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La edad del bronce (VI)

 MANOLO CARACOL -  Grands Cantaores du Flamenco. Volume 7

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No estoy muy seguro de en qué estado se encuentra la apreciación de Manolo Caracol, si pesa aún sobre él esa opinión muy difundida en otro tiempo de cantaor grande pero errático, que dilapidó su talento en empresas artísticas dudosas, o si ya apenas se discute que fue uno de los creadores más heterodoxos y geniales no sólo del cante, sino de la música popular española del siglo XX. Tengo en cualquier caso la impresión de que es una figura más incómoda y evitada que la de otros incontestables. Descendía de una familia de la que puede prácticamente decirse que inventó el flamenco, por lo que costaba reprocharle que se tomara con él cuantas libertades le venían en gana.  Pero que dijera que al cantar no se acordaba de Jerez, de Triana, de Cádiz ni de nadie debió de escocer a los que consideraban que éste era, por encima de todo, un saber mnemotécnico. 

Lo que sí tengo por cierto, y probablemente lo único que ya importa, es el impacto emocional que supone escucharle. Hay amigos, melómanos a carta cabal pero sin ninguna especial afición jonda, que estando en casa me han pedido que pusiera algún disco de flamenco. Cuando he elegido a Caracol, la reacción ha sido siempre parecida. Primero un progresivo ensimismamiento, la evidencia de que una salmodia embrujada iba captando más y más su atención. Luego, una paulatina afinación de los sentidos, una sobrevenida sutileza de la percepción: la sensación de que las cosas se volvían de repente más diáfanas y mejor definidas; se atisbaban con mayor claridad y amplitud. Como si la rugosidad de esa voz que roza al final de cada tercio limara los cantos de la realidad y revelara su rostro auténtico. Julio Coll decía que en Caracol había mucho de sol andaluz, “ese sol oblicuo que recorta la sombra como un gran trazo negro”. Me parece un hermoso acierto expresivo y una buena explicación del poder de este “gitano de diez generaciones” para transformar atmósferas.

Hay muchos álbumes con su sello capaces de obrar este desvelamiento. Caracol fue prolífico a la hora de grabarlos, si bien algunos sólo recogen esa faceta suya más teatral y dicharachera que le granjeó tanta popularidad como denuestos. Si siento predilección por éste es también por formar parte de la colección de antologías dirigida por Mario Bois para Le chant du monde, que es una de las formas más fáciles de hacerse con una buena discografía básica si se siente algún interés en ello. Provistos de libretos que llevan en la portada una ilustración hiperrealista de Henri Galeron, los textos en inglés y francés que contienen son por lo común didácticos y esclarecedores. La prosa de Bois no carece de esa cierta épica y exaltación que es casi patrimonial del género, pero aparece desgrasada, sin el tropezón de arabesco oscuro que a veces indigesta en este tipo de escritos. Y si en las introducciones y en las guías de escucha se recogen nociones que hoy  pueden estar algo superadas o que abundan en esa visión orientalista con la que grandes aficionados de otros países han mirado al cante, son muchas más las observaciones sagaces, los comentarios atinados de una copla —aspecto tan a menudo desatendido— o las descripciones hechas con sencillez y limpieza. 

En este séptimo volumen consagrado a Caracol hay una en particular que me agrada. Es la que dice que su voz es un soplo expirado con la toda intensidad del ser. Esa es la palabra: intensidad. Cuando mis amigos poco entendidos han quedado sobrecogidos de súbito por sus soleares “Al Señor del baratillo” o por fandangos como “Veneno me dejaste” no lo han hecho por la manera de ligar o no los tercios, de doblar los tonos o cualquier otro formalismo que se les escapa, sino por una compresión intuitiva de que ahí resonaba un hombre quitándose todo postizo, apurando su verdad, ofreciéndose entero. Por pura “intensidad”. Por esa vibración elemental y capaz de cambiarte el ánimo que puede alcanzarte lo mismo hayas escuchado mil veces a Caracol o lo hagas por primera vez.

Alexandre Serrano

Alexandre Serrano (1976) es periodista y colaborador de Televisió de Catalunya, Rockdelux o Diariofolk. En ellos, como en su blog, Rastres, vestigis, derelictes, se ocupa principalmente de las músicas de raíz y otras expresiones culturales minoritarias. De orígenes catalanes y sevillanos, vive actualmente en Madrid.