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Is Ansar everywhere?
Por suerte o por desgracia vine a nacer en una ciudad mediana que sale poco en las guías turísticas. Y si por acaso las Campsa, Michelin y resto de editoriales para viajeros con prisas han explorado el sitio que aún aparece en mi DNI como lugar de residencia, no será más que para recomendar este enclave para llenar el buche y echar la siesta en el trayecto Sevilla-Lisboa.
La provincia de Badajoz es la más grande de España, de eso y de poco más nos vanagloriamos los pacenses. Cada vez más el Carnaval, el mejor según una votación patrocinada por una tele privada que también premió a Villarobledo y Vinaròs pero se olvidó de Cádiz o Santa Cruz, se erige como motivo de orgullo y satisfacción de una población siempre marcada por la falta de autoestima.
En un mar de inferioridades y superioridades, miramos a Andalucía como el hermano cachondo, graciosete, con equipos de fútbol que pueden ganar la Europa League y que además sabe cuidar mejor que nosotros sus valores culturales, sus monumentos y su pasado árabe.
Y si miramos con cierta envidia a los, como nosotros, pobres andaluces, usamos la sorna para referirnos a nuestros vecinos portugueses, de los que no nos separa más que una raya imaginaria en la que se entremezclan cantarines y brutos acentos.
Tras 28 años de Partido Socialista Obrero Español, pues en esta tierra humilde y seca no podría gobernar más que el partido del oficinista y del labrador, llegaron los azules vientos de cambio, azules como el omnipresente y pepero color de Canal Extremadura, esa tele regional que se pasa su programación hablando de toros, mercadillos de pueblo y del señor presidente de la comunidad, el díscolo José Antonio Monago.
El también ex bombero es dueño y señor del mando a distancia en esta comunidad de algo más de un millón de habitantes y una tasa de paro que roza el 30 % −según datos oficiales−, además de adalid de la transparencia y decencia política que gracias a su labia y la de sus asesores salió indemne, uno más y van mil, de sus escarceos canarios celebrados a cuenta del Senado y que no dieron mucho más que para algún que otro vídeo de irrisoria protesta.
Y pese a que mantengo una política autoimpuesta de no hablar y mucho menos escribir sobre malas noticias y sus malas gentes, caigo de nuevo en el juego de la información leve y tradicional que insiste en llenar páginas en blanco de tragedias y robos que nos causarán revueltos de estómago en cada una de nuestra tres comidas diarias.
Pero ya que caigo, entro a matar, como los toreros extremeños, los Talavante, Perera, Ferrera y compañía, que valen más que nuestra poesía y nuestra prosa, las de Dulce Chacón, Ángel Campos o Javier Cercas por mencionar algunos, mucho más que nuestros músicos Pablo Guerrero, Bebe o Luis Pastor.
Y ya que entro a matar y muero matando, leo el periódico en mi bimestral visita a Badajoz, que según el día me deja amarla o caprichosa e insolente me expulsa de sus plazas y sus árabes callejuelas, y en las páginas del diario observo que ‘Ansar is everywhere’.
Que su bigote, a lo moustache francés, a lo hitleriano, a lo rapado, sigue con nosotros al igual que su deporte favorito, el pádel, que en esta ciudad de medios ricos, ostentosos y pretenciosos, lleva años siendo la comidilla del populacho que gana lo suficiente como para frecuentar un domingo al mes las pistas del club hípico, las del campos de golf.
“El anfiteatro de Mérida ¿una pista de pádel?”, se preguntaba curiosa la Cadena Ser cuando se supo que el World Padel Tour pretendía hacer escala en la pequeña y monumental Mérida.
Es algo que hacemos con frecuencia los extremeños, tenemos poco y pocas veces al año, pero cuando esa esencia se da, la hacemos gigantesca. De ahí se explica que Badajoz fuera junto a Barcelona y Mónaco, sede de uno de los tres únicos conciertos que el cineasta y pseudoclarinetista Woody Allen ofreciera en Europa con la excusa de las pasadas fiestas navideñas.
Tener a Allen entre nosotros, marginados por los estatutos de autonomía y por nuestras propias características naturales, costó 135.248 euros (sin IVA), de los cuales 25.571 fueron redimidos en la taquilla y 72.127 palmados por la Junta de Extremadura, el resto sólo lo pagaron los clientes de Caja Almendralejo y los pacenses a través del ayuntamiento. A las puertas del auditorio Manuel Rojas, donde la telonera Mili Vizcaíno no pudo cantar por decisión del cineasta neoyorkino, se juntaron en señal de protesta varios músicos profesionales de la Orquesta de Extremadura que ven, año tras año, mermada su partida presupuestaria.
Pero vuelvo a Ansar que me pierdo en los precedentes y no tendría hueco para escribir y exaltarme en esta muerte sentimental que me acompaña en esta visita bimestral a mi Extremadura natal. “El pádel, sí, el pádel. El anfiteatro, dios, de verdad quieren poner una pista de pádel en el anfiteatro romano”, pensaba yo en plena ebullición de la discusión mediática.
Mi amigo Koldo, de Euskadi, donde no siempre se hacen bien las cosas en tanto a la gestión de los recursos, pero me atrevería a asumir que algo mejor que aquí, me mandó días atrás la maldita noticia en un mensaje salpimentado por su consternación de que dicha aberración pudiera realmente suceder.
El escándalo también lo compartían arquitectos y asociaciones de amigos del mundo clásico que en apenas dos días consiguieron cerca de 200.000 firmas en contra de la iniciativa, que permitiría poner gradas provisionales de cientos de kilos de peso cuando a los visitantes no se les permite fumar, tocar las plantas ni entrar al recinto con mochilas grandes.
El alcalde de Mérida y los responsables del proyecto se mostraban, por su parte, sorprendidos de la polémica, como si de nuevo, la razón y el sentido común viajaran con ellos en sus coches oficiales.
Como si, una vez más, la voz de un político debiera valer más que la de un técnico, más aún cuando se trata del patrimonio de la ciudadanía (y de la Humanidad) y el uso que se hace del mismo. Como si, en esta ocasión y van un millón, los extremeños no estuviéramos lo suficientemente capacitados y preocupados por proteger lo poquito que nos quedó de la Historia.
No obstante, gracias a César, lo que no llegó a oídos de los dirigentes pareció llegar a los organizadores del torneo que no han querido verse envueltos en polémica alguna y han eliminado la estrambótica parada emeritense del calendario del tour mundial.
Así las cosas, me da por pensar que Ansar is not everywhere, not anymore, que por ahora son cerca de 200.000 personas las que no quieren jugar al pádel en el anfiteatro romano de Mérida, ni ver cómo Woody Allen maltoca un instrumento de viento en Badajoz, ni consentir que Monago se ría de nosotros en Canarias.
Y serán más, seremos más los que alardeemos de los cerezos en flor del Valle del Jerte, los que muevan las caderas en el Womad de Cáceres, los que hagan parada en la Vera para llevarse ese pimentón rojo que adereza los mejores caldos y en el Zújar para acompañarlo con un buen queso cremoso.
Seremos más los que leamos a Chacón, a Cercas, los que bailemos “borrachos de nostalgia y cerveza” del Guadiana con Guerrero, con Pastor; los que nos hagamos odiosos por no enorgullecernos de la fiesta del toro y sobre todo, los que dejemos atrás al bigote de Ansar que ya no está everywhere, a los insolentes discursos de Monago, al recuerdo del patriarca Ibarra, a la imagen de una tierra baldía en la que sólo se puede esperar a que una flor nazca de una semilla plantada por otros.
Is Ansar everywhere?
Por suerte o por desgracia vine a nacer en una ciudad mediana que sale poco en las guías turísticas. Y si por acaso las Campsa, Michelin y resto de editoriales para viajeros con prisas han explorado el sitio que aún aparece en mi DNI como lugar de residencia, no será más que para recomendar este enclave para llenar el buche y echar la siesta en el trayecto Sevilla-Lisboa.
La provincia de Badajoz es la más grande de España, de eso y de poco más nos vanagloriamos los pacenses. Cada vez más el Carnaval, el mejor según una votación patrocinada por una tele privada que también premió a Villarobledo y Vinaròs pero se olvidó de Cádiz o Santa Cruz, se erige como motivo de orgullo y satisfacción de una población siempre marcada por la falta de autoestima.
En un mar de inferioridades y superioridades, miramos a Andalucía como el hermano cachondo, graciosete, con equipos de fútbol que pueden ganar la Europa League y que además sabe cuidar mejor que nosotros sus valores culturales, sus monumentos y su pasado árabe.
Y si miramos con cierta envidia a los, como nosotros, pobres andaluces, usamos la sorna para referirnos a nuestros vecinos portugueses, de los que no nos separa más que una raya imaginaria en la que se entremezclan cantarines y brutos acentos.
Tras 28 años de Partido Socialista Obrero Español, pues en esta tierra humilde y seca no podría gobernar más que el partido del oficinista y del labrador, llegaron los azules vientos de cambio, azules como el omnipresente y pepero color de Canal Extremadura, esa tele regional que se pasa su programación hablando de toros, mercadillos de pueblo y del señor presidente de la comunidad, el díscolo José Antonio Monago.
El también ex bombero es dueño y señor del mando a distancia en esta comunidad de algo más de un millón de habitantes y una tasa de paro que roza el 30 % −según datos oficiales−, además de adalid de la transparencia y decencia política que gracias a su labia y la de sus asesores salió indemne, uno más y van mil, de sus escarceos canarios celebrados a cuenta del Senado y que no dieron mucho más que para algún que otro vídeo de irrisoria protesta.
Y pese a que mantengo una política autoimpuesta de no hablar y mucho menos escribir sobre malas noticias y sus malas gentes, caigo de nuevo en el juego de la información leve y tradicional que insiste en llenar páginas en blanco de tragedias y robos que nos causarán revueltos de estómago en cada una de nuestra tres comidas diarias.
Pero ya que caigo, entro a matar, como los toreros extremeños, los Talavante, Perera, Ferrera y compañía, que valen más que nuestra poesía y nuestra prosa, las de Dulce Chacón, Ángel Campos o Javier Cercas por mencionar algunos, mucho más que nuestros músicos Pablo Guerrero, Bebe o Luis Pastor.
Y ya que entro a matar y muero matando, leo el periódico en mi bimestral visita a Badajoz, que según el día me deja amarla o caprichosa e insolente me expulsa de sus plazas y sus árabes callejuelas, y en las páginas del diario observo que ‘Ansar is everywhere’.
Que su bigote, a lo moustache francés, a lo hitleriano, a lo rapado, sigue con nosotros al igual que su deporte favorito, el pádel, que en esta ciudad de medios ricos, ostentosos y pretenciosos, lleva años siendo la comidilla del populacho que gana lo suficiente como para frecuentar un domingo al mes las pistas del club hípico, las del campos de golf.
“El anfiteatro de Mérida ¿una pista de pádel?”, se preguntaba curiosa la Cadena Ser cuando se supo que el World Padel Tour pretendía hacer escala en la pequeña y monumental Mérida.
Es algo que hacemos con frecuencia los extremeños, tenemos poco y pocas veces al año, pero cuando esa esencia se da, la hacemos gigantesca. De ahí se explica que Badajoz fuera junto a Barcelona y Mónaco, sede de uno de los tres únicos conciertos que el cineasta y pseudoclarinetista Woody Allen ofreciera en Europa con la excusa de las pasadas fiestas navideñas.
Tener a Allen entre nosotros, marginados por los estatutos de autonomía y por nuestras propias características naturales, costó 135.248 euros (sin IVA), de los cuales 25.571 fueron redimidos en la taquilla y 72.127 palmados por la Junta de Extremadura, el resto sólo lo pagaron los clientes de Caja Almendralejo y los pacenses a través del ayuntamiento. A las puertas del auditorio Manuel Rojas, donde la telonera Mili Vizcaíno no pudo cantar por decisión del cineasta neoyorkino, se juntaron en señal de protesta varios músicos profesionales de la Orquesta de Extremadura que ven, año tras año, mermada su partida presupuestaria.
Pero vuelvo a Ansar que me pierdo en los precedentes y no tendría hueco para escribir y exaltarme en esta muerte sentimental que me acompaña en esta visita bimestral a mi Extremadura natal. “El pádel, sí, el pádel. El anfiteatro, dios, de verdad quieren poner una pista de pádel en el anfiteatro romano”, pensaba yo en plena ebullición de la discusión mediática.
Mi amigo Koldo, de Euskadi, donde no siempre se hacen bien las cosas en tanto a la gestión de los recursos, pero me atrevería a asumir que algo mejor que aquí, me mandó días atrás la maldita noticia en un mensaje salpimentado por su consternación de que dicha aberración pudiera realmente suceder.
El escándalo también lo compartían arquitectos y asociaciones de amigos del mundo clásico que en apenas dos días consiguieron cerca de 200.000 firmas en contra de la iniciativa, que permitiría poner gradas provisionales de cientos de kilos de peso cuando a los visitantes no se les permite fumar, tocar las plantas ni entrar al recinto con mochilas grandes.
El alcalde de Mérida y los responsables del proyecto se mostraban, por su parte, sorprendidos de la polémica, como si de nuevo, la razón y el sentido común viajaran con ellos en sus coches oficiales.
Como si, una vez más, la voz de un político debiera valer más que la de un técnico, más aún cuando se trata del patrimonio de la ciudadanía (y de la Humanidad) y el uso que se hace del mismo. Como si, en esta ocasión y van un millón, los extremeños no estuviéramos lo suficientemente capacitados y preocupados por proteger lo poquito que nos quedó de la Historia.
No obstante, gracias a César, lo que no llegó a oídos de los dirigentes pareció llegar a los organizadores del torneo que no han querido verse envueltos en polémica alguna y han eliminado la estrambótica parada emeritense del calendario del tour mundial.
Así las cosas, me da por pensar que Ansar is not everywhere, not anymore, que por ahora son cerca de 200.000 personas las que no quieren jugar al pádel en el anfiteatro romano de Mérida, ni ver cómo Woody Allen maltoca un instrumento de viento en Badajoz, ni consentir que Monago se ría de nosotros en Canarias.
Y serán más, seremos más los que alardeemos de los cerezos en flor del Valle del Jerte, los que muevan las caderas en el Womad de Cáceres, los que hagan parada en la Vera para llevarse ese pimentón rojo que adereza los mejores caldos y en el Zújar para acompañarlo con un buen queso cremoso.
Seremos más los que leamos a Chacón, a Cercas, los que bailemos “borrachos de nostalgia y cerveza” del Guadiana con Guerrero, con Pastor; los que nos hagamos odiosos por no enorgullecernos de la fiesta del toro y sobre todo, los que dejemos atrás al bigote de Ansar que ya no está everywhere, a los insolentes discursos de Monago, al recuerdo del patriarca Ibarra, a la imagen de una tierra baldía en la que sólo se puede esperar a que una flor nazca de una semilla plantada por otros.