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La edad del bronce (VII)

TIA ANICA LA PERIÑACA -  Discografía completa

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“Guárdalo, que es bueno/Te acompañará/Si tú no lo guardas/Sola te verás.” Esta copla, que pertenece al repertorio clásico de las alboreás, los cantos nupciales de los gitanos andaluces, puede interpretarse como uno de los consejos estereotipados que se ofrecen a las novias en ocasión de sus esponsales, dedicados a exaltar las virtudes de la honra y la fidelidad. Así vistas, estas frases pasarían por una efusión más de esa cultura patriarcal que, con frecuencia, ha nutrido al flamenco. Sin embargo, cuando se las oímos entonar a la voz cavernosa de Tía Anica la Periñaca, en ese compás dramático y fervoroso que es el de la bulería por soleá, su significado parece cambiar por completo. Resuena en ellas, por el contrario, una ética de la resistencia, una suerte de enseñanza estoica y emancipadora. Nos recuerdan que será sólo una lealtad elemental, una llama escondida que habremos custodiado, aquella que nos podrá calentar cuando llegue el frío.

Pero si estos versos transpiran autenticidad es también porque sabemos que aluden a su propia historia, cuentan algo íntimo de sí misma y, a la vez, algo universal acerca de la consolación del arte. En esencia, Ana Blanco Soto nació en 1899 y creció entre gitanos en el barrio de Santiago de Jerez. Desde niña, unida a las cuadrillas que faenaban en el campo, había aprendido a cantar de las figuras legendarias de aquel ambiente como Juanichi el Manijero, Frijones y Tío José de Paula. Pero tras su boda, por imperativo de un marido posesivo, se había recluido en casa, dedicado a las tareas domésticas y apartado del cante. Sólo al enviudar prematuramente, en parte acuciada por la necesidad y en parte estimulada por aficionados que conocían de su do silenciado, acudió a la llamada de ventas y fiestas particulares que la reclamaban. Y resultó que, en ese tiempo en la sombra, el bronce se había acendrado. Cuando La Periñaca abrió las espuertas de su memoria, un desbordamiento de emociones arcaicas nos anegó. Ese arsenal secreto, la reserva espiritual que nos invitaba a preservar, la había salvado. 

Es un prodigio que se repite con frecuencia en el flamenco y que no por eso deja de admirarnos. El de personas en apariencia ordinarias, de extracción muy humilde, a menudo sin estudios de ningún tipo, que son capaces de interiorizar una música de patrones tonales y rítmicos realmente complejos y reproducirlos con una fuerza expresiva trascendente. Es el ensalmo de que una anciana jornalera y ama de casa se convierta de súbito en médium y por su voz hablen los ancestros, el pasado se haga presente, alguien perdido en el fondo del tiempo nos revele una verdad iluminadora.

La discografía antigua del cante cautiva también por atrapar esa fantasmagoría, aunque obligue no pocas veces a perseguirla por laberintos. No es que Tía Anica sea una de las grandes cantaoras más desafortunadas al respecto. Los registros que alcanzó a dejarnos tienen un volumen modesto, pero de muy notable envergadura. Sólo que para reunirlos todos hay que escardar en fuentes dispares: el formidable retrato suyo que obtuvo la serie Rito y geografía del cante de RTVE, varias antologías flamencas más o menos difíciles de encontrar, grabaciones compartidas y dos discos en solitario, Por el aire de Santiago y Cuatro veces veinte años, que hizo cuando ya rozaba los ochenta y su voz quizás había perdido matices y extensión, pero emitía como nunca una negrura primordial. Álbumes que, desdichadamente y por más que recomendemos, ni se han reeditado ni son fáciles de localizar. La distancia entre la propaganda que nos señala que éste es uno de los patrimonios sonoros más preciosos que tenemos y la realidad de su difusión la descubre pronto cualquiera que se anima a franquearla. Mas no son los gimoteos el modo de honrar a Tía Anica, esa mujer íntegra y valiente. En el fondo, tiene sentido llegar a ella en una peregrinación azarosa, habiendo sorteado las dificultades. Abriendo las puertas que, como cantaba ella, estaban todas cerradas al arrimarse. 

Alexandre Serrano

Alexandre Serrano (1976) es periodista y colaborador de Televisió de Catalunya, Rockdelux o Diariofolk. En ellos, como en su blog, Rastres, vestigis, derelictes, se ocupa principalmente de las músicas de raíz y otras expresiones culturales minoritarias. De orígenes catalanes y sevillanos, vive actualmente en Madrid.