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Huachafo

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Ya soy español.

Y peruano a la vez, gracias a un convenio entre ambos países.

Pero mi vida actual es española porque vivo y trabajo en Madrid desde hace nueve años, estoy casado con una palentina y mis hijos estudiarán el colegio aquí. Además, soy republicano. Crecí en un país cuyo nombre oficial es República del Perú, y antes de viajar a España ignoraba casi todo sobre su monarquía, en realidad mi ignorancia era la misma que la de un español cualquiera sobre Ecuador, Perú, Bolivia. Algunos de mis mejores amigos españoles me aleccionaron sobre el felipismo y el aznarismo. Estos amigos son de izquierda y votaban al PSOE, antes, ahora son de extrema izquierda según el relato que leo en los diarios y escucho en la televisión cuando mencionan a aquellos súbditos rebeldes que se manifiestan a favor de una República. Desde hace una semana yo también soy un súbdito y un extremista, sin embargo aún no me hago a la idea de mi doble nacionalidad y sigo pensando que soy un inmigrante, un entrometido en medio de un debate que no debería afectarme, un huachafo al que a veces se le escapan españolismos, ese “vale” que me sonroja, aunque no tan huachafo como ese contacto mío del Facebook, peruano con doble nacionalidad, que compartía en su muro un homenaje a su Majestad el Rey Juan Carlos en Las Ventas y poco le faltaba para prenderle una velita.

Huachafo es un peruanismo que, atendiendo a una columna de Vargas Llosa publicada el año 1983, ofrece “una visión del mundo a la vez que una estética, una manera de sentir, pensar, gozar, expresarse y juzgar a los demás”. Mi padre siempre ponía como ejemplo de huachafería a un primo que se fue de vacaciones a Buenos Aires una semana y regresó hablando como porteño. En la misma línea se encuentra un colega periodista que se fue a Nueva York a estudiar y cuando volvió a Lima decía napkin en vez de servilleta y afirmaba haber olvidado parte del español. Huachafo es vestir traje con calcetines blancos, porque no todas las malas combinaciones lo son y apenas reflejan un mal gusto. Llamar “amorcito” a tu pareja es huachafo, como lo son la mayoría de los coches tuneados, llevar las gafas de sol encima de la cabeza, imitar los modismos de los pijos si no tienes donde caerte muerto o celebrar victorias ajenas. Recuerdo sobre todo a un grupo de peruanos festejando, envueltos en una bandera brasilera, el último mundial que ganó la canarinha. Huachafos eran los discursos de Hugo Chávez, como lo son muchas declaraciones de los políticos. “A relaxing cup of café con leche”, es de lo más huachafo que he escuchado en España, mientras que un pago en diferido es torpeza y sinvergüencería, palabra esta última, huachafa.

¿Fui huachafo por celebrar hace cuatro años el gol de Iniesta contra Holanda como un loco? ¿Lo soy por quejarme de la alineación que hizo Del Bosque de mi selección y poner a parir a Casillas exigiendo su jubilación ya?

He dicho que me sonrojo cuando digo vale en vez de okey, o joder reemplaza al carajo y a puta madre, pero me produce más vergüenza no haber leído lo suficiente sobre la Historia de España. Eso sí, sobre algunos periodos me he informado lo suficiente y ni siquiera Javier Cercas, que dice no ser monárquico y defiende la existencia de una monarquía, me va a convencer de que la posibilidad de una República no es viable, usando argumentos más propios de un tertuliano en horas bajas, al decir que prefiere una monarquía como la sueca a una república como la siria. ¿Y por qué no una república como la francesa en vez de una monarquía como la malasia?

Huachafo es Fernando Ónega hablando en la televisión sobre sus dioses personales, fingiendo contener la emoción tras la noticia de un cambio en la corona. Pero él no lo sabe, porque en España no existe un equivalente al alma de los peruanismos, de la que uno huye a lo largo de toda la vida, tropezando cuando menos se lo espera.

Ahora juzguen si soy huachafo por ser republicano.