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El titubeo fatal

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"Cada una de las artes maneja un aparato proyector que aleja las cosas y las transfigura", escribía Ortega sobre la representación en La deshumanización del arte. "En su pantalla mágica las contemplamos desterradas, inquilinas de un astro inabordable y absolutamente lejanas. Cuando falta esa desrealización se produce en nosotros un titubeo fatal: no sabemos si vivir las cosas o contemplarlas". Como arte, y como práctica representacional, la política no es excepción en el manejo de un aparato proyector y en su tendencia a la producción de una esfera (una ficción) autónoma acotada por perímetros de seguridad. De manera periódica, pero también impredecible, irrumpen acontecimientos y movimientos que violentan esos perímetros y pugnan por redefinirlos, incluso por abolirlos, reordenando paisaje y paisanaje. Los movimientos sociales que tomaron plazas y parques en diferentes lugares del mundo en 2011 supusieron y suponen, como muchos otros anteriores, un intento de revertir el proceso que describe Ortega. Fue precisamente ese bendito "titubeo fatal" en el que no supimos si seguir contemplando las cosas o vivirlas, decantándonos, muchos por primera vez, por lo segundo, el principio de una operación de rescate de aquello (la soberanía, las instituciones, la propia política) que había devenido astro inabordable, absolutamente lejano. La rehumanización de la política, si puede llamarse así, en la que andamos enfrascados es un ejercicio de reapropiación, una "des-desrealización" que pasa, en términos de la vieja dialéctica, por un caer del guindo (concienciación) y un ponerse manos a la obra (praxis) para tirar juntos de la cuerda y aterrizar el astro que, rigiendo nuestro destino común, orbita ya tan lejos que ni se lo ve.

Círculo Español de Queens

La estampa lynchiana que Pablo Iglesias componía el pasado lunes en el salón de actos del Círculo Español de Queens, en Nueva York, traía a la mente el pasaje de Ortega y, por eso mismo, un buen puñado de contradicciones. A medida que se acercan las citas electorales y el gesto se endurece, los discursos se simplifican para entrar en el top mantra y los aspavientos simbólicos se multiplican. La propia fuerza gravitacional del acontecimiento moviliza e incorpora, sin embargo, en su propia órbita simbólica, elementos que en otros momentos podrían aspirar discretamente a la irrelevancia, a la insignificancia. La intensificación del tiempo histórico y la potencia simbólica van de la mano, y la dificultad para controlarlas también. Por eso en la escena del lunes confluían estéticamente vectores difíciles de conciliar.

El Círculo Español de Queens no solo prestaba un nombre inmejorable para un acto de Podemos, sino también, más traicioneramente, una atmósfera asaz rancia (con la que tal vez solo puedan competir en la capital mundial, en caldofrán cañí, la Hispanic Society y el inefable bar Spain en la Sexta con la Trece) que parecía confabularse para dar la razón a aquellos para los que la nueva política está envejeciendo peligrosamente rápido. Para quien entrase con todo el tinglado montado, había, a primera vista, algo en los ejes espacial, temporal y representacional de la escena que invitaba a la reflexión. Como nada de lo que Iglesias dijo en su breve discurso fue novedoso, merece la pena detenerse en este envoltorio.

Estaban primero el estrado, y sobre el estrado, el atril y la solitaria figura parlante de Iglesias bañada en luz y carisma, su sombra proyectada contra el carmesí furibundo del telón y prolongada en el eje vertical en un Cristo desmañado. Un crucifijo flanqueado no por ladrones sino por sendas banderitas americana y española y que co-presidía evento y escena como improbable pero ineludible punto de fuga. La disposición clásica del espacio para el mitin, con la audiencia sentada abajo, en las filas de sillas sumidas en penumbra, reforzaba la asimetría axial. No en vano, una de las tensiones clásicas de Podemos es la que mantiene con la "verticalidad". La metáfora "abajo-arriba" ha funcionado bien para reordenar el campo ideológico (quién está dónde) en busca de una mayoría transversal que trascienda la oposición izquierda-derecha, pero arroja dudas y sombras internas, metódicas (cómo se elige lo que se erige) en la medida en que la potencial verticalización y homogeneización del partido (el personalismo del liderazgo, las listas en plancha y el apoyo mediático del grupo promotor a determinadas candidaturas, entre otros debates) puede amenazar la innegociable horizontalidad quincemayista de la que se quiere producto y herramienta, y una forma de democracia participativa de la que, con todas sus sombras y luces, la asamblea constituyente de Podemos supuso un esfuerzo titánico y esperanzador.

Para las voces críticas, sin embargo, la sombra de la ley de hierro de la oligarquía que formulara Michels es tan alargada como la que proyectaba Iglesias esa noche contra el telón rojo. Esa tensión es natural en un proyecto experimental con vocación, por una parte, de ser instrumento paciente del poder ciudadano y, al mismo tiempo, de ser el agente privilegiado para la optimización y canalización (¿capitalización?) de ese mismo poder, institucionalmente huérfano, que lleva unos años recorriendo las calles (o emigrando), infra- o irrepresentado en forma de "indignación". Más o menos.

Por todo ello, el carácter marcadamente teatral del acto —el escenario, el gran telón y la iluminación, la profusión de cámaras, la propia retórica del orador, el hecho de que todos los asistentes supiéramos que, con independencia de las razones que nos llevaran allí, estábamos participando de un gesto mediático ("Cuando Rajoy o Pedro Sánchez vienen aquí no pasa esto. No sabéis la importancia que tiene el mensaje que estáis mandando...")— invitaba también a pensar en las aporías entre democracia y representación. Porque un gordiano anudado en el corazón de la política es esa transubstanciación, o transfiguración (por seguir pegados al pasaje de Ortega), por la que el pluribus se convierte en unum. El milagro de la soberanía popular es una transmutación para la que no se ha parido atanaor que filtre impurezas, por mucho que las nuevas tecnologías abran nuevas posibilidades (y, como siempre, nuevos dilemas).

La imagen invitaba en definitiva a pensar qué clase de relación política entre representantes y representados, qué clase de interpelación, se escenificaba allí. Porque el titubeo al que inducían la lógica mediática del evento y la pantalla mágica en la que flotaba Iglesias invitaban más a contemplar que a otra cosa. Que Pablo Bustinduy, coordinador de Podemos en Bruselas, utilizara en su breve discurso (bastante más fresco y cercano que el de su tocayo) la palabra "encarnar" ("encarnar la virtud de millones de ciudadanos") para presentar a Iglesias contribuyó a este difuso malestar leviatanesco que la imaginería teatral y nazarena no mitigaban mucho en el Día de los Presidentes en EE.UU.

Pero es lo que tiene la presión de otro eje, el del tiempo, cifrada en el eslogan del atril: "The time is now". Al día siguiente, en CUNY (la universidad pública de Nueva York), en su discurso de presentación de Iglesias, la periodista Amy Goodman hizo referencia al cambio climático y bromeó con cómo debía estar sufriendo el joven político español el frío demencial que hace en Nueva York. Pero lo cierto es que Iglesias sabe un rato de cambios de clima y de artes kairológicas. Kairós, la palabra griega que designa el tiempo climático (frente al cronológico) también hace referencia a los tiempos extraordinarios, a los "momentos oportunos" y a la cualidad que permite reconocerlos y aprovecharlos estratégicamente. La batalla axial de Podemos tiene que ver con cuánta horizontalidad y heterogeneidad están dispuestas a sacrificar la astucia y la audacia en pos de aprovechar esa ventana espacio-temporal antes de que se cierre y nos quedemos sin Delorean. Si las posibilidades que genera compensan el sacrificio formal. En un delicado equilibrio entre lo tempestivo y lo tempestuoso, el proyecto lucha por seguir abanderando lo inesperado (a seguir "esperando lo inesperado" nos conminaba Bustinduy) y el afuera mientras se dota de mecanismos de control que eviten sorpresas desagradables dentro.

Abajo, entre los congregados que abarrotaban la sala, predominaban los "exiliados" expertos a su manera en la secuencia orteguiana de "desrealización" y "destierro". Había gran cantidad de estudiantes, doctorandos y profesores, algunos de ellos activistas; además de periodistas, profesionales variopintos y un nutrido grupo de emigrantes añejos que cuentan por décadas el tiempo que hace que pisaron la patria que con tanta insistencia mentaba Iglesias. La edad de los asistentes tendía a elevarse (junto al grado de dispersión) a medida que uno se alejaba del escenario y se acercaba más al bar y al descolorido retrato regio sin actualizar que adorna la entrada.

"Nos duele España", dijo la portavoz del Círculo Podemos EE.UU. que abrió el acto, citando el poema en el que Unamuno se quejaba de la balcanización ibérica. "Queremos construir una Españan en [sic] la que podáis volver. Nunca más una España sin vosotros", arrancó entre aplausos Iglesias. El panegírico al genus loci con el que suele comenzar sus discursos (al día siguiente en CUNY incluiría una larga lista de activistas y defensores estadounidenses de los derechos civiles) tenía que adaptarse al propio contexto dislocado de los emigrados. Algunos de ellos, como Helios, carpintero y pintor del estudio The Guild, se lamentaban a la conclusión de que no hubiera habido turno de preguntas ni discusión. El formato que le presuponían al acto de un proyecto 3D (participación ciudadana + lucha social + cauce institucional) se les había quedado muy 1D.  Pero esa noche el secretario general de Podemos desapareció tan raudo como llegó, rodeado por el enjambre de acólitos y fotógrafos.

Graduate Center de The City University of New York (CUNY)

Hablando de titubeos, confieso que hay algo en la modulación retórica de Pablo Iglesias que me perturba un poco. Son las frecuentes mini-pausas que marcan la cadencia de su discurso y que violentan la sintaxis en los puntos más inopinados, de manera que suele reiniciar la frase mutilada repitiendo la última palabra con la que había dejado la oración al borde del abismo. Es posible que sea fruto de una estrategia zen desarrollada para sobrevivir con compostura en tantas tertulias de ultraderecha. En esas cesuras, en las que parece que a Errejón le daría tiempo a elaborar una teoría del todo, puede escucharse de fondo el runrún de la gigantesca máquina podemita de resemantización, peleando por reanimar significantes en el gran campo de batalla del lenguaje.

Este otro titubeo dejó de ser retórico en la charla que Iglesias dio en inglés el martes en el auditorio del Graduate Center de CUNY. Se había defendido bastante bien en la entrevista que le hizo Goodman para Democracy Now. En territorio más hostil, Michelle Caruso-Cabrera (CNBC) calificó el inglés de Iglesias de "bastante decente". En CUNY, sin embargo, a pesar de leer el discurso que llevaba escrito, el idioma supuso una traba notable para que la cosa fluyera bien.

Iglesias llegó tarde y aprovechó que lo hacía desde Wall Street para disculparse apelando a la complicidad: "Podéis imaginar lo mucho mejor que me siento aquí". Su intervención situó los orígenes de Podemos en la crisis financiera global que arrancó allí y en las políticas de austericidio impuestas por "el partido de Wall Street". Hubo pocas referencias al nitty-gritty de la democracia participativa y el "método" Podemos y, con la excepción del grupo de acérrimos, el ambiente general de enorme expectación se fue deshinchando poco a poco en un auditorio lleno de nuevo hasta la bandera. Y eso que el contexto era muy favorable. El perfil poliédrico de Iglesias le permitía jugar en casa en varios frentes. Goodman, en un speech vibrante (y algo eclipsante, para qué negarlo), centrado en la importancia esencial de los medios independientes para la supervivencia de la democracia (recordó a José Couso), presentó al Pablo periodista como uno de los suyos: "no vengo a apoyar a un candidato". Por otro flanco, para el nutrido grupo de académicos presentes, Iglesias es un colega docente y una suerte de filósofo en Siracusa.

El interés por Podemos y el panorama político español no se debe solo a las comparaciones en caliente con la Grecia de Tsipras y el futuro de la UE, sino por derivarse del único de los movimientos surgidos en 2011 que se ha articulado de forma tan consistente, resistiendo el desvanecimiento del momentum mediático, perseverando en su fuerza movimientista y cristalizando en proyectos políticos de cauce institucional. Algo, hasta ahora, difícilmente imaginable en el EE. UU. del siglo XXI, un país tan gigantesco, individualista y atomizado. Acampado a las puertas mismas de Mordor (y en una ciudad acostumbrado a las terapias de choque neoliberales desde que la crisis fiscal de los setenta destrozara los sindicatos), Ocuppy Wall Street lidió peor con la autorreferencialidad espectacular que el 15-M sí logró trascender, a pesar del influjo y la importante presencia de españoles desde sus inicios. Articulado por una idea más clásica de "resistencia", no llegó a generar la transversalidad reticular masiva y desbordante del movimiento español. "Tenemos mucho que aprender de lo que está pasando España", decía Goodman, dejando paso a Iglesias.

A pesar de la buena predisposición de la audiencia local (de esa mezcla un poco entre beatífica y paternalista del americano bienpensante que se sacude por un momento su posición hegemónica) y de la ingente hinchada española,  el líder español no se sintió muy a gusto en la casa del Ser anglosajón. El inglés tornó su discurso alarmantemente limitado y simplista en varios momentos.  "Cómo pierde en inglés...", me decía una periodista colombiana, sentada a mi lado, que trabaja en un reportaje sobre el fenómeno Podemos. "No está respondiendo a la pregunta", se quejaba a su acompañante el académico americano que ocupaba el otro asiento contiguo al mío (y al que tampoco convencieron las explicaciones de Iglesias sobre Maastricht). Mis compañeros de fila se revolvieron aún más incómodos al ponerse la cosa tensa, y pelín gruesa, cuando en el turno de preguntas un español residente en EE. UU.  acusó a Iglesias de ensalzar a ETA en un supuesto vídeo y este le llamó mentiroso, mientras un grupo abucheaba al primero, que se resistía a dejar el micrófono reclamando libertad de expresión. Cuando la batalla amainó, Iglesias despejó ambigüedades señalando las del PSOE y declarándose marxista (algo poco escandaloso en este ambiente académico), pro-Palestino (algo bastante más delicado) y anticapitalista neo-keynesiano a su pesar. Tras las preguntas de amigos, enemigos y neutrales, y con el simpático rosario de false friends ("my hand is tended") que nos dejó el orador, finalizó el acto.

Al salir  se percibía una atmósfera vibrante, similar a la del día anterior. Mucha gente se había quedado sin poder entrar. El streaming petó. Es posible que lo más relevante de la visita del líder de Podemos haya tenido lugar en los encuentros no públicos (como el mantenido con Stieglitz en Columbia, o con distintos cargos en la ONU), pero se certifica ultramar esa capacidad del proyecto para generar expectación e imantar energía. También para alentar discusiones y conversaciones que, se sea pro-Podemos o anti-Pablemos, merece la pena tener. Mientras camino de vuelta pienso que lo he pasado un poco mal de más con lo del idioma (ese defecto que no por casualidad los anglosajones llaman Spanish shame) y que no he podido evitar acordarme de Aznar en Georgetown. Qué cabrón. (Aznar, digo). Avanzamos algo, pero poco en ese tema. Pienso en otro gesto más, el de Iglesias devolviendo religiosamente, siempre, los aplausos. En si lo especular (un poco cómico, a veces) consigue o no simbolizar que no se trata tanto de acabar con las puertas giratorias como de cambiarlas de sitio: de suprimir las que comunican con la azotea (o las que comunican azoteas peligrosamente contiguas, y de paso ventilarlas) para hacer funcionar las que comunican con el piso de abajo. Cómo "socializar la representación". Seguimos todos invitados.

La nieve se amontona en los márgenes de la calzada de la Quinta Avenida y hace tanto frío que hasta los yuppies de Wall Street tienen las manos en sus propios bolsillos. Las perplejidades y tensiones de ayer no desaparecen, pero la sensación es algo distinta. Tomar o no tomar el atajo sigue dependiendo del compromiso de cada cual. "Ante cada titubeo, dos pasos al frente", decía ayer Bustinduy. Óle. Tampoco deja de ser prudente, por otro lado, que la sospecha que siempre genera el poder contagie levemente a todo lo que se le acerque ("Elegir al más honesto y vigilarlo como al más ladrón", exageraba el otro Pablo Iglesias). "Este es el examen más difícil de mi vida. Y además en inglés", bromeaba el vivo en el auditorio. A juzgar por las reacciones de quienes me rodeaban, no salió muy bien parado, y el del martes pasado fue un Pablo Iglesias en versión muy limitada. Titubeante, sin duda, pero menos cerúleo y más real, menos transfigurado en el inquilino comunista de un astro inabordable.

 

Fotografías de Pablo Iglesias en el Círculo Español de Queens, por Gustavo Murillo