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Empoderamiento

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Acompaño a Carmen Nieto y Marta Raya, trabajadoras del Servicio de Vivienda Pública de Sevilla de la Junta de Andalucía, a visitar dos promociones en Sevilla Este: Los Blancos y El Parchís. El Parchís ganó algún premio de arquitectura cuando fue construido. Es la típica genialidad de un arquitecto con un modelo de sociedad utópica en la cabeza: el gran patio central serviría para que una comunidad de pequeñas figuras intergeneracionales, niños de la mano de sus padres y abuelos felices en el ocaso de su provechosa vida, animaran con sus sombras la blancura del plano. Pero el patio, con socavones, filtraciones y grandes farolas de estilo “semidivino” (rotas) tiene principalmente cuatro usos: aparcamiento de scooters, mercado de trapicheo, escenario de peleas de perros y panóptico al servicio del violento poder de la juventud.

La brecha generacional es más evidente, me cuentan Carmen y Marta, cuando ves a mayores curtidos en luchas vecinales, relegados en sus casas y sus enfermedades privadas, con una memoria de combate a punto de perderse. Hoy los abuelos sueñan con una entrada a su casa que no pase por el patio central, donde los colores de las fachadas interiores de El Parchís (de los que le viene el nombre) remarcan el carácter infantiloide de toda cárcel utópica.

Los Blancos tienen la suerte, en principio, de ser blancos.

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A pesar de lo que diga la propaganda de la especulación privada, gran parte de la vivienda pública no es marginal. Más de un 80% la forman comunidades de vecinos con un tejido social fuerte, una clase trabajadora (que incluye parados, dependientes, víctimas de desahucios y de la violencia doméstica) con vivienda digna asegurada a un precio comprensible. Y mientras comunidades como la madrileña venden su suelo público a fondos buitre, la Junta de Andalucía decidió cambiar el nombre de su agencia de vivienda de EPSA, Empresa Pública de Suelo de Andalucía, a AVRA, Agencia de Vivienda y Rehabilitación de Andalucía. Un cambio de nombre que conlleva un cambio de estructura. De una empresa de suelo despojado de personas a una agencia de casas donde vive la gente. No ha sido tan fácil como pudiera pensarse.

Los Blancos y El Parchís, aún lejos de la marginalidad, están perdiendo el tejido comunitario.

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Lo más parecido que se me ocurre, en el ámbito literario, a una trabajadora social es Dostoievski: alguien que decide llevar a cuestas el sufrimiento de otros y encarnar el fracaso de una sociedad. Cada día, su vida son los problemas de otros. Carmen, epidemióloga reconvertida en técnico de vivienda tras una experiencia de quince años en el Polígono Sur (las famosas 3000) y Marta, trabajadora social de varias promociones en Sevilla y delegada sindical durante la reestructuración de AVRA, se reúnen con los vecinos de Los Blancos y El Parchís. Deben convencerles de que, aunque no hay dinero para una rehabilitación a fondo por los malditos recortes, la Junta dispone de unos fondos europeos para hacer de sus casas “construcciones sostenibles”. Con ese plan de “eficiencia energética” van a arreglar las ventanas, las fachadas, los bajantes, las cubiertas. Mientras ellas cuentan a la asamblea vecinal en qué consistirán la obras, y escuchan el desencanto de los vecinos por el deterioro del barrio, yo tomo nota del perfil vecinal, de los locales vacíos, los espacios comunes degradados, las plazas centrales, los garajes.

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Carmen y Marta quieren que estudie los espacios comunes. El empoderamiento vecinal de esas zonas frenará el deterioro. Esto se percibe en la asamblea del bloque 2 de Los Blancos. “Muchos” han dejado de pagar la comunidad porque “otros” (“los de siempre”) nunca pagan. Pero cada vecino es una historia que Marta y Carmen ya conocen. Por ejemplo José Enamorado, vendedor ambulante. Padre de muchos hijos y abuelo de otros tantos. Puede tener mi edad, pero aparenta más. Se sube a un escalón para gritarle a un vecino, más alto y grande que él, que si no ha pagado la comunidad es porque hasta el día 10 no cobra (el desempleo). Nadie se resiste al carácter humorístico del gesto, ni el propio Enamorado, y se separan más contentos, con sus deudas, a sus casas.

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Bloque 4 de Los Blancos. Habla Diego, un vecino:

–Que no digo yo que no arreglen las ventanas, pero hacen falta más que promesas y estoy harto de las promesas. Llevo aquí veinte años escuchando lo mismo y mira esa plaza –Diego me obliga a mirar el patio comunitario: los canis con sus scooters–. Yo soy un trabajador honrado que vive en una vivienda pública y soy responsable de ella. Y éste de aquí igual –lo acompaña un electricista con cara de buena persona–. Aquí viven familias desahuciadas, otros llevamos casi veinte años. Pero es una responsabilidad compartida con las administraciones y yo no quiero que me arreglen la ventana teniendo, como tenemos, cuestiones más importantes. La plaza, que entran con la moto y van a  pillar a un niño, y los garajes.

AVRA quiere hacer algo con los garajes. Ahí entro yo: talleres infantiles, danta o teatro, estudios de artista...

–¿Y no podríamos –digo, con toda mi persuasión participativa– hacer una reunión para ver qué uso le damos a esos garajes que no estáis utilizando?

–¡Cómo que no los estamos utilizando! –dice el electricista.

Entonces llaman a Pepe “el ciego”.

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Pepe “el ciego”, vendedor de cupones jubilado, decidió hacer algo por su cuenta con los garajes, que EPSA no terminaba de ceder a los vecinos. Estaba cansado de oír en los bares, donde vendía cupones, que los garajes de Los Blancos eran un nido de ratas, putas y yonquis. Empezó limpiando y echando a los yonquis. Con varios vecinos como Diego, Luis y Antonio (expolicía jubilado), nos cuenta, casi ciego y guiándose a oscuras por el garaje apagado, cambió la puerta y puso una instalación eléctrica. Su responsabilidad, como vecino de una vivienda pública, era apoderarse de ese espacio que les correspondía y no dejar que se degradara, mantenerlo en funcionamiento y permitir su uso a los vecinos que quisieran, dice.

–Sin cobrar, sólo pagando una cuota de mantenimiento de cinco euros al año en total: la llave y la pintura. Los imprevistos se reparten. Cada vecino ayuda en lo que puede. Ese con la electricidad. Yo, que antes de quedarme ciego era escenógrafo, he pintado la puerta. Es una cosa de cada día. Ahora algún vecino ha puesto esos muros porque se cree que es su casa, pero se los vamos a tirar. Lo siguiente que recuperaremos es el patio intercomunitario.

Marta y Carmen me miran como recordándome que no he ido a Los Blancos y El Parchís a dar geniales ideas sobre usos abstractos de un espacio común, sino a ver, escuchar y aprender.

 

Imágenes aéreas de Sevilla Este con Los Blancos y El Parchís de Google Earth y esquina de Los Blancos captada por Google Street View