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El Estadio Mental
Aunque quiero preservar algunos buenos momentos que me regaló el fútbol, me gustaría confesar que no he sufrido jamás una adicción tan venenosa como esta. Ninguna me exigió tanta dedicación. Nada me exprimió tanto tiempo. No hubo droga equiparable a su invasión. Ayer mismo yo escuchaba radio Marca, alternaba en televisión con angustia Jugones y Manolos, enviaba atrevidas preguntas a las charlas de cien expertos, le preguntaba a mi mujer por su once ideal, y soñaba con el coraje de Koke Resurrección. Estuve ahogado muchos años en este pantano fascista, misógino, clasista, tramposo, homófobo, marrullero, militar y nauseabundo que responde al nombre de fútbol.
La culpa no es de ellos, los intérpretes, por supuesto. La culpa es del tonto, que soy yo. Y de otros dos mil millones de tontos más, arriba o abajo.
Fuimos admitiendo la elegancia de Valdano, el estilo de Santiago Segurola, la gracia de Michael Robinson, la educación de Pep, y hasta la reconversión de Simeone. Pero qué más da. O mucho peor: qué nos dio. Solo compramos camisetas y parches para ocultar un negocio sucio, aplaudimos el ejercicio lamentable del engaño y de los miedos, aceptamos una excusa para las trampas y un desagüe para la mafia. Fuimos tan dóciles con el fútbol como con los políticos. Dejamos de fumar en los campos y en las vidas. Dejamos de cantar cualquier canción que no fuese un himno.
DEL MUNDIAL Y DEL MUNDO
No estoy viendo el Mundial. Entre el Mundial y el mundo, elijo lo segundo. Para algunos no es fácil. Para mí tampoco. Niño gordo y torpe, coleccionista de cromos, uno de esos que celebró entusiasmado los primeros reportajes de El Día Después (sic) y las primeras crónicas del futbolismo mágico de El País. Uno de ellos y también uno de los otros: de esos a los que llaman chaqueteros, de los que son más fieles al futbolista que al equipo, de los que prefieren tocar las narices en vez de recolectar abrazos. Pero qué importa eso ahora. Pero a quién puede importarle el fútbol.
Cuando pensé en escribir este texto solo quería arrojar una convicción: "Hablar de fútbol, pensar en el fútbol, dedicarle tiempo al fútbol y por supuesto, escribir de fútbol... es, como poco, grosero". Esa certeza creció según ensayaba textos más amables, mas delirantes o más agresivos. Frente a ese impulso me propuse entrenar mis emociones, estrechar el campo de mis cabreos, dejar en fuera de juego cualquier insulto.
Lo importante es el fútbol
Así titulé, hace ya demasiados años, uno de esos poemas que me atreví a leer en público en seis o siete ocasiones.
Yo, que no creo en las pasiones, reconozco que la que siempre me produjo el fútbol es una de las más pertinaces. A veces la he vinculado a mi absurdo enganche a la tele, pero esa relación es falsa. Siendo yo muy crío, ya solía dedicar más tiempo y energía a valorar, tras el recreo, al desempeño de mis funciones futbolísticas que al ejercicio del balompié. Aunque los hechos siempre me impedían aprobar en todos los ítems objetivos (regates, goles, asistencias -no sé si entonces ya se llamaban así, no creo-, desmarques, rechaces, chuts, despejes...), nunca dejé de regalarme un sobresaliente en lo que definí como "Visión de la jugada".
He escrito algunos poemas,
he leído a algunos poetas
publiqué un par de libros del género
y otro mixto
con algunos relatos,
recibí muchas críticas
casi todas
buenas, algunas muy buenas, dos peores
y tuve que ir a muchas de esas horribles presentaciones
escuchar las mismas preguntas
mil veces, sonreír a imbéciles editores.
Soportar a los lectores curiosos.
Gente tan desocupada.
Inventar explicaciones apócrifas,
absurdas
sobre intenciones, sistemas,
objetivos, influencias, filias
y fobias,
contestar las mismas respuestas que ni yo mismo
me creía
y callar siempre
callar que para mí la poesía
no
no tiene ninguna importancia
que me importa mucho más el sector primario
que el arte y hasta el secundario
incluso los servicios, sobre todo
los servicios, que un día acuñé
el lema “más patatas y menos videoclips”
que considero que la prosa
es mucho más importante que la poesía
y que el cine
es mucho más importante que la prosa
y que la televisión es mucho más importante que el cine
y que creo que lo más importante de todo
lo verdaderamente importante
es el fútbol
FÚTBOL (no siempre) ES FÚTBOL
Total, que ha empezado el Mundial, pero el mundo sigue hambriento y perplejo. Y alguien fugitivo explica la cochambre y el daño del gen competitivo. Y entonces reposan los céspedes, ronronean los porcientos, se aplastan las ojos, se mecen las olas huérfanas de Río y São Paulo se transforma en São Pavlov. Y este puede ser un buen momento para recordar ese ejercicio que la, por así decirlo, intelectualidad intersecular, llevó a cabo para evacuar el fútbol de las cloacas de los estadios, para legitimar la práctica de un deporte tan absurdo como cualquier otro deporte, para atosigar de metáforas bobas y prosopopeyas épicas las circunstancias y nimiedades de un ejército sujeto al runrún del error y al albur de la anécdota, sumidero de frustraciones y caldo de venenos sin brújula, sucio y torpe y siempre balbuceante, sin mensaje ni semiótica, ajustado al vacío de las cosas, anclado a la sordera social, atacado del mal de las economías y de las políticas.
Ahora es fácil ver y leer y releer todo eso. Ahora es fácil callar mientras te sacas la flecha, mientras te duele la herida, mientras se cauteriza la vergüenza. Te arrastrarías para teñir de rojo sangre el punto de los peores penaltis. Adelante, larvas del planeta Gol.
Ahora es fácil, quizás, o todo lo contrario, pero, sobre todo, ahora es el momento. Como respuesta al asco del grito de crimen y al grito de nada, decidí abdicar. Antes, cada tres o cuatro años, me atizaba un ayuno de fútbol, por no seguir sintiéndome ni parte ni reo de miserables infectados desde el paño de sus zapatillas, ni caracola de gangosos del final del dial, ni víctima de los impunes haikus de Clemente, ni de los jarapillos al vapor de Van Gaal, ni de las impotencias del rastro de los otros. No solo por eso, sino por higiene. Por higiene y policía de los espectáculos públicos me pongo hoy las gafas antibalas frente a este tiroteo aburridísimo entre esa tele y yo. Entre esa pantalla y mi almuerzo. Entre esa cosa y mi familia. Como antídoto ante esa balacera unidireccional, ese estruendo de casquillos sin más pólvora que la que contagia sordera, desatención a lo esencial, artificio exorcista, veneno del tiempo y Sintrom de conciencias.
ECHAR VALORES FUERA
Pero sí, también todo esto es tiki taka, tontería, sudor de vago, de hombre incapaz. Todo lo poco que dije o que no pude evitar escribir no es nada. Porque hoy solo podemos, como bien dice Ajo, echar valores fuera.
Imagen: Football (1910), de Vladimir Vasilyevich Lebedev
El Estadio Mental
Aunque quiero preservar algunos buenos momentos que me regaló el fútbol, me gustaría confesar que no he sufrido jamás una adicción tan venenosa como esta. Ninguna me exigió tanta dedicación. Nada me exprimió tanto tiempo. No hubo droga equiparable a su invasión. Ayer mismo yo escuchaba radio Marca, alternaba en televisión con angustia Jugones y Manolos, enviaba atrevidas preguntas a las charlas de cien expertos, le preguntaba a mi mujer por su once ideal, y soñaba con el coraje de Koke Resurrección. Estuve ahogado muchos años en este pantano fascista, misógino, clasista, tramposo, homófobo, marrullero, militar y nauseabundo que responde al nombre de fútbol.
La culpa no es de ellos, los intérpretes, por supuesto. La culpa es del tonto, que soy yo. Y de otros dos mil millones de tontos más, arriba o abajo.
Fuimos admitiendo la elegancia de Valdano, el estilo de Santiago Segurola, la gracia de Michael Robinson, la educación de Pep, y hasta la reconversión de Simeone. Pero qué más da. O mucho peor: qué nos dio. Solo compramos camisetas y parches para ocultar un negocio sucio, aplaudimos el ejercicio lamentable del engaño y de los miedos, aceptamos una excusa para las trampas y un desagüe para la mafia. Fuimos tan dóciles con el fútbol como con los políticos. Dejamos de fumar en los campos y en las vidas. Dejamos de cantar cualquier canción que no fuese un himno.
DEL MUNDIAL Y DEL MUNDO
No estoy viendo el Mundial. Entre el Mundial y el mundo, elijo lo segundo. Para algunos no es fácil. Para mí tampoco. Niño gordo y torpe, coleccionista de cromos, uno de esos que celebró entusiasmado los primeros reportajes de El Día Después (sic) y las primeras crónicas del futbolismo mágico de El País. Uno de ellos y también uno de los otros: de esos a los que llaman chaqueteros, de los que son más fieles al futbolista que al equipo, de los que prefieren tocar las narices en vez de recolectar abrazos. Pero qué importa eso ahora. Pero a quién puede importarle el fútbol.
Cuando pensé en escribir este texto solo quería arrojar una convicción: "Hablar de fútbol, pensar en el fútbol, dedicarle tiempo al fútbol y por supuesto, escribir de fútbol... es, como poco, grosero". Esa certeza creció según ensayaba textos más amables, mas delirantes o más agresivos. Frente a ese impulso me propuse entrenar mis emociones, estrechar el campo de mis cabreos, dejar en fuera de juego cualquier insulto.
Lo importante es el fútbol
Así titulé, hace ya demasiados años, uno de esos poemas que me atreví a leer en público en seis o siete ocasiones.
Yo, que no creo en las pasiones, reconozco que la que siempre me produjo el fútbol es una de las más pertinaces. A veces la he vinculado a mi absurdo enganche a la tele, pero esa relación es falsa. Siendo yo muy crío, ya solía dedicar más tiempo y energía a valorar, tras el recreo, al desempeño de mis funciones futbolísticas que al ejercicio del balompié. Aunque los hechos siempre me impedían aprobar en todos los ítems objetivos (regates, goles, asistencias -no sé si entonces ya se llamaban así, no creo-, desmarques, rechaces, chuts, despejes...), nunca dejé de regalarme un sobresaliente en lo que definí como "Visión de la jugada".
He escrito algunos poemas,
he leído a algunos poetas
publiqué un par de libros del género
y otro mixto
con algunos relatos,
recibí muchas críticas
casi todas
buenas, algunas muy buenas, dos peores
y tuve que ir a muchas de esas horribles presentaciones
escuchar las mismas preguntas
mil veces, sonreír a imbéciles editores.
Soportar a los lectores curiosos.
Gente tan desocupada.
Inventar explicaciones apócrifas,
absurdas
sobre intenciones, sistemas,
objetivos, influencias, filias
y fobias,
contestar las mismas respuestas que ni yo mismo
me creía
y callar siempre
callar que para mí la poesía
no
no tiene ninguna importancia
que me importa mucho más el sector primario
que el arte y hasta el secundario
incluso los servicios, sobre todo
los servicios, que un día acuñé
el lema “más patatas y menos videoclips”
que considero que la prosa
es mucho más importante que la poesía
y que el cine
es mucho más importante que la prosa
y que la televisión es mucho más importante que el cine
y que creo que lo más importante de todo
lo verdaderamente importante
es el fútbol
FÚTBOL (no siempre) ES FÚTBOL
Total, que ha empezado el Mundial, pero el mundo sigue hambriento y perplejo. Y alguien fugitivo explica la cochambre y el daño del gen competitivo. Y entonces reposan los céspedes, ronronean los porcientos, se aplastan las ojos, se mecen las olas huérfanas de Río y São Paulo se transforma en São Pavlov. Y este puede ser un buen momento para recordar ese ejercicio que la, por así decirlo, intelectualidad intersecular, llevó a cabo para evacuar el fútbol de las cloacas de los estadios, para legitimar la práctica de un deporte tan absurdo como cualquier otro deporte, para atosigar de metáforas bobas y prosopopeyas épicas las circunstancias y nimiedades de un ejército sujeto al runrún del error y al albur de la anécdota, sumidero de frustraciones y caldo de venenos sin brújula, sucio y torpe y siempre balbuceante, sin mensaje ni semiótica, ajustado al vacío de las cosas, anclado a la sordera social, atacado del mal de las economías y de las políticas.
Ahora es fácil ver y leer y releer todo eso. Ahora es fácil callar mientras te sacas la flecha, mientras te duele la herida, mientras se cauteriza la vergüenza. Te arrastrarías para teñir de rojo sangre el punto de los peores penaltis. Adelante, larvas del planeta Gol.
Ahora es fácil, quizás, o todo lo contrario, pero, sobre todo, ahora es el momento. Como respuesta al asco del grito de crimen y al grito de nada, decidí abdicar. Antes, cada tres o cuatro años, me atizaba un ayuno de fútbol, por no seguir sintiéndome ni parte ni reo de miserables infectados desde el paño de sus zapatillas, ni caracola de gangosos del final del dial, ni víctima de los impunes haikus de Clemente, ni de los jarapillos al vapor de Van Gaal, ni de las impotencias del rastro de los otros. No solo por eso, sino por higiene. Por higiene y policía de los espectáculos públicos me pongo hoy las gafas antibalas frente a este tiroteo aburridísimo entre esa tele y yo. Entre esa pantalla y mi almuerzo. Entre esa cosa y mi familia. Como antídoto ante esa balacera unidireccional, ese estruendo de casquillos sin más pólvora que la que contagia sordera, desatención a lo esencial, artificio exorcista, veneno del tiempo y Sintrom de conciencias.
ECHAR VALORES FUERA
Pero sí, también todo esto es tiki taka, tontería, sudor de vago, de hombre incapaz. Todo lo poco que dije o que no pude evitar escribir no es nada. Porque hoy solo podemos, como bien dice Ajo, echar valores fuera.
Imagen: Football (1910), de Vladimir Vasilyevich Lebedev