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Santiago Ydañez, expresionismo y futbolín
Hay quien dice que es una persona siniestra. A mucha gente no le cuadra que alguien que pinte esos cuadros esté siempre de buen humor. A mí me parece fácil de entender por sí solo, aunque se puede explicar: hace lo que le gusta, lo hace muy bien y le pagan bastante por ello. Ydáñez es uno de los artistas con más proyección internacional de nuestro país y es expresionista en el amplio sentido de la palabra. Pinta rápido, sin pensar demasiado, poniendo el cerebro al servicio de la mano: «Para atrapar un gesto, como para atrapar un animal, es determinante ser rápido». Una característica que le sirve para abordar con destreza su otra gran pasión, el futbolín.
Su estudio está situado en la vega granadina, en un antiguo secadero de tabaco que comparte con otros artistas. Acaba de llegar de Berlín, donde tiene alquilado otro estudio. Allí montó hace años su propia galería porque quería deshacerse de la exclusividad que le exigían sus antiguos galeristas. Desde entonces vive entre España y Alemania.
Cuando entro veo a Santiago a horcajadas sobre un cuadro de dos por tres metros. Resopla, se mueve, fuerza los músculos, ataca el lienzo como si en lugar de pintar estuviera en plena faena sexual. Me saluda levemente y vuelve al trabajo. Lo observo trabajar rodeado de cuadros inmensos de rostros, ciervos disecados y fragmentos de brazos y piernas de tres metros. Al fondo, por el ventanal, se ve parte de Sierra Nevada y de la vega. En una mesa llena de pintura seca veo la Odisea de Homero, Frankenstein de Mary Shelley y El bandido adolescente de Ramón J. Sender. Están colocados de cualquier forma junto a los botes de pintura, las paletas sucias y algunos libros de arte (Hans Holbein, Van Eyck, Richter, Neo Rauch). En el centro del estudio, presidiendo el espacio, hay un futbolín. Llega Domingo Zorrilla, el pintor del estudio de al lado, dispuesto a jugar las quince partidas de futbolín de cada mañana. Ydáñez deja los pinceles y se frota las manos, camino del estadio. Entro en las rotaciones. Si en alguna partida el rival no consigue marcar un solo gol, éste debe pasar por debajo de futbolín, entrar por un costado, gatear por el suelo y salir humillado por el otro. Juego cuatro partidas y paso por debajo del futbolín un total de cuatro veces, así es que decido retirarme para beberme una cerveza y observar cómo juegan ellos. Santiago Ydáñez asegura que, si algún día llega a tener mucho dinero, creará una beca para que los mejores jugadores de su pueblo (Puente de Génave, en Jaén) puedan disputar el campeonato de España.
¿Cómo empezaste en esto?
Yo siempre quise ser geólogo, pero me dijeron que Bellas Artes era facilísimo, que no se hacía absolutamente nada y me matriculé. Ya en primero de B.U.P me había dicho mi profesor en el instituto que manejaba bien los colores. Cuando era más chico hacía censos de aves en mi pueblo, como un cuaderno de campo. Pero después me di cuenta de que era la geología lo que me gustaba. Hasta convencí a un amigo para que hiciera la carrera conmigo. Entonces nos vinimos a Granada. Él se matriculó en geología y yo en Bellas Artes.
Hay en tu pintura un tema que se repite. Y la pregunta supongo que también se repite.
Pinto muchos rostros, sí, pero ahora hay mucha más variación en mi obra. He hecho exposiciones de animales, ciervos disecados, algunas de esqueletos, de niños, tanto de rostros como de fragmentos, he trabajado un montón con el cuerpo. Pero es cierto que el rostro me interesa mucho. Resume muy bien al ser humano. Los sentimientos básicos los puedes trabajar sólo con el rostro, también con los cuerpos si tienen movimiento, pero el rostro humano es lo más complejo y lo más rico. Puedo estar toda la vida pintando rostros, hace muchos años que hice el primero y me sigue interesando.
Hay en esas caras una búsqueda del dolor, un sentimiento trágico ¿consciente?
Es consciente. Deriva de un sentimiento que tengo desde siempre, una visión un poco derrotista o pesimista del mundo y del ser humano. Me gusta reírme, pero tanto en los libros como en el cine me ha interesado siempre la gente trágica, la que roza el misticismo. Tampoco es un derrotismo así duro, no es un sentimiento como el de Ciorán, la necesidad de caerse al abismo siempre. Es más bien una postura estoica, de dejarse llevar, de presencia. De asumir esa presencia.
Se podría decir que tu modo de ser es un mecanismo de defensa contra esa visión trágica.
Sí. Es que se puede tener una visión trágica y además reírte, no creo que esté reñido. Sartre y esa gente haría sus bromas ¿no?
¿Va a quedar obsoleta la pintura en este siglo?
Duchamp fue el primero que dijo que el arte había muerto cuando cogió cualquier objeto y dijo que era una obra de arte. En los 60 hubo otra caída en picado con los jipis, el body art, y todo tipo de instalaciones y performances que empezaron a poner en duda lo más viejo. En los 80 fue la fotografía y la incorporación de nuevas tecnologías, el video. Cuando nace algo nuevo ensombrece lo antiguo, pero cuando se asume el juguete, se convierte un elemento más con el que crear lo que te dé la gana. Cuando nace una nueva disciplina la que más sufre es la disciplina más clásica, la que estaba antes, porque tiene que compartir protagonismo. Pero la pintura no está solapada por nada. Lo único que pasa es que ahora no está sola.
¿Por qué los cuadros valen lo que valen?
Es una cuestión de mercado.
Sí, pero eso es un problema ¿no?
Sí, no se corresponde muchas veces el precio de una obra y su valor real. Depende muchas veces de la habilidad del que lo venda y de que encuentre el mercado adecuado.
Si el valor del arte depende de la habilidad empresarial, ¿no habrá genios en la sombra?
Hombre, por supuesto. Tanto como genios, no sé. Pero gente muy buena que no está en el sitio que se merece, claro. Seguro.
El futbolín parece muy importante en tu vida, ¿lo es también en tu pintura?
Sí, sin duda. La serie de rostros empezó por eso, por el juego del futbolín. La base era totalmente sentimental porque me interesaba mucho el fanatismo, cómo la gente puede llegar a un estado de fanatismo por medio del juego. Cuando estaba en la facultad hacía una obra más pop, como más de risa, intentaba compaginar el fanatismo religioso con el deportivo y elegí un símbolo de cada. Del religioso cogí uno muy español que es el exvoto ibérico, una figurilla con los brazos en jarras idéntico al muñeco de futbolín, que es la representación humana más básica. Los muñecos de futbolín se pintan con tres pinceladas rápidas, los ojos y la boca. Yo cambié esos rostros, les puse cara de místicos. Fotografié bajorrelieves renacentistas de Juan de Juni en la catedral de Burgos y se lo puse a los muñecos, que eran dos metros y medio de altos. Más tarde lo que hice fue maquillarme directamente como un muñeco de futbolín. Dos brochazos para los ojos —aprovechando que tengo muchas ojeras— y un brochazo blanco en la boca. Muchas veces me maquillo para intensificar la expresión, para hacer más arquetípica la imagen y que luego al pintarla se reflejan los sentimientos con más claridad.
También practicas otros deportes ¿no? Me han contado algo de un torneo en tu pueblo.
Sí, supongo que te refieres a uno de baloncesto, un torneo de baloncesto comarcal. Perdimos todos los partidos, injustamente, claro. Y uno de los que jugaban conmigo estaba muy enfadado, incluso dio un puñetazo al aire. Y le dije: «No te preocupes. Mañana lo arreglamos». Quedamos todos en la cancha y nos llevamos trofeos de nuestra casa, de dominó, de cartas, y nos hicimos una foto en blanco y negro. Yo escribí un artículo incluso alabando la organización del pueblo anfitrión, a su equipo puse que habían quedado segundos del torneo y a nosotros primeros. Y como estaba bien redactado, sin exageraciones, lo mandamos al Diario de Jaén. Puse «El equipo de Puente de Génave gana tres trofeos: equipo ganador, máximo anotador y trofeo a la deportividad». Un periodista de aquel diario terminó de dar forma al artículo, y escribió al final: «Lo que demuestra el auge del baloncesto en Puente de Génave». Por el pueblo nos felicitaban.
Y los ganadores protestaron.
Sí. Eran de Orcera. Pero en el periódico les dijeron: «¿Y cómo sabemos que los que mentís no sois vosotros?». Después, en una verbena me vieron y tuve que culebrear entre la gente para escapar.
¿Qué harías si no te dedicaras a la pintura?
Sería geólogo, barrendero o pirotécnico.
He escuchado que lo tuyo sería atracar bancos.
La delincuencia, sí, eso sería precioso. Pero tú sabes los conocimientos técnicos y el arrojo que hay que tener... sobre todo conocimientos técnicos. Y de psicología humana.
Tú serías rápido, en cualquier caso.
Podría ser un buen ladrón, sí.
Y creo que también te gusta la música. Que tocas algún instrumento.
Sí. La manguera.
Ydáñez se levanta, coge una manguera que hay arramblada en una esquina, la enrolla por detrás de la espalda y sopla. Suena como una trompeta fabricada expresamente para Tom Waits. Pero no es lo único que toca. «Cualquier cosa que encuentres puede crear música», asegura. Hace dos años quedó en Berlín con un comisario de arte en una de las galerías más importantes de Europa. Antes de entrar encontró un tubo de cartón de cinco metros en unas obras. Abrió la puerta, metió el enorme canuto y profirió uno de los gritos más ensordecedores que recuerda haber dado jamás. El comisario, un reputado gay del mundillo artístico berlinés, se quedó mirando hacia la puerta sin articular palabra, completamente pálido. Cuando Ydáñez consiguió dejar de reír, se acercó, le dijo quién era y le tendió la mano.
Santiago Ydañez, expresionismo y futbolín
Hay quien dice que es una persona siniestra. A mucha gente no le cuadra que alguien que pinte esos cuadros esté siempre de buen humor. A mí me parece fácil de entender por sí solo, aunque se puede explicar: hace lo que le gusta, lo hace muy bien y le pagan bastante por ello. Ydáñez es uno de los artistas con más proyección internacional de nuestro país y es expresionista en el amplio sentido de la palabra. Pinta rápido, sin pensar demasiado, poniendo el cerebro al servicio de la mano: «Para atrapar un gesto, como para atrapar un animal, es determinante ser rápido». Una característica que le sirve para abordar con destreza su otra gran pasión, el futbolín.
Su estudio está situado en la vega granadina, en un antiguo secadero de tabaco que comparte con otros artistas. Acaba de llegar de Berlín, donde tiene alquilado otro estudio. Allí montó hace años su propia galería porque quería deshacerse de la exclusividad que le exigían sus antiguos galeristas. Desde entonces vive entre España y Alemania.
Cuando entro veo a Santiago a horcajadas sobre un cuadro de dos por tres metros. Resopla, se mueve, fuerza los músculos, ataca el lienzo como si en lugar de pintar estuviera en plena faena sexual. Me saluda levemente y vuelve al trabajo. Lo observo trabajar rodeado de cuadros inmensos de rostros, ciervos disecados y fragmentos de brazos y piernas de tres metros. Al fondo, por el ventanal, se ve parte de Sierra Nevada y de la vega. En una mesa llena de pintura seca veo la Odisea de Homero, Frankenstein de Mary Shelley y El bandido adolescente de Ramón J. Sender. Están colocados de cualquier forma junto a los botes de pintura, las paletas sucias y algunos libros de arte (Hans Holbein, Van Eyck, Richter, Neo Rauch). En el centro del estudio, presidiendo el espacio, hay un futbolín. Llega Domingo Zorrilla, el pintor del estudio de al lado, dispuesto a jugar las quince partidas de futbolín de cada mañana. Ydáñez deja los pinceles y se frota las manos, camino del estadio. Entro en las rotaciones. Si en alguna partida el rival no consigue marcar un solo gol, éste debe pasar por debajo de futbolín, entrar por un costado, gatear por el suelo y salir humillado por el otro. Juego cuatro partidas y paso por debajo del futbolín un total de cuatro veces, así es que decido retirarme para beberme una cerveza y observar cómo juegan ellos. Santiago Ydáñez asegura que, si algún día llega a tener mucho dinero, creará una beca para que los mejores jugadores de su pueblo (Puente de Génave, en Jaén) puedan disputar el campeonato de España.
¿Cómo empezaste en esto?
Yo siempre quise ser geólogo, pero me dijeron que Bellas Artes era facilísimo, que no se hacía absolutamente nada y me matriculé. Ya en primero de B.U.P me había dicho mi profesor en el instituto que manejaba bien los colores. Cuando era más chico hacía censos de aves en mi pueblo, como un cuaderno de campo. Pero después me di cuenta de que era la geología lo que me gustaba. Hasta convencí a un amigo para que hiciera la carrera conmigo. Entonces nos vinimos a Granada. Él se matriculó en geología y yo en Bellas Artes.
Hay en tu pintura un tema que se repite. Y la pregunta supongo que también se repite.
Pinto muchos rostros, sí, pero ahora hay mucha más variación en mi obra. He hecho exposiciones de animales, ciervos disecados, algunas de esqueletos, de niños, tanto de rostros como de fragmentos, he trabajado un montón con el cuerpo. Pero es cierto que el rostro me interesa mucho. Resume muy bien al ser humano. Los sentimientos básicos los puedes trabajar sólo con el rostro, también con los cuerpos si tienen movimiento, pero el rostro humano es lo más complejo y lo más rico. Puedo estar toda la vida pintando rostros, hace muchos años que hice el primero y me sigue interesando.
Hay en esas caras una búsqueda del dolor, un sentimiento trágico ¿consciente?
Es consciente. Deriva de un sentimiento que tengo desde siempre, una visión un poco derrotista o pesimista del mundo y del ser humano. Me gusta reírme, pero tanto en los libros como en el cine me ha interesado siempre la gente trágica, la que roza el misticismo. Tampoco es un derrotismo así duro, no es un sentimiento como el de Ciorán, la necesidad de caerse al abismo siempre. Es más bien una postura estoica, de dejarse llevar, de presencia. De asumir esa presencia.
Se podría decir que tu modo de ser es un mecanismo de defensa contra esa visión trágica.
Sí. Es que se puede tener una visión trágica y además reírte, no creo que esté reñido. Sartre y esa gente haría sus bromas ¿no?
¿Va a quedar obsoleta la pintura en este siglo?
Duchamp fue el primero que dijo que el arte había muerto cuando cogió cualquier objeto y dijo que era una obra de arte. En los 60 hubo otra caída en picado con los jipis, el body art, y todo tipo de instalaciones y performances que empezaron a poner en duda lo más viejo. En los 80 fue la fotografía y la incorporación de nuevas tecnologías, el video. Cuando nace algo nuevo ensombrece lo antiguo, pero cuando se asume el juguete, se convierte un elemento más con el que crear lo que te dé la gana. Cuando nace una nueva disciplina la que más sufre es la disciplina más clásica, la que estaba antes, porque tiene que compartir protagonismo. Pero la pintura no está solapada por nada. Lo único que pasa es que ahora no está sola.
¿Por qué los cuadros valen lo que valen?
Es una cuestión de mercado.
Sí, pero eso es un problema ¿no?
Sí, no se corresponde muchas veces el precio de una obra y su valor real. Depende muchas veces de la habilidad del que lo venda y de que encuentre el mercado adecuado.
Si el valor del arte depende de la habilidad empresarial, ¿no habrá genios en la sombra?
Hombre, por supuesto. Tanto como genios, no sé. Pero gente muy buena que no está en el sitio que se merece, claro. Seguro.
El futbolín parece muy importante en tu vida, ¿lo es también en tu pintura?
Sí, sin duda. La serie de rostros empezó por eso, por el juego del futbolín. La base era totalmente sentimental porque me interesaba mucho el fanatismo, cómo la gente puede llegar a un estado de fanatismo por medio del juego. Cuando estaba en la facultad hacía una obra más pop, como más de risa, intentaba compaginar el fanatismo religioso con el deportivo y elegí un símbolo de cada. Del religioso cogí uno muy español que es el exvoto ibérico, una figurilla con los brazos en jarras idéntico al muñeco de futbolín, que es la representación humana más básica. Los muñecos de futbolín se pintan con tres pinceladas rápidas, los ojos y la boca. Yo cambié esos rostros, les puse cara de místicos. Fotografié bajorrelieves renacentistas de Juan de Juni en la catedral de Burgos y se lo puse a los muñecos, que eran dos metros y medio de altos. Más tarde lo que hice fue maquillarme directamente como un muñeco de futbolín. Dos brochazos para los ojos —aprovechando que tengo muchas ojeras— y un brochazo blanco en la boca. Muchas veces me maquillo para intensificar la expresión, para hacer más arquetípica la imagen y que luego al pintarla se reflejan los sentimientos con más claridad.
También practicas otros deportes ¿no? Me han contado algo de un torneo en tu pueblo.
Sí, supongo que te refieres a uno de baloncesto, un torneo de baloncesto comarcal. Perdimos todos los partidos, injustamente, claro. Y uno de los que jugaban conmigo estaba muy enfadado, incluso dio un puñetazo al aire. Y le dije: «No te preocupes. Mañana lo arreglamos». Quedamos todos en la cancha y nos llevamos trofeos de nuestra casa, de dominó, de cartas, y nos hicimos una foto en blanco y negro. Yo escribí un artículo incluso alabando la organización del pueblo anfitrión, a su equipo puse que habían quedado segundos del torneo y a nosotros primeros. Y como estaba bien redactado, sin exageraciones, lo mandamos al Diario de Jaén. Puse «El equipo de Puente de Génave gana tres trofeos: equipo ganador, máximo anotador y trofeo a la deportividad». Un periodista de aquel diario terminó de dar forma al artículo, y escribió al final: «Lo que demuestra el auge del baloncesto en Puente de Génave». Por el pueblo nos felicitaban.
Y los ganadores protestaron.
Sí. Eran de Orcera. Pero en el periódico les dijeron: «¿Y cómo sabemos que los que mentís no sois vosotros?». Después, en una verbena me vieron y tuve que culebrear entre la gente para escapar.
¿Qué harías si no te dedicaras a la pintura?
Sería geólogo, barrendero o pirotécnico.
He escuchado que lo tuyo sería atracar bancos.
La delincuencia, sí, eso sería precioso. Pero tú sabes los conocimientos técnicos y el arrojo que hay que tener... sobre todo conocimientos técnicos. Y de psicología humana.
Tú serías rápido, en cualquier caso.
Podría ser un buen ladrón, sí.
Y creo que también te gusta la música. Que tocas algún instrumento.
Sí. La manguera.
Ydáñez se levanta, coge una manguera que hay arramblada en una esquina, la enrolla por detrás de la espalda y sopla. Suena como una trompeta fabricada expresamente para Tom Waits. Pero no es lo único que toca. «Cualquier cosa que encuentres puede crear música», asegura. Hace dos años quedó en Berlín con un comisario de arte en una de las galerías más importantes de Europa. Antes de entrar encontró un tubo de cartón de cinco metros en unas obras. Abrió la puerta, metió el enorme canuto y profirió uno de los gritos más ensordecedores que recuerda haber dado jamás. El comisario, un reputado gay del mundillo artístico berlinés, se quedó mirando hacia la puerta sin articular palabra, completamente pálido. Cuando Ydáñez consiguió dejar de reír, se acercó, le dijo quién era y le tendió la mano.