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Trump ante las mil colinas

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¿Sabéis una cosa? Tengo a la gente más leal de todas. Podría plantarme en medio de la Quinta Avenida, disparar a alguien y no perdería votantes.» Estas declaraciones de Donald Trump causaron en su momento revuelo, pero concedámoslo, algo de razón no le falta. Trump ha traspasado a estas alturas numerosas líneas rojas, una sola de las cuales hubiera acabado ipso facto con la carrera de cualquier otro político del hemisferio occidental. Como candidato republicano, Trump obtendría, dependiendo de las encuestas, entre un 38% y un 45% en las próximas elecciones de noviembre. La mayoría indican que no logrará imponerse a Hillary Clinton, por quien ya ha apostado claramente el smart money. Con todo, un porcentaje sólido. ¿Qué explica su resistencia? En un sistema de facto bipartidista es difícil aislar una sola razón común a todos los votantes de Trump. Sin embargo, una de las novedades de esta campaña –acaso la más importante– ha sido la asimilación de una fórmula que ha permitido a la nueva derecha radical europea registrar considerables avances electorales y que consiste básicamente en una explotación demagógica de agravios reales, como la pérdida de nivel adquisitivo y la marginación de la antigua clase trabajadora industrial y las frustraciones de la nueva clase trabajadora del sector servicios. «A los liberales [en el sentido estadounidense del término] y progresistas les encanta señalar al otro lado de la sala y acusar a sus adversarios de racismo, misoginia y xenofobia, pero no es eso de lo que va la campaña de Trump. Y no es eso de lo que ha sido el Brexit», escribía hace semanas Mike Whitney en Counterpunch. «Se trata de la inseguridad económica». En efecto, «tanto el Brexit como el trumpismo son respuestas muy, muy equivocadas a cuestiones legítimas que las élites urbanas han rehúsado preguntar durante treinta años [...] desde los ochenta, las elites en los países ricos se han aprovechado de su posición para tomar todas las ganancias para sí mismos y taparse los oídos cuando alguien hablaba, y ahora contemplan con horror cómo los votantes se rebelan», escribía Vincent Bevins, de Los Angeles Times, citado en ese mismo artículo.

¿Pero cómo llega el mensaje al americano medio? Al comienzo de su campaña, tras hacer una serie de incendiarias declaraciones, Trump hizo de los canales de televisión, sedientos de audiencia, su plataforma (y no cabe excluir que las declaraciones tuviesen justamente ese mismo objetivo). Pero cuando el populismo de Trump se convirtió en una peligrosa realidad –sobre todo sus posiciones respecto a los tratados de libre comercio y las relaciones con Rusia–, todos los grandes medios, salvo la recalcitrantemente republicana Fox, modificaron su cobertura y apuntaron todas sus armas contra el magnate inmobiliario. Lo que no significa que Trump se quedase al descubierto. La nueva derecha radical lleva unos años mutando, transformándose, tratando de ampliar su base social. En la última década la hemos visto parasitar desde el black block o el rap, como hacen los “nacionalistas autónomos” en Alemania, hasta las tácticas de Spaßguerilla del movimiento estudiantil del 68, como hace el “movimiento identitario” en Austria. Y, sobre todo, no es ajena al uso de redes sociales, como Twitter o Facebook, ni a los canales de YouTube. Tampoco, por cierto, a los medios “alternativos”. El pasado 18 de agosto Trump nombró como director de su campaña a Steve Bannon, ejecutivo del digital Breitbart. La medida causó sorpresa por la nula experiencia de Bannon a la hora de dirigir campañas electorales.

Breitbart es un –sobre todo para el lector en español– oscuro medio estadounidense que aloja al ala derecha, o más a la derecha del Partido Republicano. La empresa fue fundada por Andrew Breitbart, un antiguo colaborador del Huffington Post y Drudge Report, un agregador de noticias conservador que comparte ideología con Breitbart. El objetivo de Breitbart era y sigue siendo radicalizar a la derecha estadounidense. Breitbart es el vale tudo de los medios conservadores: no se atiene a ninguna norma ni código deontológico. «Breitbart empuña el lanzallamas contra Washington y maneja con muy poco cuidado los hechos», declaró a The Hill un político próximo al portavoz de la Cámara de Representantes de EEUU, Paul Ryan –como representante del establishment republicano, uno de los objetivos recurrentes de Breitbart–. «Creo que me gusta que me ataquen», dijo en una ocasión el propio Andrew Breitbart, «la adrenalina fluye». Breitbart compartía con Trump la aparente habilidad de salir indemne de todos los problemas que él mismo, en gran medida, provocaba. «En una época pasada, el comportamiento de Breitbart –las competiciones de gritos, los retorcimientos de pezones, los tuits a las 2 de la madrugada sobre las madres de sus enemigos– se considerarían un suicidio en la carrera de cualquier aspirante a magnate de los medios, pero la carrera de Breitbart no ofrece signos de desplomarse», señalaba un perfil suyo en la revista Slate. Alguien describió a Breitbart como el introductor del gonzo y el punk en la derecha estadounidense, aunque en realidad el estilo del medio que lleva su nombre se acercaba más a la histeria maccarthista de los cincuenta o de la John Birch Society en los sesenta, un cóctel de insultos, todo tipo de falacias lógicas, exageraciones e incluso mentiras descaradas, el Tricky Dicky Screwdriver de los Dead Kennedys: one part Jack Daniels, two parts purple Kool-Aid, and a jigger of formaldehyde from the jar with Hitler's brain.

Andrew Breibart hace un cameo en la serie Courage, New Hampshire. Stephen Bannon fotografiado por Jeremy Liebman.

Cuando Andrew Breitbart falleció inesperadamente a los 43 años de un infarto –malas lenguas dicen que su corazón se había deteriorado por los excesos de las fiestas a las que asistía en Los Angeles West–, muchos creían que su medio se convertiría en una suerte de frenopático para los amantes de las teorías de la conspiración como los helicópteros negros y los chemtrails. Pero lo que ocurrió fue más bien lo contrario: su sucesor, el exmarine Stephen Bannon, que ha trabajado para Goldman Sachs y producido varias películas y documentales –incluyendo la adaptación de Julie Taymor de Tito Andrónico (1991), con Anthony Hopkins en el papel protagonista–, consiguió elevar el número de lectores en cuatro años de 2,9 a 17 millones, triplicar el personal y abrir una redacción en Reino Unido y otra en Israel. Solamente el año pasado, como recordaba recientemente Telepolis, el tráfico de Breitbart ascendió un 124%.

Uno de los activos de Breitbart en este ascenso ha sido el columnista Milo Yiannopoulos. Este periodista se ha convertido en uno de los improbables portavoces de la alt-right, la nueva derecha radical estadounidense, en sus frecuentes intervenciones públicas. Yiannopoulos desafía las convenciones. Su temario no difiere del de la nueva derecha –crítica al islam, al multiculturalismo, al feminismo–, pero su vida personal en buena medida sí, ya que Yiannopoulos –gafas de sol, pelo rubio platino– es homosexual. Considérese esta descripción de un mítin en Cleveland durante la Convención Nacional Republicana, tomada de una crónica de Joseph E. Lowndes para Counterpunch:

«Yiannopoulos le dijo a la multitutud que era 'un homosexual peligroso', reprendiéndoles porque, aunque muchos preferirían morir de pie antes que vivir arrodillados, él es feliz viviendo arrodillado, y contrastó el derecho a la felación con la natualeza represiva del islam –'no del terrorismo islámico, sino del islam mismo'–. El truco que más satisface al público de Yiannopoulos es alienar a su audiencia, incomodándola, antes de atraerla de nuevo con una ración de intolerancia compartida. 'Soy un maricón chupapollas… ¡y odio a la izquierda!', gritó. 'Recordad, nosotros somos vuestros gays, no sus gays', dijo a la multitud, deleitada, mientras alguien agitaba una bandera arcoiris gigante a sus espaldas. Yiannopoulos terminó diciéndole al rally que se disponía a partir para Suecia para encabezar una manifestación a favor de los derechos de los homosexuales… exactamente a través de un barrio musulmán.» (El acto “Pride Järva” fue finamente cancelado por motivos de seguridad).

Yiannopoulos –más conocido por haber motivado el reciente escándalo que envolvió a la promoción de Cazafantasmas (2016) de Paul Feig, con un plantel enteramente femenino, y que terminó con el cierre de su cuenta en Twitter (@nero) con carácter permanente– también organizó un acto de apoyo a Trump llamado LGBTrump party en el que participaron Christopher Barron –fundador de GOProud, una organización homosexuales conservadores, y expresidente de Log Cabin Republicans, el lobby homosexual del Partido Republicano– y el empresario y fundador de Palantir Peter Thiel, y que también contó con la asistencia de Geert Wilders.

Milo Yiannopoulos en un fotograma del documental American Milo. Gavin Mcinnes entrevistado para la página de tendencias Fun Artists.

Una persona próxima a Yiannopoulos y que merece ser destacada en este artículo es Gavin McInnes. Si McInnes recuerda a un hipster –gafas de pasta, barba, look retro– es porque lo es. Es más, McInnes está considerado “el padrino” de esta subcultura y no sin motivo, ya que fue uno de los fundadores de la totémica Vice (magazine). No sabemos cuándo fue el momento damasceno de McInnes, pero tras abandonar Vice en 2007 debido a «diferencias creativas» –sus ácidos comentarios en la revista sobre los afroamericanos o las mujeres en aquella primera etapa de Vice habían sido motivo constante de polémica–, inició un periplo como publicista, escritor y stand-up comedian sin resultados destacables, pero cabe imaginar que protegido por los ingresos que Vice le había proporcionado. En un panel del Huffington Post en 2013 Gavin McInnes dijo que «la gente sería más feliz si las mujeres dejasen de pretender que son hombres» y que «el feminismo había hecho a las mujeres menos felices». En agosto de 2014 afirmó en un artículo –posteriormente retirado de la página que lo alojaba– que la «transfobia era perfectamente natural». Según McInnes, los transexuales «son gays mentalmente enfermos que necesitan ayuda, y esa ayuda no incluye ser mutilados por médicos». El artículo llevó a su expulsión de Rooster, la agencia de publicidad para la que trabajaba y que había ayudado a fundar, y a la que amenazaban varias llamadas al boicot. Las feministas, los transexuales, las minorías étnicas y la nueva izquierda se convirtieron en sus blancos favoritos, siempre –y aquí radica la novedad– desde la comedia, incluyendo la (auto)ironía que caracteriza al posmodernismo (¿qué otra persona se tatuaría un culo en el culo y después publicaría sin reparos la foto en Twitter?). Y como prueba, sus monólogos semanales en YouTube, una de las plataformas favoritas de la nueva derecha radical estadounidense. En 2015, McInnes, ya asociado por completo con esta corriente, recibió su propio show en Compound Media y en el medio conservador canadiense Sun News Network, y, tras el cierre de éste, en The Rebel Media –espacio que comparte con la antifeminista Lauren Southern y, ocasionalmente, la actriz porno Mercedes Carrera, entre otros–, para, finalmente, lograr la culminación de la carrera de todo comentarista conservador: ser invitado a participar en los debates de Fox News.

El nombramiento de Bannon ha sido interpretado por algunos como un indicio de que Trump da por perdidas las elecciones y piensa ya en el día después, con las miras puestas en convertirse en un magnate de los medios. El fichaje de Bannon o del antiguo ejecutivo directivo de la Fox, Roger Aisles, formarían parte, como la insistencia en la cobertura desfavorable de los medios o la posibilidad de unas elecciones amañadas, de ese 'plan B' que sería fundar TRUMP MEDIA, un nuevo Breitbart con esteroides –más ruido y furia– que podría allanar el camino a nuevos Trump. En 1935 Sinclair Lewis publicó una novela sobre un senador estadounidense que consigue llegar a la presidencia con un programa mezcla de reforma social y retorno al patriotismo y los valores tradicionales para, después, imponer una plutocracia. La novela se titulaba No puede ocurrir aquí. En realidad, a estas alturas, podría ocurrir en cualquier parte. 

 

 

 

 

 

En portada, Donald Trump en la Conservative Political Action Conference (CPAC) de 2013. Fotografía de Gage Skidmore.