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La imaginación del futuro
Me encuentro con mi amiga chilena en la puerta del Lliure. Mariana está excitada por ver a sus compatriotas. Es la primera vez, que ella recuerde, que el Festival Grec invita a una compañía de su país. Yo también tengo curiosidad por un montaje que ya ha circulado por festivales de prestigio y que plantea, a priori, una propuesta de teatro político distópico que me suena atractiva.
La primera media hora de la pieza avanza con ritmo frenético. Gritos, carreras, cánticos, cambios de decorado, proyecciones, todo sucede a gran velocidad, con ese aceleramiento de las acciones que reclamaba el director alemán Thomas Ostermeier en uno de sus textos. La energía del grupo de jóvenes actores que forman la compañía La Re-sentida se apodera poco a poco de la fría platea de la sala Fabià Puigserver. Se me escapan algunas carcajadas. Son buenos los güevones.
El planteamiento es arriesgado. Desacralizar la figura de Allende. Sí, ya sabemos que Pinochet fue un asesino genocida torturador. Se ha dicho muchas veces. Se seguirá diciendo. Sabemos también que Allende representó en su momento una oportunidad de cambio, justicia social, modernización, y que toda esa esperanza fue abortada por los milicos, con la inestimable complicidad de los USA. Lo sabemos. Lo hemos leído. ¿Hace falta hacer otra obra contando eso? La respuesta es no, señores de la Asociación de Amigos de Allende de Tarragona, Toronto o Toulouse. Todos ellos han protestado airadamente contra la obra que, según ellos, atenta contra la memoria de Allende. Contra lo que atenta, sospecho, es contra esta visión simplista del arte, de un mundo de buenos y malos, sin preguntas incómodas.
“Joder a la derecha es muy fácil, las contradicciones son muy obvias. Preferimos joder a la izquierda, provocar reflexión en el público que va al teatro, que no es de derecha. ¿Por qué tendría que confiar en un sector que le dio la espalda a Allende? También necesitamos cuestionar lo que hacemos, pensamos permanentemente si el teatro sirve para algo”, dijo en una entrevista Marco Layera, director de la compañía.
¿Qué hacer, entonces? Quizás una buena estrategia sea plantear otra vía, desde el hoy, desde lo que es la izquierda hoy, o lo que debería ser, o la manera en la que debería dirigirse a sus supuestos votantes. Porque, ¿se puede alardear de ser el adalid de una nueva política cantando, una vez más, La Internacional, Mercedes Sosa o Lluís Llach? ¿Se puede seguir llamando de izquierdas un partido, como el PSOE, que en muchos aspectos, los importantes, los económicos, apenas difiere de la derecha?
En el reciente ciclo El lugar sin límites se discutió bastante sobre el rol del artista que aspira a incidir en la sociedad con propuestas escénicas “políticas”. Muy recomendable, sobre todo para disentir, este vídeo en el que Juan Carlos Monedero cuestiona la obra de Rodrigo García. “He abordado en una obra anterior el tema del rol del artista en la sociedad. A veces me da vergüenza decir que soy director de teatro por que me siento inútil para la sociedad”, declaró el joven director chileno en una entrevista.
La respuesta, una respuesta posible, llega media hora después de haber comenzado la representación. Aprovechando que el presidente Allende se echa una siesta, se encienden las luces de la platea y se nos anuncia que viene una “escena de escaso vuelo artístico”, pero que “hará que el teatro sirva para algo”. Sale un niño al escenario. Se nos explica que es un niño pobre y se nos exhorta, como espectadores, a hacer un donativo, 20 euros por ejemplo, para pagarle la educación secundaria y la universidad al chico. Varios de los actores caminan entre el público blandiendo un cepillo, como en las iglesias católicas. La gente sonríe. Me doy cuenta entonces de que Ada Colau está sentada detrás de mí. Uno de los actores le mueve el cepo delante de ella. Ada responde que ella ya “invierte en otras cosas”. Buena respuesta. A su lado la flamante nueva comisionada de cultura, Berta Sureda, sonríe. En primera fila una actriz insiste a un espectador. Llega un actor con una cámara. Todos vemos la cara divertida de ese espectador. La actriz se quita la ropa, le enseña las tetas, llora, le dice si quiere que se la chupe para conseguir esos 20 euros. Ni así. En algunos lugares de Chile esta escena ha generado insultos de espectadores que acto seguido abandonan la sala a gritos. En otros países, Austria por ejemplo, el grupo llegó a recaudar 400 euros en una función. Lo cual me hace pensar en toda esta hipocresía de la ayuda humanitaria y el asistencialismo limpia conciencias. El sobre del Domund que nos daban en los Maristas. Los aviones lanzando comida “humanitaria” en África. Parches contra la culpa para no afrontar en serio el problema político, ideológico de la desigualdad e injusticia. En fin, me desvío…
La obra tiene momentos brillantes, como esa discusión acalorada entre los ministros al desvelarse que Allende, tan demócrata él, licitó el discurso que iba a dar al pueblo antes de sucumbir. Me imagino (en otra realidad en donde las instituciones culturales catalanes nos las dirigen hombres de partido) a Vicenç Villatoro, Àlex Susana o Pilar Rahola sudando la gota gorda para ganar el concurso para redactar el discurso de Artur Mas después del 27-S. Tendría bastante gracia. También es para troncharse todo el asunto de la cocaína y el ministro de Cultura, el único que sobrevive a cambios de partido, gabinete, coaliciones… ¿Les suena? Deberían haber invitado a Ferran Mascarell, pues dicen que le gusta mucho el teatro. El momento en que le sacan el sobre de cocaína del abrigo a Allende casi me saca las lágrimas. ¡Ay, la Narcocultura!
En definitiva, una gran noche de teatro, un acierto del Festival Grec. Felicitamos a su director y a su noble empeño por sacarnos del “subdesarrollo” cultural.
La imaginación del futuro
Me encuentro con mi amiga chilena en la puerta del Lliure. Mariana está excitada por ver a sus compatriotas. Es la primera vez, que ella recuerde, que el Festival Grec invita a una compañía de su país. Yo también tengo curiosidad por un montaje que ya ha circulado por festivales de prestigio y que plantea, a priori, una propuesta de teatro político distópico que me suena atractiva.
La primera media hora de la pieza avanza con ritmo frenético. Gritos, carreras, cánticos, cambios de decorado, proyecciones, todo sucede a gran velocidad, con ese aceleramiento de las acciones que reclamaba el director alemán Thomas Ostermeier en uno de sus textos. La energía del grupo de jóvenes actores que forman la compañía La Re-sentida se apodera poco a poco de la fría platea de la sala Fabià Puigserver. Se me escapan algunas carcajadas. Son buenos los güevones.
El planteamiento es arriesgado. Desacralizar la figura de Allende. Sí, ya sabemos que Pinochet fue un asesino genocida torturador. Se ha dicho muchas veces. Se seguirá diciendo. Sabemos también que Allende representó en su momento una oportunidad de cambio, justicia social, modernización, y que toda esa esperanza fue abortada por los milicos, con la inestimable complicidad de los USA. Lo sabemos. Lo hemos leído. ¿Hace falta hacer otra obra contando eso? La respuesta es no, señores de la Asociación de Amigos de Allende de Tarragona, Toronto o Toulouse. Todos ellos han protestado airadamente contra la obra que, según ellos, atenta contra la memoria de Allende. Contra lo que atenta, sospecho, es contra esta visión simplista del arte, de un mundo de buenos y malos, sin preguntas incómodas.
“Joder a la derecha es muy fácil, las contradicciones son muy obvias. Preferimos joder a la izquierda, provocar reflexión en el público que va al teatro, que no es de derecha. ¿Por qué tendría que confiar en un sector que le dio la espalda a Allende? También necesitamos cuestionar lo que hacemos, pensamos permanentemente si el teatro sirve para algo”, dijo en una entrevista Marco Layera, director de la compañía.
¿Qué hacer, entonces? Quizás una buena estrategia sea plantear otra vía, desde el hoy, desde lo que es la izquierda hoy, o lo que debería ser, o la manera en la que debería dirigirse a sus supuestos votantes. Porque, ¿se puede alardear de ser el adalid de una nueva política cantando, una vez más, La Internacional, Mercedes Sosa o Lluís Llach? ¿Se puede seguir llamando de izquierdas un partido, como el PSOE, que en muchos aspectos, los importantes, los económicos, apenas difiere de la derecha?
En el reciente ciclo El lugar sin límites se discutió bastante sobre el rol del artista que aspira a incidir en la sociedad con propuestas escénicas “políticas”. Muy recomendable, sobre todo para disentir, este vídeo en el que Juan Carlos Monedero cuestiona la obra de Rodrigo García. “He abordado en una obra anterior el tema del rol del artista en la sociedad. A veces me da vergüenza decir que soy director de teatro por que me siento inútil para la sociedad”, declaró el joven director chileno en una entrevista.
La respuesta, una respuesta posible, llega media hora después de haber comenzado la representación. Aprovechando que el presidente Allende se echa una siesta, se encienden las luces de la platea y se nos anuncia que viene una “escena de escaso vuelo artístico”, pero que “hará que el teatro sirva para algo”. Sale un niño al escenario. Se nos explica que es un niño pobre y se nos exhorta, como espectadores, a hacer un donativo, 20 euros por ejemplo, para pagarle la educación secundaria y la universidad al chico. Varios de los actores caminan entre el público blandiendo un cepillo, como en las iglesias católicas. La gente sonríe. Me doy cuenta entonces de que Ada Colau está sentada detrás de mí. Uno de los actores le mueve el cepo delante de ella. Ada responde que ella ya “invierte en otras cosas”. Buena respuesta. A su lado la flamante nueva comisionada de cultura, Berta Sureda, sonríe. En primera fila una actriz insiste a un espectador. Llega un actor con una cámara. Todos vemos la cara divertida de ese espectador. La actriz se quita la ropa, le enseña las tetas, llora, le dice si quiere que se la chupe para conseguir esos 20 euros. Ni así. En algunos lugares de Chile esta escena ha generado insultos de espectadores que acto seguido abandonan la sala a gritos. En otros países, Austria por ejemplo, el grupo llegó a recaudar 400 euros en una función. Lo cual me hace pensar en toda esta hipocresía de la ayuda humanitaria y el asistencialismo limpia conciencias. El sobre del Domund que nos daban en los Maristas. Los aviones lanzando comida “humanitaria” en África. Parches contra la culpa para no afrontar en serio el problema político, ideológico de la desigualdad e injusticia. En fin, me desvío…
La obra tiene momentos brillantes, como esa discusión acalorada entre los ministros al desvelarse que Allende, tan demócrata él, licitó el discurso que iba a dar al pueblo antes de sucumbir. Me imagino (en otra realidad en donde las instituciones culturales catalanes nos las dirigen hombres de partido) a Vicenç Villatoro, Àlex Susana o Pilar Rahola sudando la gota gorda para ganar el concurso para redactar el discurso de Artur Mas después del 27-S. Tendría bastante gracia. También es para troncharse todo el asunto de la cocaína y el ministro de Cultura, el único que sobrevive a cambios de partido, gabinete, coaliciones… ¿Les suena? Deberían haber invitado a Ferran Mascarell, pues dicen que le gusta mucho el teatro. El momento en que le sacan el sobre de cocaína del abrigo a Allende casi me saca las lágrimas. ¡Ay, la Narcocultura!
En definitiva, una gran noche de teatro, un acierto del Festival Grec. Felicitamos a su director y a su noble empeño por sacarnos del “subdesarrollo” cultural.