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El peor de los destinos

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El calor aburre. El aburrimiento da calor. El soldado marroquí suda. Casi todos los días. Quizás algún día de enero o febrero no. Pero en agosto muere tres veces al día, y vuelve a resucitar. Pero no resucita entero, se deja la vida en cada muerte. Tres veces al día. “Me ha tocado el peor de los destinos”, se dice para sus adentros, mientras diligente, como un perro, le lleva agua a su superior. La última gota de agua, habrá que esperar al relevo, mañana. Cuarenta grados, a la sombra.

El peor de los destinos. El muro de más de 2.700 kilómetros que divide en dos al Sáhara Occidental. Al oeste, los territorios ocupados por Marruecos. Un fortín militar donde el ocupante tortura, veja, detiene y hace desaparecer al saharaui. Al este, los territorios liberados por el Frente Polisario. El soldado marroquí es uno de los 125.000 soldados marroquíes que custodian el muro. El muro de la vergüenza, así lo llaman los saharauis. En la guerra. La guerra que inició un paréntesis en 1.991, porque la ONU reconoció que el pueblo saharaui se expresaría en un referéndum y decidiría si forma parte de Marruecos o un estado independiente. Todavía sigue el paréntesis. La ONU no cumple.

El soldado marroquí a veces sueña con pasar al otro lado del muro. Como un reto, para romper la rutina, una aventura. Y luego regresar. Pero nunca se atreve. Podría pisar una mina, una de las más de cinco millones de minas que rodean al muro, por si el saharaui quisiera volver. Minas fabricadas aquí, en la democracia occidental. El soldado marroquí duerme poco, y por las noches, a veces se imagina acariciando a su compañero, pues siente calor allá abajo, pues hace mucho que no ve a su esposa. Pero no se atreve a hacer nada. Ya saben, ¿que se comentaría al día siguiente si le rechazara?

El soldado marroquí es uno de los 125.000 soldados marroquíes que custodian el muro. El muro de la vergüenza, así lo llaman los saharauis. Una cantidad enorme de soldados, un muro que le cuesta un dineral a Marruecos. Mientras tanto, su población pasa hambre. Y su rey vive en las más lujosas mansiones que ustedes pueden imaginar.

Con motivo de la XI edición del Festival Internacional de Cine del Sáhara (FiSahara), el soldado marroquí ha recibido una visita inesperada. Los Pallasos en Rebeldía realizan una performance al otro lado del muro. A escasos metros. Sobre la tierra árida del Sáhara liberado. Es como un cuadro surrealista, muy Fellini. Iván Prado, el payaso que se recorre el mundo entero, las zonas en conflicto, desde Palestina a Chiapas, pasando por las favelas brasileñas o por los campamentos de población saharaui refugiada de Tinduf, invita al soldado marroquí a que se vaya. A que regrese a su casa. Les grita desde lo alto de un pórtico, se sostiene sobre una media luna saharaui.

El soldado marroquí esboza una sonrisa. Pero pronto la disimula. No vaya a ser que le pille su superior. Se están mofando de ellos, y de su rey. Tiene que grabar la visita inesperada. Con una cámara vieja, analógica. Para rendir cuentas, para mandar la información a Rabat, si llega. Rabat está muy lejos. Su familia está muy lejos. Y el soldado marroquí, a la intemperie, por la noche, piensa, en silencio: “qué locura es esta, qué estoy haciendo yo aquí”.

Foto: Mikel Oibar/Nervio Foto