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La austeridad alemana en primera persona

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La austeridad no es sólo esa severa actitud que impone estrecheces a los países que peor lo están pasando por culpa de la crisis, véase Grecia o España. Yo mismo, desde que me instalé en el barrio berlinés de Neukölln, me he impuesto la regla de evitar gastar dinero. Ya han pasado algunos meses y he podido observar que los estándares de vida alemanes tienen mucho que ver con llevar cuidado a la hora de gastar los (pocos) euros que se tienen.

En los miembros de las dos familias alemanas que tuvieron a bien dejarme compartir piso con ellos, advierto detalles que chocan con mis hábitos de consumo. El caso es que me había acostumbrado a vivir con mi buen salario de periodista en París. La profesión, en Francia, no está tan precarizada como en España. Aquí en Alemania, por ejemplo, ya he visto quien ha reparado su bicicleta por un pinchazo hasta cuatro veces en lo que va de año. Arreglar uno mismo la bicicleta en lugar de llevarla a un taller es la primera opción. Da igual que haya profesionales dispuestos a hacer este tipo de arreglos a cambio de unos diez euros o incluso menos.

Mi amigo Bob –al que admiro muchísimo, ya que yo nunca fui bueno con las herramientas– ha construido dos camas, un sofá y una estantería, utilizando como materias primas tablas de madera compradas a granel y cajas de vino. Además, a sus treinta y tantos, este berlinés ha sido capaz de convertir una vieja Mercedes Vito en una máquina optimizada para el camping en familia. Le ha puesto suelo y paredes nuevos, le ha hecho tres ventanas, dos laterales y una en el techo. En definitiva, en su autocaravana artesanal ahora puede escaparse a cualquier rincón del mundo con su mujer y su hija.

En segundamano.es he localizado una Mercedes Sprinter por 29.900 euros. La autocaravana de Bob no tiene nada que envidiarle. No sé cuánto puede ganar al mes este padre de familia, cuya compañera trabaja, igual que él, con contratos temporales en el mundo de la producción audiovisual, pero no creo que se le haya pasado por la cabeza gastarse 30.000 euros en un vehículo como ese.

Al salir a la calle para ir a por provisiones, un servidor ya no está de luto por no poder comprar productos como aquellos de alto standing del mercado parisino del Boulevard de Charonne que montaban todos los miércoles y sábados al lado de la que fue mi casa parisina, en la Avenue Philippe-Auguste. En Alemania lo que hay, ya que no delicias como las de París, es una amplia gama de ofertas. Porque si uno obvia los supermercados de la minoría turca –sin duda los más baratos– abundan las marcas germanas de cadenas de supermercados que mantienen un curioso pulso a base de vender a precios bajos. Aldi, Lidl, Rewe, Netto, Edeka o Real, todas, sin excepción, son cadenas especializadas en ofrecer productos baratos. Todas menos Lidl tienen marcas blancas, con las que llenamos la nevera y despensa de mi casa.

Este tipo de cadenas de supermercados controlan casi la mitad del total de ventas de alimentos que se registran en Alemania, mientras que en Francia, este tipo de empresas representan un 15% del total de ventas de comida, mientras que en el Reino Unido apenas llegan a  un 7%. “Es verdad que los alemanes, en general, no nos gastamos mucho dinero en comida”, me han reconocido en una sobremesa. Al oír esa frase pensé en aquel editor de la sección de Economía del prestigioso periódico conservador Frankfurter Allgemeine Zeitung que declaró: “no me gastaría mucho dinero en una botella de vino, mi presupuesto para botellas de vino sería de unos seis o siete euros, eso me parecería razonable”. Del último candidato a canciller que tuvo el Partido Socialdemócrata de Alemania (SPD), Peer Steinbrück, se cuenta que perdió ante Merkel en las elecciones generales de 2013 por pifias ante la opinión pública bastante gordas. Una de ellas fue decir que no compraría nunca una botella de vino que costase “cinco euros”.

“El problema no está en consumir más; esto es un problema del capitalismo y de cómo funciona”, me contestaron amigos alemanes a mi sugerencia, sacada de la prensa liberal estadounidense, de que cuanto más productos griegos o españoles comprasen los alemanes, mejor les iría a esos países afectados por la crisis. No hay duda de que el capitalismo es un sistema problemático. Sin embargo, otro de los  problemas es que en Alemania no se consuma más, hasta el punto de que la Unión Europea lo considera preocupante. Desde Bruselas han llamado ya la atención a Alemania por su excesivo superávit comercial. Es decir, que Alemania exporta muchos más productos de lo que importa de otros países. Jacob Funk Kirkegaard, economista del Peterson Institute for International Economics, asegura que si el resto del mundo tuviera el mismo comportamiento a la hora de consumir que los alemanes, entraríamos en una “recesión permanente” a nivel global.

Hay algo más frustrante que toparse con esas opiniones críticas con el capitalismo y sus derivas para justificar crisis económicas urgentes, como la de Grecia. En una de esas barbacoas que se improvisan entre amigos por un puñado de euros, conocí a una joven periodista del semanario liberal Die Zeit e hice  buenas migas con ella. Estábamos hablando de la crisis en el sur de Europa. “Yo es que en este tema soy muy alemana”, me dijo en tono concluyente. Llegados a ese punto de la conversación, me di cuenta de que no podríamos ponernos de acuerdo en muchas cosas. Lo alemán, me vino a decir aquella reportera, es adoptar la postura de la canciller Angela Merkel. “La gente considera que Merkel está protegiendo los ahorros de los alemanes”, me explicaba. Resulta que la jefa del Gobierno germano, a quien la influyente revista estadounidense Forbes nombró hace poco por quinto año consecutivo la mujer más poderosa del mundo, es la garante de ese famoso dinero que no se gastan los alemanes.

Pero ¿por qué no lo gastan?¿Por qué ni siquiera el editor de nada menos que el Frankfurter Allgemeine Zeitung, un tipo al que se le supone un buen sueldo, está dispuesto a probar un vino de Burdeos como Le Queyrux de Leandre-Chevalier (uno de los de mejor relación calidad-precio que servidor haya probado)? Como periodista freelance, llevo ya años haciendo entrevistas en Alemania, y esta cuestión es recurrente. Quien me ha dado la explicación más prosaica, pero quizá más precisa, es Peter Bofinger, profesor de economía de la Universidad de bávara de Wurzburgo y uno de los cinco sabios del Consejo de Expertos Económicos de Alemania que asesora al Ejecutivo de Merkel. “La diferencia entre Alemania y España es que la tasa de población con casa propia aquí es muy pequeña, del 40%, y en España es del 78% más o menos. Por eso los alemanes ahorran, porque no tienen su propia casa, y el día de mañana tendrán que pagar el alquiler con una pensión de jubilados”, me aclaró Bofinger en su día.

De resultas, ya sé lo que voy a hacer para facilitar mi inserción en la sociedad alemana. Más allá de seguir aprendiendo alemán –algo que al parecer nunca se acaba–voy a empezar a ahorrar, o por lo menos a no gastar como hacía en París. Igual así, austeridad mediante, aprendo a hacer bricolaje de una vez por todas.