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La noche más larga de Jim Jarmusch

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“Amo la noche con pasión. La amo como uno ama a su país o amante, con un amor instintivo, profundo, invencible.”

La noche (Guy de Maupassant)

 

Lo dice con tal convicción que nadie se percata de aquello que va a suceder. Está atardeciendo. Abandona el local. El hombre que ahora mismo es un niño sólo lleva una maleta con dos palabras grabadas en los bordes: Dark Days. Con paso tosco, desgarbado, recorre las calles que se estrechan y alargan como si estuvieran llegando a su principio. En la primera esquina se aposta el saxofonista de siempre, John Lurie, que apura sus últimas notas. Se saludan e intercambian opiniones. El hombre viene de The Del-Byzanteens, un grupo de post-punk donde pone la voz y los teclados; Lurie, de The Lounge Lizards. Hablan de un tal Aloysius Christopher Parker, que vive como un turista de vacaciones permanentes, desde un lugar y una persona a otro lugar y otra persona, completamente a la deriva. Lo recuerdan paseando por las calles desiertas o bailando en su apartamento mientras en el plato gira Earl Bostic, escalando Up There In Orbit. Es 1980, y hablar de esta especie de Charlie Parker conceptual que, envuelto en un saxo desafiante reaparece en escena aleatoriamente, sigue siendo transgresor, aunque la puerta fuera abierta por Elia Kazan, que introdujo el jazz en el cine en 1951 con Un tranvía llamado deseo, rompiendo la tradición sinfónica de las bandas sonoras para aportar otra naturaleza a los personajes. El cineasta recupera en Permanent Vacation (1980), a través de Lurie, la aportación de Miles Davis en Ascensor para el cadalso (Louis Malle, 1957), o la de Charles Mingus y Shafi Hadi para Shadows (John Cassavetes, 1959): una atmósfera ideada por la música donde los personajes pueden transitar.

Continúan dialogando hasta que aparecen Eva y Richard Edson (primer batería de Sonic Youth), la prima y el amigo de Lurie en Stranger Than Paradise (1984), con quienes discuten sobre la canción de Screamin’ Jay Hawkins I put a spell on you, que no para de sonar en el radiocasete. Esta escena se irá repitiendo a lo largo de la filmografía del realizador: una pareja, y a veces un tercero en discordia, intercambian opiniones sobre una canción o un músico. Los personajes se definen a través de lo que escuchan. Florida, ese paraíso ansiado en la película, será derruido por un cuarteto de cuerda que va sonando entre plano y plano. Se despide de todos ellos menos de Lurie; después de tantos años siempre terminan por reencontrarse en los títulos de crédito.

Se lanza de nuevo a la noche, que no le es indiferente, como un auténtico flâneur, paseando por las calles menos transitadas, ansioso por descubrir más. Sentado en un porche un tipo con sombrero y voz áspera recita a modo de blues: “It's a sad and beautiful world”. Otro hombre le interrumpe preguntando si le gusta Walt Whitman. Ambos serán detenidos hoy, como en su film Down by Law (1986). Y ésta será de las primeras veces en que las referencias literarias irán estrechamente unidas con la banda sonora, entremezclándose para narrar aquello que no aparece en los diálogos. Un Tom Waits convertido en DJ Lee Baby Sims (en honor al compositor de blues Frankie Lee Sims) recitando Jockey Full of Bourbon, de su álbum Rain Dogs (1985), permite que el espectador se adentre en ese estado de melancolía permanente en el que los personajes están abocados a un destino que no les es propicio. Las letras narran la historia oculta de lo sucedido, las notas como elemento de desconcierto en el camino. Del jazz al blues. Al final de la misma calle estamos en 1989 y una pareja de japoneses escucha música en un discman: la tecnología va evolucionando. Vienen de un Mystery Train (1989) y discuten sobre si es mejor Carl Perkins o Elvis Presley mientras se dirigen al mítico estudio de grabación Sun Records. Blue Moon suena una y otra vez en la radio, uniendo y diluyendo las historias de los pasajeros de ese tren. La canción funciona como arco narrativo.

Es de noche.

En todas las partes del planeta. El realizador se detiene frente a una parada de taxis. Night on Earth (1991) va más allá del intento de establecer un mapa sonoro de las raíces americanas —aunque las partituras pertenezcan a Tom Waits— y se expande a nuevos horizontes (París, Roma, Helsinki) dejando entrever la curiosidad por encontrar el sonido propio de cada ciudad. En una misma secuencia caben tres géneros musicales diferentes, rasgo que se irá perpetuando en el resto de su trayectoria fílmica.

Exhausto y con la cara pálida por toda la travesía se sienta en un banco, sin reparar en la inscripción que reza: “Es preferible no viajar con un hombre muerto”. Piensa en Neil Young, que compuso íntegramente la banda sonora del post-western Dead Man (1995). Más en concreto en su guitarra, que a través de una distorsión contundente abarca conceptos abstractos como el genocidio de los indígenas, encarnados en el personaje de “Nadie” en el film, los fundidos a negro o una interpelación constante al espectador sobre si aquello que ve es cierto: ¿es realmente William Blake... poeta, pintor, asesino? ¿Está muerto o vivo? La atmósfera completamente atronadora propiciada por los pedales de Young se sirve de instantes de spoken word que tendrán continuidad en Ghost Dog: The Way of the Samurai (1999).

El realizador se levanta del banco con un maletín, mientras suena Wu-Tang Clan y Forest Whitaker recita el Hagakure (una compilación del código samurai del siglo XVIII). La síntesis de culturas produce un interesante resultado al que el cineasta se adhiere para romper definitivamente con la idea que todas las BSOs tienen que sonar igual. Se sirve de una realidad llena de texturas con diferentes formas musicales para elevar el relato. Con estos pensamientos entra en una cafetería para dejar el maletín sobre una mesa repleta de referentes dispares: Coffee & Cigarettes (2003).

Pasada la medianoche.

Hay un equipo rodando en la calle. La actriz se dirige a la caravana para descansar y pone un CD con las Variaciones Goldberg de Bach. Ten Minutes Older: The Trumpet (2002), tal y como enuncia Carlo Cenciarelli, “dibuja una realidad extraña e irreductible, marcada por las afiliaciones culturales no esperadas, al introducir la música clásica en un acto irrelevante y cotidiano cuando normalmente se asocia a reflexiones profundas”. De esta manera, reinventa tanto la identidad del oyente como la de la música en sí.

Gira de nuevo hacia un callejón. En un contenedor alguien ha tirado unas flores con una lista de mujeres y lugares. Un hombre, Bill Murray, acaba de descubrir que es padre mientras escucha el Réquiem en re menor, Op.48 de Gabriel Fauré. Influenciado por su vecino decide iniciar un viaje por carretera tratando de averiguar la verdad mientras suena Mulatu Astakte. El descubrimiento de nuevos músicos al público en Broken Flowers (2005) convierte al director en un catalizador contemporáneo de otras músicas que existen pero son menos visibles. La película cierra con una especie de tensión drone de asuntos por resolver que no hace más que abrir nuevos parajes. A estas horas la oscuridad plena acoge a los pocos viandantes de forma hostil.

Cruza el puente que le lleva al otro extremo de la ciudad y allí aparecen Carter Logan y Shane Stoneback. Los tres son conocidos como Bad Rabbit, banda que más tarde se convertirá en SQÜRL, el proyecto musical del cineasta para acercarse al ruido en slow-motion. Parte de todo ello sonará en The Limits Of Control (2009). Suben una cuesta hasta llegar a una explanada desde donde divisan las costuras de la ciudad, dispersa, casi entera, a sus pies. Cada una de las casas, donde viven Carmen Linares o Earth... las partes diversas formando un todo bello, coherente, embriagador. Menos movimientos de cámara y unos diálogos que prácticamente desaparecen con el objetivo de no distraer al espectador y ubicarle en la eclosión perturbadora de recursos sonoros que narran este thriller minimalista. De esta manera, engaña cuando parece que no pasa nada mientras las melodías desconcertantes de Sunn O))) van llenando la pantalla de significado. Tilda Swinton completamente vestida de blanco le entrega dos cajas de cerillas con un nombre en cada una: The Mystery of Heaven y Concerning the Entry into Eternity. Los títulos de los álbumes de su próximo proyecto musical junto a Jozef Van Wissem, un máster del laúd. Cuando has cruzado los límites propios es cuando más cerca estás de la experimentación. A esta noche le quedan pocas horas, así que se sienta en un café que nunca cierra. A su lado Van Wissem propicia un diálogo crudo, hipnótico, intrusivo y amenazante entre los dos. El contrapunto lo pone el recitado de Tilda Swinton en temas como The More She Burns the More Beautifully She Glows del primer álbum.

Está a punto de amanecer...

Una obsesión por aquello recién descubierto que resulta fascinante,“música que jamás habría imaginado”, encandila al personaje de Lurie en Down by Law. Estas palabras eclosionan en el nuevo film de nuestro paseante nocturno. La música lo ha invadido todo: el protagonista es músico, el Violín de Juan Gris que aparecía en The Limits of Control ahora se ha multiplicado en todo un apartamento lleno de instrumentos (hasta la supuesta guitarra de Eddie Cochran) y la colección privada de vinilos del propio cineasta. El término de banda sonora en sus películas adquiere otra dimensión, no pretende subrayar el clímax o “preagonizar” la cadencia emotiva de los personajes, sino añadir arrugas al relato. A medida que avanza su filmografía esta característica se agranda, hasta tal punto que la introducción inicial del soliloquio en Permanent Vacation se convierte en un monólogo musicado en Only Lovers Left Alive. Tilda Swinton y Tom Hiddleston danzando en esferas paralelas que van cambiando como la aguja de un tocadiscos, que de forma diegética no para de girar. Aunque subsisten sus referencias literarias (los protagonistas se llaman igual que los de El diario de Adán y Eva, de Mark Twain, y cuando tienen que hacer las maletas las llenan sólo de libros —El Quijote, Los ingleses en el Polo Norte…—), las musicales son incontables. Los personajes deambulan por las calles hambrientos, como en sus anteriores trabajos, pasando por lugares como la casa de Jack White o mencionando el museo de la Motown (igual que la pareja de Mystery Train cuando iba a la casa de Elvis Presley o a Sun Records).

También tienen que huir en un momento dado, con la facilidad de su condición de vampiros centenarios, de Detroit a Tanger (ciudades-referentes musicales), consiguiendo generar esa necesidad de apertura a nuevos horizontes y culturas (Eva le regalará a Adam un laúd). El salto esta vez aparte de espacial también es temporal cuando bromea sobre cómo ahora, a través de YouTube, puedes “estar” en un concierto que tuvo lugar cuando todavía no habías nacido. Una forma de reubicar históricamente aquellas obras que quizás no fueron reconocidas en su momento (una de las obsesiones del cineasta), y que entronca directamente con su persistente idea de introducir siempre músicos menos reconocidos por la mayoría, como Van Wissem y Yasmine Hamadan. Un concepto por el que Wim Wenders también aboga. Nuestro paseante le hace un guiño y recupera el tema Dark Was the Night, de París, Texas. En un mundo donde parece estar todo archivado y en el que la sobreinformación es irreversible, nunca había sido tan necesaria la figura de un entusiasta precursor.

Al final del trayecto todos han discutido sobre música, han visitado nuevos lugares parecidos a los que ya conocían, han regresado y han bebido mucho café. Pero sobre todo continúan paseando por la noche, descubriendo nuevos sonidos, con las ansias del eterno viajero, que no muere nunca. Ni siquiera cuando aparecen los créditos, antes de que se enciendan las luces de la sala y el público se encuentra en ese estado de vigilia, sin saber qué ha sido real y qué no.