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OuLiPo, con algo que decir (o no)

55 años después de su fundación, el grupo de literatura potencial presenta un nuevo libro colectivo, ‘Es un oficio de hombres’
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Cuando se creó en 1960, los fundadores de OuLiPo (Ouvroir de Littérature Potentielle) se negaron a definir a la agrupación como un movimiento literario y se centraron en la recuperación de las tradiciones y de las “restricciones” o “contricciones” para añadir dificultad, y crear retos y sentido lúdico, a la escritura. Más que una vuelta al pasado, a la era pre-romántica de la literatura y el autor, los entusiastas han querido ver a esta asociación de “literatura potencial” como un grupo ligado a las vanguardias de finales del siglo XX, aunque sus miembros renegaran de este planteamiento.

La celebridad y el reconocimiento de OuLiPo se asienta sobre tres pilares: Raymond Queneau, Georges Perec e Italo Calvino, cuyas obras experimentales han trascendido y siguen siendo reeditadas. Además, con la irrupción de la literatura electrónica, varias de ellas se han analizado como protonarraciones digitales. Posiblemente porque la exigencia del ciberespacio obliga a una serie de “constricciones” a quien crea en ellas: fragmentación, circularidad, concisión, juegos de palabras (como hipervínculos), estructura de rizoma, interacción tanto de los autores como de los lectores. Son formas narrativas que recuerdan, sobre todo en su sentido lúdico, a OuLiPo.

Sin embargo, quizás para los lectores sea una sorpresa saber que el grupo sigue en activo 55 años después y que ha alcanzado la cifra de 40 miembros (entre vivos y muertos). Dentro del grupo ha habido, desde luego, otros escritores de enjundia, como Jacques Roubaud, miembro activo desde 1966, también matemático, también escritor, aunque su obra más divulgada, la trilogía de Hortensia, no tiene el nivel de experimentación de, por ejemplo, El castillo de los destinos cruzados (publicada, por cierto, un año antes de que Calvino ingresara en el grupo). Se podría hacer un repaso de aquellas obras y hablar de cómo la dificultad técnica a la vez que el sentimiento temático hacen con justicia que sean leídas y admiradas. Pero sería redundar.

En esta ocasión de lo que se trata es de acercarse a lo que sobrevive del grupo y qué tiene que decir. Hace cinco años, con motivo del 50 aniversario, Gallimard publicó una cajita con el libro Anthologie de l’OuLiPo (sin traducción al español) y el documental L’OuLiPo. Mode d’emploi (título que juega con la novela de Perec La vida. Instrucciones de uso), en la que en casi mil páginas se reunió una selección de escritos de todos los que habían pertenecido hasta entonces a este club. En el prólogo, Paul Fournel, actual “presidente”, detalla la vitalidad del OuLiPo actual: cada mes, un oulipiano aporta una creación con, no podia ser de otro modo, una novedosa contrainte; también hacen lecturas en instituciones francesas de prestigio como la Biblioteca Nacional y mantienen la “energía colectiva”. Esa antología de 28 autores, explica Fournel, no es un catálogo de restricciones literarias. Pero bien podría servir de brújula e inspiración. La lectura del volumen puede demorar años, para no atragantarse y disfrutarla plenamente. Y comenzar y terminar con “un Perec”, del que allí se publica más del doble de textos que de los demás, muchos de los cuales son inéditos en español como los de la académica Valérie Beaudouin.

Cinco años después, OuLiPo ofrece una nueva publicación, Es un oficio de hombres (La Uña Rota, 2015), que reúne un ejercicio colectivo basado en la reescritura de un texto inicial, “El esquiador” de Fournel. La contrainte consiste en mantener la estructura original e incluso, dentro de cada párrafo, algunas palabras, y cambiar el oficio o la afición del protagonista (de esquiador a: 1) seductor, 2) desollador, 3) resucitador, 4) funcionario, 5) psicoanalista… hasta llegar a la del propio oulipiano). Una contricción bastante sencilla, quizás no a la altura de la celebración (55 años), pues la dificultad podría haber sido mayor, como impedir que los textos resultantes tengan distintas extensiones (el número exacto de caracteres o su disminución progresiva hubiera sido un añadido interesante al reto) o vetar el uso de palabras ya empleadas por otro. Pero, en efecto, permite ver que OuLiPo sigue en la carretera.

El punto de partida es un relato correcto, breve, con destellos ocurrentes, propio para un juego de estas características. Esa intrascendencia nada tiene de negativa: así era también el texto que labró Queneau para sus Ejercicios de estilo, y esos fragmentos componen una magnífica totalidad. Siendo este libro una lectura refrescante y divertida, no alcanza las cotas en las que se asienta la fama de OuLiPo. Una razón, la principal, podría ser que las perspectivas y tonos de todos los relatos son similares, y antes de llegar siquiera a la mitad de la lectura hay pocas sorpresas. Otra, que la metáfora inicial de la montaña (arriba, abajo, escalar, deslizar), que proyecta vitalidad o éxito, no funciona en otras situaciones que intentan emularla en muchos de los demás relatos. Los oficios relacionados con la propia escritura son mayoría, y aunque sea una cuestión de gustos y cada quien tenga el suyo, destacan tres no relacionados con la edición: “El funcionario” de Frédéric Forte (“…tuvimos a Bartleby, tuvimos a Oblómov, tuvimos a Pessoa, tuvimos a Franz Kafka, tuvimos a los corsos y ahora estoy yo…”); “El renovador” de Marcel Bénabou (“Un día, la barra superior borrada de una T mayúscula en una inscripción funeraria inédita de la época de Trajano se convierte en lo esencial…”) y “La peonza” de Michèle Audin (“Soy la peonza más equilibrada del catálogo, la más simétrica, la más inerte, y mi trabajo consiste en utilizar esta inercia para crear movimiento…”).

La gran contricción que tienen los actuales oulipianos es su propia historia y lo que los lectores esperan de todo lo que lleve su marca, para que no se quede sólo en eso, en una marca (el OuLiPo original tuvo varias réplicas, como Oulipopo u Oplepo, sin más repercusión que la de parecer franquicias de la original). La carretera sigue más allá, y el grupo fundado por Queneau y François Le Lionnais sigue andándolo con incorporaciones recientes como la de Pablo Martín Sánchez, autor de El anarquista que se llamaba como yo. Pero para no sucumbir al polvo del camino tendrán que sacudírselo con más energía que la que se aprecia en Es un oficio de hombres.