Llamadme Ismael...
Samarra, 7 de enero del año 838 d.C. Un hombre vestido con una capa bordada a mano y una mitra sobre la cabeza monta sobre un elefante; junto a él su hermano, también disfrazado y encapuchado, cabalga un camello. Se trata de un suplicio ejemplar, no de la entrada de un profeta exótico a la ciudad. A ambos lados de la avenida, soldados a pie y a caballo; el paquidermo había sido donado al califa Al-Mamun (786-833) por un rey indio.
Es su sucesor, Al-Mutasim (833-842), quien preside la febril e inmunda ceremonia de ejecución del que con el tiempo se convertirá en héroe nacional de la república de Azerbaiyán. Aún habrán de pasar más de mil años para ello; asistimos al martirio de quien fuera conocido por sus coetáneos como Bãbak Korramdîn (Bãbak: “padre joven”; Korrama: “alegría”, nombre también de la viuda de Mazdak. Korramdîn o Korrami: nombre de los adeptos de la secta mazdakita, que consideraban la alegría como una de las fuerzas que regían el Universo). Durante más de 20 años había mantenido en jaque a los ejércitos del califato Abasida, mediante algo muy parecido a la guerra de guerrillas, desde su fortaleza casi inexpugnable de Badd [predecesora del Alamut del Viejo de la Montaña (1034-1124), enemigo declarado también, desde su ismaelismo nizarí, del califato Abasida]. Descendía por parte de su madre, que enviudó joven, de Abu Muslim (700-755), personaje clave en la llegada al poder de la dinastía del estandarte negro pero que al ser considerado demasiado peligroso por los nuevos gerifaltes había sido hecho ejecutar.
Al Mutasim ordenó que se procediese a la ejecución: en primer lugar le fueron cortados los pies y las manos, su cuerpo mutilado fue colgado después en las afueras de la ciudad. Su cabeza fue llevada de gira y su hermano fue trasladado a Bagdad para seguir su mismo destino. Nizam al Mulk (1018-1092) cuenta cómo Bãbak se llevó la mano mutilada a la cara para enrojecerla con sangre. Cuando el califa le preguntó por qué hacía eso, él le respondió: “para evitar que me vean palidecer”. El místico Mansur al Hallaj (“El Cardador”) (858-922) haría lo mismo en el decurso de su suplicio ocurrido en Bagdad, tras once años de prisión, acusado de herejía bajo el gobierno del califa Al-Muqtadir (908-932). Pero retrocedamos unos cuantos siglos, al mundo anterior a Mahoma…
En la época de Mani (215-276), el profeta contemporáneo de Plotino (204-270) nacido en el territorio persa gobernado entonces por los partos arsácidas, fue fundada una secta minoritaria en el marco del zoroastrismo por un sacerdote de este culto al fuego, que ya entonces tenía más de mil años. Su nombre, como el del fundador mítico, Zaratustra. Esta organización, que mantenía que tanto mujeres como riquezas deberían ser disfrutadas en común, sería catapultada al escenario de la Historia, uno de los muchos espejismos que adornan o confunden el Universo, por un hombre llamado Mazdak; muerto en el 528 d.C durante el final del reinado del emperador sasánida Kavad I (473-531). Pacifista y vegetariano, este peculiar gobernante instituyó al comienzo de su reinado la comunidad de mujeres. Su finalidad era fortalecer el poder central, a la manera de sus adversarios bizantinos (a los que admiraba), desposeyendo a los nobles de su legitimidad genealógica mediante la confusión de los linajes. Destronado y preso por una conspiración de la aristocracia en el 496, consiguió escapar y encontró refugio entre los hunos heftalitas, con los que vivió dos años, antes de regresar y recuperar con su ayuda el poder. Al final de su reinado, y en el marco de la lucha contra su archirrival el imperio bizantino y de los frecuentes conflictos que animaban en general la sucesión en el Imperio, se produjo la revuelta campesina de Mazdak. Cosroes I (501-579), hijo de Kavad I, bregó con estos tres problemas de manera drástica, las víctimas se contaron por decenas de miles. La revuelta comenzó en el Irán occidental, cerca del actual Irak, y fue provocada por una modificación del catastro realizada con propósitos fiscales por Kavad I. Se impuso pasar del pago en especie del impuesto a unas tasas monetarias fijas. Esto, que para el estado sasánida era óptimo porque permitía prever y presupuestar con cierta seguridad, era una carga brutal para los campesinos porque no daba garantía alguna a estos de que su trabajo pudiera darles la seguridad de sobrevivir y volver a plantar la siguiente cosecha. Con esta medida se veían obligados a vender sus producciones para poder pagar en moneda y al hacerlo a la vez todos los precios descendían sustancialmente. Era una política económica que pretendía convertir en siervos a la mayor parte de la población de la zona. ¿Os suena?
El mensaje de Mazdak, que no olvidemos era un sacerdote zoroástrico, resurgirá varias veces durante siglos tras su muerte y podemos sintetizarlo así: Tanto las mujeres como la propiedad engendran envidia, disgusto, codicia, odio y necesidades que no tendrían lugar si todo se mantuviera en común. Mujeres y riquezas son la raíz de prácticamente todos los conflictos que agitan a la humanidad. Pero Dios creó a todos los hombres iguales y les dio los medios de subsistencia, así que los seres humanos puedan dividirse esto de manera equitativa entre ellos. Mujeres y propiedades deben ser mantenidas en común como el agua, el fuego o los pastos, nadie debe tener más que otro y compartir debe ser una obligación.
Tanto la resistencia más feroz, como el sincretismo a nivel filosófico y religioso, convergieron en Persia tras la conquista musulmana. La cultura sasánida, muy superior en todos los aspectos, había incluso dado refugio a los últimos representantes de la Academia neoplatónica que fuera cerrada (529) por Justiniano (482-565). La influencia fue sin embargo mayor en los movimientos contrarios a la ortodoxia suní. Shahr Banu, la hija de Yazdgerd III (624-651), último rey persa, casó con Hussein ibn Alí y fue madre del cuarto Imán chií, Ali ibn Husayn Zayn al-Abidin. Y es del tronco chií de donde surgirán los cármatas, personajes intempestivos que desde la presunta sede geográfica del Paraíso Terrenal (el antiguo Dilmun) llegarían a saquear la Meca.
El nombre viene de su fundador Hamdan Karmat (?-906?), “el de ojos rojos”, que dirigió su Orden desde el sur de Irak (Kufa) extendiendo su influencia hasta Bahréin e incluso el Yemen. Durante los siglos IX, X hasta el XI, contemporáneos de los vikingos y similares a ellos (a pesar de la distancia cultural y geográfica) en su impulso igualitario y libertario, aterrorizarían a sus serviles y santurrones coetáneos con rápidas, exitosas y drásticas campañas militares.
Dentro del chiísmo la facción ismaelita, que sólo reconoce a los primeros siete imanes, dio origen por escisión esotérica y doctrinal al carmatismo. Consideraban al séptimo Imán, Mohamed ibn Ismael (740-813), como el último, y aguardaban su inminente regreso, que extendería sobre la tierra entera la Justicia poniendo punto final a la era del islam y sacando a la luz la verdad oculta de todas las religiones. Opuestos tanto al califato Abasida suní como al pronto fundado califato Fatimita (909-1171) en el norte de África, implantaron una república igualitaria y libertaria en el antiguo Dilmun (Bahréin).
Desarrollaron una compleja visión cíclica de la historia sagrada de la Humanidad. Hablaban de siete épocas proféticas, de variada duración, cada una inaugurada por un profeta (natiq) que anunciaba un mensaje revelado con una vertiente exotérica o Ley (sharia). Las primeras seis eras fueron las de: Adán, Noé, Abraham, Moisés, Jesús y Mahoma. Cada natiq iba acompañado por un legatario espiritual (wasi) que interpretaba el sentido esotérico (batin) del mensaje revelado en cada era. Cada wasi era seguido por siete imanes custodios que preservaban el verdadero sentido de las escrituras y las leyes, tanto en su aspecto esotérico como exotérico. En cada era el ultimo imán ascendía a la categoría de natiq (profeta) de la era siguiente teniendo como misión fundamental abrogar la ley anterior y promulgar la nueva. El séptimo Imán de la era de Mahoma había sido Mohamed bin Ismael, que había devenido oculto. Su parusía (retorno) implicaría su conversión en el séptimo profeta, el Mahdi que gobernaría sobre el final de la era. Su misión escatológica no era anunciar una nueva ley religiosa sino sacar a la luz las verdades esotéricas ocultas en los mensajes precedentes. Al final de la era mesiánica no habría necesidad de ley religiosa alguna. Gobernaría el mundo entero hasta su consumación y final.
El Tiempo es raro y retornando a la oscuridad visible: a nuestro mundo de sombras, de distinciones e identidades, de personas y de tiempos… la creación del califato fatimita por Abdulá al-Mahdi Billah (873-934) desató la escisión definitiva en el ismaelismo. Una parte no aceptó la continuidad del imanato y siguió manifestando su voluntad de espera del eschaton en la forma del regreso del séptimo imán. A partir de este momento el término cármata será aplicado en exclusiva a esta disidencia. Abu Said, que había establecido en Bahréin su dominio en 899, aprovechó la creación del califato para independizarse. Sus sucesores mantuvieron relaciones pacíficas con los Abasidas hasta 923, año en que accedió al poder Abu Tahir, una de esas figuras que de no existir habría que haberla convenientemente inventado. A partir de este momento los acontecimientos se desbocan y el frenesí rige en la historia del mundo musulmán. Fueron tiempos interesantes en los que pudo haber cambiado, como más tarde con los mongoles, el curso de la Historia del Mundo.
Las actividades a la búsqueda de botín procedente de las caravanas que marchaban a La Meca culminaron en 930. Entonces, los cármatas asaltaron la ciudad y tras masacrar a los peregrinos se llevaron con ellos la piedra negra a su capital en Bahréin: Ahsa. Con ello simbolizaban el fin de la era islámica. Tanto los Fatimitas como los Abasidas suplicaron su devolución, pero esto no ocurriría hasta 21 años después, tras pagar un suculento rescate. La piedra fue devuelta fragmentada en siete pedazos.
Abu Tahir conquistó Omán y en 931 entregó el poder a un joven persa de Isfahán en quien había creído detectar indicios de ser el añorado Mahdi. Pero las cosas no salieron según lo previsto (pocas veces lo hacen) y el personaje en cuestión, que sólo ostentaría su cargo ochenta días y es considerado un “falso mesías” (no se sabe muy bien por qué, como si el éxito o fracaso en el mundo sublunar y la opinión de los metecos intelectuales de ayer, de hoy o de siempre tuviesen valor alguno), el llamado Mahdi, se proclamó para sorpresa de todos contundentemente del linaje de los reyes persas, manifestando sin complejos profundos sentimientos antiárabes. Ordenó restaurar el Culto al Fuego de los Magos y maldecir a todos los Profetas anteriores e instituyó exóticas ceremonias. Hasta ahí todo se soportó con oligárquica y abyecta ecuanimidad, pero cuando comenzó a ejecutar a los miembros de la clase dirigente de Bahréin Abu Tahir intervino: lo mandó matar y lo declaró “impostor”.
Aquí comenzó la desmoralización de los cármatas, que hacia el año 1000 fueron reducidos a la condición de un mero poder local. Su república sin embargo, tanto por su eficacia económica como por el respeto al bienestar de sus habitantes, fue admirada por los viajeros que la frecuentaron. Los cereales eran molidos de modo gratuito en los molinos estatales y cualquier artesano que llegara a Ahsa recibía un crédito estatal, libre de interés, que le permitía establecerse y, como se dice ahora, “emprender”. A Abu Tahir algunas fuentes le consideran inspirador del célebre escrito: Tratado de los tres impostores (Moisés, Jesucristo, Mahoma).
La Fortuna siempre favorece a los audaces.
Frank G. Rubio
Frank G. Rubio es escritor (Madrid, 1956). Autor, entre otras obras, de El libro de Satán (en colaboración con Carlos Aguilar), El continente perdido (antologia de textos, seleccionados y prologados, de Aleister Crowley), Donde yace Visnú (poemario). Autor de numerosos artículos y reseñas sobre cine y literatura fantástica, esoterismo y conspirología. Junto con otros asociados elabora la revista digital Ángulo Muerto.