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Grande es el plátano...

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A mí también me pasa. Son tiempos oscuros. Una nueva Edad Media, dicen, no por escasez sino por abundancia de información. El rollo ese de que la sobreinformación produce desinformación. Somos monstruos informes, tontos con datos en la punta de la lengua, miopes sin visión panorámica. Los hombres cada día son más marujas y las mujeres somos cada día más tontas o más señores. El marujeo es la aspiración de reducir la inmensidad del mundo a un patio de vecinos, el saber enciclopédico a la comidilla, una estrategia más para no sentir esto que nos pasa, este suelo temblando bajo nuestros pies.

Los seres humanos nunca se sintieron tan solos en este ecosistema informativo que llamamos mundo. Mi vecino me habla del Tao, de que el sabio no es erudito así como el erudito no es sabio; te dice eso mientras te pasa un porro y te invita a desaprenderlo todo, a renunciar al peso de la socialización. Yo sé que mi vecino lo que quiere es follarme, y yo me dejaría, de verdad, si no fuera por todo lo que habla y por esa manía de convertir un simple viaje en ascensor en la ascensión al Monte Carmelo.

Mi vecino no es marujo ni lesbiano, mi vecino es de esos narcisistas que utilizan las filosofías orientales de disolución personal como argumentos para reforzar su egolatría (uno de sus héroes es Jodorowsky, y eso dice mucho). El problema es que al hablar de lo mágica que es la realidad, el mundo pierde el misterio, y eso es imperdonable.

El caso es que la otra noche, leyendo, me acordé de él y a punto estuve de dar unos golpecitos en la pared que separa nuestros dormitorios. Sin embargo, al segundo problema de mi vecino, su esposa, no le habría gustado mucho (las mujeres que son señores y trabajan tanto tienen el sueño muy ligero). Así que tomé estas notas en mi cuaderno de lecturas, en el que intento, humildemente y con la ayuda de los grandes, tratar de entender este universo turbio en el que nos movemos.

Antes de adoptar el nombre de George Orwell, Eric Blair se alistó como policía al servicio del Imperio Británico en Birmania. En George Orwell, biografía autorizada, de Michael Shelden, página 103, encuentro una curiosa anécdota de un iluminado adicto al opio. Eric Blair tenía entonces 21 años, pero su interés por los desclasados ya se dejaba sentir:

"Se empeñó en trabar amistad con el inglés de peor fama de Mandalay, un excapitán del Ejército al que habían expulsado de la policía militar y que vivía a la sazón como un adicto al opio. El individuo, el capitán H. R. Robinson, decía a quien quisiera escucharlo que había descubierto el secreto del universo. Todo estaba contenido en una sola frase, pero nunca podía recordarla cuando pasaban sus trances de opio. Durante una larga noche de delirios, logró poner por escrito esta perla de sabiduría, pero cuando la leyó por la mañana, lo único que decía era: 'Grande es el plátano, pero más lo es la cáscara'."

Imágenes: ilustración de portada de Crisparis; interior, Eric Blair en su pasaporte, antes de ser George Orwell