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Yo soy mil otros

Una conversación con David Le Breton
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David Le Breton, antropólogo y sociólogo, profesor en la Universidad de Estrasburgo, acaba de publicar el libro Disparaître de soi, une tentation contemporaine. En este ensayo continúa sus investigaciones en las mil y una maneras de las cuales aprehendemos el mundo, pero ahonda en la dificultad de ser uno mismo en un entorno que nos exige que nos asumamos de la mañana a la noche. Es fuerte la tentación de tomar la vía silvestre y escapar de las obligaciones. Su libro sigue el rastro a los distintos intentos que elegimos con el objetivo de amortiguar el ruido del mundo, que nos obliga constantemente a ser nosotros mismos. Abajo podemos leer una conversación con el autor, que nos ayuda a comprender las variadas razones que conducen a poner entre paréntesis esta obligación tan moderna, en suma, de ser uno.

¿Cómo se llega a escribir un libro sobre la desaparición de uno mismo ?

Es evidente que hay motivos biográficos. Siempre me he sentido incómodo con mi lugar entre los demás, con mi lugar en el mundo. Creo que por eso me hice sociólogo y antropólogo, pues no deja de ser una manera de convertir una debilidad en una fuerza. A veces me hace daño reconocer el mundo en el que vivo. Ese desequilibrio me llevó a la antropología, el sentimiento perenne de ser un marciano que deseaba comprenderlo todo. Lo que llamo desaparición de uno mismo comienza allí, en el momento en que uno se retoma, retoma también el resuello, se reencuentra una posición más tranquila en el relato del mundo. Pero además, es el sentimiento, que yo tengo de manera creciente, de que vivir exige un esfuerzo cada vez mayor. Cada vez cuesta más cumplir con los deberes de nuestra identidad en el mundo actual.

¿Cuáles son las razones?

Está la creciente individualización de nuestra sociedad. Somos nosotros los autores de nuestra existencia, ya no hay autoridad externa. Todos los grandes regímenes de sentido, que para las generaciones anteriores alimentaban el relato del mundo a través del compromiso político, de la cultura de clase, de las adhesiones religiosas... Todo esto está descomponiéndose ante nuestros ojos, y cada vez estamos más solos frente a los otros y frente al mundo. La única autoridad es, finalmente, la que uno se da a sí mismo. Nos hemos transformado en los artífices del significado y el valor de nuestra existencia, para lo bueno y para lo malo. Lo bueno es que nunca hemos sido tan libres. Lo peor es que a veces es difícil asumir esa libertad, ya que ya no disponemos de brújulas para orientarnos.

En todo caso, vaya paradoja que el éxito de la individualización desemboque en la fatiga del ser.

Yo insisto más bien en el esfuerzo de ser uno, que hace que tengamos que utilizar todas nuestras fuerzas, nuestros recursos, y que tengamos ganas de que todo aquello se detenga. Eso se puede detener de mil maneras, de manera pacífica y dichosa cuando se trata de elegir un camino por el que marchar. Otro de mis libros, Marcher, éloge des chemins et de la lenteur (Caminar, elogio de los caminos y de la lentitud) se centraba más en la persona que camina. La marcha es una manera pacífica de desaparecer, ya nadie nos conoce.  Entramos en el anonimato de los senderos. Nos cruzamos con gente que no sabe si somos diputados, médicos, obreros o parados. Y con los otros establecemos relaciones de pura gratuidad, de pura generosidad, sin tener que rendir cuentas. De ahí, en mi opinión, el clamoroso éxito sociológico de la marcha en nuestra sociedades occidentales. Se puede desaparecer de formas más dolorosas, como a través de la depresión, el síndrome del burn-out, la adicción al sueño. Son conductas de riesgo para nuestros jóvenes. Y además está, cuando somos mayores, la enfermedad del Alzhéimer, una buena manera de ya no estar aquí de manera prácticamente definitiva.

¿Es propia de nuestra modernidad esta dificultad de darle valor y sentido a nuestra existencia ?

Estamos atrapados en una red de responsabilidades que no finalizan jamás, así que ya no se puede decir que se va a cortar con todo más que durante uno o dos meses. Si lo hiciera, dejaría a mis doctorandos en la incertidumbre, a mis colegas en la incapacidad de tomar una decisión, ya que estoy comprometido con ellos. Mis allegados se preguntarían si estoy vivo o no. Antes, cuando yo era joven, cuando recorría el mundo, uno mandaba una carta. Cuando yo tenía 18 años mis padres esperaban dos o tres semanas antes de recibir una postal. Y no había ningún problema. Puede que nuestros padres, nuestros allegados, sintiesen una cierta inquietud. Pero hoy en día eso ya no es posible. Si después de un día o dos no respondes a un mail, todo el mundo comienza a angustiarse, a preguntarse si sigues vivo, si te has largado. ¿Y qué es esto ? Nuevas formas de tiranía donde es necesario dar cuenta constantemente de que se está vivo, donde hay que hacer esto, donde no se puede hacer lo otro. Todo esto dificulta enormemente nuestra posición de individuos. Ser un individuo se ha vuelto extremadamente arduo, exige un esfuerzo constante.

Su libro recoge diferentes aspectos de esta dificultad de ser, tanto literarios (Pessoa, Melville, Goncharov) o como médicos. ¿Qué relación hay entre ellos ?

Yo lo llamaría el tomarse las vacaciones de sí mismo. Más que ser arrastrado por el flujo de los acontecimientos y las decisiones, se pone uno al margen, se queda en la orilla. Así se vuelve a tomar aliento, se da uno el tiempo para pensar, para recordar que está vivo, que es real, que está allí. Se removiliza la interioridad, más que la intimidad. También habría que mencionar la espiritualidad, y se puede relacionar este término con lo religioso, entendiendo por religioso aquello que nos religa a un clero y a textos sagrados. La espiritualidad o lo sagrado, por decirlo como Roger Caillois o como Georges Bataille. Lo sagrado es más bien una especie de metafísica personal, de metafísica interior, es la emoción que se siente frente a la casa donde se pasó la infancia, en el río donde nos bañábamos de pequeños. Este es el sentimiento que nos da la impresión de pertenecer al mundo. Hoy en día, las iglesias y los templos son interiores. Esta búsqueda de la interioridad está en el núcleo de la desaparición de uno mismo.

El subtítulo del libro lleva la mención « Una tentación contemporánea ». ¿Podría extenderse sobre este término ?

La mayor parte de nosotros no contamos ni con los medios con el tiempo para desaparecer. Y sin embargo la tentación persiste. « Ah, me gustaría viajar », « Cómo me gustaría estar en otra parte », « Me encantaría vivir en otra época ». También hay expresiones que dicen : « Me gustaría estar a dos metros bajo tierra », « Me encantaría desaparecer con un simple guiño de ojos ». En la vida cotidiana, nos ocurre a menudo que planeamos estratagemas que nos permitan rebajar todas las presiones que pesan sobre nosotros, pero tomar la decisión de pararse, de irse, no es fácil. Hay demasiado en juego, tenemos responsabilidades que pesan sobre nuestras espaldas. A veces exige mucho valor romper, decidir llevar otra vida. Esta tentación se traslada a nuestros sueños- Uno se siente a disgusto, o bien tiene un curro que le tiene totalmente abrasado. Entonces pensamos en un viaje que hemos hecho, o pensamos en la infancia, o en nuestra madre, o en las relaciones amorosas que pudimos vivir, y todo eso son como hermosas fugas hacia nuestra interioridad.

Esta voluntad de desaparición, finalmente, es muy plástica, ¿conoce muchas manifestaciones?

El grado de consciencia de la propia desaparición varía de una situación a otra. Está claro que si yo decido largarme la semana que viene a los Vosgos, desapareceré durante un día o dos, pero me doy perfecta cuenta de lo que estoy haciendo, me organizo el tiempo, etcétera. Por el contrario, si comienzo a meterme en una depresión o a no poder conciliar el sueño, ya he dejado de elegir, las circunstancias se imponen. He ido demasiado lejos en el agotamiento de mis significaciones. Para mí, siempre estamos en la misma desaparición del ser. Hay figuras de la desaparición gozosas y hay otras que son muy dolorosas.

Habla usted de la depresión como de la imposibilidad de estar presente en uno mismo, como un sujeto que se queda atrapado en un tiempo detenido. ¿Podría extenderse sobre esta postración de la temporalidad ?

La depresión es la detención de un tiempo, al igual que el Alzhéimer, igual que las conductas de riesgo de nuestros jóvenes, es un tiempo circular, es la incansable repetición de los mismos comportamientos. Creo que para asumir el tiempo es necesario sentirse a gusto con la propia libertad ; si no, el paso del tiempo nos asusta, y puede hacernos retraernos, podemos apartarnos a un lado del camino para tratar de preservarnos. De ahí que algunos psicoanalistas, como Pierre Fedida por ejemplo, hayan escrito un elogio de la depresión, lo que parece paradójico. Los psicoanalistas recuerdan que si la persona va aún más lejos, se dirige a la muerte. Es necesario un seguro que nos impida avanzar, al que la persona pueda agarrarse. Ya sé que recuperar el gusto de vivir exige un enorme esfuerzo que puede durar meses, incluso años, pero en todo caso hay un punto en que la persona ha ido muy lejos en su sentimiento de contradicción hacia los demás. La depresión puede tomarse como una especie de alerta. Una alarma que nos advierte que no nos internemos más.

¿Es hoy más difícil que antes responder a la pregunta de « quién soy yo » ?

Antes era fácil, uno podía decir « soy obrero », « soy católico », « soy francés ». Hoy en día nada de eso tiene sentido. Hoy en día tenemos innumerables identidades, y por eso los individuos se definen por ir tatuados o con piercings. Los adolescentes han inventado las tribus urbanas, donde hay una suerte de comunitarismo, una réplica quizá algo neurótica a las religiones, los principios sociales y culturales. Creo que hoy es difícil responder a la pregunta de quién soy. Porque nos vemos demasiado confrontados a la multitud de personas que podríamos ser. Creo que ninguna otra sociedad ha tenido nunca el sentimiento de que llevamos dentro miles de personajes que reclaman su oportunidad. Finalmente nuestra vida personal es algo muy pobre en comparación con todo lo que podría ser. A veces resulta un poco sofocante, cuando se tiene un sentimiento de fracaso, es muy duro decirse, podría haber hecho esto, podría haber hecho aquello. Soy mil otros. Y esta horda que vive dentro no siempre llega a emerger para devolvernos el placer de vivir. Cuando digo « yo soy mil otros », me refiero a todos esos personajes que llevamos dentro y que las circunstancias podrían haber sacado a la luz. La sociedad actual es un archipiélago de individuos obligados a vivir juntos, a entablar relaciones aun cuando no se sienta una identificación con los demás. Por eso yo me reconozco en la filosofía de Marcel Gauchet, que me parece muy fuerte y muy justa. La socieda está a nuestro servicio, pero por mi parte yo jorobo a la sociedad. Esa podría ser la consigna que Gauchet describe en sus libros. La sociedad me lo debe todo pero yo no le doy absolutamente nada. A mi modo de ver esa es una de las consignas de la sociabilidad contemporánea.

Y sin embargo este desencanto no es tan monolítico. Los miembros de esa misma sociedad hacen largas colas en los museos, que nunca han estado tan llenos. Por eso afirma Bernard Lahire que lo sagrado no ha desaparecido realmente del todo.

Yo creo que siempre hay que mantener un pensamiento ambivalente.  La noción de ambivalencia está en el meollo de todo mi trabajo. Pensar en la ambivalencia significa pensar en la heterogeneidad. Para mí Gauchet tiene razón, y Lahire tiene razón en lo que le toca. Sí, la cuestión no es ser una cosa o la otra. Sencillamente es que existe cierta ambivalencia que nos permite estar juntos, evidentemente con la voluntad permanente de jugar cada uno sus cartas. Vivimos en un mundo en el que ya no hace falta pensar en términos de oposición : o bien Lahire o bien Gauchet. Yo creo que hay que decir esto, esto y esto, y además otra cosa. Es como una tartamudez del mundo. Creo que la antropología deebe ahondar en estos tartamudeos, en la multiplicación, en la insistencia en la amplitud del mundo, en su infinita conplejidad. Además, en el libro sobre la desaparición del ser hablo de la marcha como lugar de semejanza, un lugar de emoción compartida. Millones de personas se encuentran en los caminos de Compostela. Basta con entrar en una de esas granjas albergue de los Vosgos un domingo para ver la cantidad de discusiones e intercambios que se dan. Por el contrario cuando se está en el universo de la depresión, del síndrome del burn out, del Alzhéimer, nos encontramos en un encierro radical. Y en el medio hay una especie de marasmo en el que mucha gente busca la neutralidad,  la discreción, la modestia que busca una vida sencilla, el retiro en una cabaña en mitad del bosque, los que se van sin dejar una dirección. No hay que elegir entre la noche y la luz, hay que pensar en una penumbra, en cierto sentido. Pensar en ese espacio inmenso entre la sombra y la luz que conforma la condición humana. Creo que desde el principio, mi trabajo ha consistido en una exploración de este interregno. Y por eso no he pensado nunca en el mundo en términos binarios, por eso para mí la noción de ambivalencia siempre ha sido fundamental. Siempre estamos en la ambivalencia, nada escapa de allí.

 

Las imágenes son fotogramas extraídos de la película de Aki Kaurismäki Contraté un asesino a sueldo

Traducción de Bárbara Mingo.