Contenido
El cuaderno egipcio
7 paisajes de taracea descritos y glosados
A finales de 2013 me propuse realizar una serie de paisajes a partir de motivos extraídos del antiguo arte egipcio. El tratamiento, inicialmente gráfico, se transformó luego en un trabajo de taracea mediante chapado en madera. Estas obras, a medio camino entre la imagen y el objeto, entre la severa geometría y la decoración fina, son también como páginas de un álbum que podría completarse con los breves comentarios que siguen.
I
La noche, tal y cómo aparece representada en una antigua pintura egipcia, tiene la forma de un largo catre adornado con estrellas. A todo lo largo del lecho se tiende el Dios, descansando hasta el momento en que habrá de acompañar un nuevo recorrido del sol por el celo diurno.
En la representación egipcia del paisaje todo parece subordinado a las figuras divinas y a los hechos míticos que se relatan. Los elementos que aparecen en las imágenes son muy escuetos: pequeñas plataformas que levantan del suelo o emergen del agua, colinas triangulares o escalonadas, tiras de líneas paralelas que representan cultivos. .. Estos pequeños indicios lo son de acontecimientos particularmente graves. Se diría que solo lo recién creado (el primer monte, las primeras aguas) o aquello que vive para siempre (la restitución cíclica de la naturaleza) merece ser representado.
II
El borde inferior de la imagen señala el horizonte o el nivel del agua. Sobre él asoman dos formas triangulares y el largo tallo de las cañas. También un trapecio, una forma de tierra que marca la distinción crucial. El escalón sobre el que se construye la vida.
Mi acercamiento al paisaje tiene que ver con mi interés por las maneras de representarlo. Dichas maneras nunca son “naturales”, por así decirlo: son artificios nacidos de la idea del mundo vigente en un momento cultural determinado.
Nuestra tradición del paisaje ha estado muy centrada en la pura captación de lo real, en el intento de recrear la sensación. Poco a poco, la imitación visual de esa sensación se desentendía de su modelo. De ahí a la abstracción mediaba un paso muy corto.
Este proceso posee una coherencia de manual. Nuestro tiempo actual, por el contrario, parece recelar de esa fórmula de éxito (¡formalismo!): hay que esclarecer el presente y revelar la memoria del lugar, que ya no es un puro dato visual sino un hecho natural y humano en permanente construcción.
En estos pelados parajes de madera la abstracción no se enseñorea. Aspira a respetar el elemento concreto del que procede.
III
El primer monte se representa ahora como una forma escalonada. En la cima, el cuadrado con una abertura negra indica una casa. Por debajo, en oposición, la misma forma invertida se desarrolla hacia el interior: una morada en otro plano de lo real. En el margen inferior derecho, una tercera morada que no aspira ni a la elevación ni a las profundidades.
Al emplear una retícula para recrear estas imágenes, ya de por sí muy sintéticas, pretendía poner aún más en evidencia aspectos significativos o simbólicos. En la cuadrícula todo se resuelve mediante oposiciones y contrastes: verticales y horizontales, casillas ocupadas y vacías. El trabajo en madera permite usar el plano de fondo como un elemento activo. El veteado y las uniones juegan a contraponerse con los elementos figurados, introducen diagonales o líneas no previstas… La relación entre los elementos de la composición aparece como un pequeño sistema articulado, coherente y necesario. Un cuento que te cuentas a ti mismo para que lo real no se deshaga entre los dedos. Geometría privada, talismán.
IV
¿Qué decir de todo esto? Suaves lomas de diferente color se pierden en la distancia. Un valle, en el centro, sobre el que cae el sol a plomo. Algo enterrado: un lugar o un reflejo.
Ondas de color diverso: una gran masa de agua y un triángulo de luz que la tierra recoge y devuelve. Un reflejo o un lugar.
Sobre la retícula se trazan signos elementales: líneas quebradas representan el agua, círculos llenos, los astros, líneas paralelas brotan de la tierra. El paisaje traducido a este código pictográfico parece elocuente pero, en ausencia de la figuras es quizás incomprensible. ¿Qué historia se nos cuenta? ¿La del primer tiempo? ¿La del último? ¿La de todos los tiempos o la de todos los días?
V
Se dice que en un determinado momento las pinturas que decoraban las tumbas de los reyes, comenzaron a aparecer en las de los altos funcionarios y, más tarde en las de las de la gente común. Pudimos entonces contemplar las humildes labores cotidianas representadas con la dignidad de aquellos mitos primeros. Por debajo, el mismo fundamento, la misma aspiración: que la vida comience de nuevo.
La voluntad de persistencia del arte antiguo tiene sin duda mucho que enseñarnos. Esas fuentes griegas, egipcias, persas… me han surtido de abundante iconografía y me han proporcionado valiosas indicaciones prácticas: el empleo de materiales naturales y sencillos; la modestia de la escala y la intimidad que se puede establecer con el espectador; el rigor con que la forma se resume para ser más clara, nunca más oscura; el vínculo con la vida real de quienes en su momento disfrutaron de aquel arte… Aquellos antiguos objetos nunca pretendieron ser mejores, más elevados o más profundos que otros humildes enseres con los que convivían.
Escoger para dar forma a estos paisajes un procedimiento más afín a una vieja arte aplicada que a la producción contemporánea de imágenes no es una casualidad. En la trasposición a la labor en madera hay un esfuerzo por aprehender la imagen mediante el trabajo manual. Entre el ritual y el bricolaje, entre el objeto inefable y el souvenir, un trabajo de creación expresa a otro: la sencilla taracea, la suprema artesanía que configura el mundo, la asimilación del paisaje a las necesidades humanas que llamamos cultura.
Imágenes:
1. La noche, 2014, madera chapada (tilo, sapely, aliso y okumen), 27 x 40,5 cm.
2. Dos colinas, 2014, madera chapada (tilo, sapely, aliso y okumen), 40,5 x 27 cm; Colina Benben, 2014, madera chapada (tilo, cedro y okumen), 40,5 x 27 cm.
3. Las moradas, 2014, madera chapada (tilo, sapely, roble y okumen), 27 x 40,5 cm.
4. El valle, 2014, madera chapada (tilo, sapely, caoba, aliso y okumen), 40,5 x 27 cm; Luz y agua, 2014, madera chapada (tilo, sapely, aliso y okumen), 40,5 x 27 cm.
5. La casa, 2014, madera chapada (tilo, sapely, roble y okumen), 27 x 40,5 cm.
Cortesía de la galería Rafael Ortiz, Sevilla
El cuaderno egipcio
A finales de 2013 me propuse realizar una serie de paisajes a partir de motivos extraídos del antiguo arte egipcio. El tratamiento, inicialmente gráfico, se transformó luego en un trabajo de taracea mediante chapado en madera. Estas obras, a medio camino entre la imagen y el objeto, entre la severa geometría y la decoración fina, son también como páginas de un álbum que podría completarse con los breves comentarios que siguen.
I
La noche, tal y cómo aparece representada en una antigua pintura egipcia, tiene la forma de un largo catre adornado con estrellas. A todo lo largo del lecho se tiende el Dios, descansando hasta el momento en que habrá de acompañar un nuevo recorrido del sol por el celo diurno.
En la representación egipcia del paisaje todo parece subordinado a las figuras divinas y a los hechos míticos que se relatan. Los elementos que aparecen en las imágenes son muy escuetos: pequeñas plataformas que levantan del suelo o emergen del agua, colinas triangulares o escalonadas, tiras de líneas paralelas que representan cultivos. .. Estos pequeños indicios lo son de acontecimientos particularmente graves. Se diría que solo lo recién creado (el primer monte, las primeras aguas) o aquello que vive para siempre (la restitución cíclica de la naturaleza) merece ser representado.
II
El borde inferior de la imagen señala el horizonte o el nivel del agua. Sobre él asoman dos formas triangulares y el largo tallo de las cañas. También un trapecio, una forma de tierra que marca la distinción crucial. El escalón sobre el que se construye la vida.
Mi acercamiento al paisaje tiene que ver con mi interés por las maneras de representarlo. Dichas maneras nunca son “naturales”, por así decirlo: son artificios nacidos de la idea del mundo vigente en un momento cultural determinado.
Nuestra tradición del paisaje ha estado muy centrada en la pura captación de lo real, en el intento de recrear la sensación. Poco a poco, la imitación visual de esa sensación se desentendía de su modelo. De ahí a la abstracción mediaba un paso muy corto.
Este proceso posee una coherencia de manual. Nuestro tiempo actual, por el contrario, parece recelar de esa fórmula de éxito (¡formalismo!): hay que esclarecer el presente y revelar la memoria del lugar, que ya no es un puro dato visual sino un hecho natural y humano en permanente construcción.
En estos pelados parajes de madera la abstracción no se enseñorea. Aspira a respetar el elemento concreto del que procede.
III
El primer monte se representa ahora como una forma escalonada. En la cima, el cuadrado con una abertura negra indica una casa. Por debajo, en oposición, la misma forma invertida se desarrolla hacia el interior: una morada en otro plano de lo real. En el margen inferior derecho, una tercera morada que no aspira ni a la elevación ni a las profundidades.
Al emplear una retícula para recrear estas imágenes, ya de por sí muy sintéticas, pretendía poner aún más en evidencia aspectos significativos o simbólicos. En la cuadrícula todo se resuelve mediante oposiciones y contrastes: verticales y horizontales, casillas ocupadas y vacías. El trabajo en madera permite usar el plano de fondo como un elemento activo. El veteado y las uniones juegan a contraponerse con los elementos figurados, introducen diagonales o líneas no previstas… La relación entre los elementos de la composición aparece como un pequeño sistema articulado, coherente y necesario. Un cuento que te cuentas a ti mismo para que lo real no se deshaga entre los dedos. Geometría privada, talismán.
IV
¿Qué decir de todo esto? Suaves lomas de diferente color se pierden en la distancia. Un valle, en el centro, sobre el que cae el sol a plomo. Algo enterrado: un lugar o un reflejo.
Ondas de color diverso: una gran masa de agua y un triángulo de luz que la tierra recoge y devuelve. Un reflejo o un lugar.
Sobre la retícula se trazan signos elementales: líneas quebradas representan el agua, círculos llenos, los astros, líneas paralelas brotan de la tierra. El paisaje traducido a este código pictográfico parece elocuente pero, en ausencia de la figuras es quizás incomprensible. ¿Qué historia se nos cuenta? ¿La del primer tiempo? ¿La del último? ¿La de todos los tiempos o la de todos los días?
V
Se dice que en un determinado momento las pinturas que decoraban las tumbas de los reyes, comenzaron a aparecer en las de los altos funcionarios y, más tarde en las de las de la gente común. Pudimos entonces contemplar las humildes labores cotidianas representadas con la dignidad de aquellos mitos primeros. Por debajo, el mismo fundamento, la misma aspiración: que la vida comience de nuevo.
La voluntad de persistencia del arte antiguo tiene sin duda mucho que enseñarnos. Esas fuentes griegas, egipcias, persas… me han surtido de abundante iconografía y me han proporcionado valiosas indicaciones prácticas: el empleo de materiales naturales y sencillos; la modestia de la escala y la intimidad que se puede establecer con el espectador; el rigor con que la forma se resume para ser más clara, nunca más oscura; el vínculo con la vida real de quienes en su momento disfrutaron de aquel arte… Aquellos antiguos objetos nunca pretendieron ser mejores, más elevados o más profundos que otros humildes enseres con los que convivían.
Escoger para dar forma a estos paisajes un procedimiento más afín a una vieja arte aplicada que a la producción contemporánea de imágenes no es una casualidad. En la trasposición a la labor en madera hay un esfuerzo por aprehender la imagen mediante el trabajo manual. Entre el ritual y el bricolaje, entre el objeto inefable y el souvenir, un trabajo de creación expresa a otro: la sencilla taracea, la suprema artesanía que configura el mundo, la asimilación del paisaje a las necesidades humanas que llamamos cultura.
Imágenes:
1. La noche, 2014, madera chapada (tilo, sapely, aliso y okumen), 27 x 40,5 cm.
2. Dos colinas, 2014, madera chapada (tilo, sapely, aliso y okumen), 40,5 x 27 cm; Colina Benben, 2014, madera chapada (tilo, cedro y okumen), 40,5 x 27 cm.
3. Las moradas, 2014, madera chapada (tilo, sapely, roble y okumen), 27 x 40,5 cm.
4. El valle, 2014, madera chapada (tilo, sapely, caoba, aliso y okumen), 40,5 x 27 cm; Luz y agua, 2014, madera chapada (tilo, sapely, aliso y okumen), 40,5 x 27 cm.
5. La casa, 2014, madera chapada (tilo, sapely, roble y okumen), 27 x 40,5 cm.
Cortesía de la galería Rafael Ortiz, Sevilla