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¿Qué hacías en el retrete (o en el museo)?

Conversación con Carlos sobre el pudor
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“Entonces no habrá ya diferencia entre el sol y una cerilla,
como tampoco la habrá entre la boca
y el otro extremo del aparato digestivo.”
Robert Musil,
El hombre sin atributos

O me lo estoy imaginando, o en la serie “hacer caca”, “cagar”, “defecar” falta un término neutro, uno que diga eso mismo pero sin connotaciones indeseadas. “Hacer caca” es de niños, y “cagar”, de cerdos. Pero ¿y “defecar”, me dirá Carlos, por poner un nombre? ¿No es justamente el término “neutro” que busco?

No: “defecar” tiene ese tono autoritario y rancio de médico que te manda desnudarte y habla de ti con sus colegas como si no estuvieras delante. “Defecar” es tan poco neutro como la luz de quirófano, que elimina las sombras de las cosas y por eso no las muestra tal y como son objetivamente, sino como algo ineludible y obsceno. Así que no, “Carlos”, “defecar” no me vale: lejos de acercarme a los misterios gozosos del cuerpo, me prohíbe la entrada. Entonces ¿por qué no “cagar” (Carlos vuelve a la carga)? ¿No querías espontaneidad? ¿No querías fiesta?

Una vez más no, no “quiero” esto o lo otro. Es importante poder nombrar las cosas sin más, sin opinar sobre ellas, y ninguna de las formas de las que dispongo para decirlo –¿decir el qué? No hay forma de nombrarlo fuera de estas tres[1]– me lo permite. Cuando hablo de (…) no tengo por qué hablar de mi cuerpo como si fuera el de un niño, un cerdo o un muñeco anatómico. Las tres son formas de no decir (...), o de no decirlo “sin más”. Cada cual a su manera nos indica lo que debemos sentir, acusando, aplaudiendo, metiendo el dedo, escandalizándose, haciendo coñas, inocentando o desinocentando, desentendiéndose, etc. Cada una de ellas nos coge de la mano y nos arrastra a otro sitio: el colegio (“caca”, “culo”, “pedo”, “pis”), la jaula (noto en “cagar” algo de la violencia del lanzamiento de heces, en la cárcel o el zoo), o el hospital (cordón sanitario, como para evitar el contagio ano-boca). Las tres son palabras-mula, que traen algo disimulado en el culo.

Entonces, no existe una forma “normal” o zero de decirlo, y la prueba es que no soy capaz de terminar esta frase: “«Hacer caca» es la forma infantil de decir (…)”, o incluso: “«Cagar» viene de una palabra latina que quiere decir (…)”, etc. Si me obligas a elegir (Carlos estrecha el cerco), me quedo con “cagar”, por mi rango de edad o porque es más expeditivo; o mejor, con “hacer caca”, que, con su aire casi onomatopéyico, habla la lengua de las sustancias primordiales: fuego, vino, tierra, sal, caca (completar); o bien con “defecar”, que me remite a una acción impersonal o ausente, con la mente en blanco, como suelo estar en el retrete o en general a solas. No, soy incapaz de elegir, y no debería tener que hacerlo. Insisto, quisiera poder decir (...) sin más, sin sorpresas ni escenitas. Pero ese “sin más” no existe.

Me dirás, Carlos, que estoy dramatizando; que ese plus de sentido no entra necesariamente en juego cuando hablamos, y que la elección entre “defecar”, “cagar” o “hacer caca” no depende tanto de la opinión personal de cada uno (“me da asco, miedo, risa hacerlo”) como del contexto en el que hablamos (en un juicio, en la consulta del veterinario, en el barrio), de las dinámicas de grupo (“como fue Julio quien sacó el tema y dijo «cagar», los demás le tomamos la palabra”), etc. Me dirás que en realidad todo es menos complicado, y puesto que éstas son las formas de las que disponemos para hablar de (…) y no hay otras, usémoslas sin más, ¿qué problema hay? No te oigo quejarte de otras carencias de nuestro idioma, como que, por ejemplo, siga existiendo algo tan vomitivo[2] como la forma “usted”.

Pero si de verdad “no hay ningún problema”, Carlos, ¿por qué no existe (…)? Y, ahora que lo pienso, ¿no ocurre lo mismo con la tríada “hacer el amor”, “follar”, “copular”? O no, no me hagas caso. Pero aquí, al menos, existe la posibilidad de decir “hacerlo”, que permite no tomar partido. También ocurre, por otro lado, con “pito”, “polla”, “pene” y similares, pero no nos desviemos más. Sólo diré que no hay que avergonzarse de las (…), pero a lo mejor sí de nuestra incapacidad para hablar de ellas, ¿cómo?, ¿como adultos? No, como adultos no: como si la edad no entrara en juego; porque, por lo que veo, los idiomas tienen un sistema de clasificación por edades (“palabras para mayores” versus “palabras para niños”, “palabras de adulto simple” versus “palabras de señor mayor”, etc.), y todas las categorías nos infantilizan por igual. Según este sistema de clasificación por edades, “hacer caca” valdría para los niños, “cagar” para los adolescentes y jóvenes adultos, y “defecar” para los mayores y especialistas del sector. Pero ¿y los que no somos ninguna de esas cosas, los malditos, los que sólo queremos que nos dejen en paz y quitarnos de en medio para hablar de las cosas? Que “cagar” me resulte placentero o humillante es lo de menos; lo único que quiero es poder transmitir a mi interlocutor, por ejemplo a mi amigo Carlos, algo concreto que hacemos todos, y con la misma sencillez con la que lo hacemos.

No sé si tiene que ver –me podéis corregir, bienvenidos al texto–, pero me ocurre algo parecido con la serie “bello”, “hermoso”, “bonito”. “Bello” está bien para imitar a un italiano en un anuncio, “hermoso” está bien para el ganado, “bonito” está bien para un poema infantil o un traje; pero echo en falta un equivalente neutro, ni anticuado, ni ñoño, ni torpe, para expresar que algo me funciona plásticamente. Si digo de un rap, un atardecer o un cuadro que son “bellos”, o “hermosos”, siento que estoy haciendo el ridículo hablando de ellos como un folleto, o que me estoy riendo de ellos o de mi propia capacidad para apreciarlos, o de la posibilidad de formar un juicio “estético” en general sin sentir que me estoy extralimitando, y que no estoy haciendo justicia a la capacidad del rap, el atardecer o el cuadro para conmoverme. ¿Entonces? ¿Qué opciones me da el idioma?

Personalmente no me avergüenzo de (…) o de emocionarme con algo que considero (…), pero me violenta usar cualquiera de las palabras disponibles para decírselo a los demás. Supongo que todos tenemos una opinión sobre lo (...) y el acto de (…), pero deberíamos podérnosla guardar –en el culo– y hablar de las cosas tal y como creemos que son independientemente de nosotros; hablar de ellas sin poner cara de algo: asco, miedo, éxtasis, gratitud, etc.; en definitiva, hablar sin opinar, porque no hay nada más abominable que la obligación de “mojarse”, por ejemplo hablar del acto de (…) como hablaría alguien que nunca ha (…), o mejor dicho, como hablaría alguien para el que (...) no es una función especial ni no especial del organismo, algo envilecedor o desternillante; simplemente del mismo modo en que no hay sinónimos más o menos groseros o educados de “rodillazo”, “vida” o “tiempo”[3]; simplemente porque soy un artista, y reivindico mi derecho a que el idioma no piense por mí[4]. Las cosas me pueden dejar indiferente, no darme “ni frío ni calor” (no hay mierda sin temperatura), pero el idioma me obliga a tomar partido, a “mojarme” (no hay agua sin temperatura) (ojalá la hubiera). Ojalá nos atrevamos un día a cambiar esto tú y yo: “Entonces no habrá ya diferencia entre el sol y una cerilla...”.  Carlos: “Ve acabando”.

Concluyo abriendo el “debate” a las inteligencias artificiales. Pensemos en esta variante del test de Turing[5]: pregúntale a una máquina qué fue a hacer al retrete, o qué tal en el museo, y verás cómo es incapaz de contestar. No puede, porque no existe una forma neutra o “maquínica” de hablar de estas cosas. A la máquina no le parece placentero o sucio (...) ni le parece (...) lo (...).

 

[1]     Dejo de lado por repugnantes expresiones por el estilo de “hacer de cuerpo”, etc.

[2]      Se me ocurre que “vomitar” es la palabra perfecta para el acto de vomitar. Con “mear”, “hacer pis” y “orinar”, sin embargo, me pasa lo mismo que con “cagar”, etc.

[3]     Puedes inventar una definición de “vida”, por ejemplo: “La vida es un raccord de aliento”, pero no puedes inventar una palabra que quiera decir “vida”, “rodillazo” o “tiempo”, sólo que en más vulgar o fino.

[4]     Carlos: “Ni lo eres ni existe ese derecho”.

[5]     Test diseñado para desenmascarar inteligencias extrahumanas que se hacen pasar por humanas: máquinas, fantasmas, dioses, etc.

Las imágenes pertenecen a una serie de estereografías pintadas a mano conservadas en la Biblioteca Pública de Boston.