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Fronteras del cine, etc., etc.
Hoy me encuentro en Bilbao, donde voy a dar una ponencia en los cursos de verano de la Universidad del País Vasco, dentro del programa Territorios y fronteras. Experiencias documentales contemporáneas. Llevo unos días preparando el texto que voy a leer, en el que he vertido una serie de recuerdos desordenados y unas revelaciones personales muy vergonzantes sobre lo que podría llamarse mi “formación” cinematográfica aunque tal vez sería más adecuado hablar de malformación. Según iba releyendo ayer en el tren el borrador de mi charla, me di cuenta de que ésta giraba en torno a confesar que, en el año 1988, el cine más mainstream de Estados Unidos produjo un puñado de películas que me marcaron profundamente.
Estas películas, sobre las cuales hablo hoy en Bilbao, son Huida a medianoche (Midnight Run, de Martin Brest), La Jungla de Cristal (Die Hard, de John McTiernan), Mejor solo que mal acompañado (Planes, trains and automobiles, de John Hughes) y Big, de Penny Marshall. Por los pelos no he incluido El príncipe de Zamunda (Coming to America, de John Landis), que también es de ese año, y Nacido el cuatro de julio, de Oliver Stone, que ya es de 1989.
Lo primero que podría llamar la atención cuando hable de esto hoy en la Fundación BilbaoArte es que ninguna de esas películas tienen nada que ver con Dispongo de barcos, El señor o Gente en sitios, las películas “independientes” o “raras” por las cuales me han convocado a hablar en estas jornadas.
Entonces mi teoría es más o menos la siguiente. Puede que siendo joven, como lo era yo en 1988 y lo es el público de estos cursos de verano ahora en Bilbao, te guste un tipo de películas y sueñes con hacerlas algún día, y luego de adulto (?) acabes haciendo otras. Puede que tu formación y todo lo que crees saber de cine sea una cosa, y luego tus películas demuestren otra cosa, no necesariamente mejor o peor. ¿Se puede ser una cosa como espectador y otra como escritor/director? Hace tiempo que ya dejé atrás esas películas que he mencionado como referencias de mi trabajo, pero ahora las añoro. A lo mejor el caso es acabar encontrando el sitio, aunque sea a trompicones.
Para dar forma a una pieza más interesante sobre este tema pensé que estaría bien preguntar a una serie de directores cuyo trabajo admiro, si en su caso creen que las películas que han acabado haciendo reflejan o responden de alguna manera al cine que veían de jóvenes y que desató su fantasía de hacer películas. Esta pregunta se suele formular a veces como ¿el cine que haces es el cine que te gustaría ver o haber visto?, y aunque va por ahí, creo que la cuestión es algo más compleja.
Sin embargo, muy rápidamente me entró un miedo. A lo mejor lanzaba esta pregunta y estos directores me contestaban que sí, que había un hilo conductor necesario, robusto y fértil entre su formación y su trabajo actual. A lo mejor me confirmaba que en los demás hay una coherencia, un rigor que no haría sino aumentar mis propias inseguridades.
De manera que decidí preguntarles sobre otra cosa completamente distinta: las Google Glass.
La primera directora a la que pregunté qué le parecían o qué ideas le suscitaban las Google Glass, me pidió disculpas por su desconocimiento de las novedades tecnológicas y reconoció que no sabía lo que eran. El segundo director al que acudí con la extraña pregunta, me contestó enviándome por e-mail la foto de un niño obeso con unas gafas de nerd a cuya montura había pegado un iPhone con cinta americana.
He pensado no poner aquí los nombres de estos dos amigos, no porque crea que sus respuestas no sean buenas, sino sólo porque a lo mejor al mandarme esas contestaciones dieron por supuesto que no les citaría.
Por su parte Borja Cobeaga no parecía muy emocionado con el nuevo invento de Google y me comentó que las Google Glass le recuerdan a dos cosas absurdas: las pulseras anti-reuma y los niños que llevan gafas de sol. “Un niño no necesita gafas de sol, en todo caso necesita que le dé el sol,” opina el director de Pagafantas y El negociador.
Esperando al coche que viene a recogernos para llevarnos al BilbaoArte, Victor Moreno me dice que con el lanzamiento de estas gafas “la relación del sujeto con lo real está aún más mistificada por un filtro que, no nos olvidemos, pertenece a una gran corporación. Me temo que Günther Anders acertaba a la hora de alertar sobre la deshumanización de la técnica en beneficio del capital”.
Víctor, que ayer presentó aquí y habló de su documental Edificio España, cree que independientemente de su éxito o no, “las Google Glass marcan una tendencia en el devenir (o caída en picado) de nuestra forma de vida en el siglo XXI”.
Pregunté también a Mariano Barroso, el director de Todas las mujeres. Mariano, que tiene bastante culpa de que yo me decidiera en su momento a hacer películas, cree que usar las Google Glass seguramente “deja secuelas” por los cambios de foco que obliga a hacer al ojo y que en último término llevarlas es “vivir definitivamente con el cerebro y olvidar el cuerpo, o sea estar ausente”. Sin embargo, Barroso no está “en contra” de las dichosas gafas y añade: “¿Por qué iba yo a estar en contra de vivir una imitación de la vida? Hay gente que lo necesita, yo mismo a veces lo necesito. Por ejemplo cuando busco financiación para mis películas. Me pondría unas Google Glass para esas reuniones”.
La polémica está servida. Tú decides.
Imagen portada: Robert de Niro y Charles Grodin en el cartel de Huida a medianoche
Fronteras del cine, etc., etc.
Hoy me encuentro en Bilbao, donde voy a dar una ponencia en los cursos de verano de la Universidad del País Vasco, dentro del programa Territorios y fronteras. Experiencias documentales contemporáneas. Llevo unos días preparando el texto que voy a leer, en el que he vertido una serie de recuerdos desordenados y unas revelaciones personales muy vergonzantes sobre lo que podría llamarse mi “formación” cinematográfica aunque tal vez sería más adecuado hablar de malformación. Según iba releyendo ayer en el tren el borrador de mi charla, me di cuenta de que ésta giraba en torno a confesar que, en el año 1988, el cine más mainstream de Estados Unidos produjo un puñado de películas que me marcaron profundamente.
Estas películas, sobre las cuales hablo hoy en Bilbao, son Huida a medianoche (Midnight Run, de Martin Brest), La Jungla de Cristal (Die Hard, de John McTiernan), Mejor solo que mal acompañado (Planes, trains and automobiles, de John Hughes) y Big, de Penny Marshall. Por los pelos no he incluido El príncipe de Zamunda (Coming to America, de John Landis), que también es de ese año, y Nacido el cuatro de julio, de Oliver Stone, que ya es de 1989.
Lo primero que podría llamar la atención cuando hable de esto hoy en la Fundación BilbaoArte es que ninguna de esas películas tienen nada que ver con Dispongo de barcos, El señor o Gente en sitios, las películas “independientes” o “raras” por las cuales me han convocado a hablar en estas jornadas.
Entonces mi teoría es más o menos la siguiente. Puede que siendo joven, como lo era yo en 1988 y lo es el público de estos cursos de verano ahora en Bilbao, te guste un tipo de películas y sueñes con hacerlas algún día, y luego de adulto (?) acabes haciendo otras. Puede que tu formación y todo lo que crees saber de cine sea una cosa, y luego tus películas demuestren otra cosa, no necesariamente mejor o peor. ¿Se puede ser una cosa como espectador y otra como escritor/director? Hace tiempo que ya dejé atrás esas películas que he mencionado como referencias de mi trabajo, pero ahora las añoro. A lo mejor el caso es acabar encontrando el sitio, aunque sea a trompicones.
Para dar forma a una pieza más interesante sobre este tema pensé que estaría bien preguntar a una serie de directores cuyo trabajo admiro, si en su caso creen que las películas que han acabado haciendo reflejan o responden de alguna manera al cine que veían de jóvenes y que desató su fantasía de hacer películas. Esta pregunta se suele formular a veces como ¿el cine que haces es el cine que te gustaría ver o haber visto?, y aunque va por ahí, creo que la cuestión es algo más compleja.
Sin embargo, muy rápidamente me entró un miedo. A lo mejor lanzaba esta pregunta y estos directores me contestaban que sí, que había un hilo conductor necesario, robusto y fértil entre su formación y su trabajo actual. A lo mejor me confirmaba que en los demás hay una coherencia, un rigor que no haría sino aumentar mis propias inseguridades.
De manera que decidí preguntarles sobre otra cosa completamente distinta: las Google Glass.
La primera directora a la que pregunté qué le parecían o qué ideas le suscitaban las Google Glass, me pidió disculpas por su desconocimiento de las novedades tecnológicas y reconoció que no sabía lo que eran. El segundo director al que acudí con la extraña pregunta, me contestó enviándome por e-mail la foto de un niño obeso con unas gafas de nerd a cuya montura había pegado un iPhone con cinta americana.
He pensado no poner aquí los nombres de estos dos amigos, no porque crea que sus respuestas no sean buenas, sino sólo porque a lo mejor al mandarme esas contestaciones dieron por supuesto que no les citaría.
Por su parte Borja Cobeaga no parecía muy emocionado con el nuevo invento de Google y me comentó que las Google Glass le recuerdan a dos cosas absurdas: las pulseras anti-reuma y los niños que llevan gafas de sol. “Un niño no necesita gafas de sol, en todo caso necesita que le dé el sol,” opina el director de Pagafantas y El negociador.
Esperando al coche que viene a recogernos para llevarnos al BilbaoArte, Victor Moreno me dice que con el lanzamiento de estas gafas “la relación del sujeto con lo real está aún más mistificada por un filtro que, no nos olvidemos, pertenece a una gran corporación. Me temo que Günther Anders acertaba a la hora de alertar sobre la deshumanización de la técnica en beneficio del capital”.
Víctor, que ayer presentó aquí y habló de su documental Edificio España, cree que independientemente de su éxito o no, “las Google Glass marcan una tendencia en el devenir (o caída en picado) de nuestra forma de vida en el siglo XXI”.
Pregunté también a Mariano Barroso, el director de Todas las mujeres. Mariano, que tiene bastante culpa de que yo me decidiera en su momento a hacer películas, cree que usar las Google Glass seguramente “deja secuelas” por los cambios de foco que obliga a hacer al ojo y que en último término llevarlas es “vivir definitivamente con el cerebro y olvidar el cuerpo, o sea estar ausente”. Sin embargo, Barroso no está “en contra” de las dichosas gafas y añade: “¿Por qué iba yo a estar en contra de vivir una imitación de la vida? Hay gente que lo necesita, yo mismo a veces lo necesito. Por ejemplo cuando busco financiación para mis películas. Me pondría unas Google Glass para esas reuniones”.
La polémica está servida. Tú decides.
Imagen portada: Robert de Niro y Charles Grodin en el cartel de Huida a medianoche