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Un diálogo sobre las nuevas tecnologías de la información y los cambios que están produciendo en la vida política de nuestras sociedades.

Frank y HAL se vuelven a encontrar. Esta vez lo hacen en una cafetería de una populosa ciudad de la Tierra, sin un tablero de ajedrez ni nada que los distraiga de aquello sobre lo que quieren hablar; o sea, reflexionar. 

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Tras comprobar que ningún mensaje queda pendiente en sus cuentas de WhatsApp, Facebook, Twitter, Gmail, Instagram, Tumblr, etc., por fin sus miradas se encuentran y surge la primera pregunta. Eso sí, que nadie se preocupe: ningún ciberoptimista ni ciberpesimista sufrirá daños irreparables durante la conversación.

Frank: Dime, HAL, ¿qué te sugiere esta cita? —Frank saca su móvil y lee una nota que ha tomado hace unos días:

“La demanda de una nueva relación entre ciudadano y gobierno crece diariamente, pero la forma que debería tomar está completamente abierta al debate. La tecnología ha alcanzado en nuestros días un estadio en el que un sistema de votación computarizado es tan práctico como económico, y no se puede seguir ignorando la posibilidad de usar los medios electrónicos para fortalecer la democracia.”

“Ya tenemos un sistema de comunicación unidireccional que es eficiente: el gobierno puede dirigirse a la gente a través de los medios. Una de nuestras necesidades más acuciantes es conseguir un sistema bidireccional mediante el que los ciudadanos puedan dirigirse al gobierno.”

“El parlamento es un vehículo ineficiente para este propósito […]. Con el voto electrónico y los referendos no necesitaríamos ni elecciones generales ni partidos políticos.”

Acordarás conmigo que una afirmación así está de plena actualidad.

HAL: Por supuesto, Frank. De hecho, yo voté en las europeas a un partido que propone algo bastante parecido. Las nuevas tecnologías han abierto un enorme abanico de posibilidades de actuación, y la política no puede quedar al margen. Hoy mismo ya sería posible prescindir del sistema representativo tal y como lo hemos conocido, cuya única razón de ser era la imposibilidad de reunir en un mismo ágora a todos los ciudadanos. Hoy ese nuevo espacio lo encontramos en Internet: podemos estar conectados todos, en momentos distintos, y el espacio ha dejado de ser el problema.

F: Curioso… La cita es de 19771 y tu argumento se parece mucho, casi diría que es calcado, a aquél que los teledemócratas defendían. Fíjate, antes de la invención de Internet, había gente que pensaba que era posible mediante la radio, el teléfono y la televisión desarrollar un sistema político basado en la participación directa de las personas. Sí, la televisión no siempre ha sido considerada hija del Mal, al servicio del poder para controlar a la masa.

H: Sin embargo, tendrás que reconocer que Internet implica un salto cualitativo respecto a los medios anteriores. Tanto la radio como la televisión eran medios unidireccionales. El teléfono, por su parte, sólo ponía en contacto a dos personas en el mismo tiempo (salvo si tenías contestador, o una madre o hermano caritativos). Teléfono, radio y televisión están siendo transformados por la red de redes y por la miniaturización de las tecnologías, que te permite hacer uso de ellas en cualquier momento, en cualquier lugar. ¿Has visto que ya hay móviles acuáticos?

F: Perfecto, ya podremos votar en Mujeres y hombres y viceversa desde la piscina. O peor, desde el propio WC.

H: Ah, claro, que la democracia no es para los canis, ¿verdad? —ambos ríen ante la mención del “lumpen” contemporáneo, que ya se ha convertido en lugar común en sus conversaciones—. En serio, Frank: democracia puede traer mediocracia, ahora y siempre, pero eso se solventa subiendo la media con la educación. Y aun así, ¿no es este tipo de programas precisamente el resultado de la anterior etapa tecnológica, casi totalmente unidireccional y con reticencias al feedback? En este momento todos podríamos tener un audímetro en casa, y eso seguro cambiaría nuestros patrones de consumo de televisión, introduciendo lógicas de protesta que los directores de las cadenas tendrían que tener muy en cuenta.

F: Mucho se ha escrito y debatido acerca de la capacidad de la tecnología para transformar la política, como si Internet (o antes la televisión) fuese la varita mágica 2.0 que eliminará todas las trabas para la democracia directa. Verás, es como si existiera un deseo profundo de acabar con todos los vicios humanos a través de la tecnología, como si el principal problema para organizar la vida política de la sociedad no estuviese, precisamente, en la propia sociedad, en nosotros mismos. Si queremos mandar al paro a los políticos profesionales y relegar la democracia representativa al cajón de la historia, quizá tan sólo haya que proponérselo. Lo de la capacidad revolucionaria de la tecnología funciona como un cuento chino para no meterse en los debates fundamentales sobre las consecuencias de un mundo así. Delegar es muy cómodo, comodísimo, y si la gente prefiere dedicarse a sus cosas en vez de estar envuelta en debates interminables sobre la enmienda de Pepito a la Directiva Europea de turno, pues allá ellos. Nada ni nadie, salvo que queramos seguir creyendo en la segunda venida de Jesucristo, nos van a quitar de encima el marrón que es la organización de la sociedad. Me parece de risa pensar que porque tenemos la capacidad para votar desde nuestro teléfono, la gente va a estar todo el día pegada a la pantalla leyendo y participando en debates que no acaban. Sobre todo cuando esos soporíferos textos interminables compiten con un selfie de mi vecina en la piscina. ¿Por qué la tecnología iba a acabar con estos problemas? Si es que es absurdo. Estar constantemente involucrado en política requiere altos grados de dedicación, y hay que ser muy virtuoso para dedicarle todo el tiempo necesario a discutir con otras decenas de miles de personas que no opinan como tú. Algo que parece ir en contra de la lógica cultural de las redes, que está basada en la inmediatez, no en la meditación pausada. Hay que ser muy miope para no darse cuenta de eso. Por no hablar de que igual acentúan todos estos problemas y, más que solucionarse, comienzan a multiplicarse. Por un lado, no todos tenemos los mismos medios ni la misma formación para acceder a lo digital. Por otro, las tecnologías no son neutras ni favorecen la democracia porque sí. El que muchas personas puedan conectarse entre sí a distancia no implica que el medio que lo permite favorezca la auto-organización. Habrá herramientas que por su diseño promuevan que la gente se ponga de acuerdo y otras que al contrario, que lo que favorecerán será una recepción pasiva de los mensajes emitidos por una pequeña élite autoproclamada como “el pueblo”. ¿Ves a todos esos supuestos luchadores por la democracia en Twitter? ¿Se puede saber quién los ha elegido? Porque yo no, y encima tienen la osadía de hablar en mi nombre. Al menos al presidente del gobierno sé que lo han votado X millones de personas, pero al tuitstar de turno no tengo ni idea de quién lo ha colocado ahí. Porque, no seamos ingenuos, hace falta mucha organización para que un pequeño grupo de personas sean populares en las redes sociales. Muy pocos llegan a eso sin ayuda de nadie.

 

Fotograma del episodio White Bear de la serie Black Mirror

H: Dices que yo atribuyo a las tecnologías propiedades de cambio mágicas y, sin embargo, eres tú quien se sorprende y asusta de un fenómeno que ha ocurrido siempre: la representación informal, no votada. Igual que en un debate televisado se intenta “representar” las posturas más comunes (o se debería), sin que nadie vote a nadie. Es cierto que este tipo de representación se está haciendo más habitual, pero si estos representantes consiguen convencer a los demás de que son tal cosa es porque hay un público que se siente efectivamente representado en algún modo, sean más o menos en número. Los medios sólo han venido a facilitar esa representación de distintos grupos de forma transversal a la sociedad, de forma no territorial. Pero más y mejor representación es lo que trae Internet, y eso (bien gestionado) implica mayor densidad social y, por tanto, más democracia. Yo no estoy defendiendo que tengamos que deshacernos de toda representación, ¡más bien todo lo contrario! A lo que muchos aspiramos es a que las redes puedan permitir una representación más democrática, lo que (eso sí) en algunos momentos puede implicar que yo me quiera “representar” a mí mismo en algún tema concreto. De nuevo, no hablo de nada que no se haga ya, pues todos nos pronunciamos personalmente cuando hay que cambiar el parlamento o cuando se convoca un referéndum. El modelo es antiguo: es Suiza, por ejemplo. Lo nuevo es la posibilidad (económica, técnica) de realizar muchas más consultas a la población, de intensificar los debates previos a esas consultas y de incrementar el control de las políticas. Lo nuevo es que mediante una aplicación, los espectadores podrían decidir qué tertuliano ya no representa a nadie en sus argumentos y debe marcharse a casa. Es un cambio cuantitativo, pero tan grande que la transformación cualitativa es innegable. Además, la inmediatez permite nuevas fórmulas políticas, como la democracia 4.0, en la que mi representante electo sólo me representa mientras yo decido que no necesito pronunciarme (o porque no conozco el tema, o bien porque estoy de acuerdo con su posición), pero que en cualquier momento me permite tomar mi cuota de soberanía y ejercerla desde mi móvil.

F: No me fiaría yo mucho de votar por el móvil. Los sistemas electorales están pensados para que ningún agente pueda adueñarse del resultado. ¿Realmente es posible garantizar una seguridad tan alta como la que tenemos actualmente? Y si, como tú mismo has dicho, el ejemplo es Suiza, ¿por qué depender de estas tecnologías? ¿Qué cambios tan beneficiosos pueden conllevar que merezcan el riesgo?

H: Mira, te pongo un ejemplo de la transformación que estoy pensando: ¿Tú recuerdas alguna canción del verano que fuera buena? Eran todas baratas, desgañitadas y con videoclips muchas veces degradantes para las señoritas voluptuosas que los protagonizaban. Todos los años había una, y en la televisión hacían listas con la canción de cada año pasado. ¿Cuál es la de este año? ¿Cuál es la última canción del verano que recuerdas? Yo diría que el “Waka Waka”, en 2010, y se consiguió sólo gracias al arrastre del Mundial. Y ¿qué ha pasado?, ¿es que nadie es capaz de hacer una canción lo suficientemente mala? No, no es eso; seguro que no. Pero hemos pasado de un mundo en el que los medios y las productoras se encargaban de hacernos tragar, bailar y repetir “La Bomba” hasta la saciedad, aprovechándose de nuestra necesidad de sentirnos parte de una comunidad, a un mundo en el que los fenómenos sociales surgen desde abajo. Y se hacen potentes, muy conocidos y difundidos, pero no nos dominan como conjunto. ¿Recuerdas el “Amo a Laura”?

F: ¡Precisamente “Amo a Laura” es un ejemplo de lo contrario! Era una campaña de publicidad viral. Un fracaso como tal, eso sí, porque nadie supo nunca qué anunciaba.

H: ¡Entonces ganó el lado democratizador! La gente se apropió de su significado, lo hizo suyo y, luego, lo compartió libremente. En ese sentido, podemos decir que la red ha empoderado a los ciudadanos. Y aquello fue en 2006. Hoy, cada uno puede elegir su lista de canciones de entre las que sus amigos escuchan, o descubrir nuevas al azar, o entre las más populares. Cuando aplicamos esto a la información, ¿no es eso más democrático? Hoy son miles los vloggers que difunden libremente sus opiniones, tienen cientos de seguidores e incluso viven de ello. Hemos pasado de la televisión, unilateral, a una sociedad plural en red.

F: De acuerdo, la pluralidad mediática puede ayudar a la democratización de nuestras sociedades. Pero ¿a qué precio? Cada vez que confiamos en la tecnología para eliminar la mediación entre ciudadanos y representantes, o bien para reducir la distancia entre personas o mensajes, lo que estamos haciendo es sustituir esa mediación o distancia por otra de carácter tecnológico. Nada desaparece, aunque lo pueda parecer, más bien cambia el tipo y el estatus de la mediación. Y no ser conscientes de esto es harto peligroso… Siguiendo tu argumento, ahora las personas nos podemos informar sin la necesidad de la mediación de un periódico. Quizá así podamos romper el monopolio de verdad de los medios de comunicación de masas, pero estamos sustituyendo estos medios por otros, distintos, pero medios al fin y al cabo. No conviene que nos engañemos. ¡Cada vez que eliminamos un intermediario generamos otro! Cuando dejamos de utilizar el criterio de selección editorial de un periódico y pasamos a informarnos a través de una red social, estamos dejando de lado un criterio conocido para comenzar a confiar en un entramado sociotecnológico del que conocemos poco o nada. Personalmente, cada vez me informo más por las noticias y artículos que comparten mis “amigos” en diversas redes sociales. Pero ¿quién está realizando la selección de esta información? Cuando leo El País o El Mundo sé que hay una línea editorial, unos intereses políticos y económicos detrás que, más o menos, conozco. Quizá no son todo lo transparentes que deberían, pero coño, ¡si hasta hay una sección llamada Editorial en la que me cuentan la línea que sigue el medio ante determinados temas! Facebook no tiene nada parecido, y eso que detrás tiene unos claros intereses económicos. ¿Qué pasará cuando tenga unos intereses políticos no declarados? Si es que no los tiene ya.

H: Creo que estás exagerando un poco. Facebook y cualquier red social lo que quieren es venderte la publicidad que más te interese y que pases el mayor tiempo posible en sus web. Por eso utilizan complejos algoritmos para, a partir de la información que suministras y tu actividad en Internet, potenciar los contenidos que más te puedan interesar. Nada más…

F: Y nada menos. Cada vez que los algoritmos de Facebook deciden mostrarme una noticia y no otra se está produciendo una selección editorial en base a no sé qué criterios. Me dicen que potencian aquellos que más me puedan interesar, pero ¿cómo pueden saber lo que realmente me interesa? No siempre quiero que me lleguen noticias con las que estoy de acuerdo. Hay veces que me interesa, y mucho, conocer opiniones contrarias a la mía —las originales, no sólo una ridiculización de éstas—. ¡Menuda sociedad estamos construyendo si potenciamos únicamente que la gente lea aquello con lo que está de acuerdo! De hecho, uno de los argumentos que utilizaban los defensores de las bondades políticas de Internet era, precisamente, que al acabar con los intermediarios tendríamos acceso a una pluralidad de opiniones que nos harían personas más ricas y críticas. Sin embargo, ¡está ocurriendo justamente lo contrario! Es lo que Eli Pariser2 llama el efecto burbuja: al estar inundados de tanta información en Internet, los usuarios cada vez demandan más mecanismos de selección de la información basada en los intereses y gustos de cada uno. Y esto genera una situación totalmente contraria a la deseada. En vez de conseguir acceso a una pluralidad de puntos de vista, lo que tenemos es una Internet personalizada al gusto de cada uno. Cada usuario de Internet se mueve en su particular burbuja generada automáticamente, en la que sólo aparecen los contenidos con los que ya estaba de acuerdo. Esto, lejos de hacernos personas más críticas, lo que está generando es una mayor polarización de la sociedad en la que ya no se discute: se lanzan proclamas muy breves que son aplaudidas por los amigos e ignoradas por las personas con las que tendríamos que debatir. Hemos llevado el hooliganismo a un nivel demencial. Mira los debates políticos que se producen en Internet, son de todo menos debate. Fíjate que creo que hay un mayor intercambio de ideas y argumentos en las tertulias televisivas… Y, además, son burbujas que traspasan lo espacial; que no quedan limitadas a un territorio concreto. ¿Qué futuro tiene el Estado si las poblaciones dejan de ser comunidades territoriales? ¿Qué narices será de la política? Y ¿qué hacemos con quienes carecen del conocimiento para acceder en igualdad de condiciones al espacio virtual?

H: Al menos ahora se discute de política. Y sobre la brecha digital, ¿habrías acaso retrasado el sufragio universal esperando la alfabetización del 100% de la población? ¿No ves que precisamente aumentar el poder de los ciudadanos lleva a una distribución más igual de los medios y las capacidades, incluida la alfabetización?

 

Enfrascados en su conversación, ninguno de nuestros amigos se ha percatado de un montón de revistas que aguardan a ser leídas en un rincón del café. Entre ellas podrían haber encontrado la publicación académica Proceedings of the National Academy of Sciences, en la que el pasado 17 de junio apareció el artículo titulado “Experimental evidence of massive-scale emotional contagion through social networks”. Sus autores afirman haber encontrado evidencias empíricas de que las emociones se contagian por las redes sociales. Lo más llamativo del artículo es el experimento realizado en Facebook con el que intentaron probar su hipótesis. A un grupo de personas se les mostró deliberadamente noticias consideradas positivas en el espacio donde aparecen los comentarios y enlaces de sus amigos, y se descubrió que esto provocaba que dichas personas compartieran más elementos vinculados a emociones positivas que aquellas a las que no se les había modificado el flujo de noticias. Si la prueba, por el contrario, se configuraba para privilegiar las noticias más negativas, los usuarios mostraban más predisposición a compartir emociones negativas. Los resultados llamaron la atención de los sociólogos. Hacía falta tener acceso a un gran número de personas para poder llegar a unas conclusiones tan contundentes, por lo que rápidamente el interés se centró en las condiciones del experimento. Y ahí vino la sorpresa: el equipo de investigación de Facebook había llevado a cabo una prueba psicológica con sus usuarios, en la que había alterado deliberadamente sus emociones, ¡sin que estos fueran informados! Realizar pruebas psicológicas con seres humanos siempre es delicado, pero hacerlo con 689.003 personas que no saben que están participando sobrepasa con creces los límites morales de la ciencia. Esta vez, la polémica saltó porque los resultados fueron publicados en una revista, pero ¿cuántos experimentos habrá llevado a cabo este equipo de Facebook sin que nos hayamos enterado? ¿Habremos participado en alguno sin saberlo? Fue sin duda un escándalo de escala global, pero ni HAL ni Frank habían visto nada en sus feeds de noticias, por lo que su conversación continuó por otros derroteros.

 

F: …y lo mismo con las adicciones a las pantallas. ¿Cuánta gente está perdiendo la vida frente a un ordenador? Además, pareciera que lo que toca lo digital queda de alguna forma devaluado. ¿O guardas con el mismo cuidado tus fotos en papel que tus fotos digitales? ¿Lees igual un libro que un PDF? Esta banalización lo que realmente devalúa es a la persona y la comunidad que poseían esos recuerdos que ahora guarda la nube.

H: Mira, Frank, yo entiendo tus reticencias. Pero siempre que ha habido un avance en la tecnología se ha escuchado una cantinela parecida, y lo único que ha sido necesario es desarrollar normas sociales (bien morales —con reprimenda social— o bien legales —con sanción del Estado—) que previnieran y castigaran los malos usos. Lo que no puedes negar es que el avance es imparable, y que su potencial para acercarnos a un mundo más justo es inmenso. Un ejemplo: en 1989, el ayuntamiento de Santa Mónica, una pequeña ciudad de California con un gran número de personas sin hogar, construyó un sistema público de comunicaciones electrónicas llamado PEN (Public Electronic Network). Se trataba de un foro al que cualquier residente se podía conectar desde su oficina, su casa o desde uno de los puestos públicos de acceso gratuito que había instalados por la ciudad. Rápidamente apareció en el foro el tema de las personas sin hogar, pero esta vez la discusión fue muy distinta a como solía serlo en los periódicos o reuniones de vecinos. ¿Sabes por qué? Porque fue la primera vez que los principales afectados, las personas sin hogar, pudieron participar en igualdad de condiciones. La única manera de diferenciar a un participante de otro en PEN era por su nombre; no había manera de saber la edad, color de piel, aspecto u olor de la persona con la que discutías. ¡Sólo contaban los argumentos! Así era prácticamente imposible saber si el otro era una persona de gran éxito social o un vagabundo, a no ser que te lo dijera expresamente. Esto permitió romper con los prejuicios que abundaban contra los indigentes, y sus voces comenzaron a ser escuchadas como las de los demás miembros de la comunidad. El resultado fue espectacular. Muchos ciudadanos tomaron conciencia de los graves problemas de las personas sin hogar y comenzaron a entender que es casi imposible romper el círculo de la exclusión social sin ayuda. Si los indigentes vivían en la calle era porque no podían encontrar un trabajo, y no podían encontrar un trabajo porque no podían adecentarse antes de una entrevista ni tenían un lugar donde dejar sus pertenencias. Y así fue como surgió la iniciativa SHWASHLOCK, acrónimo de SHowers, WASHers y LOCKers (duchas, lavanderías y taquillas), destinada a que estas personas tuvieran la oportunidad de romper el círculo de la exclusión social y encontrar un trabajo.

F: Eso es muy interesante. Precisamente, deberíamos explorar esa parte de la tecnología: aquélla que es capaz de contrarrestar nuestras debilidades y de ayudarnos a reinventarnos como sociedad en la dirección en la que nos gustaría ir. Como una prótesis para alguien que ha perdido una pierna. Pero sigue preocupándome la cantidad de malos usos que pueden darse de estas tecnologías, y los retos sociales y políticos que se vislumbran ya no tan a lo lejos. ¿Qué pasará cuando los robots nos sustituyan en el trabajo? ¡En Hong Kong ya hay un cerebro artificial que es consejero delegado de una empresa! ¿Podrán sustituirnos también en otros aspectos? ¿Viste la película Her? ¿Es acaso una historia de amor verdadero en algún sentido? ¿Estaremos creando seres con entidad moral, o política, acaso? ¿Qué consecuencias traerá que sean las máquinas quienes den la “vida” por nosotros en la guerra? Las distopías que parecían mera ciencia ficción empiezan a parecerme muy posibles, HAL.

H: Ciertamente, Frank, ciertamente…

 

La conversación no está de ninguna manera agotada, aunque la alarma que se ha puesto Frank para recordar que debe comenzar a caminar ya si quiere cubrir los kilómetros planeados para el día sirve de excusa para la despedida. Mientras Frank sale por la puerta, HAL fantasea con un futuro en el que esta reunión suceda sin tener que coger un avión para encontrarse. Curiosamente, en el mismo instante, a Frank le recorre un escalofrío ante el mismo pensamiento. Incluso si se inventase la manera de tocar, oler y sentir al de enfrente a distancia —igual que ahora podemos verlo y oírlo—, una forma de estar sin estar a través del tiempo y el espacio, ¿no habría algo de profundo valor perdido en esa relación mediada por cables y circuitos electrónicos? ¿No hay acaso nada en la presencia física que sea superior a una suma de las partes que la tecnología quizá llegue algún día a imitar? ¿Habría cambiado en algo esta conversación? ¿Habrían cambiado los afectos, las emociones? Algo lleva a Frank a decir que sí y, aunque no le parece del todo racional, da la impresión de ser lo único razonable. Él, como nosotros, sale con más preguntas que respuestas, y con algunas respuestas que parecen irrenunciables, pero cuya base empieza a temblar. Es el momento de construir un nuevo edificio a partir de éste que se derrumba.

  • 1. Frost, Stephen: “Electronic Democracy”. En The Contemporary Review, 1977, p. 64.
  • 2. Eli Pariser cuenta muy bien cómo funciona el efecto burbuja en una charla TED. También existe un libro en el que desarrolla el fenómeno en profundidad: The Filter Bubble: What the Internet Is Hiding from You. Penguin Press, 2011.

Carlos Fernández Barbudo

Carlos Fernández Barbudo es licenciado con Premio Extraordinario en Ciencias Políticas y de la Administración. Actualmente trabaja como investigador FPU explorando cómo las tecnologías de la información están transformando el concepto de privacidad y cuáles son sus consecuencias políticas.

Pedro Abellán Artacho

Pedro Abellán Artacho es licenciado en Ciencias Políticas por la Universidad Complutense de Madrid y realiza su doctorado gracias al Programa de Becas para la Formación del Profesorado Universitario con el proyecto de tesis La idea de Democracia en la prensa española.