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Cuentos de Navidad
Existe gente desabrida, pelmaza, resentidos y hasta asociales que odian la Navidad. Antes eran pocos, estaban aislados y marcados para que sus malas vibras no empañasen la fiesta ni corrompiesen la ilusión de los niños. Casi siempre se veían en la tesitura de tener que fingir sonrisas e impartir buenos deseos entre sus vecinos para no ser identificados. Pero son cada vez más, y se están organizando.
Coincidiendo con la inauguración del alumbrado público navideño —hace un mes, pues la Navidad es cada vez más puntual—, cerca de medio millar de personas se concentraron en Sol para denunciar los cortes de servicios básicos, como la luz y el agua, que el año pasado afectaron a casi un millón y medio de familias residentes en España. Allí se hicieron visibles en pleno momento y lugar ante la atónita mirada de los consumidores. Bajo el lema “Encienden las calles, apagan las casas”, los disconformes, pertenecientes a asambleas de vivienda, plataformas contra la privatización y por un nuevo modelo energético (y gente de Podemos, sin duda, sin descartar a anarquistas ni a aficionados al fútbol), se ensañaron con las luces navideñas, aunque no llegaron a apedrearlas.
Y la cosa no quedó ahí, pocas semanas después un millar de personas irrumpía con ademanes grotescos y mal rollo en el mágico mundo de Cortilandia, protestando contra una ley que prohíbe protestar, conocida como Ley Mordaza, y sembrando dudas y zozobras en los inocentes niños presentes allí por voluntad de sus padres, que quieren lo mejor para ellos.
Este odio ha tenido expresiones recientes aún más pasmosas. En diciembre de 2008, cuando la crisis que tanto daño está haciendo a la Navidad ya era patente en los países del sur de Europa, los insurgentes griegos quemaron por dos veces el árbol que el Ayuntamiento de Atenas había instalado en la Plaza de la Sinagoga, en protesta por la muerte del niño Alexandros Grigoropoulos por causa de la policía.
El año pasado —y aquí la risa se convierte en mueca de dolor— un coche bomba explotó frente a una iglesia cristiana en Bagdad durante las celebraciones del Día de Navidad segando 38 vidas. Belén, cuna del portal, es también el epicentro de un conflicto político que arrastra centenas de millares de víctimas y que amenaza la paz mundial.
Entre tantos desastres y sueños rotos, Los Grandes Almacenes nos desean Feliz Navidad. Los Grandes Almacenes son hoy los verdaderos portales, los lugares de peregrinaje, y nosotros somos sus corderos de pascua. Con la excusa de las compras anticipadas y el ahorro, seguiremos consumiendo hasta el día de las Rebajas. ¿Está usted triste? ¡Ya lo pasará peor luego! Gracias a la Navidad, los mercados podrán permitirse un respiro antes de volver a desplomarse.
Los niños son el blanco de toda la campaña, los protagonistas de ese cuento triste que acaba en una cuesta y también sus principales víctimas. Juegan con su deseo y con su ingenuidad, y los padres se entregan. Ellos también han sido niños consentidos y han tenido que bregar después con su inmadurez. Los niños que crecen engañados acaban siendo adultos insatisfechos, que necesitan legar su frustración para quitársela de encima. Son los herederos del montaje, sus autómatas. Este año, los reyes no sólo van a ser magos, sino también equilibristas.
Estas Navidades serán como las otras, o puede que un poco peores. La crisis no va a eximirnos de aguantar los gestos rutinarios, de escuchar los mismos villancicos, de tragarnos el polvorón embarrado, de soplar el matasuegras. Nos harán sentir nuevamente expropiados, insuficientes, fugitivos: necesitaremos el alcohol para soportarlas. La Nochebuena será difícil, pero la Nochevieja será peor, y el Año Nuevo nos hará sentir viejos nada más comenzar. La primera resaca de nuestra nueva vida destruirá muchos proyectos y acabará con todos los buenos deseos.
La Navidad es inexorable, invasiva y se extiende hasta agotarnos. Tratar de sustraerse a ella es rebelarse contra el mito y la doctrina, alterar la precesión de los equinoccios y atentar contra la lógica del capital. El dios que la convoca y nos reclama tales sacrificios no conoce el perdón ni reconoce a los ateos. Vale más torcer la rodilla, envolverse en la magia, tomarla al pie de la letra.
Durante las Navidades de 1968, en un centro comercial de Londres, un afable Santa Claus hasta el culo de espíritu navideño se puso a repartir entre los niños los juguetes que cogía directamente de los expositores de venta. Literalmente encantados, los niños ni siquiera podían extrañarse. ¿Una promoción? ¿Una inédita campaña de alguna firma de juguetes?, se preguntaban los mayores. Pero entre los dependientes empezó a organizarse un gran revuelo y no tardó en aparecer la policía, que cargó contra el entrañable anciano y se lo llevó detenido. Bonita estampa navideña para futuros christmas: Santa Claus esposado ante los ojos aterrados de los niños por hacer bien su trabajo.
En los alrededores, otro grupo de Santas repartía panfletos que arremetían irónicamente contra los ingleses por su gandulería y les castigaban sin Navidad: “Los duendes enfermos de Europa han apagado las luces este año. Ni siquiera podéis tener la ilusión del placer: el espeluznante espectro de las Navidades ha subido los precios y no podéis permitiros los regalos. No los merecéis porque no habéis dado el callo lo suficiente para mantener el yugo en marcha”. Y finalizaba ya en tono subversivo, invitando a la insurrección: “Machaquemos todo este gran engaño. Coged los regalos y regaladlos de verdad. Encended Oxford Street. Bailad alrededor del fuego. Regocijaos con el funeral: el espectáculo final de la estafa que son las Navidades”. Eran los legendarios King Mob, un grupo de activistas de inspiración situacionista, muchos de cuyos componentes acabaron configurando la escena punk londinense.1
Paseando por la calle Preciados me asalta el fantasma de Rayito, el parado que durante todo el año asusta a los niños pequeños vestido de payaso pidiendo para comer. Ha encontrado un trabajo, aunque sea temporal. Lleva un gorro de Papá Noel y sonríe agitando una campanita y repartiendo globos y octavillas que anuncian la revolución de los Últimos Días, la Gran Liquidación.
1Más información en el libro King Mob. Nosotros, el partido del diablo (Madrid, La Felguera, 2007).
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Existe gente desabrida, pelmaza, resentidos y hasta asociales que odian la Navidad. Antes eran pocos, estaban aislados y marcados para que sus malas vibras no empañasen la fiesta ni corrompiesen la ilusión de los niños. Casi siempre se veían en la tesitura de tener que fingir sonrisas e impartir buenos deseos entre sus vecinos para no ser identificados. Pero son cada vez más, y se están organizando.
Coincidiendo con la inauguración del alumbrado público navideño —hace un mes, pues la Navidad es cada vez más puntual—, cerca de medio millar de personas se concentraron en Sol para denunciar los cortes de servicios básicos, como la luz y el agua, que el año pasado afectaron a casi un millón y medio de familias residentes en España. Allí se hicieron visibles en pleno momento y lugar ante la atónita mirada de los consumidores. Bajo el lema “Encienden las calles, apagan las casas”, los disconformes, pertenecientes a asambleas de vivienda, plataformas contra la privatización y por un nuevo modelo energético (y gente de Podemos, sin duda, sin descartar a anarquistas ni a aficionados al fútbol), se ensañaron con las luces navideñas, aunque no llegaron a apedrearlas.
Y la cosa no quedó ahí, pocas semanas después un millar de personas irrumpía con ademanes grotescos y mal rollo en el mágico mundo de Cortilandia, protestando contra una ley que prohíbe protestar, conocida como Ley Mordaza, y sembrando dudas y zozobras en los inocentes niños presentes allí por voluntad de sus padres, que quieren lo mejor para ellos.
Este odio ha tenido expresiones recientes aún más pasmosas. En diciembre de 2008, cuando la crisis que tanto daño está haciendo a la Navidad ya era patente en los países del sur de Europa, los insurgentes griegos quemaron por dos veces el árbol que el Ayuntamiento de Atenas había instalado en la Plaza de la Sinagoga, en protesta por la muerte del niño Alexandros Grigoropoulos por causa de la policía.
El año pasado —y aquí la risa se convierte en mueca de dolor— un coche bomba explotó frente a una iglesia cristiana en Bagdad durante las celebraciones del Día de Navidad segando 38 vidas. Belén, cuna del portal, es también el epicentro de un conflicto político que arrastra centenas de millares de víctimas y que amenaza la paz mundial.
Entre tantos desastres y sueños rotos, Los Grandes Almacenes nos desean Feliz Navidad. Los Grandes Almacenes son hoy los verdaderos portales, los lugares de peregrinaje, y nosotros somos sus corderos de pascua. Con la excusa de las compras anticipadas y el ahorro, seguiremos consumiendo hasta el día de las Rebajas. ¿Está usted triste? ¡Ya lo pasará peor luego! Gracias a la Navidad, los mercados podrán permitirse un respiro antes de volver a desplomarse.
Los niños son el blanco de toda la campaña, los protagonistas de ese cuento triste que acaba en una cuesta y también sus principales víctimas. Juegan con su deseo y con su ingenuidad, y los padres se entregan. Ellos también han sido niños consentidos y han tenido que bregar después con su inmadurez. Los niños que crecen engañados acaban siendo adultos insatisfechos, que necesitan legar su frustración para quitársela de encima. Son los herederos del montaje, sus autómatas. Este año, los reyes no sólo van a ser magos, sino también equilibristas.
Estas Navidades serán como las otras, o puede que un poco peores. La crisis no va a eximirnos de aguantar los gestos rutinarios, de escuchar los mismos villancicos, de tragarnos el polvorón embarrado, de soplar el matasuegras. Nos harán sentir nuevamente expropiados, insuficientes, fugitivos: necesitaremos el alcohol para soportarlas. La Nochebuena será difícil, pero la Nochevieja será peor, y el Año Nuevo nos hará sentir viejos nada más comenzar. La primera resaca de nuestra nueva vida destruirá muchos proyectos y acabará con todos los buenos deseos.
La Navidad es inexorable, invasiva y se extiende hasta agotarnos. Tratar de sustraerse a ella es rebelarse contra el mito y la doctrina, alterar la precesión de los equinoccios y atentar contra la lógica del capital. El dios que la convoca y nos reclama tales sacrificios no conoce el perdón ni reconoce a los ateos. Vale más torcer la rodilla, envolverse en la magia, tomarla al pie de la letra.
Durante las Navidades de 1968, en un centro comercial de Londres, un afable Santa Claus hasta el culo de espíritu navideño se puso a repartir entre los niños los juguetes que cogía directamente de los expositores de venta. Literalmente encantados, los niños ni siquiera podían extrañarse. ¿Una promoción? ¿Una inédita campaña de alguna firma de juguetes?, se preguntaban los mayores. Pero entre los dependientes empezó a organizarse un gran revuelo y no tardó en aparecer la policía, que cargó contra el entrañable anciano y se lo llevó detenido. Bonita estampa navideña para futuros christmas: Santa Claus esposado ante los ojos aterrados de los niños por hacer bien su trabajo.
En los alrededores, otro grupo de Santas repartía panfletos que arremetían irónicamente contra los ingleses por su gandulería y les castigaban sin Navidad: “Los duendes enfermos de Europa han apagado las luces este año. Ni siquiera podéis tener la ilusión del placer: el espeluznante espectro de las Navidades ha subido los precios y no podéis permitiros los regalos. No los merecéis porque no habéis dado el callo lo suficiente para mantener el yugo en marcha”. Y finalizaba ya en tono subversivo, invitando a la insurrección: “Machaquemos todo este gran engaño. Coged los regalos y regaladlos de verdad. Encended Oxford Street. Bailad alrededor del fuego. Regocijaos con el funeral: el espectáculo final de la estafa que son las Navidades”. Eran los legendarios King Mob, un grupo de activistas de inspiración situacionista, muchos de cuyos componentes acabaron configurando la escena punk londinense.1
Paseando por la calle Preciados me asalta el fantasma de Rayito, el parado que durante todo el año asusta a los niños pequeños vestido de payaso pidiendo para comer. Ha encontrado un trabajo, aunque sea temporal. Lleva un gorro de Papá Noel y sonríe agitando una campanita y repartiendo globos y octavillas que anuncian la revolución de los Últimos Días, la Gran Liquidación.
1Más información en el libro King Mob. Nosotros, el partido del diablo (Madrid, La Felguera, 2007).