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La edad del bronce

Porrina de Badajoz. Con Antonio Arenas y Ramón Montoya.

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Si el mundo flamenco es tan particular es también porque en él ocurren sucesos extraños, contrarios al sentido general de las cosas, hasta un poco disparatados. Por ejemplo, mientras que la originalidad y diferencia son valores ensalzados en casi cualquier expresión artística, en ésta te pueden mandar al destierro. Tal vez por eso simpatice con los intempestivos, con quienes no entienden de cálculos, con aquellos que han hecho lo que les ha venido en gana sin plegarse a mandatos esotéricos. Tal vez por eso tenga debilidad por José Salazar, su excelencia el Marqués de Porrina.

Algo es seguro: a los clasicistas más estrictos no les gustaba. Decían que mezclaba cosas, que inventaba otras, que aligeraba los cantes, que se vestía de una manera o tenía unos comportamientos que no concordaban con la dignidad étnica que ellos querían restituir al flamenco. Supongo que incluso les molestaba que procediera de una ciudad externa al territorio bien acotado de “lo auténtico”. Aunque lo de verdad perturbador debía de ser que pese a tomarse esas libertades, su inclinación hacia fandangos, cantiñas y otros palos considerados menores o el uso desacomplejado de un falsete muy asociado a las cupleterías y operetas fuera capaz de hacer sonar flamenca hasta la lista de la compra. Y aquello complicaba mucho las amonestaciones.

¡Qué vamos a hacerle! Para escuchar a Porrina, como a cualquiera, sirve más la sensibilidad que las estructuras. La música es una huella sonora que nos marca con la forma que quiere. Y la que deja este pacense indómito no siempre tiene contornos fáciles de reconocer y clasificar. Tiende a ser tan volcánica como su voz, con esas alturas agónicas y esas profundidades repentinas y sostenidas que pocos como él han sido capaces de alcanzar. Es imprevisible, con esa mágica habilidad suya para acertar a poner los acentos más expresivos donde quizás no se esperan pero donde más tocan. 

Por qué disco suyo decantarse es algo más complicado de decir. El concepto de álbum como unidad de sentido es una cosa relativamente novedosa en el flamenco y cantaores populares, de largo repertorio y diversidad estilística como José Salazar podían llegar a grabar un gran número de ellos. Es más, su caso sirve a la perfección para entender el embrollo monumental que suele ser el coleccionismo fonográfico del género. Porrina los facturó de todos los pelajes y duraciones para Belter, Hispavox, Columbia, Alhambra, RCA o  Vergara; discos que a su vez se han cuarteado y recombinado en no menos recopilaciones y refritos. La escogida tiene el atractivo de ser la reedición de dos buenas antologías que editara el sello Fontana en 1969 y aptas para iniciarse por variadas y  por contener sus piezas más emblemáticas, como ese autorretrato por fandangos que es “Gitano de Badajoz”.

En cualquier caso, la mayoría de estos álbumes, especialmente los originales en vinilo, son artefactos bellos y curiosos, ilustrados con alguna de esas fotografías de Porrina que exudan carácter; componiendo ese personaje de traje, pañuelo, clavel en la solapa, abrigo extravagante y perpetuas gafas negras. Maniobras de show business que él entendió tan bien, pero que no pueden hacer perder de vista que fue además un cantaor formidable. En su defensa de Pepe Marchena, Enrique Morente contaba que el flamenco es capaz de decir cosas terribles, pero que puede decirlas si quiere con mucha gracia. Lo mismo vale para “el Porra”: es la delicadeza con la que enuncia sus fatigas lo que más nos conmueve en ellas. 

Alexandre Serrano

Alexandre Serrano (1976) es periodista y colaborador de Televisió de Catalunya, Rockdelux o Diariofolk. En ellos, como en su blog, Rastres, vestigis, derelictes, se ocupa principalmente de las músicas de raíz y otras expresiones culturales minoritarias. De orígenes catalanes y sevillanos, vive actualmente en Madrid.