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La edad del bronce

GUALBERTO Y AGUJETAS  ·  (Movieplay, 1979)

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El flamenco ha sido pródigo en términos numinosos y elusivos para describirse a sí mismo y sus atributos. Muchos surgen de vagos sobrentendidos, de sutilezas vidriosas y de apreciaciones dudosamente objetivables. Los hay incluso que se permiten el defecto máximo que pueda tener un concepto con esa intención: incluir lo definido en la definición. Tal es el caso de la flamencura, que sería una cualidad inefable por la que un cante, toque o baile tiene el donaire y sentimiento característico de lo flamenco. Es decir,  una entelequia autorreferencial y probablemente inútil, pero que ha servido para dar cartas de naturaleza y negar legitimidades con bastante arbitrariedad. Y que, por eso, merece ser ilustrada con ejemplos  impertinentes.

Situémonos para ello en  1979. Gualberto García, el inquieto guitarrista sevillano introductor de la psicodelia en España, anda compadreando con Manuel de Los Santos “Agujetas”, ese  gitano jerezano de cante desabrido y feroz que se espeja en el de los antiguos. Tras algunas actuaciones juntos, graban un disco; un LP de apenas seis temas y media hora de duración.  Podría pasar por una colección más de cantes al uso, pero la coordinación de nombres en el título ya indica que el protagonismo se reparte a medias. Y no hay que esperar para confirmar que dos hombres tan enemigos de tomar caminos rectos no se han reunido para ser obedientes. Las primeras notas del álbum son las de un caracoleo trepidante de sitar. Apenas remite,  le responde la guitarra con inconfundible ritmo de bulería.  Luego ambas cuerdas confluyen y preparan la irrupción de Agujetas y  su ayeo primordial. “¡Ole, toma ya!” exclama uno de los palmeros. Ese jaleo despierta nuestra instintiva simpatía: es la expresión de alivio y regocijo de quien sale airoso de un reto ante el que había contenido el aliento.  

De hecho, cualquiera que escuche  esta “verdolaga”, por primera vez o por enésima, repite en su interior algo parecido a ese “ole”. Al principio le invade la sorpresa, luego la sustituye el vértigo por la altura del vuelo que se propone y, por último, le invade esa sensación de plenitud y maravilla que sucede a los trucos de magia bien ejecutados. En medio minuto, un orden que se había predicado inalterable salta en pedazos: un instrumento radicalmente ajeno a la tradición flamenca y que altera por completo su sonoridad es capaz de crear un marco musical y emocional tan reconocible y expresivo como el de la sonanta más clásica.  Diría que incluso algo más; permite un salto poético. La idea caprichosa de que la lejana música del Punyab, de la que partieron los gitanos allá por el siglo XI, se ha vuelto a encontrar con la que crearon sus remotos descendientes en el extremo sur de Europa. El resto del disco sólo acentúa estos deleites y barruntos iniciales, con especial alborozo en las dos seguiriyas, en las que las resonancias metálicas del sitar sondean simas ignotas de la emoción jonda.

El disco, como era previsible, torció algunos gestos de gentes cómodas y poco imaginativas. Sin embargo, en ese año prodigioso, Gualberto también estuvo implicado en una obra destinada a resquebrajar todavía más hielos, La leyenda del tiempo de Camarón, y quizás por ello su impacto quedó atenuado.  Lo que cuesta más de justificar es que hoy no se invoque más a menudo como hito absoluto del género. Y, por supuesto, tampoco como exponente claro de esa escurridiza flamencura. Para eso se prestan mucho mejor obras más pulcras y estereotipadas, bien provistas de las afectaciones que suelen ponerse como ejemplo de su significado. Pero si alguien cree necesario saber cuál es ese núcleo de sentido y cuáles los principios éticos y estéticos que hacen singular a lo flamenco,  le conviene escuchar este Gualberto y Agujetas. Porque su arrojo, sentido de la aventura y tensión desafiante…eso es la flamencura. Su concisión, intensidad y desdén de lo postizo es la flamencura. Su poder para reunir lo que permanecía separado es, sin duda, la flamencura.  Y aunque habrá quien trate de convencernos de lo contrario, si existe una tal flamencura y tiene algún valor saber en qué consiste, en ningún lugar la descubrirá antes que en este disco prodigioso y perenne.

Alexandre Serrano

Alexandre Serrano (1976) es periodista y colaborador de Televisió de Catalunya, Rockdelux o Diariofolk. En ellos, como en su blog, Rastres, vestigis, derelictes, se ocupa principalmente de las músicas de raíz y otras expresiones culturales minoritarias. De orígenes catalanes y sevillanos, vive actualmente en Madrid.