca a avisarte de que es un sitio peligroso. ¡Peligro homeless! Zombies. Para una nueva película, de esas que producen los que tienen éxito, (des)memoria. ¡Peligro, zombies peligrosos que advierten del peligro de otros zombies!
Los homeless caminan por toda la ciudad, no sólo en Skid Row, y arrastran carritos de supermercado. De supermercados ecológicos. Los supermercados ecológicos venden comida ecológica cubierta en plásticos, envases ecológicos. Los homeless arrastran por la ciudad sus pertenencias, su memoria. Caracoles zombies. Y sonríen cuando se encuentran a un peatón. Y no pueden cruzar la autopista. Quizás llegaron para encontrar el éxito hace años. Pero no. Quizás no se parecen a los personajes que surgen en nuestra memoria (des)memorizada por Hollywood. Algo falló, en la ciudad donde todo es posible, donde el éxito. La feliz (des)memoria.
King Kong sigue vivo. Yo lo he visto. Y me he enfrentado a él en los Universal Studios. No murió junto al Empire State, en Manhattan, como sucedió en nuestra memoria. Sigue vivo. Está encarcelado. Y en el enorme parque de atracciones puedes enfrentarte a él. Y entrar en contacto con los efectos especiales de algunas de las películas más taquilleras de la historia, canales de (des)memoria. Un ardiente beso con la industria. La magia. La ilusión. La apariencia. Esa que convierte al homeless y al yonki en zombie, esa que convierte al de fuera en enemigo. ¡Peligro, extraterrestres!
La ciudad de Los Ángeles está llena de vida, de memoria, como todas las ciudades. La cámara sólo tiene que (des)enfocarla. El encanto de contemplar el atardecer desde una de sus colinas, beber vino a escondidas en uno de sus parques, contemplar las siluetas de las altas palmeras que desaparecen durante la noche, como los dispensarios de marihuana. Las conversaciones con extraños en el precario transporte público. La ciudad y la memoria. Desenfocada. Out of focus. No se la pierdan. Próximamente, en los cines independientes. En los mejores cines.