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Ignatius Reilly en el Matadero de Madrid
Decir a las seis de la tarde de un 9 de julio en Madrid, en plena ola de calor, “Voy al Matadero” cobra todo su significado. Sin embargo, una vez allí hay que reconocer que no se podía estar en mejor sitio, y uno se pregunta cómo puede alguien permanecer refugiado en su horno-casa en lugar de acercarse a este espacio municipal de creación interdisciplinar. El salón de actos de la Casa del Lector está refrigerado y tiene una luz acogedora. El acto ha empezado y, como si se fuera corriendo la voz, no para de llegar más gente. Hay que ir poniendo más filas de sillas continuamente, cosa que los organizadores hacen con diligencia y silencio. Hay gente de todas las edades, vendremos a ser unas 250 personas.
Se celebra el Ignatius Day, un homenaje al escritor John Kennedy Toole y al protagonista de su novela La conjura de los necios, organizado por La Casa del Lector. Lo que se proyecta en la pantalla es un documental sobre la vida de Toole, The Omega Point, dirigido por Joe Sanford, que reúne entrevistas, imágenes, correspondencia y otros materiales del archivo del escritor. Después hablará su biógrafo Cory MacLauchlin. El suicidio de Toole a los 31 años, tras el rechazo del manuscrito de su novela y con una madre dominatrix pasivo-agresiva, conforma toda una apasionante historia para especular. Luego vendrá Jorge Herralde, su editor en España (a quien Enrique Murillo, entonces lector, recomendó su publicación), y finalmente habrá una banda de dixie jazz y se repartirán perritos calientes (para quien no haya leído la novela, el puesto de perritos en esta obra vendría a ser como la magdalena de En busca del tiempo perdido). Todo suena a Bloomsday. La jornada que los fans del Ulyses de James Joyce dedican anualmente a homenajear esa obra en Dublín. Algo así hay: “Queríamos encontrar y reunir a esos lectores, que se vieran las caras, que compartieran su entusiasmo. Se reúnen los trekkies, los de la guerra de las galaxias, ¡y también los de Ignatius!” “Nos encantaría que se pudiese hacer todos los años, al estilo Bloomsday. De momento estamos pensando hacerla al año que viene en Fort Buchanan, Puerto Rico, donde Toole escribió la novela”, dicen desde la organización.
Cuando en el documental, o en la charla del investigador Cory MacLauchlin (arriba en la foto, con traje), se hace referencia al rechazo del manuscrito de Kennedy Toole por parte de las editoriales, se extiende una especie de murmullo reconfortado entre algunos de los asistentes –escritores, imagino- como si en su lucha diaria no estuviera todo perdido: si a un genio como este se le negó la publicación de su obra... Es una estupidez en la que todos querríamos creer, pero la verdad es que no hay consuelo ninguno en la falta de atención de los editores actuales hacia el talento. O eres famoso y haces ganar dinero a la editorial o estás muerto y no cobras derechos de autor. Más tarde, con la música y los perritos calientes intentaremos olvidar también que además no hay nada ni justo ni poético en el suicidio de una persona.
“Tú, un chico con una educación tan excelente, con todos tus estudios” (qué haces en el páramo de la escena cultural madrileña)
He venido con la escritora Natalia Carrero. Al encontrarnos en la salida del metro nos hemos preguntado si veníamos adecuadamente vestidas para el evento. No. Natalia lleva un sombrero de paja y unos shorts que la sitúan al menos en apariencia en las antípodas del gordo Ignatius con su gorra de cazador. Mi vestido de señora años 50 podría acercarme a la madre del personaje, pero aquí la única referencia gráfica válida es la de él. En fin, el caso es que las dos no podemos evitar comentar ese aspecto folklórico del acto. Y sin embargo no es una reunión de un puñado de frikis donde nos encontramos, a pesar de que Jorge Herralde mencione el término y se englobe en él. En realidad, llama la atención la cantidad de personas que ha llegado hasta aquí a esta hora en la que los termómetros no bajan de los 35 grados. Personas que asisten encantadas a las tres horas de “erudición académica” y a casi las dos de música. La receptividad es máxima.
Miro a alrededor y veo cientos de personas que han salido a la calle para reunirse en torno a un libro. Los aparatos de traducción simultánea se han agotado. De golpe estoy entusiasmada. Creo que es posible crear una escena cultural en Madrid, hacerla, rehacerla. Las ideas se agolpan en mi cabeza. ¿Por qué no organizar esto al mes con diferentes clásicos contemporáneos? El día Proust. O el día Dostoyevsky. Magdalenas y té en el primero mientras nos hablan del cogollito de Los Verdurín; todos con un vodka en la mano durante el análisis de Crimen y castigo. De vuelta al metro de Legazpi un olor a alcantarilla me pondrá los pies en la tierra. Tras veinte años de gobiernos del PP habrá que comenzar poco a poco.
Lo cierto es que culturalmente en los últimos años Madrid ha sido un páramo, o por lo menos un paisaje sin demasiada profusión de seres vivos. Estos días los Sanfermines ocupan las páginas de cultura. Si ya es difícil escuchar música en directo en los bares, no te digo encontrar tertulias o conferencias interesantes. Las presentaciones de libros no pueden considerarse precisamente actos literarios. En cualquier lugar “cultural” amenaza la imagen de marca y la intervención con criterios de intercambio comercial. Nos escapamos un rato para tomar una caña dentro del recinto del Matadero y camino hacia allí nos topamos con lo que parece ser una sucursal de Vinçon:
–Mira, ¿venden jamones? –le pregunto a Natalia.
–No, es una exposición –responde lacónica.
Cuando se engloban bajo el mismo paraguas la gestión cultural, el turismo, los eventos deportivos y los encuentros empresariales es difícil creer que pueda salir nada bueno. La empresa Madrid Destino, que maneja todas estas parcelas del Ayuntamiento, confiesa que su objetivo es “conseguir la prestación de un servicio público de calidad bajo unos criterios de sostenibilidad económica”. Pero vamos a ver. No puede ser lo mismo la organización de una reunión entre empresas para cerrar un business que la atención a las iniciativas culturales de un barrio. Lo de “sostenibilidad económica” a veces no es más que un eufemismo para no decir “negocio”.
¡Vendiendo bocadillos por la calle a plena luz del día! (es lo que pasa cuando uno tiene talento pero no talante)
El personaje creado por Kennedy Toole es un inadaptado, no un indignado, sin embargo hubiera estado en el 15M. Si en algo encaja perfectamente esta novela con el momento que vivimos es en la relación del protagonista con la idea de trabajo que la sociedad le ofrece. El trabajo como una esclavitud impuesta por la sociedad capitalista. Pensando así, claro, afirma a renglón seguido: “Dudo muy seriamente que haya alguien dispuesto a contratarme”.
Ignatius Reilly deambula por Nueva Orleans en busca de un empleo. Enfrentado a una sociedad de necios, se siente un hombre justo en un mundo injusto, como Boecio, cuya obra, La consolación por la filosofía, resulta ser, naturalmente, su lectura preferida. Al igual que el filósofo medieval, Ignatius se siente excluido: "Aparentemente, carezco de alguna particular perversión que los que conceden empleos hoy buscan". A mí hay una cita que me gusta especialmente: "Los patronos perciben que yo rechazo sus valores -dio una vuelta en la cama y continuó-: me tienen miedo”. Me gusta la manera en que ese revolcarse en la cama rebaja a Ignatius, al mismo tiempo que sus palabras le ensalzan. Son las paradojas de los humanos, de los personajes de carne y hueso.
Como las protagonistas de las novelas de Natalia Carrero suelen vivir en conflicto con este asunto de la producción remunerada (y en su caso de la reproducción gratuita), hablamos sobre ello. Estamos de acuerdo en que ya que el acto se ha centrado en gran parte en los aspectos extraliterarios de la novela, los problemas económicos de la familia Reilly deberían ocupar un lugar principal: Desde los 16 años John Kennedy cargó con el peso de sacar a su familia adelante.
Con el panorama que tenemos hoy en nuestro país, cuántas de nuestras madres no exclamarían junto a la señora Reilly:
“Con todos sus estudios… Vendiendo bocadillos por la calle, a plena luz del día”.
“¡Todos somos Ignatius!”, podríamos haber gritado al finalizar el encuentro. No lo hemos hecho. Al llegar a casa recibo un e-mail con este dibujo de Natalia donde quizás esté la respuesta:
Ignatius Reilly en el Matadero de Madrid
Decir a las seis de la tarde de un 9 de julio en Madrid, en plena ola de calor, “Voy al Matadero” cobra todo su significado. Sin embargo, una vez allí hay que reconocer que no se podía estar en mejor sitio, y uno se pregunta cómo puede alguien permanecer refugiado en su horno-casa en lugar de acercarse a este espacio municipal de creación interdisciplinar. El salón de actos de la Casa del Lector está refrigerado y tiene una luz acogedora. El acto ha empezado y, como si se fuera corriendo la voz, no para de llegar más gente. Hay que ir poniendo más filas de sillas continuamente, cosa que los organizadores hacen con diligencia y silencio. Hay gente de todas las edades, vendremos a ser unas 250 personas.
Se celebra el Ignatius Day, un homenaje al escritor John Kennedy Toole y al protagonista de su novela La conjura de los necios, organizado por La Casa del Lector. Lo que se proyecta en la pantalla es un documental sobre la vida de Toole, The Omega Point, dirigido por Joe Sanford, que reúne entrevistas, imágenes, correspondencia y otros materiales del archivo del escritor. Después hablará su biógrafo Cory MacLauchlin. El suicidio de Toole a los 31 años, tras el rechazo del manuscrito de su novela y con una madre dominatrix pasivo-agresiva, conforma toda una apasionante historia para especular. Luego vendrá Jorge Herralde, su editor en España (a quien Enrique Murillo, entonces lector, recomendó su publicación), y finalmente habrá una banda de dixie jazz y se repartirán perritos calientes (para quien no haya leído la novela, el puesto de perritos en esta obra vendría a ser como la magdalena de En busca del tiempo perdido). Todo suena a Bloomsday. La jornada que los fans del Ulyses de James Joyce dedican anualmente a homenajear esa obra en Dublín. Algo así hay: “Queríamos encontrar y reunir a esos lectores, que se vieran las caras, que compartieran su entusiasmo. Se reúnen los trekkies, los de la guerra de las galaxias, ¡y también los de Ignatius!” “Nos encantaría que se pudiese hacer todos los años, al estilo Bloomsday. De momento estamos pensando hacerla al año que viene en Fort Buchanan, Puerto Rico, donde Toole escribió la novela”, dicen desde la organización.
Cuando en el documental, o en la charla del investigador Cory MacLauchlin (arriba en la foto, con traje), se hace referencia al rechazo del manuscrito de Kennedy Toole por parte de las editoriales, se extiende una especie de murmullo reconfortado entre algunos de los asistentes –escritores, imagino- como si en su lucha diaria no estuviera todo perdido: si a un genio como este se le negó la publicación de su obra... Es una estupidez en la que todos querríamos creer, pero la verdad es que no hay consuelo ninguno en la falta de atención de los editores actuales hacia el talento. O eres famoso y haces ganar dinero a la editorial o estás muerto y no cobras derechos de autor. Más tarde, con la música y los perritos calientes intentaremos olvidar también que además no hay nada ni justo ni poético en el suicidio de una persona.
“Tú, un chico con una educación tan excelente, con todos tus estudios” (qué haces en el páramo de la escena cultural madrileña)
He venido con la escritora Natalia Carrero. Al encontrarnos en la salida del metro nos hemos preguntado si veníamos adecuadamente vestidas para el evento. No. Natalia lleva un sombrero de paja y unos shorts que la sitúan al menos en apariencia en las antípodas del gordo Ignatius con su gorra de cazador. Mi vestido de señora años 50 podría acercarme a la madre del personaje, pero aquí la única referencia gráfica válida es la de él. En fin, el caso es que las dos no podemos evitar comentar ese aspecto folklórico del acto. Y sin embargo no es una reunión de un puñado de frikis donde nos encontramos, a pesar de que Jorge Herralde mencione el término y se englobe en él. En realidad, llama la atención la cantidad de personas que ha llegado hasta aquí a esta hora en la que los termómetros no bajan de los 35 grados. Personas que asisten encantadas a las tres horas de “erudición académica” y a casi las dos de música. La receptividad es máxima.
Miro a alrededor y veo cientos de personas que han salido a la calle para reunirse en torno a un libro. Los aparatos de traducción simultánea se han agotado. De golpe estoy entusiasmada. Creo que es posible crear una escena cultural en Madrid, hacerla, rehacerla. Las ideas se agolpan en mi cabeza. ¿Por qué no organizar esto al mes con diferentes clásicos contemporáneos? El día Proust. O el día Dostoyevsky. Magdalenas y té en el primero mientras nos hablan del cogollito de Los Verdurín; todos con un vodka en la mano durante el análisis de Crimen y castigo. De vuelta al metro de Legazpi un olor a alcantarilla me pondrá los pies en la tierra. Tras veinte años de gobiernos del PP habrá que comenzar poco a poco.
Lo cierto es que culturalmente en los últimos años Madrid ha sido un páramo, o por lo menos un paisaje sin demasiada profusión de seres vivos. Estos días los Sanfermines ocupan las páginas de cultura. Si ya es difícil escuchar música en directo en los bares, no te digo encontrar tertulias o conferencias interesantes. Las presentaciones de libros no pueden considerarse precisamente actos literarios. En cualquier lugar “cultural” amenaza la imagen de marca y la intervención con criterios de intercambio comercial. Nos escapamos un rato para tomar una caña dentro del recinto del Matadero y camino hacia allí nos topamos con lo que parece ser una sucursal de Vinçon:
–Mira, ¿venden jamones? –le pregunto a Natalia.
–No, es una exposición –responde lacónica.
Cuando se engloban bajo el mismo paraguas la gestión cultural, el turismo, los eventos deportivos y los encuentros empresariales es difícil creer que pueda salir nada bueno. La empresa Madrid Destino, que maneja todas estas parcelas del Ayuntamiento, confiesa que su objetivo es “conseguir la prestación de un servicio público de calidad bajo unos criterios de sostenibilidad económica”. Pero vamos a ver. No puede ser lo mismo la organización de una reunión entre empresas para cerrar un business que la atención a las iniciativas culturales de un barrio. Lo de “sostenibilidad económica” a veces no es más que un eufemismo para no decir “negocio”.
¡Vendiendo bocadillos por la calle a plena luz del día! (es lo que pasa cuando uno tiene talento pero no talante)
El personaje creado por Kennedy Toole es un inadaptado, no un indignado, sin embargo hubiera estado en el 15M. Si en algo encaja perfectamente esta novela con el momento que vivimos es en la relación del protagonista con la idea de trabajo que la sociedad le ofrece. El trabajo como una esclavitud impuesta por la sociedad capitalista. Pensando así, claro, afirma a renglón seguido: “Dudo muy seriamente que haya alguien dispuesto a contratarme”.
Ignatius Reilly deambula por Nueva Orleans en busca de un empleo. Enfrentado a una sociedad de necios, se siente un hombre justo en un mundo injusto, como Boecio, cuya obra, La consolación por la filosofía, resulta ser, naturalmente, su lectura preferida. Al igual que el filósofo medieval, Ignatius se siente excluido: "Aparentemente, carezco de alguna particular perversión que los que conceden empleos hoy buscan". A mí hay una cita que me gusta especialmente: "Los patronos perciben que yo rechazo sus valores -dio una vuelta en la cama y continuó-: me tienen miedo”. Me gusta la manera en que ese revolcarse en la cama rebaja a Ignatius, al mismo tiempo que sus palabras le ensalzan. Son las paradojas de los humanos, de los personajes de carne y hueso.
Como las protagonistas de las novelas de Natalia Carrero suelen vivir en conflicto con este asunto de la producción remunerada (y en su caso de la reproducción gratuita), hablamos sobre ello. Estamos de acuerdo en que ya que el acto se ha centrado en gran parte en los aspectos extraliterarios de la novela, los problemas económicos de la familia Reilly deberían ocupar un lugar principal: Desde los 16 años John Kennedy cargó con el peso de sacar a su familia adelante.
Con el panorama que tenemos hoy en nuestro país, cuántas de nuestras madres no exclamarían junto a la señora Reilly:
“Con todos sus estudios… Vendiendo bocadillos por la calle, a plena luz del día”.
“¡Todos somos Ignatius!”, podríamos haber gritado al finalizar el encuentro. No lo hemos hecho. Al llegar a casa recibo un e-mail con este dibujo de Natalia donde quizás esté la respuesta: