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Dime cómo saludas...
Cómo acertar según el país
“Mostrar benevolencia o respeto mediante señales formularias”: eso es saludar, según la Real Academia Española. Saludar es casi lo primero que uno hace cuando vive en sociedad. Porque, incluso antes de presentarse, hay que decir eso de “buenos días” u “hola”. En fin, hace falta utilizar la fórmula de saludo que mande el guión. La definición de la RAE puede resultar obvia, pero saludar, más allá de los Pirineos, dadas las barreras idiomáticas y culturales, no es nada fácil. Al contrario. Tal vez por eso sea tan complicado, en muchos casos, pasar desapercibido en países como Alemania, Bélgica o Francia al iniciar cualquier contacto humano siendo extranjero.
En esos tres países he vivido el tiempo suficiente como para saber que hablar por primera vez con alguien no es igual allí que en España. De entrada, en España, hay toqueteo. Es decir, que antes de comunicarse uno con alguien, antes de intercambiar una palabra con la otra persona, ya la hemos tocado. En general, para un centroeuropeo, queda raro eso de que, entre hombres, nos demos la mano y nos golpeemos amistosamente el hombro al saludar. Para una centroeuropea, ocurre lo mismo. Lo normal es que eso de besar dos veces en la mejilla se vea como ir demasiado lejos en el primer contacto.
En la Bélgica francófona, Francia y Mitteleuropa hay que olvidarse de todo este protocolo. De no hacerlo, uno tiene muchas papeletas para dejar a cuadros o en una posición muy incomoda a la persona que acaba de conocer. Un hombre no debe lanzarse a abrazar o besar a la mujer a la que acaba de conocer. De actuar así, tal vez lo tomen por alguien con serias necesidades afectivas. Lo cierto es que hacer algo así también puede resultar cómico o divertido, si media una explicación sobre los orígenes de cada cual, pero siempre hay un riesgo de que ese primer gesto resulte desastroso para una relación de cualquier tipo.
En el año en que estuve viviendo en Valonia, la región francófona de Bélgica, percibí que había cosas respecto a España que cambiaban en esto de saludarse. Para empezar, si quedabas con gente que no se conocía mucho entre sí, no había abrazos, ni palmaditas en la espalda, ni se tomaba el tiempo de dar la mano a unos y a otros cuando se llegaba al bar o al lugar donde se había quedado antes de echar un rato fuera de casa. Sólo quienes tenían una relación más o menos continuada se daban un beso en la mejilla, incluidos los chicos.
En Valonia se daba sólo un beso. Esto es algo que cuesta asimilar. Recuerdo que siempre corría el riesgo de poner en marcha el piloto automático del protocolo español de saludo ante este tipo de contacto y, de resultas, a veces me lanzaba a dar dos besos a alguien que sólo se esperaba uno. La consecuencia de esto era una situación que podía ser tan vergonzante como dolorosa para ambas partes, porque, en ocasiones, la descoordinación entre un saludo a la española y otro a la belga provocaba cabezazos.
En mi paso por Francia, me creía vacunado contra esas desagradables situaciones debido a mi experiencia en otra región europea habitada por parte de la nación francesa. Pero en Francia también ocurren cosas que no siempre son cómodas. Allí, por ejemplo, me harté de dar la mano. En la amplia redacción en la que trabajé en París – compartíamos espacio irlandeses, británicos e hispanohablantes con una mayoría de franceses –, cada compañero galo que entraba a trabajar, saludaba uno por uno a los allí presentes, agitando la mano e intercambiando un par de palabras amables. Ese ritual podía durar entre quince y veinte minutos o más.
Esta lógica era la misma con los parroquianos del bar de Nasser, que estaba al lado del número 84 de la parisina avenida Philippe-Auguste, donde viví cerca de diez años. Allí se entraba y lo normal era dar la mano a los congregados, que casi siempre eran los mismos. Con mujeres, incluso con algún amigo francés que eché por allí, los dos besos eran la norma. Así fue mi experiencia en París y en el norte de Francia. Eso sí, al parecer, en el país vecino este tipo de costumbres cambian según la región e incluso según la generación. Por ejemplo, al norte de París he llegado a ver mujeres de cierta edad besarse en la mejilla hasta tres y cuatro veces.
Antes de mudarme a Berlín, estuve viviendo en un pequeño pueblo de lo que otrora fue la República Democrática de Alemania situado a escasos kilómetros de la capital germana. “Allí la gente está más chapada a la antigua a la hora de saludar”, me dicen ahora mis interlocutores berlineses. En este contexto, mantener las formas resultaba fácil. Bastaba con mantener las distancias y tender la mano a diestro y siniestro para quedar bien. La primera vez que te presentaban a alguien, se podía añadir un “encantado”, y listo.
Ahora bien, mi mudanza a Berlín complicó bastante las cosas a la hora de saludar. Ésta es una ciudad cosmopolita. Por ejemplo, la gente se dice “¡Ciao!” para despedirse. La variedad de orígenes que se dan cita en Berlín obliga casi a conocer de dónde son las personas que uno conoce antes de saludarlas para saber cómo “se muestra benevolencia con señales formularias” sin que nadie se ruborice – o sin quedar uno mismo en evidencia. Personalmente, tengo más trato con alemanes o doy más con situaciones en las que los germanos son mayoría y, por tanto, si hay extranjeros, éstos tratan de adaptarse a las maneras de los locales.
Sin embargo, saludar siguiendo el protocolo teutón tampoco es tan inequívoco. Britta, una de mis profesoras de alemán, me reconoció un día: “has de vivir con normalidad la inseguridad que se siente en el momento de saludar o de despedirte de alguien aquí”. “No por nada”, me dijo, “es que en general tampoco nosotros sabemos actuar cuando llegan esos momentos”.
Cuando entre los conocidos de las dos familias alemanas con los que vivo aplicaba mi mano tendida y mi “encantado”, que tan bien funcionó en el suelo de la extinta RDA, me reprocharon ser excesivamente protocolario. “¡Salva, tranquilo, que eres muy formal!” ¿Qué había que hacer? ¿Abrazar o besar en la mejilla como en España en caso de saludar a una mujer en Berlín y dar la mano y una palmadita en el hombro a los hombres? Respuesta: “No, claro que no, aquí no nos tocamos tanto”.
La explicación que me dio una de mis compañeras de piso fue clara: “Si conoces bien a alguien, la primera vez que ves a esa persona en mucho tiempo, una semana o más, podéis abrazaros, independientemente de que sea hombre o mujer, pero sin besos”, apuntó con paciencia. Hasta ahí, todo bien. Pero ¿y con la gente con que me topo a diario o que no conozco? “Un simple '¡Hola!' y un leve gesto con la palma de la mano hacia arriba basta”, respondió mi introductora en los usos y costumbres germanas.
Evidentemente, agradecí mucho esta aclaración. Pero luego di la nota. Seguramente llevado por el entusiasmo de tener la clave para empezar a relacionarme normalmente con otros alemanes en Berlín después de meses viviendo aquí, hice un chiste: “El gesto ese de la mano, hay que hacerlo sin extender el brazo ni levantarlo por encima de la cabeza, ¿no?”. La broma no hizo gracia. En ese momento constaté que el tema del humor era un asunto en Alemania tan complicado, o más, que el de saludar.
De arriba abajo, Cristina Fernández de Kirchner y el Papa se saludan con un beso; Nancy Reagan le tiende la mano a Denis Thatcher (marido de Margaret), que se la besa; François Hollande y John Kerry se abrazan; Silvio Berlusconi le hace un gesto a Michelle Obama, que le tiende la mano.
Dime cómo saludas...
“Mostrar benevolencia o respeto mediante señales formularias”: eso es saludar, según la Real Academia Española. Saludar es casi lo primero que uno hace cuando vive en sociedad. Porque, incluso antes de presentarse, hay que decir eso de “buenos días” u “hola”. En fin, hace falta utilizar la fórmula de saludo que mande el guión. La definición de la RAE puede resultar obvia, pero saludar, más allá de los Pirineos, dadas las barreras idiomáticas y culturales, no es nada fácil. Al contrario. Tal vez por eso sea tan complicado, en muchos casos, pasar desapercibido en países como Alemania, Bélgica o Francia al iniciar cualquier contacto humano siendo extranjero.
En esos tres países he vivido el tiempo suficiente como para saber que hablar por primera vez con alguien no es igual allí que en España. De entrada, en España, hay toqueteo. Es decir, que antes de comunicarse uno con alguien, antes de intercambiar una palabra con la otra persona, ya la hemos tocado. En general, para un centroeuropeo, queda raro eso de que, entre hombres, nos demos la mano y nos golpeemos amistosamente el hombro al saludar. Para una centroeuropea, ocurre lo mismo. Lo normal es que eso de besar dos veces en la mejilla se vea como ir demasiado lejos en el primer contacto.
En la Bélgica francófona, Francia y Mitteleuropa hay que olvidarse de todo este protocolo. De no hacerlo, uno tiene muchas papeletas para dejar a cuadros o en una posición muy incomoda a la persona que acaba de conocer. Un hombre no debe lanzarse a abrazar o besar a la mujer a la que acaba de conocer. De actuar así, tal vez lo tomen por alguien con serias necesidades afectivas. Lo cierto es que hacer algo así también puede resultar cómico o divertido, si media una explicación sobre los orígenes de cada cual, pero siempre hay un riesgo de que ese primer gesto resulte desastroso para una relación de cualquier tipo.
En el año en que estuve viviendo en Valonia, la región francófona de Bélgica, percibí que había cosas respecto a España que cambiaban en esto de saludarse. Para empezar, si quedabas con gente que no se conocía mucho entre sí, no había abrazos, ni palmaditas en la espalda, ni se tomaba el tiempo de dar la mano a unos y a otros cuando se llegaba al bar o al lugar donde se había quedado antes de echar un rato fuera de casa. Sólo quienes tenían una relación más o menos continuada se daban un beso en la mejilla, incluidos los chicos.
En Valonia se daba sólo un beso. Esto es algo que cuesta asimilar. Recuerdo que siempre corría el riesgo de poner en marcha el piloto automático del protocolo español de saludo ante este tipo de contacto y, de resultas, a veces me lanzaba a dar dos besos a alguien que sólo se esperaba uno. La consecuencia de esto era una situación que podía ser tan vergonzante como dolorosa para ambas partes, porque, en ocasiones, la descoordinación entre un saludo a la española y otro a la belga provocaba cabezazos.
En mi paso por Francia, me creía vacunado contra esas desagradables situaciones debido a mi experiencia en otra región europea habitada por parte de la nación francesa. Pero en Francia también ocurren cosas que no siempre son cómodas. Allí, por ejemplo, me harté de dar la mano. En la amplia redacción en la que trabajé en París – compartíamos espacio irlandeses, británicos e hispanohablantes con una mayoría de franceses –, cada compañero galo que entraba a trabajar, saludaba uno por uno a los allí presentes, agitando la mano e intercambiando un par de palabras amables. Ese ritual podía durar entre quince y veinte minutos o más.
Esta lógica era la misma con los parroquianos del bar de Nasser, que estaba al lado del número 84 de la parisina avenida Philippe-Auguste, donde viví cerca de diez años. Allí se entraba y lo normal era dar la mano a los congregados, que casi siempre eran los mismos. Con mujeres, incluso con algún amigo francés que eché por allí, los dos besos eran la norma. Así fue mi experiencia en París y en el norte de Francia. Eso sí, al parecer, en el país vecino este tipo de costumbres cambian según la región e incluso según la generación. Por ejemplo, al norte de París he llegado a ver mujeres de cierta edad besarse en la mejilla hasta tres y cuatro veces.
Antes de mudarme a Berlín, estuve viviendo en un pequeño pueblo de lo que otrora fue la República Democrática de Alemania situado a escasos kilómetros de la capital germana. “Allí la gente está más chapada a la antigua a la hora de saludar”, me dicen ahora mis interlocutores berlineses. En este contexto, mantener las formas resultaba fácil. Bastaba con mantener las distancias y tender la mano a diestro y siniestro para quedar bien. La primera vez que te presentaban a alguien, se podía añadir un “encantado”, y listo.
Ahora bien, mi mudanza a Berlín complicó bastante las cosas a la hora de saludar. Ésta es una ciudad cosmopolita. Por ejemplo, la gente se dice “¡Ciao!” para despedirse. La variedad de orígenes que se dan cita en Berlín obliga casi a conocer de dónde son las personas que uno conoce antes de saludarlas para saber cómo “se muestra benevolencia con señales formularias” sin que nadie se ruborice – o sin quedar uno mismo en evidencia. Personalmente, tengo más trato con alemanes o doy más con situaciones en las que los germanos son mayoría y, por tanto, si hay extranjeros, éstos tratan de adaptarse a las maneras de los locales.
Sin embargo, saludar siguiendo el protocolo teutón tampoco es tan inequívoco. Britta, una de mis profesoras de alemán, me reconoció un día: “has de vivir con normalidad la inseguridad que se siente en el momento de saludar o de despedirte de alguien aquí”. “No por nada”, me dijo, “es que en general tampoco nosotros sabemos actuar cuando llegan esos momentos”.
Cuando entre los conocidos de las dos familias alemanas con los que vivo aplicaba mi mano tendida y mi “encantado”, que tan bien funcionó en el suelo de la extinta RDA, me reprocharon ser excesivamente protocolario. “¡Salva, tranquilo, que eres muy formal!” ¿Qué había que hacer? ¿Abrazar o besar en la mejilla como en España en caso de saludar a una mujer en Berlín y dar la mano y una palmadita en el hombro a los hombres? Respuesta: “No, claro que no, aquí no nos tocamos tanto”.
La explicación que me dio una de mis compañeras de piso fue clara: “Si conoces bien a alguien, la primera vez que ves a esa persona en mucho tiempo, una semana o más, podéis abrazaros, independientemente de que sea hombre o mujer, pero sin besos”, apuntó con paciencia. Hasta ahí, todo bien. Pero ¿y con la gente con que me topo a diario o que no conozco? “Un simple '¡Hola!' y un leve gesto con la palma de la mano hacia arriba basta”, respondió mi introductora en los usos y costumbres germanas.
Evidentemente, agradecí mucho esta aclaración. Pero luego di la nota. Seguramente llevado por el entusiasmo de tener la clave para empezar a relacionarme normalmente con otros alemanes en Berlín después de meses viviendo aquí, hice un chiste: “El gesto ese de la mano, hay que hacerlo sin extender el brazo ni levantarlo por encima de la cabeza, ¿no?”. La broma no hizo gracia. En ese momento constaté que el tema del humor era un asunto en Alemania tan complicado, o más, que el de saludar.
De arriba abajo, Cristina Fernández de Kirchner y el Papa se saludan con un beso; Nancy Reagan le tiende la mano a Denis Thatcher (marido de Margaret), que se la besa; François Hollande y John Kerry se abrazan; Silvio Berlusconi le hace un gesto a Michelle Obama, que le tiende la mano.