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Autopistas y uvas

Dj Stalingrad conversa sobre hinchas, religión y escritores poco ortodoxos
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Mi amiga Lucía comparte mi devoción hacia los eslavos y celebra que por fin pueda presentarme a uno de sus autores de paso en Barcelona. Es que en Automática Editorial muchos están muertos (Gorki, Jarms, Kaverin, Radíchkov) porque los muertos escriben muy bien. De hecho, mientras os cuento esto leo a uno de ellos: Andre Biely. Su magistral Petersburgo es un novelón fantasmagórico cuyo principal protagonista es la avenida Nevski.

Si, como dice Marshall Berman, en el siglo XIX las avenidas fueron “el medio para reunir materiales y fuerzas humanas explosivos”, en el XX las autopistas volvieron a separarlos, lo que nos lleva a la actualidad. Petr Silaev ya no puede regresar a su país y mucho tiene que ver la construcción de una autopista. A sus 28 años, este anarquista bebe té negro y vodka, pinchar no pincha, aunque se haga llamar Dj Stalingrad. Como en Rusia todo el mundo tiene estudios, algo que, insiste, es importante tener en cuenta, él eligió religión y antropología. Además de escribir crónicas, va a conciertos y protesta. En la manifestación que tuvo lugar en la ciudad de Khimki, en 2010, en contra de la citada autopista, la cosa se fue de madre. A él le acusaron de hooliganismo, que con la blasfemia es la ofensa más usada para dar un buen escarmiento a las voces críticas. Bastó una circular de las autoridades rusas para que la Interpol le detuviera en España, donde estuvo preso varios meses. Por suerte, Finlandia ya le había reconocido como refugiado político y nuestro país acabó denegando la petición de extradición, pero Petr aún sigue luchando para que su nombre no figure en ningún registro y pueda desplazarse sin problemas. Me cuenta que su caso no es aislado ni el peor. Hasta admite que una parte de él calculó esta situación, porque sabía que con sus contactos en la prensa estaría algo más protegido.

Antes de conocerle, me lo imaginé dejándose fotografiar con el culo al aire para Vice Magazine. Esta imagen de gamberro se la debo a Exodus, que más que una novela es una vomitona de ciento veinte páginas, donde una no sabe si es más bestia lo que cuenta el narrador de la historia o lo que añade él en la nota al pie. “Quise hacer algo pulp, para leer en el water, pero a la que se empezó a traducir, tuvimos que añadir notas para situar al lector. Nunca pensé que Exodus saliera de Rusia. Aún me sorprende el interés.”

Aviso: para mí, su valor no es tan literario como generacional y sé que al decir esto contribuyo a un estado de cosas en el que se llega a ensalzar a Taolines o Fresycooles. Con todo, en el Este, hasta el tópico de “la desafección en la sociedad de consumo” cobra otros matices y se vuelve más sustancial.

¿Por qué odias tanto a los que crecieron en los ochenta? Lo has escrito varias veces.

En la Rusia de ahora y en otras partes hay mucha gente que no sabe qué hacer con sus vidas porque no se adapta a la economía de mercado. Se educaron en “la incubadora soviética” como médicos, electricistas... pero ahora a Rusia sólo le importa el petróleo. El presente consiste en buscarse la vida, especular, hacer trapicheos. Solo algunos, los bandidos, se han habituado rápido. El mercado está en sus manos. Luego está la gente de provincias que, de pronto, hizo mucho dinero y no saben cómo gastarlo, así que viaja y se compran cosas brillantes y feas. En Rusia, después de todo, no tiene mucho sentido ahorrar. En cuanto al resto, son como almas en pena.

Los más jóvenes, por lo que cuentas, van a partidos de fútbol o a conciertos punk para cocerse y acabar a hostias. ¿Es por aburrimiento?

Y supervivencia. Cuando todo ha sido arrasado y ya no hay relato, las subculturas te dan uno, por tonto que sea, con sus códigos. Esas subculturas en Rusia se expresan con una verborrea nueva. Supongo que con la traducción es menos evidente, pero quería plasmar cómo se ha degradado el habla...

En un momento dado mencionas las estadísticas. Y dices “¿Pero dónde está el alma?” Me sorprende el rol que le das a la religión en ese continúo intercambio de sopapos.

Yo creo que Rusia es como un gran racimo de uvas. Está la policía, la mafia, los hinchas... Son pequeñas células que no se comunican entre sí e intentan reproducirse, ser viables. Con el colapso que he mencionado antes, algunos, muchos se refugiaron en la iglesia. Es un lugar muy curioso, por un lado estuvo reprimida 70 años y por otro es una empresa en cuyo seno hay excriminales y toda clase de personajes con vidas muy duras y distintas.

Además de la Iglesia está la Universidad. Antes has dicho que la enseñanza es algo importante, ¿eso no debería favorecer una opinión más crítica con el gobierno?

Sí y por eso detesto esta generación. Es muy marginal. ¿Donde está? Ha trascendido lo de las Pussy Riot. Yo lo veo más como un acto mediático, sobre todo desde que se fotografiaran con Hilary Clinton. Es cierto que en los noventa, estaba el NBP de Limónov. Fue algo muy interesante porque más que un partido era un club posmodernista. Su oficina era un lugar muy activo donde se hacían mítines, conciertos y hasta se hablaba de literatura.

¿Te gustan sus libros?

¿Los de Limónov? Es que para mí él es un escritor americano que incorpora cosas rusas, porque su madurez sucedió en Estados Unidos, no en Moscú, y en ese sentido me parece interesante. Hablando de las universidades, para mí una de las cosas más importantes es y fue la escuela soviética de traductores.

A continuación, Petr se hace con mi cuaderno de notas y sabiendo que Lucía y yo somos fans de Gogol, Bulgákov, Erofeiev… nos cuenta una historia muy curiosa.

Empieza con el apoyo de Stalin a Maxim Gorki en los años veinte y llega hasta la actualidad. Según su visión, “con Gorki se puso en valor a los grandes: Platonov, Ilf & Petrov, el grupo de Odesa, Korolenko, Zoshchenko... gente del campo, ex soldados que escribían en un lenguaje nuevo. Aquí las mujeres poetas, Tsvietáyeva, Parnok..., también fueron muy importantes. Luego llegaron las purgas, porque a Stalin le da el delirio y empieza a anhelar la literatura zarista, así que se lo carga todo, pero hay una cepa que sobrevive”. Nos habla de Chukovsky, un simbolista políglota al que Stalin no se atrevió a matar “porque se hizo muy popular entre los niños por sus cuentos y por su traducción de Dr Doolittle. Chukovsky logró reunir a una serie de escritores, a Prishvin, Paustovski, Vitaly Bianki, Zhitkov… Son ellos quienes a través de la literatura infantil dieron continuidad a la lengua moderna, la que reivindicaba Gorki. Y continúa: “En los setenta, con el deshielo y a través de los suplementos literarios (Thik Magazines), se instauró una nueva generación, la que recupera a los escritores clásicos, pero de una manera elitista. Esta gente que se exilia a USA e Israel y es traducida y premiada no me interesa tanto, porque copia una literatura que ya no existe. La cepa de Chukowski, sin embargo, la retoman Eduard Uspensky,  Zahoter, Yury Koval, gente que bebe y se droga mucho y escribe en sintonía con la de aquellos cuentos, de bosques y cocodrilos que hablan (risas). Las obras teatrales de Koval son muy interesantes”.  Y de la literatura infantil de los setenta saltamos al conceptualismo de los noventa. “Prigov y Monastyrsky ya hacen algo más experimental, netamente postmoderno”. Y ¿qué es lo nuevo?, le pregunto, como una niña que quiere saber cómo acaba ese cuento. Nos recomienda Patologías de Prilepin y añade: “No se trata de lo nuevo y lo viejo sino de racimos. Así es cómo funciona Rusia en general. Algunas uvas sobreviven y hasta se reproducen, mientras hay otras, muchas, que se quedan en el camino.”

 

Exodus se publicará en marzo en Automática Editorial