Contenido
De repente Europa
Hay que salir a correr a las 8 am para escuchar a Varoufakis. Un buen desayuno siempre viene bien, pero aún más un sábado de sol frío en Madrid, en el que vas a encontrarte con Yanis. Y con más gente, pero con Yanis.
Evo Morales concede entrevistas antes de que las calles estén puestas. A las 6 am hay, o había, quien se calzaba unas deportivas para, entre inhalación y exhalación a los 3.650 metros de altura de La Paz, escupir preguntas al primer presidente indígena. Así es que ante el exministro motero una debe estar preparada.
A las 9:50 aún hay hueco para dejar mi bici en el antiguo matadero de Madrid, bastantes más de los que me esperaba con un público tan ecoconcienciado como el que acudirá a estas jornadas de ¿debate? ¿presentación? ¿encuentro? ¿arenga? Estarán de resaca, pensará algún malintencionado.
—¿Para qué es la cola? —preguntan los curiosos que, uniformados con su chándal del Decathlon, han madrugado para dar un paseo a la fresca del Manzanares.
—Es la presentación de un nuevo partido de izquierdas —responden unos.
—Son unas jornadas de debate de la izquierda europea —alcanzan a decir otros.
Yo ya no sé a qué he venido, bueno, sí, a ver a Varoufakis y a algo de izquierdas, que eso parece que sí está claro.
El amigo Yanis rompe la espera y pisa firme el escenario, adornado con un pancarta estrecha en la que una niña y un niño señalan territorios en un mapa de Europa mientras una frase reza: Plan B, contra la austeridad, por una Europa democrática.
Tímidos aplausos, va a ser verdad lo de la resaca. Le acompañan Sol Sánchez, diputada de Izquierda Unida-Unidad Popular; Karima Delli, europarlamentaria francesa de Les Verts; Cédric Durand, economista francés; Catherine Samary, miembro de Attac Francia, y el eurodiputado de Podemos Miguel Urbán.
El moderador avisa de que cada ponente tendrá 10 minutos de intervención y tres para contestar a las preguntas que más tarde lleguen desde el público. Yanis se salta las indicaciones del moderador y se extiende un par de minutos más de lo permitido. Doce minutos en los que recuerda cómo Europa o, mejor dicho, la Unión Europea le invitó a no ir en contra del plan de austeridad que la Troika tenía preparado para Tsipras nada más llegar a la presidencia.
—En una reunión privada me dijeron que el plan de austeridad no podía funcionar en Grecia pero me avisaron de que mi credibilidad dependía de aceptarlo —introdujo Varoufakis atrapando la atención de los asistentes para proseguir—: No me importa ese tipo de credibilidad.
Primera ovación cerrada.
Europa, un concepto vago que pocos españoles se han creído a lo largo de nuestra historia más o menos democrática, se plantaba ahora en el plato de los asistentes, que realmente tenían ganas de llevárselo a la boca, masticarlo, conocer el sabor e intentar saber de qué se estaba hablando en ese escenario.
—Necesitamos democratizar Europa —aseguró Varoufakis ante el asentimiento general y la mucha prensa que escuchaba con atención sus palabras—. Después del colapso (financiero) surgieron demonios y ángeles, nosotros somos los ángeles.
Y con esa metáfora algo cursi, Yanis metía en el saco, o más bien invitaba, a “socialdemócratas, verdes” e incluso a “los liberales de los partidos conservadores”. “¿No crees que partidos como los socialdemócratas han sido precisamente los que nos han llevado a esta situación?”, le preguntaron desde el público, ante lo que no dudó: “Sí, pero si no les atraemos, fallaremos”.
—Son potenciales aliados, hay propuestas súper razonables que provienen de sectores de partidos que no comparten todo con nosotros —insistió en un intento de convencimiento, consciente de la antipatía de su mensaje.
Y con esa intención, la de calar con la idea de que una nueva Europa, un nuevo sistema no se consigue sólo con la fuerza y la ilusión de la izquierda, recordó que la primavera ateniense “ya tuvo un plan B preparado” que nos les dejaron aplicar.
—Si activamos el Plan B podemos redemocratizar el Eurogrupo —ilusionaba ante una propuesta de la que ni los asistentes ni los ponentes podían dar muchas respuestas más que esperar que el próximo 28 de mayo, con homenaje a la Comuna de París incluido, miles de europeos marchen juntos y lancen un mensaje de cambio contundente.
Ni Miguel Urbán, promotor de que la primera aparición del Plan B acabara en Madrid tras ser presentado en Berlín unos días antes, fue muy elocuente para calmar la curiosidad del público, que aprovechó el turno de preguntas para intentar aterrizar la propuesta y vaciarla de las grandes palabras que en otros tiempos fueron tan necesarias.
—Mañana tendremos una asamblea para ver cómo canalizamos todas las propuestas que salgan de aquí —alcanzó a explicar sobre el propósito del fin de semana que estuvo lleno de talleres de discusión de temática variada.
Urbán, uno de los más activos en la crítica a su partido, comenzó congratulándose por haberse conocido (con el consiguiente “ay, Dios” de algún fiel presente en el auditorio), pasó por la invitación a la catarsis colectiva contra la Unión Europea “de los despachos y la oscuridad”, calificando de “utopía” el hecho de que España pagara la deuda actual (100% del PIB), y acabó recordando que Europa “necesita que un 15-M le pase por encima”.
—Sólo con desobediencia a esta Europa podremos construir otra —gritaba Urbán pese a que ni el sistema de sonido de la sala ni la fidelidad de los asistentes necesitaban la intensidad de sus palabras.
Con más poso, Sol Sánchez criticó lo “lejos” que estamos de tener “una Europa democrática”, donde el Parlamento Europeo, el único órgano cuya constitución depende de los votos de los ciudadanos europeos, tiene poco que decir respecto de las políticas europeas reales, que se deciden entre el Consejo de Europa y el Eurogrupo.
Sánchez, consciente de los fallos de la izquierda en las últimas décadas, alertó del error de separar la política y la economía: “Nos han ganado en lo económico y ahora quieren ganarnos en los planteamientos”.
—Pero no podemos aceptarlo, hay que construir una alianza europea, con los partidos, con los movimientos sociales, con los sindicatos —esa denostada palabra—, y elaborar una agenda de movilizaciones conjunta, desde la radicalidad democrática.
Y mientras que las palabras eran puestas con cuidado sobre el escenario, ya calentaban los motores de los talleres, de donde debería salir la propuesta real, firme, ésa que desde el 15-M se exige a los que se atreven a criticar. “Que se metan en política”, espetó entonces la (aunque muchos ya no se acuerden) secretaria general del PP, la señora De Cospedal, y de aquellas lluvias, estos lodos, querida María Dolores.
La eurodiputada Lola Sánchez, que sabia y elegantemente arremetió contra los portavoces de su partido por “infrautilizar” los minutos de televisión para hablar de lo que menos se habla, encabezó, sin intención de protagonismo, la plenaria sobre los nuevos acuerdos comerciales de los que tan poco sabemos.
El TTIP (Acuerdo Transatlántico para el Comercio y la Inversión), desconocido monstruo de las galletas, silenciosa caja de los truenos, fue el gran protagonista de la discusión desde la puesta en escena hasta lo más profundo de una ligera y amena exposición que intentó huir del pesimismo de un acuerdo que parece abocado al éxito y que, de ser así, traería el fracaso a los europeos.
Sánchez, a pesar de la inquietud que le causa el acuerdo que le ha llevado a escribir decenas de artículos y repetir discursos hasta la extenuación, se mantuvo propositiva y recordó que hay campos en los que la izquierda europea, o al menos esas reminiscencias de aquella izquierda combativa, sí ha ganado.
—Hemos ganado en la calle y sobre todo en el nivel local —aseveró con el silencioso ruido de fondo de los aplausos del lenguaje de signos—. La Comisión Europea se tambalea cuando nos manifestamos, cuando difundimos y nos saltamos la barrera de los medios de comunicación.
Y aprovechando el tirón en una de las salas pequeñas del antiguo matadero, sembró la eterna cuestión de la autogestión en el sentido más primario del término: “No sólo quieren cambiar cómo trabajamos, sino cómo vivimos, cómo nos organizamos y nos gobernamos”.
Claro, para lo malo, lo tenía Susan George, presidenta de honor de Attac Francia, que con los números dejó congelado a más de uno: “Si pasa, perderemos un tercio de nuestros agricultores, y por supuesto serán los pequeños y los de productos ecológicos… No podrán competir con los precios de Estados Unidos”.
—Deteriorará nuestra salud, hará más difícil el acceso a las medicinas y se encarecerán — prosiguió vaticinando un futuro oscuro aunque apuntó a lo que, para ella, es una de las acciones que puede hacer tambalear el tratado—: los vampiros no pueden con la luz del sol, hay que arrojar luz sobre el TTIP.
Por su parte, el economista británico John Hilary (de la plataforma War on Want) también comenzó su intervención intentando abrir algún claro en el bosque: “No es ninguna casualidad, el TTIP es una consecuencia directa del sistema de la Unión Europea”.
—Se trata de una desregularización total, una privatización para siempre y una nueva llegada de corporaciones (estadounidenses) al tablero —alertó y propuso una toma del poder donde “ya no vale sólo con los fantásticos movimientos sociales”.
Se trataba, se trata, de crear “otra Europa”, en la que Hilary no ve a su propio país, el Reino Unido, que, amenazante, teatrero y casquivano (claramente incitado por el partido Conservador) consigue condiciones a medida de su frío según la temporada que atravesemos todos.
Y es que, como reflejaría algún medio el día posterior a la plenaria, Hilary tiró de grandilocuencia para ganarse el titular: “Reino Unido es un cáncer para la Unión Europea”.
—Sería mejor para construir una nueva Europa que nosotros nos fuéramos.
Un par de días después, aún con la resaca izquierdista del fin de semana en el matadero, una amiga criada en Londres me aseguraba que en el próximo (probablemente no último) referéndum para salir de la UE, Reino Unido negará la mayor: “Son muy pragmáticos, mirarán por el precipicio y se quedarán con lo malo conocido. Si de eso depende otra nueva Europa, mal vamos”.
Anyway, con o sin Gran Bretaña, pareciera que una fuerza que según Sol Sánchez viene del sur, porque del sur “viene la necesidad”, quiere empujar hacia otra cosa, otra Europa, en un campo de batalla que se avecina embarrado.
Quién sabe si el Plan B es el plan que este continente necesita y quién sabe si los europeos podremos gestionar tan sólo la propuesta que de los meses que vienen ha de nacer. Hasta entonces, hasta la democratización de la Unión (Económica y Monetaria) Europea, y robándole las palabras a la enérgica europarlamentaria Karima Delli, que “viva la democracia, viva Europa y que viva la democracia europea”. Inshallah.
De repente Europa
Hay que salir a correr a las 8 am para escuchar a Varoufakis. Un buen desayuno siempre viene bien, pero aún más un sábado de sol frío en Madrid, en el que vas a encontrarte con Yanis. Y con más gente, pero con Yanis.
Evo Morales concede entrevistas antes de que las calles estén puestas. A las 6 am hay, o había, quien se calzaba unas deportivas para, entre inhalación y exhalación a los 3.650 metros de altura de La Paz, escupir preguntas al primer presidente indígena. Así es que ante el exministro motero una debe estar preparada.
A las 9:50 aún hay hueco para dejar mi bici en el antiguo matadero de Madrid, bastantes más de los que me esperaba con un público tan ecoconcienciado como el que acudirá a estas jornadas de ¿debate? ¿presentación? ¿encuentro? ¿arenga? Estarán de resaca, pensará algún malintencionado.
—¿Para qué es la cola? —preguntan los curiosos que, uniformados con su chándal del Decathlon, han madrugado para dar un paseo a la fresca del Manzanares.
—Es la presentación de un nuevo partido de izquierdas —responden unos.
—Son unas jornadas de debate de la izquierda europea —alcanzan a decir otros.
Yo ya no sé a qué he venido, bueno, sí, a ver a Varoufakis y a algo de izquierdas, que eso parece que sí está claro.
El amigo Yanis rompe la espera y pisa firme el escenario, adornado con un pancarta estrecha en la que una niña y un niño señalan territorios en un mapa de Europa mientras una frase reza: Plan B, contra la austeridad, por una Europa democrática.
Tímidos aplausos, va a ser verdad lo de la resaca. Le acompañan Sol Sánchez, diputada de Izquierda Unida-Unidad Popular; Karima Delli, europarlamentaria francesa de Les Verts; Cédric Durand, economista francés; Catherine Samary, miembro de Attac Francia, y el eurodiputado de Podemos Miguel Urbán.
El moderador avisa de que cada ponente tendrá 10 minutos de intervención y tres para contestar a las preguntas que más tarde lleguen desde el público. Yanis se salta las indicaciones del moderador y se extiende un par de minutos más de lo permitido. Doce minutos en los que recuerda cómo Europa o, mejor dicho, la Unión Europea le invitó a no ir en contra del plan de austeridad que la Troika tenía preparado para Tsipras nada más llegar a la presidencia.
—En una reunión privada me dijeron que el plan de austeridad no podía funcionar en Grecia pero me avisaron de que mi credibilidad dependía de aceptarlo —introdujo Varoufakis atrapando la atención de los asistentes para proseguir—: No me importa ese tipo de credibilidad.
Primera ovación cerrada.
Europa, un concepto vago que pocos españoles se han creído a lo largo de nuestra historia más o menos democrática, se plantaba ahora en el plato de los asistentes, que realmente tenían ganas de llevárselo a la boca, masticarlo, conocer el sabor e intentar saber de qué se estaba hablando en ese escenario.
—Necesitamos democratizar Europa —aseguró Varoufakis ante el asentimiento general y la mucha prensa que escuchaba con atención sus palabras—. Después del colapso (financiero) surgieron demonios y ángeles, nosotros somos los ángeles.
Y con esa metáfora algo cursi, Yanis metía en el saco, o más bien invitaba, a “socialdemócratas, verdes” e incluso a “los liberales de los partidos conservadores”. “¿No crees que partidos como los socialdemócratas han sido precisamente los que nos han llevado a esta situación?”, le preguntaron desde el público, ante lo que no dudó: “Sí, pero si no les atraemos, fallaremos”.
—Son potenciales aliados, hay propuestas súper razonables que provienen de sectores de partidos que no comparten todo con nosotros —insistió en un intento de convencimiento, consciente de la antipatía de su mensaje.
Y con esa intención, la de calar con la idea de que una nueva Europa, un nuevo sistema no se consigue sólo con la fuerza y la ilusión de la izquierda, recordó que la primavera ateniense “ya tuvo un plan B preparado” que nos les dejaron aplicar.
—Si activamos el Plan B podemos redemocratizar el Eurogrupo —ilusionaba ante una propuesta de la que ni los asistentes ni los ponentes podían dar muchas respuestas más que esperar que el próximo 28 de mayo, con homenaje a la Comuna de París incluido, miles de europeos marchen juntos y lancen un mensaje de cambio contundente.
Ni Miguel Urbán, promotor de que la primera aparición del Plan B acabara en Madrid tras ser presentado en Berlín unos días antes, fue muy elocuente para calmar la curiosidad del público, que aprovechó el turno de preguntas para intentar aterrizar la propuesta y vaciarla de las grandes palabras que en otros tiempos fueron tan necesarias.
—Mañana tendremos una asamblea para ver cómo canalizamos todas las propuestas que salgan de aquí —alcanzó a explicar sobre el propósito del fin de semana que estuvo lleno de talleres de discusión de temática variada.
Urbán, uno de los más activos en la crítica a su partido, comenzó congratulándose por haberse conocido (con el consiguiente “ay, Dios” de algún fiel presente en el auditorio), pasó por la invitación a la catarsis colectiva contra la Unión Europea “de los despachos y la oscuridad”, calificando de “utopía” el hecho de que España pagara la deuda actual (100% del PIB), y acabó recordando que Europa “necesita que un 15-M le pase por encima”.
—Sólo con desobediencia a esta Europa podremos construir otra —gritaba Urbán pese a que ni el sistema de sonido de la sala ni la fidelidad de los asistentes necesitaban la intensidad de sus palabras.
Con más poso, Sol Sánchez criticó lo “lejos” que estamos de tener “una Europa democrática”, donde el Parlamento Europeo, el único órgano cuya constitución depende de los votos de los ciudadanos europeos, tiene poco que decir respecto de las políticas europeas reales, que se deciden entre el Consejo de Europa y el Eurogrupo.
Sánchez, consciente de los fallos de la izquierda en las últimas décadas, alertó del error de separar la política y la economía: “Nos han ganado en lo económico y ahora quieren ganarnos en los planteamientos”.
—Pero no podemos aceptarlo, hay que construir una alianza europea, con los partidos, con los movimientos sociales, con los sindicatos —esa denostada palabra—, y elaborar una agenda de movilizaciones conjunta, desde la radicalidad democrática.
Y mientras que las palabras eran puestas con cuidado sobre el escenario, ya calentaban los motores de los talleres, de donde debería salir la propuesta real, firme, ésa que desde el 15-M se exige a los que se atreven a criticar. “Que se metan en política”, espetó entonces la (aunque muchos ya no se acuerden) secretaria general del PP, la señora De Cospedal, y de aquellas lluvias, estos lodos, querida María Dolores.
La eurodiputada Lola Sánchez, que sabia y elegantemente arremetió contra los portavoces de su partido por “infrautilizar” los minutos de televisión para hablar de lo que menos se habla, encabezó, sin intención de protagonismo, la plenaria sobre los nuevos acuerdos comerciales de los que tan poco sabemos.
El TTIP (Acuerdo Transatlántico para el Comercio y la Inversión), desconocido monstruo de las galletas, silenciosa caja de los truenos, fue el gran protagonista de la discusión desde la puesta en escena hasta lo más profundo de una ligera y amena exposición que intentó huir del pesimismo de un acuerdo que parece abocado al éxito y que, de ser así, traería el fracaso a los europeos.
Sánchez, a pesar de la inquietud que le causa el acuerdo que le ha llevado a escribir decenas de artículos y repetir discursos hasta la extenuación, se mantuvo propositiva y recordó que hay campos en los que la izquierda europea, o al menos esas reminiscencias de aquella izquierda combativa, sí ha ganado.
—Hemos ganado en la calle y sobre todo en el nivel local —aseveró con el silencioso ruido de fondo de los aplausos del lenguaje de signos—. La Comisión Europea se tambalea cuando nos manifestamos, cuando difundimos y nos saltamos la barrera de los medios de comunicación.
Y aprovechando el tirón en una de las salas pequeñas del antiguo matadero, sembró la eterna cuestión de la autogestión en el sentido más primario del término: “No sólo quieren cambiar cómo trabajamos, sino cómo vivimos, cómo nos organizamos y nos gobernamos”.
Claro, para lo malo, lo tenía Susan George, presidenta de honor de Attac Francia, que con los números dejó congelado a más de uno: “Si pasa, perderemos un tercio de nuestros agricultores, y por supuesto serán los pequeños y los de productos ecológicos… No podrán competir con los precios de Estados Unidos”.
—Deteriorará nuestra salud, hará más difícil el acceso a las medicinas y se encarecerán — prosiguió vaticinando un futuro oscuro aunque apuntó a lo que, para ella, es una de las acciones que puede hacer tambalear el tratado—: los vampiros no pueden con la luz del sol, hay que arrojar luz sobre el TTIP.
Por su parte, el economista británico John Hilary (de la plataforma War on Want) también comenzó su intervención intentando abrir algún claro en el bosque: “No es ninguna casualidad, el TTIP es una consecuencia directa del sistema de la Unión Europea”.
—Se trata de una desregularización total, una privatización para siempre y una nueva llegada de corporaciones (estadounidenses) al tablero —alertó y propuso una toma del poder donde “ya no vale sólo con los fantásticos movimientos sociales”.
Se trataba, se trata, de crear “otra Europa”, en la que Hilary no ve a su propio país, el Reino Unido, que, amenazante, teatrero y casquivano (claramente incitado por el partido Conservador) consigue condiciones a medida de su frío según la temporada que atravesemos todos.
Y es que, como reflejaría algún medio el día posterior a la plenaria, Hilary tiró de grandilocuencia para ganarse el titular: “Reino Unido es un cáncer para la Unión Europea”.
—Sería mejor para construir una nueva Europa que nosotros nos fuéramos.
Un par de días después, aún con la resaca izquierdista del fin de semana en el matadero, una amiga criada en Londres me aseguraba que en el próximo (probablemente no último) referéndum para salir de la UE, Reino Unido negará la mayor: “Son muy pragmáticos, mirarán por el precipicio y se quedarán con lo malo conocido. Si de eso depende otra nueva Europa, mal vamos”.
Anyway, con o sin Gran Bretaña, pareciera que una fuerza que según Sol Sánchez viene del sur, porque del sur “viene la necesidad”, quiere empujar hacia otra cosa, otra Europa, en un campo de batalla que se avecina embarrado.
Quién sabe si el Plan B es el plan que este continente necesita y quién sabe si los europeos podremos gestionar tan sólo la propuesta que de los meses que vienen ha de nacer. Hasta entonces, hasta la democratización de la Unión (Económica y Monetaria) Europea, y robándole las palabras a la enérgica europarlamentaria Karima Delli, que “viva la democracia, viva Europa y que viva la democracia europea”. Inshallah.