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La verdadera democracia, ayer y hoy
En una entrevista reciente el teórico Michael Hardt afirmó que en España se concentra en la actualidad el principal laboratorio mundial de experimentación política y social. Y en efecto, desde la irrupción espectacular del 15M hasta la puesta en marcha de Podemos, incluyendo iniciativas múltiples como la PAH, las diferentes Mareas, campañas de desobediencia como YoSí o momentos más situados de empoderamiento colectivo como el de Gamonal, la intensidad de la vida política en nuestro país ha experimentado una gran aceleración, y nuestro horizonte de expectativas ha sido alterado en gran medida. Esta intensificación y esta alteración pueden entenderse como el producto de una división en la percepción de los asuntos comunes practicada por el 15M: una división especialmente del sentido mismo de la palabra democracia, que ha sido el gran emblema tanto de las revoluciones árabes que precedieron al 15M y le dieron su aliento como de los diferentes movimientos Occupy que le sucedieron, de forma intermitente, en diferentes países del mundo entero. Al mismo tiempo que, en el contexto de la última crisis del capitalismo hasta la fecha, la intelectualidad crítica oficial lanzaba la consigna de “volver a Marx” u organizaba seminarios académicos que demostraban la actualidad de la idea del comunismo, en las plazas ocupadas o en las manifestaciones masivas la inteligencia colectiva no sólo exigía, sino que intentaba poner en práctica una democracia real, cuyas principales formas fueron la ocupación misma, las asambleas deliberativas o la acción directa no violenta. El 15M dividió así el sentido mismo de la política, en cuanto a las condiciones más concretas del estar juntos y de la organización de la vida en común. Desde entonces, la democracia significa al menos dos cosas: o bien la política de los políticos, de los partidos, del parlamento y de la representación, o bien la política de las personas, de las plazas, de las asambleas, de la acción. Es lo que también se ha llamado a menudo la nueva política frente a la vieja.
"Habrá que valorar a Podemos no tanto por sus victorias electorales como por su capacidad de continuar empoderando políticamente a la gente y de contribuir a la democracia de los cualquiera"
Esta división practicada por el 15M va más allá de la división entre izquierda y derecha, que es interna a la política de los partidos (a la política de la “casta”), y que no es tanto una división del sentido de la vida política misma como de la sensibilidad social de unos y de otros. Pero tampoco es necesario ceder precipitadamente al vértigo, al que a menudo ha sucumbido la izquierda, frente a las desestabilizaciones provocadas por el 15M. Pues la nueva política tampoco es tan nueva, aunque resulte siempre igual de reluciente cada vez que aparece. Hannah Arendt lo mostró en su ensayo Sobre la revolución: la nueva política es el “tesoro perdido de la tradición revolucionaria”. Es el sistema de consejos, que en todas partes fue derrotado por el sistema de partidos, y que ha sido además mal comprendido y despreciado por la teoría política, y generalmente anulado y borrado del recuerdo y de la historia. Pero aun así, según Arendt, el sistema de consejos ha sido la única solución efectiva en la modernidad al problema de la democracia real, al problema de ese gobierno popular con el que no han dejado de soñar los movimientos revolucionarios.
Sin embargo, las vías de realización de la nueva política, como la historia derrotada de los consejos populares nos muestra, son muy estrechas. Ella puede coexistir al lado de la vieja política, como lo viene haciendo en España desde 2011. Pero la situación de urgencia social no favorece el “vamos despacio porque vamos lejos” del 15M. En este contexto Podemos se ha propuesto tomar el relevo y acelerar el proceso. Para ello ha inventado una forma mixta de lo viejo y lo nuevo, con un liderazgo de izquierdas claro y reconocible por todos pero también con un discurso de confianza en el pueblo que recoge diagnósticos, propuestas y formas de organización del 15M (los Círculos como bases asamblearias), que se acompaña además de una exhibición constante de transparencia en la gestión y de procedimientos de selección participativos. A juzgar por los primeros resultados electorales, la estrategia de sus promotores ha sido todo un éxito, aunque aún es muy pronto para saber si esa relativa victoria, y las que puedan venir, significan también una victoria de la nueva política frente a la vieja.
En cualquier caso, ocurra lo que ocurra en los tiempos que vienen con Podemos, es preciso reconocer que ha dado un impulso nuevo a las expectativas generales de democratización en un momento difícil de reflujo de las luchas. Podemos, en este sentido, puede entenderse como un momento más de la secuencia inaugurada por el 15M, un proceso entre otros de los ensayados por toda la constelación múltiple del movimiento social y ciudadano. A partir de ahí habrá que valorarlo: no tanto por sus victorias electorales como por su capacidad de continuar empoderando políticamente a la gente y de contribuir a la democracia de los cualquiera. Por eso lo esencial sigue siendo la cuestión inaugurada por el 15M: la resignificación práctica de la palabra “democracia”, la búsqueda de las formas sociales y políticas de una democracia que se parezca a su nombre algo más que los sistemas perfectamente oligárquicos de gobierno que padecemos habitualmente.
Moritz Rittinghausen y la verdadera democracia
Esta pregunta planteada por los movimientos populares no podrá ser respondida, ciertamente, más que por ellos mismos. Pero eso no quiere decir que no podamos encontrar en la historia de las revoluciones y en la literatura política cuestiones similares y modelos posibles. Eso sí, de igual modo que para encontrar un análisis de la confrontación entre la nueva y la vieja política es preciso dirigirse a la historia un tanto excéntrica de las revoluciones practicada por Arendt, para encontrar modelos posibles de una democracia real es necesario peinar a contrapelo la literatura socialista. Pues en efecto, en las enciclopedias marxistas corrientes, Moritz Rittinghausen –autor a mediados del siglo XIX del opúsculo La legislación directa por el pueblo o la verdadera democracia, en el que nos centraremos aquí– no figura, y muy al margen, sino como el típico teórico socialdemócrata pequeño-burgués, algo utópico, algo reformista: nada que merezca ser salvado de los basureros de la Historia.
Porque si nuestro presente recuerda a alguna época del pasado sería precisamente a aquella que conoció Rittinghausen: la Europa de la Primavera de los Pueblos de 1848, con las primeras constituciones republicanas en diferentes países. Más concretamente, nuestro presente hace pensar en la Francia de febrero, con aquel primer gobierno que incluía algunos diputados socialistas e incluso un representante del movimiento obrero; la Francia que poco después, en junio, conocería la primera gran traición de los representantes socialistas a las clases populares y la derrota en las calles en la que fue, según Marx, la primera gran batalla entre las dos clases que dividen la sociedad moderna; y, en fin, la Francia en la que, tras la victoria de junio pero aún con el miedo en el cuerpo, la burguesía acaba en diciembre con el gobierno representativo liberal, entregando el poder al déspota –primero Cavaignac, después Louis Napoleon– y restaurando así el Imperio.
"Para Rittinghausen la legislación directa no es un fin en sí. Es, como él mismo lo expresa, el medio más potente para llegar a la revolución social"
De este fracaso del movimiento democrático y social Rittinghausen extrae una doble lección: que el gobierno representativo es incompatible con la revolución social y que la causa de la derrota de 1848 es la ausencia completa de ideas gubernamentales en la democracia europea, en medio de la abundancia de doctrinas de reforma social. Por eso, según Rittinghausen, no se puede confiar en que las grandes figuras del socialismo en ese tiempo (como Proudhon o Louis Blanc), por él llamados los “aristócratas del partido popular”, puedan representar las aspiraciones populares. Pues el problema no es la “mala” representación: es el sistema de la representación y de la elección en su conjunto. Para que avance la revolución social es preciso introducir por tanto otro sistema, otra idea gubernamental. Y Rittinghausen, que participó en la contradictoria revolución alemana de esos años, antes de huir a Francia guardando vivamente en el recuerdo la inteligencia de las discusiones y la energía en la acción de los clubs populares, tratará de pensar seriamente las formas posibles de una legislación directa, para dar así fuerza de ley a las sesiones de los clubs. Ahora bien, para Rittinghausen la legislación directa no es un fin en sí. Es, como él mismo lo expresa, el medio más potente para llegar a la revolución social.
La legislación directa
La mecánica de la legislación directa es simple: a partir de una iniciativa legislativa que reúna un número determinado de firmas, un funcionario elegido por sufragio deberá convocar una consulta. El pueblo, dividido en secciones (de más o menos mil ciudadanos), y bajo la vigilancia de un presidente de sesión elegido de igual modo, deliberará sobre esta proposición, y después votará. De la sección al distrito, del distrito a la comuna, de la comuna al Estado, otros funcionarios contarán los votos. La iniciativa será aprobada entonces en su forma inicial, o bien en una forma reformada, o bien rechazada.
"La legislación directa apunta a un mundo político en el que ya no hay división entre gobernantes y gobernados"
Aunque estas formas puedan ser inspiradoras, lo más interesante de la propuesta de Rittinghausen, y lo que hace que ella conecte con las inquietudes de nuestro presente, son los principios positivos que subyacen a ella, más allá de la crítica de la representación. La legislación directa es un modo de gobierno no sólo del pueblo, sino por el pueblo; es la forma del gobierno de los ciudadanos, no de los gobernantes. La ley, en la legislación directa, surge orgánicamente de la inteligencia colectiva de los debates en las secciones. A este respecto, el Estado, que existe efectivamente en la legislación directa, es desprovisto de cualquier iniciativa: es un Estado que no gobierna, que sólo acata las decisiones de los ciudadanos, y cuya única función es organizar la deliberación ciudadana. La legislación directa no es por tanto ni un gobierno por encima de los ciudadanos ni una ausencia de gobierno.
Pero tal vez lo más importante sea la manera en que la legislación directa delimita el significado de la democracia, del poder del pueblo. Pues, a menudo, incluso en sus formas más avanzadas –más “participativas”– este poder se reduce a la elección de los gobernantes, y a las diversas formas de control de estos mismos. Sin embargo, el poder que Rittinghausen quiso ver alguna vez en las manos del pueblo no es el de elegir a sus jefes, para después concluir lo que esos “iluminados” comienzan, ya sea consintiendo, u oponiéndose, o controlándolos, o resistiéndose a ellos; es el poder de iniciar la vida política, introduciendo leyes capaces de gobernar la vida colectiva. La legislación directa apunta a un mundo político en el que ya no hay división entre gobernantes y gobernados, en el que la libertad del gobernado no se divorcia del poder del gobernante.
Sí podemos, pero… ¿queremos?
Seguramente la igualdad y la libertad que son el único contenido posible de la democracia real sólo puedan tener un espacio perdurable en este tipo de mundo de la política en el que no hay división entre gobernantes y gobernados. Sin embargo, la legislación directa también exige una gran confianza en las capacidades de aquellos que no son nadie, en la capacidad de los “ignorantes” y de las personas cualquiera, lo que siempre parece muy poco razonable en nuestras sociedades. Aun así, todos aquellos que han conocido y vivido el 15M, incluyendo a los nuevos partidos, podrán encontrar todo tipo de razones para fundamentar esa confianza. El papel más digno que se nos ocurre a este respecto para Podemos sería el de funcionar como mediador evanescente de la legislación directa.
Las oportunidades de realización de la legislación directa –en la forma que le da Rittinghausen o en alguna otra por inventar– tal vez sean muy pocas. Sin embargo, las diferentes investigaciones en metodología participativa que no dejan de sucederse señalan en esa dirección. Y en cualquier caso, como siempre en política, los problemas no son sólo técnicos, sino principalmente de voluntad. Estamos de acuerdo en que vamos lejos, en que podemos, pero, ¿queremos? Si realmente queremos, la ocasión podría ser cualquier referéndum: monarquía o república, proceso constituyente, etc. En ese momento, habría que luchar para que la consulta no sea “sí o no”, “esto o aquello”, sino que se dé en una forma deliberativa, para recoger propuestas matizadas y diferenciadas que surjan de la ciudadanía y sean discutidas por ella. Una vez organizada la deliberación, habrá que luchar para que esa forma se convierta en el modo habitual de gobierno.
Es cierto, una vez más, que todo esto es extremadamente improbable. Pero últimamente hemos aprendiendo que lo improbable no es exactamente lo imposible, que hay que contar con lo imprevisible, y tal vez, incluso, tener la osadía de provocarlo.
La verdadera democracia, ayer y hoy
En una entrevista reciente el teórico Michael Hardt afirmó que en España se concentra en la actualidad el principal laboratorio mundial de experimentación política y social. Y en efecto, desde la irrupción espectacular del 15M hasta la puesta en marcha de Podemos, incluyendo iniciativas múltiples como la PAH, las diferentes Mareas, campañas de desobediencia como YoSí o momentos más situados de empoderamiento colectivo como el de Gamonal, la intensidad de la vida política en nuestro país ha experimentado una gran aceleración, y nuestro horizonte de expectativas ha sido alterado en gran medida. Esta intensificación y esta alteración pueden entenderse como el producto de una división en la percepción de los asuntos comunes practicada por el 15M: una división especialmente del sentido mismo de la palabra democracia, que ha sido el gran emblema tanto de las revoluciones árabes que precedieron al 15M y le dieron su aliento como de los diferentes movimientos Occupy que le sucedieron, de forma intermitente, en diferentes países del mundo entero. Al mismo tiempo que, en el contexto de la última crisis del capitalismo hasta la fecha, la intelectualidad crítica oficial lanzaba la consigna de “volver a Marx” u organizaba seminarios académicos que demostraban la actualidad de la idea del comunismo, en las plazas ocupadas o en las manifestaciones masivas la inteligencia colectiva no sólo exigía, sino que intentaba poner en práctica una democracia real, cuyas principales formas fueron la ocupación misma, las asambleas deliberativas o la acción directa no violenta. El 15M dividió así el sentido mismo de la política, en cuanto a las condiciones más concretas del estar juntos y de la organización de la vida en común. Desde entonces, la democracia significa al menos dos cosas: o bien la política de los políticos, de los partidos, del parlamento y de la representación, o bien la política de las personas, de las plazas, de las asambleas, de la acción. Es lo que también se ha llamado a menudo la nueva política frente a la vieja.
"Habrá que valorar a Podemos no tanto por sus victorias electorales como por su capacidad de continuar empoderando políticamente a la gente y de contribuir a la democracia de los cualquiera"
Esta división practicada por el 15M va más allá de la división entre izquierda y derecha, que es interna a la política de los partidos (a la política de la “casta”), y que no es tanto una división del sentido de la vida política misma como de la sensibilidad social de unos y de otros. Pero tampoco es necesario ceder precipitadamente al vértigo, al que a menudo ha sucumbido la izquierda, frente a las desestabilizaciones provocadas por el 15M. Pues la nueva política tampoco es tan nueva, aunque resulte siempre igual de reluciente cada vez que aparece. Hannah Arendt lo mostró en su ensayo Sobre la revolución: la nueva política es el “tesoro perdido de la tradición revolucionaria”. Es el sistema de consejos, que en todas partes fue derrotado por el sistema de partidos, y que ha sido además mal comprendido y despreciado por la teoría política, y generalmente anulado y borrado del recuerdo y de la historia. Pero aun así, según Arendt, el sistema de consejos ha sido la única solución efectiva en la modernidad al problema de la democracia real, al problema de ese gobierno popular con el que no han dejado de soñar los movimientos revolucionarios.
Sin embargo, las vías de realización de la nueva política, como la historia derrotada de los consejos populares nos muestra, son muy estrechas. Ella puede coexistir al lado de la vieja política, como lo viene haciendo en España desde 2011. Pero la situación de urgencia social no favorece el “vamos despacio porque vamos lejos” del 15M. En este contexto Podemos se ha propuesto tomar el relevo y acelerar el proceso. Para ello ha inventado una forma mixta de lo viejo y lo nuevo, con un liderazgo de izquierdas claro y reconocible por todos pero también con un discurso de confianza en el pueblo que recoge diagnósticos, propuestas y formas de organización del 15M (los Círculos como bases asamblearias), que se acompaña además de una exhibición constante de transparencia en la gestión y de procedimientos de selección participativos. A juzgar por los primeros resultados electorales, la estrategia de sus promotores ha sido todo un éxito, aunque aún es muy pronto para saber si esa relativa victoria, y las que puedan venir, significan también una victoria de la nueva política frente a la vieja.
En cualquier caso, ocurra lo que ocurra en los tiempos que vienen con Podemos, es preciso reconocer que ha dado un impulso nuevo a las expectativas generales de democratización en un momento difícil de reflujo de las luchas. Podemos, en este sentido, puede entenderse como un momento más de la secuencia inaugurada por el 15M, un proceso entre otros de los ensayados por toda la constelación múltiple del movimiento social y ciudadano. A partir de ahí habrá que valorarlo: no tanto por sus victorias electorales como por su capacidad de continuar empoderando políticamente a la gente y de contribuir a la democracia de los cualquiera. Por eso lo esencial sigue siendo la cuestión inaugurada por el 15M: la resignificación práctica de la palabra “democracia”, la búsqueda de las formas sociales y políticas de una democracia que se parezca a su nombre algo más que los sistemas perfectamente oligárquicos de gobierno que padecemos habitualmente.
Moritz Rittinghausen y la verdadera democracia
Esta pregunta planteada por los movimientos populares no podrá ser respondida, ciertamente, más que por ellos mismos. Pero eso no quiere decir que no podamos encontrar en la historia de las revoluciones y en la literatura política cuestiones similares y modelos posibles. Eso sí, de igual modo que para encontrar un análisis de la confrontación entre la nueva y la vieja política es preciso dirigirse a la historia un tanto excéntrica de las revoluciones practicada por Arendt, para encontrar modelos posibles de una democracia real es necesario peinar a contrapelo la literatura socialista. Pues en efecto, en las enciclopedias marxistas corrientes, Moritz Rittinghausen –autor a mediados del siglo XIX del opúsculo La legislación directa por el pueblo o la verdadera democracia, en el que nos centraremos aquí– no figura, y muy al margen, sino como el típico teórico socialdemócrata pequeño-burgués, algo utópico, algo reformista: nada que merezca ser salvado de los basureros de la Historia.
Porque si nuestro presente recuerda a alguna época del pasado sería precisamente a aquella que conoció Rittinghausen: la Europa de la Primavera de los Pueblos de 1848, con las primeras constituciones republicanas en diferentes países. Más concretamente, nuestro presente hace pensar en la Francia de febrero, con aquel primer gobierno que incluía algunos diputados socialistas e incluso un representante del movimiento obrero; la Francia que poco después, en junio, conocería la primera gran traición de los representantes socialistas a las clases populares y la derrota en las calles en la que fue, según Marx, la primera gran batalla entre las dos clases que dividen la sociedad moderna; y, en fin, la Francia en la que, tras la victoria de junio pero aún con el miedo en el cuerpo, la burguesía acaba en diciembre con el gobierno representativo liberal, entregando el poder al déspota –primero Cavaignac, después Louis Napoleon– y restaurando así el Imperio.
"Para Rittinghausen la legislación directa no es un fin en sí. Es, como él mismo lo expresa, el medio más potente para llegar a la revolución social"
De este fracaso del movimiento democrático y social Rittinghausen extrae una doble lección: que el gobierno representativo es incompatible con la revolución social y que la causa de la derrota de 1848 es la ausencia completa de ideas gubernamentales en la democracia europea, en medio de la abundancia de doctrinas de reforma social. Por eso, según Rittinghausen, no se puede confiar en que las grandes figuras del socialismo en ese tiempo (como Proudhon o Louis Blanc), por él llamados los “aristócratas del partido popular”, puedan representar las aspiraciones populares. Pues el problema no es la “mala” representación: es el sistema de la representación y de la elección en su conjunto. Para que avance la revolución social es preciso introducir por tanto otro sistema, otra idea gubernamental. Y Rittinghausen, que participó en la contradictoria revolución alemana de esos años, antes de huir a Francia guardando vivamente en el recuerdo la inteligencia de las discusiones y la energía en la acción de los clubs populares, tratará de pensar seriamente las formas posibles de una legislación directa, para dar así fuerza de ley a las sesiones de los clubs. Ahora bien, para Rittinghausen la legislación directa no es un fin en sí. Es, como él mismo lo expresa, el medio más potente para llegar a la revolución social.
La legislación directa
La mecánica de la legislación directa es simple: a partir de una iniciativa legislativa que reúna un número determinado de firmas, un funcionario elegido por sufragio deberá convocar una consulta. El pueblo, dividido en secciones (de más o menos mil ciudadanos), y bajo la vigilancia de un presidente de sesión elegido de igual modo, deliberará sobre esta proposición, y después votará. De la sección al distrito, del distrito a la comuna, de la comuna al Estado, otros funcionarios contarán los votos. La iniciativa será aprobada entonces en su forma inicial, o bien en una forma reformada, o bien rechazada.
"La legislación directa apunta a un mundo político en el que ya no hay división entre gobernantes y gobernados"
Aunque estas formas puedan ser inspiradoras, lo más interesante de la propuesta de Rittinghausen, y lo que hace que ella conecte con las inquietudes de nuestro presente, son los principios positivos que subyacen a ella, más allá de la crítica de la representación. La legislación directa es un modo de gobierno no sólo del pueblo, sino por el pueblo; es la forma del gobierno de los ciudadanos, no de los gobernantes. La ley, en la legislación directa, surge orgánicamente de la inteligencia colectiva de los debates en las secciones. A este respecto, el Estado, que existe efectivamente en la legislación directa, es desprovisto de cualquier iniciativa: es un Estado que no gobierna, que sólo acata las decisiones de los ciudadanos, y cuya única función es organizar la deliberación ciudadana. La legislación directa no es por tanto ni un gobierno por encima de los ciudadanos ni una ausencia de gobierno.
Pero tal vez lo más importante sea la manera en que la legislación directa delimita el significado de la democracia, del poder del pueblo. Pues, a menudo, incluso en sus formas más avanzadas –más “participativas”– este poder se reduce a la elección de los gobernantes, y a las diversas formas de control de estos mismos. Sin embargo, el poder que Rittinghausen quiso ver alguna vez en las manos del pueblo no es el de elegir a sus jefes, para después concluir lo que esos “iluminados” comienzan, ya sea consintiendo, u oponiéndose, o controlándolos, o resistiéndose a ellos; es el poder de iniciar la vida política, introduciendo leyes capaces de gobernar la vida colectiva. La legislación directa apunta a un mundo político en el que ya no hay división entre gobernantes y gobernados, en el que la libertad del gobernado no se divorcia del poder del gobernante.
Sí podemos, pero… ¿queremos?
Seguramente la igualdad y la libertad que son el único contenido posible de la democracia real sólo puedan tener un espacio perdurable en este tipo de mundo de la política en el que no hay división entre gobernantes y gobernados. Sin embargo, la legislación directa también exige una gran confianza en las capacidades de aquellos que no son nadie, en la capacidad de los “ignorantes” y de las personas cualquiera, lo que siempre parece muy poco razonable en nuestras sociedades. Aun así, todos aquellos que han conocido y vivido el 15M, incluyendo a los nuevos partidos, podrán encontrar todo tipo de razones para fundamentar esa confianza. El papel más digno que se nos ocurre a este respecto para Podemos sería el de funcionar como mediador evanescente de la legislación directa.
Las oportunidades de realización de la legislación directa –en la forma que le da Rittinghausen o en alguna otra por inventar– tal vez sean muy pocas. Sin embargo, las diferentes investigaciones en metodología participativa que no dejan de sucederse señalan en esa dirección. Y en cualquier caso, como siempre en política, los problemas no son sólo técnicos, sino principalmente de voluntad. Estamos de acuerdo en que vamos lejos, en que podemos, pero, ¿queremos? Si realmente queremos, la ocasión podría ser cualquier referéndum: monarquía o república, proceso constituyente, etc. En ese momento, habría que luchar para que la consulta no sea “sí o no”, “esto o aquello”, sino que se dé en una forma deliberativa, para recoger propuestas matizadas y diferenciadas que surjan de la ciudadanía y sean discutidas por ella. Una vez organizada la deliberación, habrá que luchar para que esa forma se convierta en el modo habitual de gobierno.
Es cierto, una vez más, que todo esto es extremadamente improbable. Pero últimamente hemos aprendiendo que lo improbable no es exactamente lo imposible, que hay que contar con lo imprevisible, y tal vez, incluso, tener la osadía de provocarlo.