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¿Podemos con nuestro idiota interior?

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espués de haber navegado los ríos de tinta que ha suscitado la aparición por todo lo alto de Podemos, echo en falta en los análisis tanto periodísticos como académicos uno de los aspectos que en mi opinión mejor caracterizan el fenómeno, a saber, que se trata de una operación meta-política. En otras palabras, que se ubica más allá de la política. Concretamente en el ámbito de la comunicación.

Podemos es básicamente un experimento/laboratorio de comunicación política toda vez que su vigor radica en haber sabido sacar partido a un mundo en el que la comunicación es ya la única forma posible de acción. Un mundo tautológico, refractario a la emancipación, incluso a toda forma de política finalista, en el que lo único que comunicamos (que no es poco) es que comunicamos, ese “Hola, estoy aquí” que improvisamos cada vez que llamamos a alguien a quien realmente no sabemos qué decir.

"Pero, ¿qué estado mental instituyó el 15M y en qué quiere transformarlo la apuesta de Podemos?"

Esta mutación política, que muchos han bautizado como “políticas de la identidad”, ya venía gestándose desde Mayo del 68. Cuenta Milan Kundera que en las reuniones clandestinas a las que asistía de joven, había un momento en que tras debatir hasta la extenuación los problemas que aquejaban a los allí reunidos, alguien, llevado por la desesperación, decía que aparte de hablar había que hacer algo. Todos apoyaban la moción, pero acto seguido, como empujados por un resorte invisible, volvían a discutir eternamente sobre qué era aquello que había que hacer y por qué había que hacerlo. La política era un medio para ser (políticamente), no para hacer. La comunicación/deliberación era la (única) acción (posible).

Hoy día se han agudizado, si cabe, estos síntomas en la política de izquierdas. En primer lugar, su concepción de la política como arte de la vida, esto es, como un medio de expresión identitaria y no tanto de producción de las condiciones reales de vida. Y en segundo lugar, la asunción de que, como han demostrado fehacientemente los nuevos-nuevos movimientos sociales, en especial el 15M, la política sólo se comprende ya como proceso de subjetivación, como un estado mental. Pero ¿qué estado mental instituyó el 15M y en qué quiere transformarlo la apuesta de Podemos?

Puestos a rescatar el ya olvidado componente libidinal del 15M, cabe rememorar esa batería de gestos extáticos, de goce absoluto, espásticos incluso, en una palabra idiotas (en el más virtuoso de los sentidos del término1),gestos que sólo la inteligencia senil de Basilio Martín Patino ha sabido capturar en su documental “Libre te quiero”, al contrario, dicho sea de paso, que otros cineastas, mucho más jóvenes, sobreexcitados por lo que el movimiento prometía políticamente. Esos gestos constituían puras tautologías, estaban más allá de lo representable (especialmente cuando los cuerpos gritaban “¡No nos representan!”). 

Había en estos gestos algo indecible, excesivo, que se encontraba más allá del umbral de lo políticamente comunicable. Y era allí, en los márgenes de la política de la institución e incluso del movimiento, en momentos de desindividuación y de desdiferenciación social radical, donde se es todos y todo, donde el anonimato ni siquiera es una elección sino la renuncia, impuesta por las circunstancias, al nombre propio y a la notoriedad, donde el individuo torna complemento universal2, desapareciendo en el ritmo de la batucada, haciéndose uno con los cuerpos que le rodean, era allí donde habitaba el idiota que llevamos dentro, ese que renuncia al poder para (poder) ser potencia.

Pues bien, cuando no quedaban más que los rescoldos de aquel fuego, llegó Podemos, como un Habermas de última generación, y se puso a trabajar en lo que de representable (y presentable) tuvo aquel maravilloso desparrame. Pero no lo hizo torpemente, como los usuarios (muchos de ellos jóvenes) de la vieja política, que con el cadáver aún caliente urgieron al movimiento a elaborar una lista de reivindicaciones propiamente políticas si quería tener éxito. Antes bien, supo leer el 15M siguiendo la cautelosa máxima de Kierkegaard: “Escucha el enigma antes de resolverlo”3.  

Podemos es un intento de domesticar, a base de combinar un mucho de procedimiento político y algo de astucia comunicacional, el idiota que sacamos a pasear durante aquellos gloriosos días de 2011. Si el idiota, por su propia condición onerosa, se despliega mediante una comunicación proxémica, con vocación viral, expansiva, sólo la desactivación de esa carga libidinal y su sustitución por la corrección política, bien que con acentos radicales, convierte la potencia en poder, de ahí que la propuesta se decline en forma de verbo: PODEMOS convertir nuestra rabia y nuestro goce en poder político, siempre y cuando renunciemos a nuestro idiota interior, aquel que reventó el sistema gracias al exceso de sentido que supo provocar.

Este giro conservador que imprime Podemos al 15M implica, precisamente, un (auto)control extremo de todos los procesos de comunicación política que se ponen en danza en una plaza que ha mutado ya en opinión pública (y publicada), materia ésta, la de la comunicación política, en la que no por casualidad son expertos sus cabezas visibles. Confróntense, por ejemplo, los excesos de antaño con la hiper-reflexiva estructura de la siguiente declaración de Pablo Iglesias: “Diré una sola frase para impedir que se hagan titulares mal intencionados. Podemos condena la actividad de ETA. No hay frase anterior, no hay frase posterior. No puede haber otro titular”. Obviamente, sí hay frase anterior y posterior.

"Este giro conservador   que imprime Podemos al 15M implica, precisamente, un (auto)control extremo de los procesos de comunicación política"

En la forma machacona, irritante incluso, con que repite el mantra de sus consignas políticas o lo que podría pasar por su “programa electoral” –ese texto de 36 páginas que casi todo el mundo parece haber leído, como si ello conllevase algún mérito que ahora mismo se me escapa–, se ve bien a las claras que, a base de proliferar, más que vociferar, como es usual en las redes sociales, Podemos ha optado por convocar la fans-politics del “Me gusta”, en detrimento de las más exigentes políticas de la deliberación –“Estoy de acuerdo”– o de la acción –“Me movilizo”4–. ¿No sonaba, acaso, sotto voce esta música del “me gusta” en el millón doscientos mil votos que fue capaz de obtener en tan breve lapso de tiempo?

El alcance de la operación mediática Podemos resulta apabullante. Un severo entrenamiento en el formato “tertulia política”, la contención en las formas y las buenas maneras de que hacen gala sus portavoces, cualidades todas ellas que nunca caracterizaron precisamente a la izquierda, van de la mano de un hábil manejo de lo que podríamos denominar estrategias “meta-lingüísticas”. Gracias a ellas, la habitual ofuscación por falta de argumentos de los contrincantes políticos se vuelve sonrojo puro y duro (y vergüenza ajena del espectador) cuando los portavoces de Podemos, con una flema y deportividad más propia de un club de caballeros ingleses, se permiten dar lecciones a quienes se tienen por profesionales de la comunicación sobre cuáles son las condiciones de posibilidad de un buen debate (“no me interrumpas, que yo no te he interrumpido”, etc.). 

Pero el truco más asombroso, por lo descarnado del recurso y su eficacia, se muestra cuando su líder, Pablo Iglesias, se contempla a sí mismo, hablando, en la única pantalla que recoge lo que los espectadores están viendo, esa que se instala frente a los tertulianos en el set de televisión. No es casual que sea Iglesias el único que dirige su mirada a esa pantalla. Por cierto, esto mismo hace Cristiano Ronaldo en las pantallas gigantes de los estadios, pero no me atrevería a afirmar que el efecto retórico sea el mismo: todo parece indicar que lo que en uno es puro narcisismo en el otro es una sutil estrategia de comunicación5El resto de los participantes en el debate, ignorantes de las destrezas “mediológicas” de los “humildes portavoces” de Podemos y empecinados en tildarlos de populistas mirándolos a la cara (en vez de mirar(se), como deberían, en la dichosa pantalla), únicamente conciben de manera fragmentaria lo que allí se está cociendo, de suerte que terminan entrando como toros encelados a los capotazos del coletudo. Como auténticos idiotas, pero en este caso en la acepción menos virtuosa del término.

 

1 No me refiero aquí a la restrictiva acepción clásica de idiotes, el perfecto contrario del atleta político del Agora, el que renuncia a su dimensión público-política y se resguarda en casa, en el ámbito privado (o en la micro-política, que dirían otras voces más sensibles a lo que de cotidiano tiene la política), ni obviamente a su acepción científica-médica que equipara al idiota con el estulto, con el que carece de luces. Me decanto más bien por la acepción franciscana de idiocia que parte de una renuncia consciente al uso del poder.

2 Francisco de Asís, idiota oficial de la tradición cristiana, decía estar en comunión con la realidad toda, desde el hermano lobo a la hermana muerte, pasando por el hermano sol.

3 Las muchas horas que los promotores de Podemos dedicaron tras el 15M a discutir en seminarios universitarios y a experimentar en televisiones locales conforman el back-stage de una irrupción tan calculada como exitosa en la escena política y mediática.

4 El CIS hizo públicos el pasado martes, 15 de julio, los resultados de un sondeo en el que sorprendentemente no se preguntaba por los resultados de las europeas ni por la intención del voto en futuras elecciones, sino sobre el grado de satisfacción con las campañas de los distintos partidos políticos. La campaña que más adhesión, que más “megustas” obtuvo en el sondeo del CIS fue, de calle, la de Podemos.

5 Dejo a la consideración del lector dilucidar quién hace qué.