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Anfitriona
Voy a una fiesta en un piso enorme del Raval con vistas al Macba. Se mezclan los artistas y parejas con los periodistas y curadores que los han ayudado en su ascensión. Hay algunos intelectuales, algunos arribistas, algunos borregos, buena gente, profesores, directores de fundaciones o museos, algunos radicales, quienes a su vez invitan a poetas, editoras, cronistas e incluso a fotógrafas venezolanas alborotadoras y posiblemente a algún guiri de paso por la ciudad muerta. La fiesta la dan una pareja de buenos amigos amables e inteligentes, gente que conoce bien el mundillo cultural del que forman parte destacada. El propósito de la fiesta es inaugurar el espacio Anfitriona, un espacio que es su propio comedor de este segundo piso esquinero, un espacio en el que este cronista ya ha sido testigo de memorables cenas, etílicas discusiones y hasta alguna epifanía.
Una de las co-anfitrionas toma fotos de los invitados. No me queda claro si lo hace para poder demostrar, en un futuro, a la hora de una subvención que de momento no existe, que se ha celebrado esta reunión. O si piensa en las imágenes con algún sentido de ritual. O si le resulta difícil hablar. O si está aburrida. Hablo con un artista gijonés, agudo y perspicaz, como todos los de Gijón. Hablo con un historiador del arte madrileño que lo sabe todo sobre el pop catalán de los sesenta. Hablo con un filósofo que se esconde bajo pseudónimo. Da la impresión de que para formar este grupo alguien ha roto unas cuantas listas de invitados y ha lanzado los trozos al aire.
Raquel Friera y Félix Denuit se lanzan al ruedo con un nuevo I am too sad to tell you. El primer I am too sad to tell you fue un vídeo que el artista Bas Jan Ader hizo en 1971, pocos años antes de desaparecer en un bote en alta mar. En el vídeo vemos un primer plano del holandés llorando. Con ese look tan holandés de los setenta, inmortalizado por los jugadores de la naranja mecánica. Cruyff entre ellos. Cruyff fue el Duchamp del fútbol. Pero no nos desviemos. A Raquel Friera no le interesa el fútbol. A Raquel Friera le interesa reinterpretar, como artista mujer, una serie de performances míticas llevadas a cabo por artistas hombre. La primera la mostró en ADN Platform. One year women’s performance 2015-2016 (The clock piece) es un proyecto inspirado en la performance One Year Performance 1980-1981 (Time Clock Piece) de Tehching Hsieh. Cada hora este artista taiwanés fichaba en un reloj a la vez que se tomaba una foto, poniendo de manifiesto que el trabajo de un artista abarca las veinticuatro horas del día.
Lo hacía vestido de uniforme. Uniforme de trabajo. Lo del uniforme me recuerda a Gabriel García Márquez poniéndose el mono de mecánico para escribir en su casa, para sentirse un proletario de la literatura. Cuenta Xavi Ayén que un día salió a dar una vuelta con su recién comprado BMW (los derechos de autor de Cien años de soledad dieron para esto y para mucho más) y al detenerse en la gasolinera y bajar del auto, el trabajador, éste sí proletario, de la estación de servicio le dijo: “qué buen patrón que tienes, que te deja salir a pasear con su BMW”. Pero no nos desviemos. A Raquel Friera no le interesa el realismo mágico. En su re-interpretación, Raquel Friera cuenta con doce ciudadanas de Sant Cugat del Vallès, una figura femenina y colectiva. Cada una de estas mujeres, durante un mes, ficha y se toma una foto cada vez que realiza en su casa una tarea considerada como trabajo doméstico o de cuidados.
Hoy, en Anfitriona, vemos un primer plano de un vídeo de Raquel Friera llorando. La distancia entre la Raquel real, presente, y la Raquel artista, grabada, genera fricción, incomodidad, angustia. The artist is here. Aparece entonces Félix Denuit, que viene a ser la versión nocturna de un filósofo que prefiere no ser nombrado. Nocturna no por maldita, sino por insomne. Un filósofo insomne es peligroso. Denuit nos interpela con preguntas, citas, juegos de palabras. ¿Hay algún argentino en la sala? Parece de coña, pero va muy en serio. ¿Por qué hablo yo aquí? Las manos de Félix hablan. ¿Por qué llora la artista? Why? Rápido reparto de papeles y lápices. Somos conminados a responder en unas postales. Sin pensarlo mucho. No hay tiempo. Tic tac tic tac. Félix recoge las respuestas. Descarta algunas. Lee otras. I am too sad to tell you. Aplausos.
Para la hora del segundo turno, las diez de la noche, ya hay tanta gente en el piso que las paredes amenazan con derrumbarse. El alcohol mengua, la comida se termina y los estimulantes no llegan. Como ya he visto la performance en el primer turno, me piden por favor que haga de portero de noche e impida la llegada de los impuntuales, siempre ruidosos, desconcertantes e innecesarios. Me pregunto si Charlotte Rampling ha sido invitada. Bajo por la escalera y me planto con mi mejor cara de matón de discoteca en la puerta. Llegan una artista, una trabajadora del Macba y un espontáneo. Hago de tripas corazón a sus súplicas y no les permito la entrada. Les explico que el show empezó y que los artistas son muy sensibles a este tipo de distracciones. Se lo toman bastante bien, o al menos disimulan, ríen, hacen amago de sobornarme. Yo me vendo barato, pero ellos no concretan su oferta, y en ésas me avisan por WhatsApp que el show terminó, que las puertas se abren, que la fiesta continúa.
De nuevo en el segundo piso escucho una conversación que me deja patidifuso. Hablan de una artista, the artist is here, cuyo problema es que siente una irrefrenable compulsión a robar todas las prendas de piel de los huéspedes e invitados a una fiesta. Suerte que es casi junio, casi verano, casi sin ropa. Veo a otra artista, the artist is there, varias veces premiada, ojeando un libro de Renata Adler en la biblioteca. Lo devuelve con disimulo a su lugar sin un marcador que no distingo, pero que ahora es otro elemento más de su bolso. En ese libro de Adler, Lancha rápida, leo sobre un happening muy parecido, sólo que en New York, sólo que en los setenta, sólo que muy bien escrito.
Todo esto sucede en el piso que habitan Carolina Olivares y Jordi Colomer. Todo esto que sucede es la primera sesión del proyecto Anfitriona. Todo esto que va sucediendo es el inicio de una serie de encuentros artísticos, happenings literarios o conferencias performativas. Nos sobran las etiquetas. Anfitriona se irá creando sobre la marcha. Anfitriona se irá haciendo de manera independiente, autogestionada e impulsiva. Prohibido especular. Prohibidos los lugares comunes. Prohibido prohibir.
Anfitriona no pretende ser un lugar de exposiciones, una galería o una sala de museo desplazada al salón de nuestra casa, me cuenta Carolina. Quiero que sea un albergue para el espectador activo y para que esto suceda es necesario que haya un nexo y ese sería el rol de la anfitriona, aclara. Un rol que le sienta de maravilla a Carolina Olivares, anfitriona mayúscula para sus amigos, ahora Anfitriona con mayúscula para toda la ciudad.
Fotografías de Rosario Ateaga.
Anfitriona
Voy a una fiesta en un piso enorme del Raval con vistas al Macba. Se mezclan los artistas y parejas con los periodistas y curadores que los han ayudado en su ascensión. Hay algunos intelectuales, algunos arribistas, algunos borregos, buena gente, profesores, directores de fundaciones o museos, algunos radicales, quienes a su vez invitan a poetas, editoras, cronistas e incluso a fotógrafas venezolanas alborotadoras y posiblemente a algún guiri de paso por la ciudad muerta. La fiesta la dan una pareja de buenos amigos amables e inteligentes, gente que conoce bien el mundillo cultural del que forman parte destacada. El propósito de la fiesta es inaugurar el espacio Anfitriona, un espacio que es su propio comedor de este segundo piso esquinero, un espacio en el que este cronista ya ha sido testigo de memorables cenas, etílicas discusiones y hasta alguna epifanía.
Una de las co-anfitrionas toma fotos de los invitados. No me queda claro si lo hace para poder demostrar, en un futuro, a la hora de una subvención que de momento no existe, que se ha celebrado esta reunión. O si piensa en las imágenes con algún sentido de ritual. O si le resulta difícil hablar. O si está aburrida. Hablo con un artista gijonés, agudo y perspicaz, como todos los de Gijón. Hablo con un historiador del arte madrileño que lo sabe todo sobre el pop catalán de los sesenta. Hablo con un filósofo que se esconde bajo pseudónimo. Da la impresión de que para formar este grupo alguien ha roto unas cuantas listas de invitados y ha lanzado los trozos al aire.
Raquel Friera y Félix Denuit se lanzan al ruedo con un nuevo I am too sad to tell you. El primer I am too sad to tell you fue un vídeo que el artista Bas Jan Ader hizo en 1971, pocos años antes de desaparecer en un bote en alta mar. En el vídeo vemos un primer plano del holandés llorando. Con ese look tan holandés de los setenta, inmortalizado por los jugadores de la naranja mecánica. Cruyff entre ellos. Cruyff fue el Duchamp del fútbol. Pero no nos desviemos. A Raquel Friera no le interesa el fútbol. A Raquel Friera le interesa reinterpretar, como artista mujer, una serie de performances míticas llevadas a cabo por artistas hombre. La primera la mostró en ADN Platform. One year women’s performance 2015-2016 (The clock piece) es un proyecto inspirado en la performance One Year Performance 1980-1981 (Time Clock Piece) de Tehching Hsieh. Cada hora este artista taiwanés fichaba en un reloj a la vez que se tomaba una foto, poniendo de manifiesto que el trabajo de un artista abarca las veinticuatro horas del día. Lo hacía vestido de uniforme. Uniforme de trabajo. Lo del uniforme me recuerda a Gabriel García Márquez poniéndose el mono de mecánico para escribir en su casa, para sentirse un proletario de la literatura. Cuenta Xavi Ayén que un día salió a dar una vuelta con su recién comprado BMW (los derechos de autor de Cien años de soledad dieron para esto y para mucho más) y al detenerse en la gasolinera y bajar del auto, el trabajador, éste sí proletario, de la estación de servicio le dijo: “qué buen patrón que tienes, que te deja salir a pasear con su BMW”. Pero no nos desviemos. A Raquel Friera no le interesa el realismo mágico. En su re-interpretación, Raquel Friera cuenta con doce ciudadanas de Sant Cugat del Vallès, una figura femenina y colectiva. Cada una de estas mujeres, durante un mes, ficha y se toma una foto cada vez que realiza en su casa una tarea considerada como trabajo doméstico o de cuidados.
Hoy, en Anfitriona, vemos un primer plano de un vídeo de Raquel Friera llorando. La distancia entre la Raquel real, presente, y la Raquel artista, grabada, genera fricción, incomodidad, angustia. The artist is here. Aparece entonces Félix Denuit, que viene a ser la versión nocturna de un filósofo que prefiere no ser nombrado. Nocturna no por maldita, sino por insomne. Un filósofo insomne es peligroso. Denuit nos interpela con preguntas, citas, juegos de palabras. ¿Hay algún argentino en la sala? Parece de coña, pero va muy en serio. ¿Por qué hablo yo aquí? Las manos de Félix hablan. ¿Por qué llora la artista? Why? Rápido reparto de papeles y lápices. Somos conminados a responder en unas postales. Sin pensarlo mucho. No hay tiempo. Tic tac tic tac. Félix recoge las respuestas. Descarta algunas. Lee otras. I am too sad to tell you. Aplausos.
Para la hora del segundo turno, las diez de la noche, ya hay tanta gente en el piso que las paredes amenazan con derrumbarse. El alcohol mengua, la comida se termina y los estimulantes no llegan. Como ya he visto la performance en el primer turno, me piden por favor que haga de portero de noche e impida la llegada de los impuntuales, siempre ruidosos, desconcertantes e innecesarios. Me pregunto si Charlotte Rampling ha sido invitada. Bajo por la escalera y me planto con mi mejor cara de matón de discoteca en la puerta. Llegan una artista, una trabajadora del Macba y un espontáneo. Hago de tripas corazón a sus súplicas y no les permito la entrada. Les explico que el show empezó y que los artistas son muy sensibles a este tipo de distracciones. Se lo toman bastante bien, o al menos disimulan, ríen, hacen amago de sobornarme. Yo me vendo barato, pero ellos no concretan su oferta, y en ésas me avisan por WhatsApp que el show terminó, que las puertas se abren, que la fiesta continúa.
De nuevo en el segundo piso escucho una conversación que me deja patidifuso. Hablan de una artista, the artist is here, cuyo problema es que siente una irrefrenable compulsión a robar todas las prendas de piel de los huéspedes e invitados a una fiesta. Suerte que es casi junio, casi verano, casi sin ropa. Veo a otra artista, the artist is there, varias veces premiada, ojeando un libro de Renata Adler en la biblioteca. Lo devuelve con disimulo a su lugar sin un marcador que no distingo, pero que ahora es otro elemento más de su bolso. En ese libro de Adler, Lancha rápida, leo sobre un happening muy parecido, sólo que en New York, sólo que en los setenta, sólo que muy bien escrito.
Todo esto sucede en el piso que habitan Carolina Olivares y Jordi Colomer. Todo esto que sucede es la primera sesión del proyecto Anfitriona. Todo esto que va sucediendo es el inicio de una serie de encuentros artísticos, happenings literarios o conferencias performativas. Nos sobran las etiquetas. Anfitriona se irá creando sobre la marcha. Anfitriona se irá haciendo de manera independiente, autogestionada e impulsiva. Prohibido especular. Prohibidos los lugares comunes. Prohibido prohibir.
Anfitriona no pretende ser un lugar de exposiciones, una galería o una sala de museo desplazada al salón de nuestra casa, me cuenta Carolina. Quiero que sea un albergue para el espectador activo y para que esto suceda es necesario que haya un nexo y ese sería el rol de la anfitriona, aclara. Un rol que le sienta de maravilla a Carolina Olivares, anfitriona mayúscula para sus amigos, ahora Anfitriona con mayúscula para toda la ciudad.
Fotografías de Rosario Ateaga.