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Yo —como todos— soy de la infancia, del mito. En mi caso, del Atleti. Podría silabear su nombre igual que Humbert Humbert el de Lolita. Atleti, luz de mi vida, fuego de mis entrañas. Pecado mío, alma mía. At-le-ti. Desde los borrosos y casi amnióticos tiempos del Metropolitano, a cuya entrada una aguadora censuraba su indiferencia a los transeúntes: ¡qué coméis, que no bebéis! Desde el Manzanares niño, casi vacío en el anfiteatro, adonde, de pronto, llegaba un señor tímido que saludaba echándose mano al sombrero y veías que tu padre y tu tío respondían con admiración y comentaban luego en voz baja: ¡es Paulino Uzcudun! Desde el enjambre de banderas del fondo sur más tarde. Desde el maduro y familiar fondo norte ahora. Vi zigzaguear a Ufarte como llevado por el viento. A Mendoza driblar, a Luis mandar, a Adelardo templar, a Gárate levantar apenas una mano cuando marcaba. Todo eso vi y a todos esos. Y a cuantos para mayor gloria vinieron después. Una tarde, jugando contra el Poli Ejido, en Segunda, me di cuenta de que, en caso de ganar alguna vez la Champions, mi cariño no sería mayor. Que me gustaría más el fútbol que viera, me emocionarían más los partidos y podría leer más noticias del Atleti en los periódicos. Pero que, propiamente, no se produciría ninguna diferencia cualitativa con respecto a mí. Tal vez esta noche tenga ocasión de comprobarlo.

Enfrente estará la obra acabada de Florentino Pérez, que dictaminó a su llegada que el Madrid era como Walt Disney pero sin explotar: una exitosa multinacional de la industria del entretenimiento. Con el fin de explicarse a sí mismos ya no les sirven las metáforas comunes, sino que necesitan algo inobjetable y justificativo. Algo, digamos, trascendente, para lo que no dudan en recurrir a la Parapsicología, el mundo de las Ideas o el Arte. ¿Se acuerdan ustedes de lo de Butragueño y el Ser Superior? ¿Se acuerdan de los eventos conmemorativos del centenario que pergeñó aquel publicista que llegó a Secretario de Estado: "Se pretende que un logotipo del Centenario dé la vuelta al mundo por satélite... En Nueva York, Londres, París, Roma, Buenos Aires, Río de Janeiro y otras ciudades habrá fuegos artificiales, luminosos y carteles que llenen la Nochevieja próxima de mensajes anunciadores del Centenario del Real Madrid... Muchísimas personalidades internacionales estarán en la "fiesta blanca". Varios expresidentes norteamericanos serán invitados a visitar en Madrid "la otra Casa Blanca" y Joseph Blatter (¡¡Joseph Blatter!!) ha prometido buscar una fecha adecuada para que el fútbol internacional se paralice y todos los ojos se dirijan a un encuentro entre el Real Madrid y una selección de estrellas"?

Ya sabemos que semejante apoteosis quedó luego reducida a unos coquetos alardes pirotécnicos, una sonora carcajada por parte de la FIFA y, como colofón, una derrota a domicilio (es decir, en El Templo Mismo) a manos de un excelente equipo de fútbol. Pero qué hermoso ejemplo de literatura bíblica, de pasión creadora. Sin ir más lejos, en esta misma hoja, hace unos días, Germán Pose despachaba el estilo del Atleti con dos adjetivos tortuosos ("maquiavélico y sombrío") mientras derramaba sobre el estilo del Madrid el néctar extraído de su mejor musa ("fogonazo de luz"). Incluso se atrevía a citar a Valdano, Platón de Concha Espina, para aludir a la Belleza. Es difícil, la verdad, estar a la altura del delirio. Pero sin duda, a través de todos los cauces, seguirán y seguirán intentándolo, no importa qué tropelías cometan con la realidad. Al fin y al cabo, es el negocio —y, ciertamente, al menos en algunos, una vaga nostalgia— lo que está en juego.

Por mi parte, hoy, hasta que lleguen las nueve menos cuarto no voy a modificar un ápice mi alegre costumbre sabatina: la compra, la ducha, la comida, la apacible lectura. Sólo que en más de una ocasión —inopinada, pueril, bobamente si quieren— y sin que nadie se entere, la punta de mi lengua emprenderá un viaje de tres pasos del borde de los dientes al paladar y del paladar al borde de los dientes para silabear ese nombre. At-le-ti. Atleti. Forma primera en que el mundo se me entregó sin dolor.