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El triángulo azul

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Había tantas formas de morir en Mauthausen que no caben en una canción. Siete mil fueron los españoles que entraron en este campo de concentración nazi de Austria, los que sobrevivieron no llegaron a dos mil. Los españoles fueron los primeros en llegar y los últimos en salir. Y sobre los harapos de sus uniformes se les señalaba con un triángulo azul. El símbolo de los apátridas. Porque los gobiernos de Franco no les reconocieron como españoles. Como venganza, por haber sido republicanos, por haberse exiliado a Francia. Desde Francia fueron llevados a Austria por las fuerzas de ocupación nazis alemanas. Y como los gobiernos de Franco no les reconocieron como españoles, fueron los últimos en salir.

El triángulo azul, escrita por Laila Ripoll y Mariano Llorente, representada en la Sala Francisco Nieva del Centro Dramático Nacional desde el pasado 25 de abril al 25 de mayo, ha expuesto ante el público este bochornoso episodio de la historia. Un capítulo apenas conocido, borrado de los libros de texto de Secundaria. Como tantos capítulos bochornosos de nuestra historia. Ha recuperado unas páginas de nuestra olvidada memoria histórica.

El humor ácido, sobre las circunstancias más adversas, parece una constante de nuestra sociedad y cultura. Miramos con unas gafas deformadoras los momentos más patéticos. El esperpento. Y una vuelta de tuerca a esto es lo que consiguen los autores, la directora, Laila Ripoll, y el genial elenco de esta producción. Con humor se plantea este infierno de Mauthausen. Los españoles prisioneros cantan pasodobles sobre las distintas formas de morir en este campo de concentración, sobre la valla electrificada, sobre las distintas situaciones cotidianas que con sólo imaginarlas se nos pondrían los pelos de punta, pero que vistas desde el patio de butacas, desde esta propuesta teatral, es difícil no simular una sonrisa. Humor de los personajes, en Mauthausen, y humor de los creadores, autores, directora y actores al proponerlo. Porque la risa es la mejor de las armas, y contra ella poco se puede hacer.

El teatro comunica directamente, sin intermediarios. Con sólo un actor y un espectador ya se puede concebir una obra de teatro. Sin nada más. Y esta forma tan directa de comunicación, este arte del presente, del aquí y del ahora, logra mágicamente hacer contener el aliento a los que allí están, romper a reír y fracasar al contener las lágrimas con pocos instantes de diferencia. Y El triángulo azul lo consigue. Divierte, calienta las molleras y crea unos instantes de silencio antes del aplauso final. Un aplauso prolongado. Como prolongada es también la reflexión que esta obra produjo en el que escribe. Una reflexión que se materializó por las calles de un Madrid vacío. Un Madrid que contemplaba en la pantalla del televisor la final de la Champions.

 

Imagen: fotografía del montaje de El triángulo azul, de marcoGpunto