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A mi amable inhibidor

  

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Querer y no poder; oh, Escitalopram.

Contra la violencia, la suavidad de los días.

Los columpios concentran.

Al salir del manicomio, llevaba a mi hija al parque. 

No me gustan los eufemismos. 

No me gusta la sacarina. 

No me gusta lo light.

La vida sí me gusta y la vida era empujar el columpio de mi hija.

Yo a orillas de la muerte, ese mar.

¿Dónde acaba?

En la espalda de mi pequeña.

Con el sabor dulce del Escitalopram en las encías.

En la visión tranquila de las hojas de los árboles, sonriendo al estar fuera de aquella ficción lenta y aburrida a la que yo cargué las balas. Fuera por fin de lo tan educado y formal que me llevó a dejarme cresta y subir al ring para que me rompieran las costillas e hicieran sangrar por las orejas.

La vida contra un pobre leoncillo narcisista, pasen y vean.

— ¡Eh, tú, listo! ¡Que eres un listo!— oí que me decía un chaval cuando me debatía contra la gravedad del suelo.

Allí estabas, oh, Escitalopram, para levantar mi cuerpo de la lona. 

Mi amable inhibidor selectivo de la recaptación de serotonina. 

Alias el Antidepresivo.

Aka 5-HT, conocido en los ambientes como N06AB10.

Alta afinidad por el sitio primario de unión y alta afinidad para con los rebeldes que caen como gigantes y tú recoges con la ligereza de Da Vinci posando en nuestras frentes suspiros de concreción y materia. Oh, tú, Escitalopram, que desvaneces a la ansiedad y el pánico se acerca a comer de tu mano.

Los dedos del viento. Las hojas de los árboles. Las teclas de un piano cuya música oigo mientras columpio a mi hija recién salido del psiquiátrico con la pastilla en la boca, sin sexo, porque los nacientes llegan de estar muertos y los muertos no pueden. 

A mí, la psicosis me curó de estar loco.

Estar loco es / no ser / aquel que eres.

Permítanme que recuerde el cálido efecto del Escitalopram en el cerebro.

Permítanme una erección, ¿se puede?

Perdón, ¿puedo tener una erección?

Es que da gusto.

La vida.

No como entonces, que me habían sacado de los huesos.

No como entonces, que era incapaz y sin gobierno.

Un rabioso desagradecido cualquiera.

Vosotras, mujeres, lo dais y quitáis todo.

¡Oh, Escitalopram; heraldo en tu armadura rosa!

“Nada es triste; todo es.” 

Palabras de comadrona al nasciturus de cuarenta y tres años.

Lo eleva sobre las cabezas de los otros buenos padres que no tuvieron que ser vencidos para entender la sencillez de las cosas y de una vez por todas no volver a aburrirse, no volver a tener miedo, no volver al estómago de un monstruo cumplidor que no te deja dar un paso en vano, no volver a ordenar el orden pulcro del mundo; ser obediente. Un hombre vivo. Un alma como una planta o las estrellas nutrida por la misma fuerza a través de raíces no visibles; en medio de la inmensidad oscura, nuestros ojos brillantes; sobre esta roca que gira en un suburbio de la Vía Láctea. Así me hablabas, oh, Escitalopram, dejando en mí la reminiscencia fronteriza de Andrómeda para que pliegue mis deseos fatuos y en cambio me dedique a la vida que sabe a quién derribar y dónde y cuándo dar fruto. Yo en barbecho, tierra quemada; el que me arrasa, me siembra.

En otoño me darán de alta.

Ya no tomo medicación.

Mi nombre de perfil es J y J es mi estado de perfil.

La superficie es lo que importa.

En el mundo de Google, voy a tener suerte.

Ahora que yo bajo, guardo el trabajo en la Nube. 

Columpio a mi hija durante interminables minutos, es un mantra. 

Le canto aquello que hemos hecho y lo que hacemos y haremos, le canto.

Reímos juntos, y unido a nuestras tardes en aquel parque, tú, oh, Escitalopram, eres una aparición que me cuida en silencio. Sé que te gustará escuchar esto, escucha, mi amable Inhibidor Selectivo, querido 5-HT, los mismos paseos que durante la crisis psicótica me llevaron a cruzar las largas avenidas de norte a sur, me condujeron tres años después a una terraza, era junio, hacía sol, y un hombre que bebía me encargó recordarte; seguramente un fiel amigo de ti y de mí, uno de los que aprecian reunir las papeletas del fracaso, porque comprenden el éxito imperturbable de saber perderse en paz sobre los vastos territorios de exploración.

Ahora tu música está en mis dedos, Escitalopram.

Y mis dedos en los labios de una mujer, a la que amo.  

 

El Escitalopram fue aprobado por la F. D. A. de los Estados Unidos en marzo de 2001. La fase previa a mi crisis, o de movimiento tectónico, duró 6 años (2005-2011). El tratamiento farmacológico se ha extendido hasta enero de 2014.

La psicosis se incuba desde el día que naces.

Jaim Royo

Jaim Royo (Madrid, 1971) es escritor. Ha publicado, entre otras, las novelas Malvania Gran océano, traducida al coreano.