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Un viajero cubano visita La Habana del futuro

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La noticia me pilló a punto de empezar una clase sobre la técnica de la multiperspectiva en la novela. Y no pudo ser más inspirador: pocas noticias poseen tantas perspectivas como el hecho de que se retoman las relaciones diplomáticas entre Cuba y Estados Unidos. Enseguida me invadieron los enfoques y declaraciones de cubanos desperdigados por todo el mundo, según el tamaño de su dolor y resentimiento: “Washington no hace nada gratis”, “los Castro están tramando algo”, “la crisis de Venezuela empuja a negociar, ha caído el muro del Caribe…”. Abrumado, supe que había llegado el momento de poner a prueba un artefacto que hace tiempo tengo instalado en la sala de estar de mi alma, último grito de la tecnología política para un exiliado cubano: la denominada Máquina del Tiempo CDRC, cuyas siglas significan: Cuando Desaparezca la Revolución Cubana.

Máquina del Tiempo CDRC

Mundo Posible 1:

Con la reanudación de las relaciones entre Cuba y EE UU, Miami va a invadir la isla.

En un primer momento no comprendo dónde estoy. Ya no circulan coches de los años cincuenta, ni la gente dice “compañero”, y en las vallas publicitarias se ha sustituido el rostro de Hugo Chávez o del Comandante por el del señor Kentucky, el de los pollos colesterólicos. Las colas más grandes de La Habana son la de McDonald’s y la del mausoleo donde descansan los restos de Fidel Castro. Algunos negociantes llegados de Miami intentan comprar la momia del Comandante con la intención de revenderla a la hamburguesería de McDonald’s; dicen que sería un acto de justicia poética: el socialismo devorado literalmente por el capitalismo. Han proliferado las “jineteras”, esas prostitutas antaño tan folclóricas y presuntamente instruidas, licenciadas en Física o Filología. Pero ahora ya no alcanzan la escolaridad de los años dorados de la Revolución, y sin embargo han aumentado exponencialmente sus tarifas. Todas tienen smartphones de última generación cuya función es doble: estar siempre localizables para el cliente gringo, y hacerse selfies delante de los buques cruceros que atracan en bahía de La Habana como supositorios en un espacio contaminado y congestionado. Pero el problema fundamental son las casas. Se ha hecho realidad la pesadilla de tantos cubanos que permanecían en la isla. Los de Miami han regresado blandiendo títulos de propiedad y reclamando las casas que en su momento les expropió la Revolución. Hasta el hotel Habana Libre ha vuelto a llamarse Habana Hilton. Cuando reviso la hemeroteca de los primeros tiempos del cambio veo fotos de gente que arroja cosas desde los balcones a las hordas de miameros que pretenden tomar posesión de sus antiguos domicilios. Da gusto verlos así, tan enardecidos peleándose entre ellos, poniendo en práctica todo ese vigor combativo tantos años postergado. Pero la cosa se ha ido calmando, y al final todo el mundo ha empezado a trabajar diez horas diarias, como si un castigo de orden divino los obligara a purgar aquel pecado de la pereza tan fomentado durante los años del socialismo. Ya no veo grupos de vagos en cada esquina, pero sí turistas que entran y salen de los casinos, trapicheros que le venden drogas a los turistas, y una ciudad que empieza a echar abajo las irrecuperables casas coloniales para alzar terroríficos edificios de vidrio refulgente.

Máquina del Tiempo CDRC

Mundo Posible 2:

La reanudación de las relaciones diplomáticas entre Cuba y Estados Unidos ha sido un farol.

Al principio parecía que iba en serio. Incluso esa mañana en que todos aún nadábamos en el flato de la euforia inicial atracó un crucero en la bahía de La Habana. La gente no podía creérselo. Y aunque algunos recalcitrantes hablaban de no sé qué traición, en general todo el mundo estaba de lo más optimista. ¿Cuándo volvió a estropearse todo, viajero en el tiempo? ¿O quizá nunca estuvo arreglado y no fue más que un farol de ambos gobiernos? Nunca hemos sabido muy bien qué estaba pensando Obama en aquel momento, ni cuánto desconocía la filosofía de los Castro. Pero, para mí, al cabo de tantos años y viendo que el socialismo cubano de 2065 está más sólido que nunca, la cosa está muy clara. A Raúl Castro, en aquel remoto diciembre de 2014, un día se le ocurrió la siguiente idea: si empiezo a negociar con Washington, pueden pasar dos cosas: 1) que acepten mis condiciones y signifique un alivio para las arcas del gobierno cubano, ya que las remesas y visitas inofensivas de la comunidad de Miami serán un gran aporte, y ya ni pensar en que se levante el bloqueo, pero hasta ahí llegamos; 2) que los gringos se entusiasmen tanto y se les vaya la mano, y pretendan lo que siempre han querido: privatización de medios de comunicación, elecciones libres, un cambio de poder político y chorradas semejantes. Y ahí fue, oh viajero en el tiempo, donde volvió a estropearse todo, y de qué manera. Porque, efectivamente, Washington tenía la fantasía de un cambio político en Cuba con todas las implicaciones del caso. Entonces Raúl Castro dijo lo que tenía en la punta de la lengua: “Hasta aquí llegamos”. E hizo lo que tenía muchas ganas de hacer: romper definitiva y radicalmente las relaciones entre Cuba y Estados Unidos, declarando que el imperialismo había vuelto a asomar sus garras de tigre de papel, intentando arrebatarle al pueblo cubano su libertad. Con lo cual retrocedimos veinte años y floreció la ruina como nunca antes. Al principio fue un shock para la población, que ya le estaba agarrando el gustito a las remesas de Miami. Pero ya se sabe que el cuerpo se hace perro. Y la masa ciudadana no tardó en aceptar las “mismas nuevas condiciones” de ¡Socialismo o muerte, venceremos! Esta vez con el imperativo de un nuevo comienzo en la lucha por defender las conquistas de la Revolución. Lo cual posibilitó, por otros cincuenta años, el mismo sistema. Y aquí vamos andando al trabajo, porque con la bancarrota de Venezuela ya no tenemos combustible. Lo bueno es que no hay desempleo, pero nadie trabaja. Nadie trabaja, pero todo el mundo tiene de todo. Todo el mundo tiene de todo, pero nadie tiene nada. O sí: somos poseedores de enormes yacimientos morales y orgullo patrio por seguir haciendo una Revolución socialista ante las narices del Imperio, que algún día podremos exportar al resto de las naciones. Han pasado otros cincuenta años, pero nuestros gobernantes aún no han muerto. Ya no salen en la tele, pero en cada esquina de cada barrio hay una gran bocina que amplifica ininterrumpidamente el latido del corazón del Comandante en Jefe, y eso es suficiente. Sabemos que está ahí, palpitante, vital, imperecedero.

 

Imágenes: Los Carpinteros 

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