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Midterms: votando al nuevo Frank Underwood
El whip. El látigo. Ese puño de acero que mantiene a raya a los distintos congresistas y los aleja de las tentaciones de los lobbys y las ambiciones personales. Esta figura parlamentaria, típicamente anglosajona y sin la cual no hay grupo parlamentario digno de ese nombre, resulta un contrasentido en la política española porque aquí el portavoz levanta un dedo y la ley se aprueba. Los que conozcan la serie House of Cards y a su protagonista, Francis J. Underwood, magistralmente interpretado por Kevin Spacey, sabrán que en Estados Unidos las cosas no son tan sencillas. Los que no, lo entenderán en los siguientes párrafos y apreciarán la importancia de las elecciones legislativas de esta misma madrugada.
House of cards y su colección de intrigas parlamentarias instigadas por el jefe de grupo, el citado whip, aparece originalmente en la BBC con un sentido y un contexto concretos: Reino Unido, finales de los años 80, Margaret Thatcher derrocada por John Major, y un partido conservador roto cuyas filas hay que mantener prietas como sea. En medio del caos y las facciones enfrentadas, el que mejor conoce a los parlamentarios y sus secretos, el que mejor los maneja puede acabar haciéndose con el poder absoluto a poco que esté espabilado.
La aplicación de este modelo televisivo a la política estadounidense no tuvo mucho de complicado: al fin y al cabo, en Estados Unidos la intriga siempre goza de buena salud y la oficina de cada congresista o senador es un mundo en sí misma. Tener la mayoría parlamentaria ayuda, por supuesto, pero esa mayoría hay que ejercerla y de repente te aparece el congresista de turno, te monta un buen follón en nombre de Pennsylvania, y la fiesta se acaba antes de empezar.
Aunque, como retrata la ficción, los partidos políticos en Estados Unidos tienen un poder relativo sobre sus miembros, las midterms que configurarán en pocas horas toda la Casa de Representantes y un tercio del Senado, no dejan de ser decisivas. Del resultado puede depender enormemente la capacidad del presidente Obama para gobernar el país durante los dos próximos años y eso, desde luego, no es poca cosa.
En un régimen personalista como el estadounidense, el poder del presidente es inmenso, pero aun así limitado. No emana de la voluntad del congreso pero depende de él para poder legislar. Hasta ahora, Obama ha tenido que negociar y negociar porque la Casa de Representantes tiende a mayorías republicanas y, así, la reforma sanitaria, el cierre de Guantánamo, o incluso la suspensión de pagos del gobierno federal, han sido asuntos que se han ido enquistando y en los que el consenso ha requerido de más de un látigo azotando por los pasillos, no siempre con el éxito necesario.
¿Qué puede cambiar esta noche? Mucho. Las midterms, que reciben ese nombre por celebrarse siempre a mitad de mandato presidencial y porque no dejan de tener algo de examen de lo que va de legislatura, tienden a castigar al presidente y mucho más si el presidente es demócrata, por una cuestión de reparto de circunscripciones. Lo de este año, sin embargo, parece que va a ser especialmente cruel: los conservadores no solo van a volver a ganar tranquilamente en la Casa sino que están a punto de tomar el control del Senado, por mucho que el vicepresidente, Joe Biden, siga presidiendo la cámara por mandato constitucional.
Nate Silver, el hombre que está intentando convertir los sondeos en una ciencia exacta, y que tanto éxito ha tenido en las dos últimas elecciones presidenciales, dibuja un escenario desolador para los demócratas: de los 33 senadores que aspiran a repetir elección, 20 son de este partido y hasta ocho tendrían más de un 50% de posibilidades de perder su asiento en las urnas a favor de un republicano. Por el contrario, solo tres estados republicanos –Kentucky, Kansas y especialmente Georgia– tienen alguna posibilidad aunque sea remota de caer en manos demócratas. Para conseguir los ansiados 51 asientos que garantizan la mayoría en el Senado, el GOP necesitaría una ganancia neta de seis senadores, así que las cosas no les pintan precisamente mal. De hecho, Silver cifraba el domingo en un 17% las posibilidades de los demócratas de mantener el control sobre el Senado.
Hay que recordar que en Estados Unidos las elecciones no son proporcionales, es decir, siguen el modelo “the winner takes it all”: una circunscripción, un candidato ganador y el resto a casa. Este sistema, tan personalista, hace de la política estadounidense algo fascinante y lleno de matices, ideal para la ficción, y no solo en la pequeña pantalla. Cada vez que llega un noviembre de año par –porque en eso los estadounidenses son irreductibles: ni hablar de elecciones anticipadas– recuerdo aquella desigual obra de teatro que trajo David Mamet a Madrid en 2009, con Obama ya elegido, y que no era sino una burla de la administración Bush sin llegar a convertirse en una parodia rancia de la administración Bush, cosa que todos agradecimos.
En la obra, llamada Noviembre por razones obvias, y protagonizada por un Santiago Ramos excelso, un presidente desahuciado por las encuestas buscaba un golpe de efecto enloquecido, tan enloquecido que le diera la vuelta a todos los pronósticos, dejando la estrategia en manos de su asesora, lesbiana, revolucionaria y con la mente en las nubes, casi tanto como su jefe. Todo lo contrario al modelo de asesor pragmático y retorcido que encontramos en la citada House of Cards o en El ala oeste, aunque con el mismo final feliz.
Y es que noviembre es el mes de los golpes de efecto y las facturas de casinos, declaraciones de amantes o borracheras de juventud que aparecen de la nada y saltan a la portada de los periódicos. Un mes de cuchillos afilados. En dos años el Senado puede volver a cambiar de mayoría y en cuatro lo puede hacer la Casa de Representantes. Lo que queda en medio: lobbies, cocaína, accidentes sospechosos y disciplina, mucha disciplina. Underwood luchando contra Remy Danton y todo el que se ponga delante para que su látigo no pierda fuerza.
Porque llegar a presidir un país lo hace cualquiera, diría Mamet. Convencer a los tuyos de que hay que presidirlo a tu manera ya es algo muy distinto.
Midterms: votando al nuevo Frank Underwood
El whip. El látigo. Ese puño de acero que mantiene a raya a los distintos congresistas y los aleja de las tentaciones de los lobbys y las ambiciones personales. Esta figura parlamentaria, típicamente anglosajona y sin la cual no hay grupo parlamentario digno de ese nombre, resulta un contrasentido en la política española porque aquí el portavoz levanta un dedo y la ley se aprueba. Los que conozcan la serie House of Cards y a su protagonista, Francis J. Underwood, magistralmente interpretado por Kevin Spacey, sabrán que en Estados Unidos las cosas no son tan sencillas. Los que no, lo entenderán en los siguientes párrafos y apreciarán la importancia de las elecciones legislativas de esta misma madrugada.
House of cards y su colección de intrigas parlamentarias instigadas por el jefe de grupo, el citado whip, aparece originalmente en la BBC con un sentido y un contexto concretos: Reino Unido, finales de los años 80, Margaret Thatcher derrocada por John Major, y un partido conservador roto cuyas filas hay que mantener prietas como sea. En medio del caos y las facciones enfrentadas, el que mejor conoce a los parlamentarios y sus secretos, el que mejor los maneja puede acabar haciéndose con el poder absoluto a poco que esté espabilado.
La aplicación de este modelo televisivo a la política estadounidense no tuvo mucho de complicado: al fin y al cabo, en Estados Unidos la intriga siempre goza de buena salud y la oficina de cada congresista o senador es un mundo en sí misma. Tener la mayoría parlamentaria ayuda, por supuesto, pero esa mayoría hay que ejercerla y de repente te aparece el congresista de turno, te monta un buen follón en nombre de Pennsylvania, y la fiesta se acaba antes de empezar.
Aunque, como retrata la ficción, los partidos políticos en Estados Unidos tienen un poder relativo sobre sus miembros, las midterms que configurarán en pocas horas toda la Casa de Representantes y un tercio del Senado, no dejan de ser decisivas. Del resultado puede depender enormemente la capacidad del presidente Obama para gobernar el país durante los dos próximos años y eso, desde luego, no es poca cosa.
En un régimen personalista como el estadounidense, el poder del presidente es inmenso, pero aun así limitado. No emana de la voluntad del congreso pero depende de él para poder legislar. Hasta ahora, Obama ha tenido que negociar y negociar porque la Casa de Representantes tiende a mayorías republicanas y, así, la reforma sanitaria, el cierre de Guantánamo, o incluso la suspensión de pagos del gobierno federal, han sido asuntos que se han ido enquistando y en los que el consenso ha requerido de más de un látigo azotando por los pasillos, no siempre con el éxito necesario.
¿Qué puede cambiar esta noche? Mucho. Las midterms, que reciben ese nombre por celebrarse siempre a mitad de mandato presidencial y porque no dejan de tener algo de examen de lo que va de legislatura, tienden a castigar al presidente y mucho más si el presidente es demócrata, por una cuestión de reparto de circunscripciones. Lo de este año, sin embargo, parece que va a ser especialmente cruel: los conservadores no solo van a volver a ganar tranquilamente en la Casa sino que están a punto de tomar el control del Senado, por mucho que el vicepresidente, Joe Biden, siga presidiendo la cámara por mandato constitucional.
Nate Silver, el hombre que está intentando convertir los sondeos en una ciencia exacta, y que tanto éxito ha tenido en las dos últimas elecciones presidenciales, dibuja un escenario desolador para los demócratas: de los 33 senadores que aspiran a repetir elección, 20 son de este partido y hasta ocho tendrían más de un 50% de posibilidades de perder su asiento en las urnas a favor de un republicano. Por el contrario, solo tres estados republicanos –Kentucky, Kansas y especialmente Georgia– tienen alguna posibilidad aunque sea remota de caer en manos demócratas. Para conseguir los ansiados 51 asientos que garantizan la mayoría en el Senado, el GOP necesitaría una ganancia neta de seis senadores, así que las cosas no les pintan precisamente mal. De hecho, Silver cifraba el domingo en un 17% las posibilidades de los demócratas de mantener el control sobre el Senado.
Hay que recordar que en Estados Unidos las elecciones no son proporcionales, es decir, siguen el modelo “the winner takes it all”: una circunscripción, un candidato ganador y el resto a casa. Este sistema, tan personalista, hace de la política estadounidense algo fascinante y lleno de matices, ideal para la ficción, y no solo en la pequeña pantalla. Cada vez que llega un noviembre de año par –porque en eso los estadounidenses son irreductibles: ni hablar de elecciones anticipadas– recuerdo aquella desigual obra de teatro que trajo David Mamet a Madrid en 2009, con Obama ya elegido, y que no era sino una burla de la administración Bush sin llegar a convertirse en una parodia rancia de la administración Bush, cosa que todos agradecimos.
En la obra, llamada Noviembre por razones obvias, y protagonizada por un Santiago Ramos excelso, un presidente desahuciado por las encuestas buscaba un golpe de efecto enloquecido, tan enloquecido que le diera la vuelta a todos los pronósticos, dejando la estrategia en manos de su asesora, lesbiana, revolucionaria y con la mente en las nubes, casi tanto como su jefe. Todo lo contrario al modelo de asesor pragmático y retorcido que encontramos en la citada House of Cards o en El ala oeste, aunque con el mismo final feliz.
Y es que noviembre es el mes de los golpes de efecto y las facturas de casinos, declaraciones de amantes o borracheras de juventud que aparecen de la nada y saltan a la portada de los periódicos. Un mes de cuchillos afilados. En dos años el Senado puede volver a cambiar de mayoría y en cuatro lo puede hacer la Casa de Representantes. Lo que queda en medio: lobbies, cocaína, accidentes sospechosos y disciplina, mucha disciplina. Underwood luchando contra Remy Danton y todo el que se ponga delante para que su látigo no pierda fuerza.
Porque llegar a presidir un país lo hace cualquiera, diría Mamet. Convencer a los tuyos de que hay que presidirlo a tu manera ya es algo muy distinto.