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Las extrañas recompensas del Pájaro

La geografía musical y humana de Andrés Herrera

A diferencia de esas ciudades que se esfuerzan por parecerse a su caricatura, siempre que vuelvo a Sevilla tengo la impresión de que no ha sucumbido a su tópico. Uno bastante antipático, por cierto: el de una ciudad estática y autocomplaciente, endomingada y caprichosa. Por el contrario, no hay que hurgar apenas para encontrar el reverso de ese cliché: su vitalidad sanguínea y su desarreglo, su irreductible heterogeneidad, el pasmo de que lo que en muchos otros sitios sería excéntrico aquí resulte ordinario y no se repare en ello.

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No, Sevilla no ha sido conquistada todavía por la uniformidad. Su gente tiene un instinto insuperable para reinventarse, sin dejar de parecerse a sí misma y ser distinta a toda la demás. Ésta puede ser la ciudad palaciega y barroca de señoritos atildados y fervor mariano. Pero es también y mucho más aquella en la que amaneció la contracultura en España, la de los rumorosos patios de vecinos, el ingenio verbal afilado como una navaja, el surrealismo cotidiano, la simultaneidad de lo místico y lo popular, lo sublime y lo grotesco.

En cualquier caso, es una ciudad que filtra la mirada que quienes viven en ella tienen del mundo. Habitantes de un tiempo mixto, en el que lo pasado y lo presente se confunden y en el que los hechos y personajes del ayer persisten poderosamente en el hoy. Quizás sea precisamente por tratarse de una ciudad con todos esos estratos y contradicciones lo que fuerza a reaccionar ante ella y hace rara la indiferencia. Los músicos de Sevilla pueden haberse rendido a su seducción o haberla denostado con sorna; lo más común es que la hayan tratado con esa forma elevada de amor que es la ironía. Pero lo insólito es que la hayan obviado. El cordón umbilical parece demasiado difícil de cortar.

Luego están quienes buscan nuevas conexiones y líneas de fuga; unen los puntos que ya estaban en el mapa pero trazando un contorno distinto. Ese es el caso de Andrés Herrera (Sevilla, 1963). Pájaro, el apodo por el que casi todos le conocen y que nombra a su actual banda, fue el guitarrista de muchas aventuras del rock ‘n’ roll sevillano, cómplice de Pata Negra o Kiko Veneno, lugarteniente quijotesco de Silvio en sus mejores años con Sacramento y ahora mascarón de proa de su proyecto personal. Con él defiende un repertorio en el que se cruzan el surf y el fraseo rockabilly con la épica del score western y los metales de las bandas de Semana Santa. Una colección de trampantojos que te hacen creer en la ilusión de que Sevilla está en la costa de California o en la Riviera italiana, como ya habías presentido. La coherencia y naturalidad con las que esta mezcla inaudita encajó en su debut Santa Leone propiciaron unos elogios que se han convertido en expectación ahora que prepara su segundo álbum. Una coyuntura idónea para hablar acerca de las fuentes de aquella antología de hallazgos e indagar en la relación simbiótica que existe entre la ciudad, el artista y su música.

Nuestro primer intento de encontrarnos queda frustrado por un accidente de última hora: su perro ha enfermado y sospecha que haya sido envenenado. Cuando uno traspasa los viejos muros hispalenses ha de estar preparado para el imprevisto y la irrupción de lo fantástico en lo cotidiano. Pasado el susto, nos citamos en la plaza de la Encarnación. Pájaro viene de comprarse unos botines camperos. “Son zapatos para no correr”, me dice. Lo cierto es que me gusta imaginarle así, despacio ante el peligro, como un hombre que ha sonreído entre las llamas.

Si hacemos recuento vemos que esta ciudad ha tenido una vitalidad musical excepcional, aunque no todo lo que se ha hecho aquí haya trascendido. ¿Qué hay en ella que empuje a la creatividad?

Yo me he dado cuenta: es el clima. Porque es una ciudad muy bonita, pero tampoco es para tirar tantos cohetes. Pero tú estás un martes aquí lloviendo, no tienes ganas de nada y tienes ganas de morirte. El miércoles sale el sol y, tío, sale todo el mundo a la calle sin un pavo y parecen todos millonarios. Y es esa alegría… Por otro lado, una ciudad con la carga histórica que tiene… eso no se va. Y realmente estás en un sitio como éste [una vieja taberna castiza] y ya simplemente el olor de madera al entrar te dice cosas. Y para los músicos eso es bueno para crear.

Te lo pregunto porque me parece muy difícil explicar tu música aislada de este contexto. En Santa Leone hiciste visibles paisajes mentales que estaban ahí, latentes, esperando a que alguien los cifrara en canciones. ¿Cómo llegas hasta ellos? 

Primero, soy sevillano y he tenido la suerte de tener un padre de los que no había, que tenía dos trabajos y cinco hijos, y al que siempre le quedaba un rato para mí. Me llevaba a los conciertos de bandas municipales, porque trabajaba en el ayuntamiento y teníamos puertas abiertas para ver ensayos y estrenos de obras; y a mí, con aquello, se me abrió el mundo: cuando escuché por primera vez una banda de Semana Santa, lo flipé. Y luego, por la noche, proyectaba cine; yo me iba desde pequeño con él; las bandas sonoras las he estado escuchando siempre… Hay una cosa en Sevilla que a mucha gente le puede chocar, y es que tú ves a un montón de gente que van a ver la Semana Santa, pero la mitad ni son cristianos, ni católicos, sino que van al espectáculo. Es un espectáculo alucinante, que tiene de todo. Y de eso viene todo: Santa Leone son las vivencias que yo he tenido de pequeño con las bandas sonoras y las bandas de música, pero con connotaciones rockeras. Porque yo nunca pierdo del todo de vista el rock ‘n’ roll.

Y con el nuevo disco, ¿tienes la idea de seguir construyendo esa banda sonora paralela de la ciudad?

Yo saqué ese disco porque lo tenía en la cabeza. El segundo disco va a ser diferente, porque quiero tirar por otros caminos. Me dejo llevar por la vida, por las cosas que me van pasando, por mi estado emocional. Y es que hay muchas cosas que contar todavía. No quiero que repitamos la misma fórmula. Y hablo en plural porque no puedo hablar solo: yo soy el Pájaro, pero Pájaro es el grupo y es muy importante para mí porque yo solo no podría haber hecho el primer disco, ni física ni anímicamente, ni de ningún modo. Yo voy dirigiendo musicalmente, pero todos aportamos.

Hablabas antes del marco del rock ‘n’ roll. En contra de lo que podría pensarse por un disco que los cruza con tanto desparpajo, creo que eres un músico que respeta los géneros, sus pautas formales…

Totalmente. Pero no hay ningún tipo de prejuicios. No hay un “yo hago un disco de rock ‘n’ roll y de ahí no me salgo”. Que somos músicos… Y hay cosas que vamos a sacar en este segundo disco que son un riesgo. Cosas que no sabemos cómo van a ser recibidas.

Bueno, cuando sacaste Santa Leone, ¿no pensaste ya que alguien podía tirarse de los pelos por echar mano del repertorio procesional?

Pues sí. Era el miedo que yo tenía. Sevilla es una ciudad muy heavy, muy visceral. Y es que aquí perdimos la Guerra Civil, ésta era Sevilla la Roja, y aquí se ha sufrido mucho. Se sufrió a Queipo de Llano y la represión fue terrible. Y la gente lo lleva un poco en la mente. Y si llegas tú, que eres un tío con unas ciertas ideas y, de pronto, sacas una corneta… recordando aquello… Porque claro, el que toca la corneta va vestido de militar… Pues eso tenía su miga.

Lo interesante es que no sólo es una subversión musical (“voy a integrar músicas de orígenes contrapuestos”), sino política, al rescatar un símbolo con cierta carga reaccionaria. ¿O no buscabas ese trasfondo ideológico?

Sí, claro que lo tiene. Es que, ¿por qué todo lo van a tener ellos? Ésta es una expresión popular. Si te das cuenta, las más importantes cofradías están en los barrios obreros. De hecho, la Macarena y la Trianera son las vírgenes de las que más quisieron apropiarse los fascistas. El fajín de Queipo de Llano lo ha llevado la Macarena durante muchos años en un barrio donde hubo mogollón de asesinatos, como una especie de recochineo. Pero la gente perdona al escuchar la música, está por encima de esa mierda. He visto gente que ha perdido familia en la guerra, ha escuchado una marcha de Semana Santa y se le han caído dos lagrimones. Lo cortés no quita lo valiente, y la música no tiene que estar asociada a ningún tipo de ideología.

Claro. Yo he vivido esa exaltación de las marchas, cuando he ido de madrugada con mi padre a ver al Gran Poder o la Macarena. Y ninguno somos creyentes. Pero estás al margen de eso, es el sentimiento expresado con esa música lo que te trastorna… 

Es que es muy fuerte eso que dices. Es la verdad, tío. Cuando oyes esa música tan épica te sientes muy identificado. Había mucha gente en las hermandades que eran rojos y ya está. Ha habido mucha manipulación con eso, pero le pones una melodía bonita a un sevillano, o a cualquier persona, y se olvida de lo demás.

También has podido hacerlo porque no eras sospechoso: representabas esa Sevilla insurrecta, rockera, que significaba lo opuesto…

La verdad es que sí. Ya con Silvio sacamos un poquito la patita con La Pura Concepción. Que yo decía: “Esto de ‘María es La Pura Concepción’, cuando lo escuchen los rockeros…”. Y cuando sacamos esa marcha, la reacción de la gente me encantó. Recuerdo una vez que estaba viendo a una de las vírgenes a las que les tocan eso, y la gente estaba susurrando la letra de Silvio. Es muy fuerte eso…

Silvio se ha integrado a través de sus leyendas y anécdotas en la historia popular de la ciudad. Es otro rasgo de Sevilla, que tiende a dar a estos personajes fronterizos.

Por la cara. Y si te fijas ninguno ha llegado a tener una vida muy allá. Al contrario, han muerto peor que han venido, más tiesos. Han perdido la vida, que es lo que traían, lo único que podían perder. Pero ahí están. Y para mí Silvio es un icono de la libertad, una persona que ha vivido y ha bebido como ha querido. Pagó un precio, pero yo creo que Silvio fue un tío feliz. Yo a Silvio, dentro de lo que le pasó, que le pasaron cosas terribles, que yo me pongo en su pellejo y pfff…, en la vida le vi protestar sobre su situación. Al contrario, él era “la storia di uno di noi che non aveva chorla, aveva corazón”. En esa canción se está autodefiniendo: dadme lo que queráis, pero a mí no me quitáis las risas.

Una filosofía de resistencia. Su actitud y su desinhibición eran más que simple hedonismo. Eran una forma de mirar la vida con la que mucha gente de esta ciudad se ha reconocido.

Cuando escuché su primer disco, que tendría 16 años, me quedé alucinado. ¡Sonaba tan bien! Pero es que el notas no cantaba en inglés. Y es que Silvio cantó lo que le dio la gana: en vikingo. Pero así cantábamos todos. Yo tenía un pick-up en casa, con todos los discos de Elvis y de rock ‘n’ roll en inglés y me aprendía lo que me llegaba. Yo escuchaba una canción en inglés y no tenía ni idea. Pero sólo por la música, por el rollo, yo me imaginaba algo, aunque después, cuando traducías la letra al español no tenía nada que ver. Y Silvio aprendió a cantar así: totalmente inventado.

La mezcla de música y palabras de otras lenguas entendidas a medias crean imágenes. Es un detonante creativo del que se ha hablado muy poco, ¿no te parece?

Yo con eso tengo un problema grande, por eso algunas de mis letras son tan cortitas. Yo compongo… Voy por la calle, llevo el móvil, se me ocurre una melodía y la canto en vikingo. Me invento algo: “don’t lets tan, oh lit tie” [improvisa una letra en fonética inglesa]. Luego llego a casa y digo: esto me gusta. Y cojo una palabra de las que me está sonando por ahí en inglés y a partir de eso hago una letra. Y te tienes que encajar la vida. Pero al final sale. Las luces rojas salió así. Es una canción a medias con Kiko Veneno. Pero salió del vikingo. Yo se la mandé totalmente en wachi-wachi, que se dice aquí.

Ahora que hablamos de esos personajes como Silvio, que encarnan un cierto espíritu de la ciudad, expresan cosas suyas muy íntimas y se convierten en personajes populares, ¿te sientes en cierto modo heredero de ese linaje? 

Yo llevo muchos años tocando, pero ahora es diferente porque tengo que ir yo a las entrevistas y soy yo el que doy la cara. Y voy por la calle y no es como antes, que me conocían los colegas. Ahora voy por la calle y me dicen: “Oye, Pájaro, vaya pedazo de disco. ¿Vas a meter la corneta también en el segundo?”. Y me pregunto: ¿cómo pueden saber eso? ¡Una señora de éstas que viene de la compra! Es alucinante lo que pasa aquí.

Pienso que en eso consiste una cultura popular. Tengo la teoría de que ésta es una ciudad que ha tenido que ser muy autónoma, porque estaba lejos de todo. Y gracias a eso es como una caja de resonancia en la que todo lo que ocurre acaba teniendo eco donde no te lo esperarías.

Yo he sido el guitarrista de Silvio, de Kiko Veneno, de Pata Negra. Siempre el guitarrista de… Pero resulta que mi amigo El Loco de la Colina me hizo una entrevista y de un día para otro la gente se queda con tu cara. Y yo no tengo coche, me muevo en bicicleta o en autobús, tengo un contacto con la peña desde que me levanto hasta que me acuesto, que me parece además supervacilón: poder andar tranquilo por tu ciudad, una persona que eres conocida, y que notes, además, un cariño extraordinario. Incluso gente que no te saluda para no molestarte, que se te quedan mirando que dices “me habré peinado malamente”. Y es que te conoce todo el mundo. No tiene que ver con un concepto convencional de la fama, es otra historia. Aparte, porque la gente me conoce personalmente, conoce mi vida, de dónde vengo, lo que hecho. Soy una persona que he tenido problemas, problemas con las drogas. Y la gente me ha visto salir de las cenizas. En los ochenta estuve bastante pillado. Como casi toda la peña, por otro lado. Soy un superviviente, se puede decir.

A veces, bajo ese barniz luminoso con el que se piensa en Sevilla, se olvidan sus traumas. Como lo duro que golpeó la heroína.

¿Te digo la verdad? Yo he perdido como a 28 amigos. Y si cuento conocidos, muchos más. Esto fue muy fuerte, muy fuerte. A menudo he pensado que se trató de una conspiración. Yo rápidamente me di cuenta de que esto era algo muy chungo y eso me salvó. Pero eso fue el fin de Pata Negra. Y digo Pata Negra por decir unos. También luego depende del entorno, que vengas de una determinada familia. Yo tuve la suerte de tener una casa y una madre que me ayudó mucho. Hace ahora unos años enfermó de Alzheimer y yo pude tenerla en casa y cuidarla antes de que muriese. Y para mí fue muy importante poder devolverle un poco de todo lo que hizo por mí.

En ocasiones la vida te da extrañas recompensas.

Sí. Extrañas recompensas. Eso es. Porque por un lado es una putada. Pero también te reconcilias de algún modo con algo. Y eso además ocurrió mientras hacía el anterior disco. Santa Leone también surge un poco de todo ese momento.

 

Como la de la propia ciudad, la identidad musical de Sevilla es un palimpsesto. Está compuesta de pedazos, capas superpuestas, fuegos cruzados. De Smash a Pony Bravo, aquí nunca ha asustado casar influencias en principio chocantes. Tampoco practicar juegos de espejos y curiosas dislocaciones de la personalidad. Pájaro lo intuye con brillantez cuando en un momento de la conversación me dice “Yo, Andrés. El Pájaro es otro”. El personaje. Otro rasgo propio de una sociedad que adora cierta escenificación de uno mismo, cierta grandeza de carácter y una forma de vivir que excede los márgenes de lo íntimo y se proyecta en lo público. En el fondo, Andrés Herrera se inscribe en una rica tradición de figuras musicales sevillanas que transitan entre lo real y lo legendario, lo autorreferencial y lo exótico, lo exasperadamente local y lo ilimitado. El Pájaro no vuela solo.

— Benito Moreno —

“Soy un sevillano tonto, un sevillano aburrido, de esos que se van de pronto, sin anunciar que se han ido”, cantaba Benito Moreno, autor de sensibilidad machadiana que evoca en muchas de sus canciones esa “soledad prehistórica” que decía palpar en la Sevilla de su infancia. Colaboró con Triana antes de que fueran Triana y grabó siete discos hoy injustamente olvidados. O gloriosamente escuchados en el silencio en que confesaba preferir a su ciudad.

— Silvio —

Un santo laico a las orillas del Guadalquivir. Dan fe las camisetas de su efigie con aureola que se venden en las tiendas de recuerdos. Pero las infinitas anécdotas de sus andanzas no deberían oscurecer su carácter de precursor, de padrino del rock andaluz y de pionero en incorporar las más intempestivas referencias populares sevillanas a sus canciones. Y por encima de todo, como recuerda Andrés Herrera, no hay que perder de vista que estamos ante “uno que hizo lo que le dio la gana”.

— Jesús de la Rosa / Triana —

Por nombre, por las menciones francas y diáfanas en sus letras y por la desacomplejada relectura del flamenco desde lo progresivo, Triana es el grupo sevillano por antonomasia. Pero también por encarnar un rasgo muy característico de su escena musical, el de banda que emerge desde el subsuelo y triunfa al margen de los grandes medios. La muerte prematura de Jesús de la Rosa, cantante y letrista del grupo, añade la lírica de fatalidad que precisan algunas leyendas del rock.

— Juan Diego Fuentes Dogo

El nihilismo punk y el rock ‘n’ roll más crudo también arraigaron bajo la Giralda de la mano de Dogo y los Mercenarios, aunque en sus letras transitaban más bien los espacios de sombra de la ciudad: la vecindad lumpen de la Alameda anterior a la “puta Expo” (Dogo dixit) o el mal afamado Polígono Sur. Ínclito maldito, olvidado incluso por la industria de la conmemoración y la nostalgia, es uno de los grandes rescates de Santa Leone, donde toca y pone letra a uno de sus diez temas.

— Rafael Amador / Pata Negra —

“Raimundo era el músico, el que tenía los conceptos en la cabeza, pero Rafael era El Intérprete” señala Pájaro, con una suspensión de admiración tras decirlo. Natural: el genio taciturno del pequeño de los Amador o sus años de introspección y encierro en su barrio de las Tres Mil Viviendas, dominado por la adicción a las drogas, forman ya parte de la mitología local. Y ese rock gitano suyo, la “blueslería”, como acertaron a llamarle con su hermano, es parte de su paisaje sonoro más reconocible.

— Antonio Luque / Sr. Chinarro —

El sevillano más ilustre de la música independiente española ha hablado en más de una ocasión de su ciudad con esa mordacidad apasionada que se reserva sólo a lo que se ama. En sus canciones, las referencias son más oblicuas que en otros casos. Pero están igualmente pobladas de visiones, acentos, fantasmas, coloquialismos, estampas que mezclan lo cotidiano con lo quimérico y destilan una sarcástica melancolía que delatan su origen incluso tantos años después de haberse marchado. 

Alexandre Serrano

Alexandre Serrano (1976) es periodista y colaborador de Televisió de Catalunya, Rockdelux o Diariofolk. En ellos, como en su blog, Rastres, vestigis, derelictes, se ocupa principalmente de las músicas de raíz y otras expresiones culturales minoritarias. De orígenes catalanes y sevillanos, vive actualmente en Madrid.

Fotografía a color de Pablo Aristoy

Fotografía en B/N de Sergio Caro