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La rubia era de bote
¿Benjamin Black mejor que Raymond Chandler?
“No escribo por dinero ni por prestigio, sino por amor, un extraño y persistente amor a un mundo en el que las personas puedan pensar en sutilezas y hablar en el idioma de culturas casi olvidadas. Me gusta ese mundo y sacrificaría de vez en cuando ese sueño y mi reposo y una buena cantidad de dinero para entrar graciosamente en él.”
Chandler por sí mismo
Para escribir novelas de detectives John Banville tiene un pseudónimo que recuerda al mío. Benjamin Black, el sosias de frase corta y miembro negro, perdón género negro, de Banville, ha recibido todos los parabienes en nuestro país con su última novela La rubia de ojos negros, que ya va por la tercera edición después de haber ocupado todas las portadas de los suplementos literarios. La ubicuidad mediática del irlandés no ha pasado desapercibida y en un arrebato imprevisible y original por parte de las autoridades de turno le acaban de conceder el Premio Príncipe de Asturias de las Letras y, ojo, que su editorial no deja de recordar que en breva caerá el Nobel (quiero decir, que me aturullo, que en breve caerá esa breva). En realidad yo no tengo nada contra Banville, más bien contra uno de los latiguillos que han repetido en la promoción de su última novela La rubia de ojos negros, la de que Benjamin Black imitando a Chandler es mejor que Chandler.
"Por tonterías como ésta la literatura hoy está más momia que viva"
Si buscamos el origen de tal despropósito lo encontraremos en la boca de su editor italiano y en la oreja de la editora española de Benjamin, cuando en un pasillo de la Feria de Frankfurt Luigi Brioschi arrinconó a María Fasce contra una pared de pladur y le confesó su amor por Black: te has fijado, le dijo, es mejor que Chandler; y ella le contestó un sonoro: sí. Y aquella declaración de amor ciego, propia de editores contemporáneos a los que la lectura diaria del Excel apenas les deja tiempo para leer y no digamos ya para releer literatura, pasó a los periódicos por obra y gracia de Rodrigo Fresán, el mamporrero de Banville en España, uno de los mandarines de la cultura libresca en España (también presente, cómo no, en EEM, aunque en versión papel, que siempre han existido clases…).
El caso suena sugerente y resulta un buen gancho: los herederos de Raymond Chandler —a través de su agente común, no olviden el dato— le encargan a Banville que resucite a Philip Marlowe y resulta que Banville, a la sazón Benjamin Black, en un verano manufactura un producto a imagen y semejanza de los de Chandler pero mejón aún. La réplica, en tiempos del corta y pega, en la época del sucedáneo innovador y de las impresoras 3D, en la era del revival y la nostalgia, en los años del karaoke, la suplantación de identidad y las tetas de silicona, en la década del photoshop, la crisis de autoridad y la leche de soja…, la réplica, decía, mejora al original: Benjamin Black mejón que Chandler, La rubia de ojos negros mejón que El largo adiós. ¿Por qué no? El latiguillo promocional acaba pareciendo verdad siguiendo el sabio consejo de Goebbels y hasta los niños de primaria repiten hoy cuando suena el nombre de Benjamin que Black es mejón que Chandler.
Y yo caí, sí, enamorada de moda Benjamín —¿les he dicho ya que soy una chica fácil?— y me compré el libro (19,50 euros) y, a diferencia de la mayoría de sus compradores, me lo leí hasta el final, en parte porque me aburría y eso me hacía salivar cual perrita de Paulov pensando en sacar aquí las cosas de quicio para ponerlas en su sitio. Así que, tachán, aparece en escena, encumbrada sobre sus piernas torneadas una avispada becaria que atiende al nombre de Clarita Brown, quien, ni corta ni Pérez ni sosa, denuncia un nuevo entuerto del mundo moribundo editorial desde la web de EEM.
¿El Philip de Benjamin mejor que el de Raymond? No me hagan reír, Chandler —que anteayer, por cierto, habría cumplido 126 años— escribía de su tiempo en un momento en que la novela de detectives contaba con el aplauso popular pero apenas tenía consideración por parte de las autoridades culturales, era literatura viva en conexión directa con sus lectores y no necesitaba los laureles del reconocimiento. Por el contrario, Banville/Black se ha dedicado a reordenar las piezas del legado de Raymond en un nuevo argumento que sabe a rancio y manierista, con frases ingeniosas, sí, pero previsibles en un ejercicio de revival ambientado en los cincuenta que no sólo no hace daño a nadie, sino que se deja arrastrar por las corrientes sentimentaloides más nefastas del momento presente convirtiendo al pobre Philip en un blandengue acorralado por el amor. Frederic Jameson llama a esta moda de ambientar conflictos contemporáneos en el pasado “neohistoria”, una argucia para justificar lo que pasa ahora como si siempre hubiera sido así. Pero estos anacronismos tan propios de series televisivas como Mad Men no tendrían importancia si la novela tuviera nervio, si no tuviera una la impresión de que todo el pescado está vendido desde antes de lanzar la caña.
Cambiarle el nombre a algo no es un acto baladí. Hoy a los tebeos se les llama Novela Gráfica y a la popular novela policiaca se la ha santificado con la etiqueta de Novela Negra, pero, ay, en el afán de dar respetabilidad al género algo se ha perdido, cuando lo popular es bendecido e institucionalizado por la Cultura con mayúsculas el chiste ya no tiene gracia y el remedo de los tics, en este caso si quieren un remedo perfecto, se vuelve una caricatura hiperrealista llena de espinillas purulentas. Banville se habrá entretenido perpetrando esta falsedad y sus editoriales en alianza con los mamporreros de la prensa han conseguido darle la vuelta al apestoso calcetín: para que nadie descubra la verdad desnuda de esta copia desalmada les basta con hablar de homenaje, continuidad y, ya que estamos, de superación. Por tonterías como ésta la literatura hoy está más momia que viva. Pero hasta aquí ha llegado la superchería: Clarita Brown devuelve el lustre a la lápida de Raymond Chandler manchada por tanto escupitajo promocional y desvela el engaño rebautizando al objeto de la disputa por un título que haga justicia a la falsedad que encierra, allí donde ponía La rubia de ojos negros leemos ahora y para siempre: La rubia era de bote y tenía el chocho morenote.
Imágenes:
1. Sugerente fotograma de Marnie, la ladrona de Alfred Hitchcock (1964)
2. John Banville/Benjamin Black con cara de haber copiado
3. Raymond Chandler fumando en pipa y disgustado por la lectura de La rubia era de bote y tenía el chocho morenote
La rubia era de bote
“No escribo por dinero ni por prestigio, sino por amor, un extraño y persistente amor a un mundo en el que las personas puedan pensar en sutilezas y hablar en el idioma de culturas casi olvidadas. Me gusta ese mundo y sacrificaría de vez en cuando ese sueño y mi reposo y una buena cantidad de dinero para entrar graciosamente en él.”
Chandler por sí mismo
Para escribir novelas de detectives John Banville tiene un pseudónimo que recuerda al mío. Benjamin Black, el sosias de frase corta y miembro negro, perdón género negro, de Banville, ha recibido todos los parabienes en nuestro país con su última novela La rubia de ojos negros, que ya va por la tercera edición después de haber ocupado todas las portadas de los suplementos literarios. La ubicuidad mediática del irlandés no ha pasado desapercibida y en un arrebato imprevisible y original por parte de las autoridades de turno le acaban de conceder el Premio Príncipe de Asturias de las Letras y, ojo, que su editorial no deja de recordar que en breva caerá el Nobel (quiero decir, que me aturullo, que en breve caerá esa breva). En realidad yo no tengo nada contra Banville, más bien contra uno de los latiguillos que han repetido en la promoción de su última novela La rubia de ojos negros, la de que Benjamin Black imitando a Chandler es mejor que Chandler.
"Por tonterías como ésta la literatura hoy está más momia que viva"
Si buscamos el origen de tal despropósito lo encontraremos en la boca de su editor italiano y en la oreja de la editora española de Benjamin, cuando en un pasillo de la Feria de Frankfurt Luigi Brioschi arrinconó a María Fasce contra una pared de pladur y le confesó su amor por Black: te has fijado, le dijo, es mejor que Chandler; y ella le contestó un sonoro: sí. Y aquella declaración de amor ciego, propia de editores contemporáneos a los que la lectura diaria del Excel apenas les deja tiempo para leer y no digamos ya para releer literatura, pasó a los periódicos por obra y gracia de Rodrigo Fresán, el mamporrero de Banville en España, uno de los mandarines de la cultura libresca en España (también presente, cómo no, en EEM, aunque en versión papel, que siempre han existido clases…).
El caso suena sugerente y resulta un buen gancho: los herederos de Raymond Chandler —a través de su agente común, no olviden el dato— le encargan a Banville que resucite a Philip Marlowe y resulta que Banville, a la sazón Benjamin Black, en un verano manufactura un producto a imagen y semejanza de los de Chandler pero mejón aún. La réplica, en tiempos del corta y pega, en la época del sucedáneo innovador y de las impresoras 3D, en la era del revival y la nostalgia, en los años del karaoke, la suplantación de identidad y las tetas de silicona, en la década del photoshop, la crisis de autoridad y la leche de soja…, la réplica, decía, mejora al original: Benjamin Black mejón que Chandler, La rubia de ojos negros mejón que El largo adiós. ¿Por qué no? El latiguillo promocional acaba pareciendo verdad siguiendo el sabio consejo de Goebbels y hasta los niños de primaria repiten hoy cuando suena el nombre de Benjamin que Black es mejón que Chandler.
Y yo caí, sí, enamorada de moda Benjamín —¿les he dicho ya que soy una chica fácil?— y me compré el libro (19,50 euros) y, a diferencia de la mayoría de sus compradores, me lo leí hasta el final, en parte porque me aburría y eso me hacía salivar cual perrita de Paulov pensando en sacar aquí las cosas de quicio para ponerlas en su sitio. Así que, tachán, aparece en escena, encumbrada sobre sus piernas torneadas una avispada becaria que atiende al nombre de Clarita Brown, quien, ni corta ni Pérez ni sosa, denuncia un nuevo entuerto del mundo moribundo editorial desde la web de EEM.
¿El Philip de Benjamin mejor que el de Raymond? No me hagan reír, Chandler —que anteayer, por cierto, habría cumplido 126 años— escribía de su tiempo en un momento en que la novela de detectives contaba con el aplauso popular pero apenas tenía consideración por parte de las autoridades culturales, era literatura viva en conexión directa con sus lectores y no necesitaba los laureles del reconocimiento. Por el contrario, Banville/Black se ha dedicado a reordenar las piezas del legado de Raymond en un nuevo argumento que sabe a rancio y manierista, con frases ingeniosas, sí, pero previsibles en un ejercicio de revival ambientado en los cincuenta que no sólo no hace daño a nadie, sino que se deja arrastrar por las corrientes sentimentaloides más nefastas del momento presente convirtiendo al pobre Philip en un blandengue acorralado por el amor. Frederic Jameson llama a esta moda de ambientar conflictos contemporáneos en el pasado “neohistoria”, una argucia para justificar lo que pasa ahora como si siempre hubiera sido así. Pero estos anacronismos tan propios de series televisivas como Mad Men no tendrían importancia si la novela tuviera nervio, si no tuviera una la impresión de que todo el pescado está vendido desde antes de lanzar la caña.
Cambiarle el nombre a algo no es un acto baladí. Hoy a los tebeos se les llama Novela Gráfica y a la popular novela policiaca se la ha santificado con la etiqueta de Novela Negra, pero, ay, en el afán de dar respetabilidad al género algo se ha perdido, cuando lo popular es bendecido e institucionalizado por la Cultura con mayúsculas el chiste ya no tiene gracia y el remedo de los tics, en este caso si quieren un remedo perfecto, se vuelve una caricatura hiperrealista llena de espinillas purulentas. Banville se habrá entretenido perpetrando esta falsedad y sus editoriales en alianza con los mamporreros de la prensa han conseguido darle la vuelta al apestoso calcetín: para que nadie descubra la verdad desnuda de esta copia desalmada les basta con hablar de homenaje, continuidad y, ya que estamos, de superación. Por tonterías como ésta la literatura hoy está más momia que viva. Pero hasta aquí ha llegado la superchería: Clarita Brown devuelve el lustre a la lápida de Raymond Chandler manchada por tanto escupitajo promocional y desvela el engaño rebautizando al objeto de la disputa por un título que haga justicia a la falsedad que encierra, allí donde ponía La rubia de ojos negros leemos ahora y para siempre: La rubia era de bote y tenía el chocho morenote.
Imágenes:
1. Sugerente fotograma de Marnie, la ladrona de Alfred Hitchcock (1964)
2. John Banville/Benjamin Black con cara de haber copiado
3. Raymond Chandler fumando en pipa y disgustado por la lectura de La rubia era de bote y tenía el chocho morenote