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El 19 de julio en Madrid
Amanece el domingo 19 de julio y no hay un alma en la ciudad que no sepa que este día será decisivo. Para la llamada gente de orden, para las derechas, para todos aquellos que odian la llamada República de trabajadores y esperan impacientes el golpe de los militares, la noche ha sido larga, el sueño casi inexistente. Las noticias que da la radio les desconciertan. Se ha levantado el ejército en África, eso es incontestable. ¿Pero qué va a pasar en Madrid? ¿Qué está pasando en Barcelona?
Para las izquierdas, para todos aquellos que agrupados en el Frente Popular ganaron las elecciones de febrero, republicanos de Azaña, socialistas, comunistas… para los anarquistas de la CNT que libran esos días una dura huelga de la construcción, la noche también ha sido larga y angustiosa. Saben que este domingo 19 se decide su suerte. O ellos o nosotros, se dicen. Pero... ¿y las armas, que reclaman desde ayer en la calle partidos y sindicatos? ¿Qué va a hacer el gobierno? ¿A qué espera?
El gobierno es un caos y tampoco duerme, o los gobiernos, porque a lo largo de la noche el anterior jefe de gobierno, Casares Quiroga, que ha amenazado con fusilar a todo aquel que entregue armas al pueblo, ha dimitido y su sustituto Martínez Barrio ha fracasado en su intento de pacto con los militares golpistas. Tras la dimisión de este último, el nuevo presidente, José Giral, apenas es nombrado da la esperada orden de armar a las milicias obreras.
El coronel Rodrigo Gil, jefe del Parque de Artillería de Madrid situado en el barrio de Pacífico, es el primero en cumplirla y entrega 25.000 fusiles y una veintena de ametralladoras a las milicias obreras. Los primeros fusiles se reparten en el Círculo Socialista de la calle Goiri, en el barrio de Tetuán. Muy cerca, la calle principal del barrio, Bravo Murillo, es ya un hervidero de hombres, mujeres y niños que celebran la noticia de la entrega de las armas.
En pocas horas numerosas patrullas de paisanos armados con fusiles y pistolas recorren las calles de Madrid. Piden a quien les parece la documentación, detienen automóviles y cachean y registran a aquellos que les resultan sospechosos. También ha comenzado desde las primeras horas la incautación de automóviles en los garajes madrileños. Pintados apresuradamente con siglas y consignas corren veloces y erizados de fusiles por las calles desiertas del centro de la ciudad.
Desde las ventanas semicerradas de los barrios acomodados miles de ojos contemplan con espanto esta primera presencia del pueblo armado en la calle. La peor de sus pesadillas parece cumplirse. Los inconscientes, o los más osados, que acuden a las iglesias a celebrar la misa dominical, reciben una catarata de golpes, insultos y blasfemias. En la iglesia de los Dominicos, en Torrijos, un grupo de jóvenes, algunos casi adolescentes, la emprenden a tiros de pistola contra aquellos que abandonan la iglesia a la salida de misa.
Los cenetistas que velan sus escasas armas en su local de la calle La Luna, muy cerca de la Gran Vía, se sienten ninguneados. En la madrugada un camión cargado de armas del Parque de Artillería ha intentado entregarlas en el Ateneo Libertario de la calle Artistas, muy cerca de la Glorieta de Cuatro Caminos. La cosa ha estado a punto de terminar en tragedia cuando los cenetistas de guardia les confunden con militares golpistas y la emprenden a tiros de pistola contra los ocupantes del camión. Estos tienen la suerte de poder maniobrar y alejarse a toda velocidad.
A los anarquistas también les indigna que sus líderes sindicales más carismáticos, como Cipriano Mera o González Marín, permanezcan en la cárcel Modelo por motivo de la huelga de la construcción. Uno de sus líderes en libertad más reconocido, David Antona, da un ultimátum al gobierno: o los presos son puestos de inmediato en libertad o la CNT asaltará la cárcel Modelo para liberarlos.
La cárcel no se asaltará porque el gobierno accede rápidamente a la petición de CNT pero al mediodía la catedral de Madrid, San Isidro, es asaltada por una multitud que se concentra en sus puertas. La llamada a prenderle fuego que surge de cientos de voces es obedecida de inmediato. Cuando llegue la noche la Catedral de San Isidro de la calle Toledo será pasto de las llamas.
A esas mismas horas la noticia ya corre por las calles. Han llegado en camiones los mineros de Asturias. Son recibidos con entusiasmo por una multitud que les aclama. Aunque vienen sin armas todos dan por hecho que con ellos llega su legendaria dinamita.
El estado mayor del golpe militar en Madrid se encuentra en el Cuartel de la Montaña. Una mole achaparrada y sólida asentada en la confluencia de las calles Ferraz y Rosales. El militar al mando es el general Joaquín Fanjul. Él tiene la difícil tarea de hacer triunfar el golpe en Madrid.
Este domingo 19 se ha presentado a mediodía en el cuartel, vestido de paisano y acompañado de su hijo, también militar. Sabe que llega tarde; él no era el militar previsto para ponerse al mando del golpe en Madrid. Aunque puede penetrar sin dificultad en el cuartel comprueba que sus alrededores están ya estrechamente vigilados por patrullas armadas. En las azoteas de las casas cercanas al cuartel observa también puestos de ametralladoras servidos por Guardias de Asalto. Lo primero que hace Fanjul al tomar el mando del cuartel es hacer público un bando de Guerra. Para alimentar la confusión lo cierra con vivas a España, al ejército y a... la República.
Fanjul cuenta con 1.330 soldados y 150 oficiales. La falange madrileña también aporta cerca de un centenar de voluntarios, la mayoría muy jóvenes e inexpertos. Prácticamente ninguno sabe lo que es tener un fusil en sus manos. La primera orden que han recibido no les ha gustado nada, les obligan a despojarse de sus camisas azules y sus símbolos falangistas y vestirse como soldados vulgares si quieren recibir un arma del ejército. Más de uno se arrepiente de haber dado el paso de venir al cuartel.
Cuando llega la noche los acuartelados comprueban que ya están completamente cercados. Todo aquel que pretende ganar las puertas del cuartel para sumarse a la rebelión recibe una granizada de disparos. Fanjul sabe ya en esas horas que ningún cuartel madrileño acudirá en su ayuda. Está solo. Se ha metido en una ratonera. Ve amanecer el 20 de julio cargado de negros presagios sobre la suerte que les espera.
Imágenes recopiladas por Carlos García-Alix en los trabajos de documentación de su película El honor de las injurias
El 19 de julio en Madrid
Amanece el domingo 19 de julio y no hay un alma en la ciudad que no sepa que este día será decisivo. Para la llamada gente de orden, para las derechas, para todos aquellos que odian la llamada República de trabajadores y esperan impacientes el golpe de los militares, la noche ha sido larga, el sueño casi inexistente. Las noticias que da la radio les desconciertan. Se ha levantado el ejército en África, eso es incontestable. ¿Pero qué va a pasar en Madrid? ¿Qué está pasando en Barcelona?
Para las izquierdas, para todos aquellos que agrupados en el Frente Popular ganaron las elecciones de febrero, republicanos de Azaña, socialistas, comunistas… para los anarquistas de la CNT que libran esos días una dura huelga de la construcción, la noche también ha sido larga y angustiosa. Saben que este domingo 19 se decide su suerte. O ellos o nosotros, se dicen. Pero... ¿y las armas, que reclaman desde ayer en la calle partidos y sindicatos? ¿Qué va a hacer el gobierno? ¿A qué espera?
El gobierno es un caos y tampoco duerme, o los gobiernos, porque a lo largo de la noche el anterior jefe de gobierno, Casares Quiroga, que ha amenazado con fusilar a todo aquel que entregue armas al pueblo, ha dimitido y su sustituto Martínez Barrio ha fracasado en su intento de pacto con los militares golpistas. Tras la dimisión de este último, el nuevo presidente, José Giral, apenas es nombrado da la esperada orden de armar a las milicias obreras.
El coronel Rodrigo Gil, jefe del Parque de Artillería de Madrid situado en el barrio de Pacífico, es el primero en cumplirla y entrega 25.000 fusiles y una veintena de ametralladoras a las milicias obreras. Los primeros fusiles se reparten en el Círculo Socialista de la calle Goiri, en el barrio de Tetuán. Muy cerca, la calle principal del barrio, Bravo Murillo, es ya un hervidero de hombres, mujeres y niños que celebran la noticia de la entrega de las armas.
En pocas horas numerosas patrullas de paisanos armados con fusiles y pistolas recorren las calles de Madrid. Piden a quien les parece la documentación, detienen automóviles y cachean y registran a aquellos que les resultan sospechosos. También ha comenzado desde las primeras horas la incautación de automóviles en los garajes madrileños. Pintados apresuradamente con siglas y consignas corren veloces y erizados de fusiles por las calles desiertas del centro de la ciudad.
Desde las ventanas semicerradas de los barrios acomodados miles de ojos contemplan con espanto esta primera presencia del pueblo armado en la calle. La peor de sus pesadillas parece cumplirse. Los inconscientes, o los más osados, que acuden a las iglesias a celebrar la misa dominical, reciben una catarata de golpes, insultos y blasfemias. En la iglesia de los Dominicos, en Torrijos, un grupo de jóvenes, algunos casi adolescentes, la emprenden a tiros de pistola contra aquellos que abandonan la iglesia a la salida de misa.
Los cenetistas que velan sus escasas armas en su local de la calle La Luna, muy cerca de la Gran Vía, se sienten ninguneados. En la madrugada un camión cargado de armas del Parque de Artillería ha intentado entregarlas en el Ateneo Libertario de la calle Artistas, muy cerca de la Glorieta de Cuatro Caminos. La cosa ha estado a punto de terminar en tragedia cuando los cenetistas de guardia les confunden con militares golpistas y la emprenden a tiros de pistola contra los ocupantes del camión. Estos tienen la suerte de poder maniobrar y alejarse a toda velocidad.
A los anarquistas también les indigna que sus líderes sindicales más carismáticos, como Cipriano Mera o González Marín, permanezcan en la cárcel Modelo por motivo de la huelga de la construcción. Uno de sus líderes en libertad más reconocido, David Antona, da un ultimátum al gobierno: o los presos son puestos de inmediato en libertad o la CNT asaltará la cárcel Modelo para liberarlos.
La cárcel no se asaltará porque el gobierno accede rápidamente a la petición de CNT pero al mediodía la catedral de Madrid, San Isidro, es asaltada por una multitud que se concentra en sus puertas. La llamada a prenderle fuego que surge de cientos de voces es obedecida de inmediato. Cuando llegue la noche la Catedral de San Isidro de la calle Toledo será pasto de las llamas.
A esas mismas horas la noticia ya corre por las calles. Han llegado en camiones los mineros de Asturias. Son recibidos con entusiasmo por una multitud que les aclama. Aunque vienen sin armas todos dan por hecho que con ellos llega su legendaria dinamita.
El estado mayor del golpe militar en Madrid se encuentra en el Cuartel de la Montaña. Una mole achaparrada y sólida asentada en la confluencia de las calles Ferraz y Rosales. El militar al mando es el general Joaquín Fanjul. Él tiene la difícil tarea de hacer triunfar el golpe en Madrid.
Este domingo 19 se ha presentado a mediodía en el cuartel, vestido de paisano y acompañado de su hijo, también militar. Sabe que llega tarde; él no era el militar previsto para ponerse al mando del golpe en Madrid. Aunque puede penetrar sin dificultad en el cuartel comprueba que sus alrededores están ya estrechamente vigilados por patrullas armadas. En las azoteas de las casas cercanas al cuartel observa también puestos de ametralladoras servidos por Guardias de Asalto. Lo primero que hace Fanjul al tomar el mando del cuartel es hacer público un bando de Guerra. Para alimentar la confusión lo cierra con vivas a España, al ejército y a... la República.
Fanjul cuenta con 1.330 soldados y 150 oficiales. La falange madrileña también aporta cerca de un centenar de voluntarios, la mayoría muy jóvenes e inexpertos. Prácticamente ninguno sabe lo que es tener un fusil en sus manos. La primera orden que han recibido no les ha gustado nada, les obligan a despojarse de sus camisas azules y sus símbolos falangistas y vestirse como soldados vulgares si quieren recibir un arma del ejército. Más de uno se arrepiente de haber dado el paso de venir al cuartel.
Cuando llega la noche los acuartelados comprueban que ya están completamente cercados. Todo aquel que pretende ganar las puertas del cuartel para sumarse a la rebelión recibe una granizada de disparos. Fanjul sabe ya en esas horas que ningún cuartel madrileño acudirá en su ayuda. Está solo. Se ha metido en una ratonera. Ve amanecer el 20 de julio cargado de negros presagios sobre la suerte que les espera.
Imágenes recopiladas por Carlos García-Alix en los trabajos de documentación de su película El honor de las injurias